La represión franquista sobre la mujer «Guerra civil y posguerra»

La represión franquista sobre la mujer «Guerra civil y posguerra» / José Luis Garrot Garrot 

Introducción

La represión sistemática que llevaron a cabo los franquistas desde el inicio de la guerra civil tuvo una deriva si cabe aún más cruel cuando se ejerció sobre las mujeres. Una represión que tenía como objetivo no solo castigar a la mujer por haber apoyado la causa republicana, sino también, y sobre todo, por haber osado intentar apoderarse de espacios públicos que hasta entonces le estaban vetados por el simple hecho de ser mujeres.

El discurso de género del franquismo se asentaba en tres pilares: la sociedad jerarquizada, el patriarcado y el catolicismo trentista. Las mujeres y los hombres no debían ocupar los mismos espacios; para la mujer el privado, para el hombre el público. La mujer debía retornar a ser sumisa al hombre, esposa fiel y madre ejemplar; en resumen «el ángel de la casa». Este retorno a la situación anterior a la República le fue impuesto a la mujer de forma violenta y despiadada. Debían de pagar la osadía de haber intentado romper el modelo de feminidad nacional-católico.

Presas en la cárcel de Segovia

Los gobernadores civiles recibieron una nota en la que se citaban tres grupos de personas que debían ser especialmente vigilados, uno de ellos era el formado por

Victoria Kent

Miles de mujeres, amén de las asesinadas, fueron encarceladas en condiciones infrahumanas. Las medidas que tomó en su día Victoria Kent sobre las prisiones, encaminadas a hacer labores de corrección y rehabilitación fueron totalmente desactivadas en las cárceles franquistas; en estas el objetivo era el castigo y la humillación.

Es triste ver que en nuestro país continúan existiendo calles con el nombre de personajes que formaron parte del régimen de terror que implantó Franco, o que se hayan otorgado honores en plena democracia, como el título de marqués de Queipo de Llano concedido a un nieto de uno de los más crueles y misóginos represores de las huestes franquistas; título concedido por Alberto Ruiz Gallardón cuando era titular de la cartera de Justicia.

Quiero que sirva este trabajo como mi modesto homenaje a todas las mujeres que sufrieron cualquier tipo de represión por parte del régimen más aterrador que hemos padecido en nuestro país en toda su historia.

Capítulo 1. El ideal de la mujer en el franquismo

La mujer republicana fue vilipendiada desde diversos sectores de la sociedad; la iglesia católica, la prensa, los militares, e incluso las mujeres afectas al régimen.

Las nuevas costumbres y conquistas adquiridas por las mujeres durante la República iban en clara contraposición al ideal de mujer que pregonaba el franquismo, sustentado en el nacional-catolicismo y en un patriarcado decimonónico. La dirigente de Acción Católica, Concepción Campaña, criticaba las nuevas costumbres de las mujeres: por feminismo y por creyente desterramos esas costumbres y optamos por una vida virtuosa y digna. Costumbres que según algunos eran totalmente indecentes: […] ir medio desnudas por las calles, mostrarse casi en completa desnudez sobre las playas, alternando con los hombres […] participan en las bacanales de las excursiones campestres. Vamos que ir al campo era como ir a Sodoma y Gomorra.

Era «pecado» que la mujer asistiera al cine o al teatro, se pintara las uñas, usara afeites de tocador o fumara en público. Tampoco era aceptable que las mujeres accedieran a profesiones que teóricamente estaban reservadas a los hombres. Millán Astray, en una entrevista concedida a Falange Española, afirmaba que las mujeres habían invadido el terreno del hombre haciéndose doctores, abogados y hasta ingenieros. Parece ser que para el insigne militar el único oficio que podía ejercitar la mujer fuera del hogar era la prostitución, a la que, por cierto, era muy aficionado.

La mujer ideal debía cumplir con ciertos requisitos: . ¿No les suenan estas consignas?

