El CIS ya no pregunta, pero la prensa independiente, que la hay, sí lo hace: ¿qué opinan de la monarquía los ciudadanos españoles? ¿Verían con buenos ojos modificar la Constitución para hacer de España una república? Los números son tozudos, no se dejan retorcer fácilmente, por eso hay quien opta por esconderlos. La pregunta no es cómo ni quién sino por qué.
Que España deje de ser una monarquía no puede ofender demasiado a quien tiene que vender su tiempo de sueño a un precio irrisorio para llegar a fin de mes. Tampoco a los que se juegan la vida en los andamios, en las macrogranjas de la industria cárnica, en las frágiles bicis que recorren los callejeros de nuestras ciudades a dos euros la entrega. Ni a los funcionarios y empleados públicos que gestionan los servicios básicos del bienestar increíblemente menguante. Desde luego, no puede quitarle el sueño a una juventud cuyas utopías tienen que competir con FIFA y Onlyfans.
Aparte de a la familia real, ¿a quién podría molestar que España, en el siglo XXI, adoptara una configuración republicana? ¿Te afectará más si votas a la derecha? A juzgar por lo que ha dado de sí la historia reciente del bipartidismo, yo diría que no demasiado: el PSOE siempre ha sido un fiel servidor de la monarquía, en tanto que el PP de Aznar, en más de una ocasión, tuvo gestos displicentes hacia la Corona que hicieron salivar a más de uno y erizaron el cabello a otros tantos. Las derechas nacionalistas más vistosas han mirado a La Zarzuela con ojos muy diferentes: mientras que el pujolismo se prestaba al galanteo, el PNV sacaba a Anasagasti a calentar republicanismo por la banda. Y luego está la izquierda a la izquierda del PSOE, estéticamente republicana pero remisa a poner la forma de Estado en su lista de prioridades. Carrillo creó escuela, nos guste o no.
Mientras que la derecha suele plegarse a lo que hay (la monarquía) por la comodidad del interés compartido (no solo político, sino también económico: los amigos de Sus Majestades son mis amigos) pero, además, porque identifica la identidad monárquica de España con su identidad nacional, de modo que recela de una república que pudiera hacerla añicos por obra u omisión, la izquierda, en cambio, lo hace con la retórica del menor de los males pero, sobre todo, con miedo: ¿y si hay un referéndum y lo perdemos? ¿Y si nos presentamos a las elecciones república en ristre y nos pegamos el castañazo? Ante el temor a que un fracaso electoral aparque la república diez años, la izquierda lleva 40 años aplazándola. Aplaudan conmigo.
Hace un tiempo otoñal, la figura del rey emérito chorrea desprestigio y la extrema derecha se cubre con la hojarasca caída de una institución desgastada: hoy no parece una aventura tan exótica invitar a que la gente se pronuncie. Requiere ambición, convicción y ganas. Requiere, sobre todo, creérselo. Reconozcamos de una vez que a la izquierda española le ha faltado, hasta ahora, convicción republicana. Que ha identificado el ideal republicano con la restauración de la Segunda República y ha reducido la cuestión de la forma de Estado a la nostalgia por los colores y la épica del régimen destruido por el fascismo en los años treinta. Todo lo que tiene de entrañable y legítimo esa reivindicación lo tiene también de ineficaz y anacrónico: no es una reedición de la Segunda República lo que puede movilizar y configurar el ethos republicano en la España del siglo XXI, tiene que serlo una república que no valga como objeto de chantaje, asimilable por unos y por otros, habitable por los republicanos y por los no tan republicanos, sean de derechas o de izquierdas.
Para que haya una república, tendrá que haber una derecha republicana. Pero, por de pronto, habrá de ser la izquierda la que abra el camino, no queda otra. Y ahora que la unidad de las izquierdas vuelve a estar entre los temas de conversación de sobremesa, quizá sea el momento de plantearse si no será esa ambición lo que una a las izquierdas a la izquierda del PSOE: la república como pegamento de voluntades y amortiguador de susceptibilidades. Yo, al menos, no le veo más que ventajas a la idea de un frente amplio de izquierdas que ponga la ambición republicana en el centro del debate político: forzaría a las derechas a competir por ver quién es más súbdita, obligándolas a batirse en el terreno de las razones de Estado, donde tienen poco que decir, y apremiaría al PSOE a mover ficha si quiere convencer a los menores de 30 años. Pero, sobre todo, sería de veras una cita con la historia, no con la estadística. Imagínenselo. No me digan que no valdría la pena.
Fuente → ctxt.es
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