Es una constante en la historia de la humanidad la existencia de fuerzas que ejercen presiones contrarias a cualquier tipo de avance o progreso en materia de justicia social o económica, mutando en el tiempo a través de múltiples variables en ecuaciones que si son despejadas, esa constante se llama fascismo.
Los últimos tiempos nos están haciendo vivir un escalofriante evento, por lo grave e inesperado, la asunción de postulados contrarios a la leyes de igualdad de las personas trans cimentados en la proliferación de discursos de odio hacia estas en el seno de una parte del movimiento feminista, partidos y organizaciones de izquierda o progresistas.
Especialmente grave por la terrible eficacia que supone a la hora de inocular parte de la agenda del reaccionarismo, intoxicando la opinión de sectores que difícilmente lo comprarían si viniese de Vox, PP, Hazte Oír o la Conferencia Episcopal, frenando del mismo modo la respuesta o resistencia a esta.
Por otro lado, ahorrando munición y en el mismo tiro que lleva el nombre de las personas trans, atraviesan el corazón del feminismo, toda su fuerza aglutinadora en la emancipación del patriarcado y el capitalismo, pasan a un segundo plano, desapareciendo, las condiciones materiales de las mujeres, los abusos y maltratos que diariamente enfrentan, ahora el enemigo a batir, el gran peligro, somos otras mujeres, las mujeres trans.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? La gran eclosión del movimiento feminista de los últimos años y el despertar de la conciencia social que provocó la irrupción de un nuevo movimiento masivo impulsado por la juventud, trajeron como consecuencia nervios y ansiedad, por un lado del milenario sistema patriarcal y por otro de quien hasta ese momento había controlado y gestionado el feminismo como un patrimonio del que disponer. En los problemas de estas últimas el patriarcado encontró su solución, encontró el vehículo.
El fascismo tiene muchas maneras de perpetuarse anidando en la debilidad de las ansias de quien busca mantener su status de confort y poder pero una sola manera de alimentarse, el miedo, como instrumento de control es el sentimiento más poderoso que existe, miedo al diferente, miedo a que vengan de fuera y nos quiten lo nuestro, miedo a ser borradas. El borrado de las mujeres como arquetipo del miedo y como siempre, los bulos como material de construcción.
El chivo expiatorio fue perfecto, las personas trans hemos venido suponiendo unos de los colectivos más deshumanizados y estigmatizados, ahondar en esas condiciones fue fácil, agredirnos fue fácil, presentar la diversidad que representamos como una amenaza fue fácil.
La violencia que actualmente y desde distintas posiciones se está ejerciendo contra las personas trans y nuestras familias, no tiene precedentes en la historia de la democracia. Ahora el fascismo se muta haciendo una utilización perversa del feminismo, utilizando a éste como correa de trasmisión para vejar, humillar y equiparar a las personas trans con la pedofilia, el proxenetismo y los vientres de alquiler. Una estrategia que persigue la criminalización y deshumanización de las personas trans, para que la agresión a las mismas no despierte alarma social. La intoxicación que se ejerce desde el privilegio político, institucional y mediático, tiene como objeto, negar las identidades trans y la igualdad de oportunidades para acceder a un trabajo, educación, salud y políticas de igualdad, difundiendo un dogma que pretende enfrentar los derechos humanos de las personas trans, con las políticas de igualdad y contra el feminismo. Como si no fueran lo mismo.
Esta oleada de transodio, alcanzo uno de sus puntos máximos el pasado 23 de octubre en una manifestación pretendidamente “feminista” en la que se recorrieron las calles de la capital con consignas vejatorias hacia las mujeres trans y contrarias a las leyes de igualdad trans. Ese día extendieron una alfombra roja al fascismo por la que dos días después camino Rocío Monasterio, portavoz de VOX en la Asamblea de Madrid para registrar una ley que pretende derogar las leyes trans y LGTBI de la Comunidad de Madrid.
Quien piense que los ataques brutales que estamos viviendo estos días las personas trans no va con él o ella, se equivoca, cualquier manifestación del fascismo en una sociedad acaba devastando más de lo que se pensó inicialmente.
El fascismo es el que enterró a nuestros abuelos en las cunetas, el fascismo es quien robó los bebés a las mujeres más vulnerables y desprotegidas, el mismo que las violo, rapo y humilló.
El fascismo es el que encerró en las cárceles franquistas a muchas mujeres y hombres que se enfrentaron al totalitarismo, que hablaban de justicia, libertad y pedían pan y trabajo. El que encerró en sus cárceles a más de 5000 personas por el único delito de amar o ser diferente.
El fascismo es quien de un tiro en la cara, mató a Francis, travesti, en un bar de Rentería en 1979, el que en 1991 en Barcelona, a patadas por un grupo de skinead término con la vida de Sonia Rescalvo, mujer trans.
Es el mismo fascismo que arremete contra las personas migrantes, personas racializadas y menores no acompañados.
El mismo fascismo que con mil caras se ha infiltrado en organizaciones sindicales, partidos políticos, etc negando derechos a las personas trans y haciendo un discurso de odio que es responsable de todas las agresiones que estamos sufriendo.
Es la ideología de la muerte, de la negación de la libertad, equidad y diversidad.
Fuente → diario16.com
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