A tal nivel de obsesión enfermiza, ¿por qué sería?, llegó el aspecto exterior de la mujer que en el diario sevillano La Unión de 13 de enero de 1937, se pidió que se prohibieran los desfiles de la Sección Femenina, y que sus integrantes llevaran el uniforme fuera de las horas de servicio, ya que el correaje resaltaba las formas de los pechos, o que el braceo durante los desfiles era una provocación sexual. Los más radicales las comparaban con las milicianas republicanas desnudas dentro de los monos. Lo dicho, hay que estar muy enfermo para defender tales ideas.

La mujer no podía acceder a determinadas profesiones porque, según el parecer de buena parte de la población masculina, y avalada por algunas teorías siquiátricas, de los «genios» de la siquiatría franquista, tenía una manifiesta incapacidad intelectual. En el diario del 25 de enero de 1937 se leía: […] por razones biológicas la mujer es un organismo pasivo no apto para racionalidad psíquica persistente e intensa. Su situación en un medio de actividad cerebral es contra natura. Esta opinión estaba en la línea de lo que pensaba la iglesia católica y «eminencias» como el doctor Vallejo-Nágera. Fuera del hogar solamente se admitía que la mujer ejerciera trabajos relacionados, en cierta medida, con la feminidad: trabajar en el campo, sirvientas, enfermeras, maestras, y poco más. Carmen Werner (delegada de las Juventudes de Falange) era representante de la idea que se tenía sobre el trabajo y a quién correspondía llevarlo a cabo: .

Hoy nos parecen ridículas las condiciones que se exigían a las mujeres para ejercer ciertas profesiones (posiblemente para los integrantes de Vox y muchos del PP no) como las de enfermeras o matronas. Estas deberían ser casi monjas –para el régimen eran las enfermeras perfectas-, por eso se indicaba que no debían acceder a la profesión las jóvenes acostumbradas a un excesivo buen vivir ni las que por su escasa cultura deban dedicarse a otras profesiones, principalmente la de ama de casa. Debido a esta idea los temarios incluían contenidos que poco tenían que ver con la práctica sanitaria: . Por supuesto era indispensable la total adhesión al régimen.

El ideal de mujer

Para que quedara claro el papel de las mujeres se procedió a anular las leyes emitidas durante la República que habían supuesto una mejoría en la vida de estas. Se retornó al Código Civil de 1889, que eliminaba la capacidad de decisión de la mujer en el seno familiar, obligada a obedecer al marido; la incapacitaba para llevar a cabo cualquier actividad sin consentimiento expreso de su marido, incluyendo la libre disposición de sus bienes. Y estos son solo algunos ejemplos.

Las pautas del comportamiento femenino las marcaba la Sección Femenina, dirigida por Pilar Primo de Rivera, y siguiendo las directrices que se le marcaban desde la iglesia católica. Los objetivos para los que se creó la Sección Femenina quedaron expuestos en el I Congreso Nacional de Jefes provinciales de Falange: . Les faltó añadir: y servir como «descanso del guerrero».

El 27 de julio de 1939 se establecieron los 18 puntos que conformaban el ideario de la Sección Femenina. En la primera circular que emitió su jefa Pilar Primo de Rivera se dibujaba un paisaje idílico para las mujeres en particular y España en general: . Sólo le faltó decir que además seríamos más altos, más rubios, y con los ojos azules.

Vamos a pararnos un poco en los pensamientos de la mujer que lideraba la Sección Femenina, la hermana del «ausente» Pilar Primo de Rivera.

Pilar Primo de Rivera

La líder de la Sección Femenina era el máximo exponente del pensamiento más retrógrado de la sociedad española; no olvidemos que este pensamiento está dirigido por las máximas del nacional-catolicismo, ideología que impregnó el franquismo desde el comienzo mismo de la guerra civil. En el V Congreso Nacional de la Sección Femenina, Pilar Primo de Rivera dejó algunas «perlas» dignas de ser recordadas. . Por si no quedaba claro apuntaló su discurso con una comparación con las mujeres republicanas que habían osado intervenir activamente en la política, y de paso dejar clara la inferioridad de la mujer respecto al hombre: .

Por si no quedan claras las ideas de Pilar Primo de Rivera, otra perla; el 13 de agosto de 1944 escribía en Media (revista de la Sección Femenina):

Pilar Primo de Rivera daba gracias a Dios por haber creado a la mujer un poco «tontita»: . Si madame Curie, por poner un ejemplo, hubiera escuchado estas palabras, o le hubiera dado una apoplejía o un ataque risa.

Según Pilar Primo de Rivera, Dios tenía muy claro para que había creado a la mujer: A través de toda la vida, la misión de la mujer es servir. Cuando Dios hizo el primer hombre, pensó: “No es bueno que el hombre esté solo”. Y formó la mujer, para su ayuda y compañía, y para que sirviera de madre. La primera idea de Dios fue el hombre. Pensó en la mujer después, como un complemento necesario, esto es, como algo útil.

Las ideas de Pilar Primo de Rivera no venían sino de su hermano José Antonio, que las plasmó en un artículo publicado en el diario Arriba el 2 de mayo de 1935:

Para parecer «más moderna» la Sección Femenina implantó que las mujeres hicieran gimnasia –remedo del modelo nazi-, eso sí siguiendo los preceptos establecidos por la Iglesia, a la que por cierto no gustaba mucho la idea de que las mujeres llevaran a cabo actividades deportivas. Por esta razón Emilio Enciso, en un ejemplar de 1941 de la revista Muchachas, , establecía como debía llevar a cabo el ejercicio físico la mujer: . Me recordaba mi esposa que en el colegio de monjas en el que estudió la gimnasia la hacían vestidas con una blusa, una falda de tablas, y pieza crucial, unos castos pololos. Si Pilar Primo de Rivera y sus acólitas levantaran la cabeza y vieran a las mujeres practicar deportes como el fútbol, el atletismo, o boxeando, estoy convencido de que se volvían a morir.

Para un mejor y mayor control de la mujer se establecieron varios organismos y mecanismos. Desde 1940 hasta la muerte del dictador toda mujer que quisiera acceder a un puesto de trabajo, sacarse el pasaporte, acceder a la universidad, o llevar a cabo oposiciones para acceder al funcionariado debía hacer ineludiblemente el Servicio Social. En este período se las adoctrinaba convenientemente a la vez que se les impartían clases de cocina, costura, y otras actividades que estimaban eran las idóneas para las mujeres.

Capítulo 2. Diferenciación de género

Hubo diferencias entre la represión ejercida sobre los hombres y la que se aplicó a las mujeres. Esta diferencia proviene de culpas que no se les achacaban a los hombres, como era el haber transgredido el modelo social establecido por el ancestral paternalismo sobre el rol que las mujeres debían tener en el conjunto de la sociedad.

En numerosas ocasiones las mujeres fueron represaliadas no por cometer ellas mismas un delito, sino por el mero hecho de tener algún tipo de relación, parientes, esposas, compañeras, amigas, con hombres republicanos. También fueron en muchas ocasiones acusadas de ser ellas las que inducían a los hombres a cometer delitos. En este último caso tuvieron mucho que ver las teorías que sobre la mujer sostenían los siquiatras del franquismo, y en especial Juan Antonio Vallejo-Nágera.

Vallejo-Nágera

Apuntaba Vallejo-Nágera: Recuérdese para comprender la activísima participación del sexo femenino en la revolución marxista su característica debilidad psíquica, la debilidad del equilibrio mental, la menor resistencia a las influencias ambientales, cualidad psicológica que en circunstancias excepcionales acarrean anormalidades en la conducta social y sumerge al individuo en estados psicopatológicos… Era la misma concepción que se tenían de la mujer en el Medievo. Igual estaba pensando en él mismo, y no hemos caído en el detalle. Más adelante seguía: .

Se podrían reducir las conclusiones del estudio de Vallejo-Nágera y E. R. Martínez en tres puntos:

  1. La mujer roja, y todas las mujeres en general, son física y síquicamente muy inferiores a los hombres.
  2. El marxismo en la mujer ha de tratarse medicamente no políticamente.

Otro siquiatra con ideas similares a las de Vallejo-Nágera, sobre todo en lo que se refiere a la herencia de los verdaderos españoles fue Juan José López Ibor; aunque con bastante más acervo cultural. Vallejo-Nágera no llevó muy bien la fama que iba adquiriendo López Ibor, logrando que fuera despedido de su cátedra en la Universidad de Madrid.

La represión diferenciada

Podría afirmarse que la represión ejercida sobre las mujeres fue una doble represión; por un lado por no haberse adherido a la sublevación, por otro el haber intentado alcanzar un plano de igualdad con el hombre. Muchas mujeres fueron represaliadas, como hemos apuntado anteriormente, por el simple hecho de haber tenido algún tipo de relación con hombres que el régimen consideraba peligrosos para sus intereses. Queipo de Llano ordenó que por cada hombre huido se detuviera a madres, hermanas e incluso cuñadas y madrastras. Estas mujeres eran detenidas sin ninguna justificación, por ese motivo en sus fichas policiales no aparecen los motivos por los que fueron detenidas y condenadas tras un simulacro de juicio. En las acusaciones aparecían calificativos –casi todos relacionados con la moral- que no aparecían en las de los hombres: conducta licenciosa, vivir amancebada, organizar orgías, hacer vida marital sin estar casada, deslenguada. Con esto lograban dos objetivos: descalificarlas por el hecho de ser mujeres, y equipararlas a las delincuentes comunes y no políticas; pasaron a engrosar las filas de las «mujeres caídas», lo que era lo mismo que llamarlas prostitutas.

También tuvieron que sufrir castigos añadidos a los que se impartían a los hombres. Había que despojarlas de su feminidad, por ejemplo, rapándoles el pelo; pero también había que atentar contra su pudor, que suele ser característica femenina, haciéndoles tomar cantidades ingentes de aceite de ricino y paseándolas por los pueblos para que todos sus convecinos pudieran ver como se hacían sus necesidades encima ¿cabe mayor vejación pública? Y qué decir de las violaciones sistemáticas, en muchas ocasiones en grupo, y que podían acabar con la vida de la víctima.

Mujer en el momento de ser rapada

Incluso a la hora de catalogar el tipo de presos que eran se produjo una diferencia de género ya que la mujer nunca fue considerada presa política, sino que eran catalogadas como mujeres de vida extraviada, forma «elegante» de llamarlas prostitutas. Mientras que los hombres considerados presos políticos no eran mezclados con los presos comunes, las mujeres compartían los mismos espacios que prostitutas, ladronas, etc.

Incluso no eran iguales las torturas aplicadas a hombres y mujeres, lo que no significa que las padecidas por las mujeres fueran más leves, todo lo contrario. Por ejemplo, las mujeres eran golpeadas sistemáticamente en el bajo vientre, donde también les aplicaban corrientes eléctricas; a las embarazadas se les golpeaba en el vientre. Ambas torturas tenían como fin el que las mujeres no pudieran quedarse embarazadas o parir un nuevo ser que genéticamente, según las teorías de Vallejo-Nágera, no eran dignos de pertenecer a la «raza española»

La represión diferenciada sobre las mujeres también se vio reflejada en las nuevas leyes que regirían la sociedad franquista. El 12 de marzo de 1938 se volvió a incorporar el Título IV del Libro del Código Civil de 1889, abolido durante la República. Esta disposición devolvía a la mujer a la situación jurídica del siglo XIX. La mujer quedaba en una situación de franca inferioridad respecto al hombre:

  • Artículo 2: La mujer no podía acudir a un juicio por sí misma.
  • Artículo 22: La mujer está obligada a tomar la nacionalidad del esposo.
  • Artículo 57: Obligaba a la mujer a obedecer en todo momento al esposo.
  • Artículo 58: Estaba obligada a fijar su residencia donde el marido decidiese.
  • Artículo 59: La mujer no podía disponer de ninguna manera de los bienes conyugales.
  • Artículo 61: No podía adquirir o enajenar bienes, aunque fueran suyos, sin el consentimiento del marido.
  • Artículo 321: Aunque la mayoría de edad se establecía para ambos sexos en 21 años, la mujer no podía abandonar el domicilio de sus padres hasta no haber cumplido los 25 o se hubiera casado.

En cuanto al Código Penal, la Ley de 24 de enero de 1941 derogaba los artículos del 417 al 420 de Código establecido en 1932. Se castigaba el haber practicado un aborto, y la propaganda y utilización de medios anticonceptivos. Por su parte el artículo 428 declaraba que solo era adulterio punible el adulterio femenino. Nuevamente la mujer era doblemente castigada. El franquismo no podía perdonar que las mujeres hubieran intentado cambiar su situación dentro de la sociedad; había que dejar claro que eran y cuál era su papel: la subordinación total y absoluta al hombre.

Capítulo 3. Objetivo: humillar a la mujer

La humillación de la mujer era un objetivo a cumplir en todos sus aspectos; incluso en la descripción física que se hacía de ellas. Un ejemplo de lo anterior es el artículo publicado por José Vicente Puente en el diario Arriba bajo el título El rencor de las mujeres feas: .

La humillación debía llevarse a cabo de forma pública para que sirviera de escarmiento y como demostración de lo que les pasaría a todas las mujeres que fueran afectas al régimen. Enrique Santos «El Secretario», vecino de San Vicente de Alcántara (Badajoz) dejó testimonio en su libro de recuerdos de lo que vio hacerle a las mujeres republicanas en su pueblo: No importaba la edad, la humillación la sufrían todas aquellas que hubieran tenido la «desgracia» de nacer con el sexo femenino.

Mujeres adultas y niñas rapadas en Montilla (Córdoba)

Rapadas y purgadas

El rapado del cabello fue llevado a cabo de manera sistemática –sobre todo en las poblaciones rurales-, era una forma de señalar a las mujeres que de alguna manera habían celebrado el establecimiento de la República, habían colaborado con él, o simplemente lo habían aceptado. Si te negabas a ser rapada te esperaba la muerte, como le ocurrió a una mujer de 53 años en Aranda de Duero (Burgos). El rapado solía ir acompañado de la ingesta de aceite de ricino que provocaba que las víctimas no pudieran controlar sus esfínteres, para mayor escarnio y vergüenza pública.

Mujeres rapadas.

Como hemos señalado estas humillaciones debían hacerse a la luz pública para que tuvieran mayor impacto tanto en las víctimas como en la población en general. En muchas poblaciones, para mayor escarnio, las procesiones de las peladas y purgadas se llevaban a cabo en días en los que hubiera el mayor número de espectadores posibles. Así ocurrió en Villadiego (Burgos), en donde varios testigos recordaban como se llevó a cabo la exposición pública de las mujeres represaliadas: .

Rapadas y paseadas

Además de ser rapadas a algunas les añadían «adornos» generalmente asociados al nuevo régimen que se implantaba. Carmen Luna Alcázar era una utrerana que el 18 de julio salió por las calles de Sevilla protestando por el golpe; fue detenida al 28 de noviembre de 1936. A Carmen le raparon la mitad de la cabeza, en la otra mitad le colgaron banderitas rojigualdas. La ataron a la cola de un caballo y la pasearon por Sevilla antes de asesinarla. En Écija un grupo de mujeres fueron expuestas en la puerta del convento de Santa Inés, les habían rapado la cabeza y colocado un escapulario en la boca. A otras les grabaron signos falangistas en los pechos. Las hubo que no pudieron soportar tantas humillaciones. En Marchena Antonia Moreno ya había sido rapada y paseada, cuando supo que la iban a volver a detener acabó con su vida arrojándose a un pozo.

No fueron pocas las mujeres que fueron señaladas por sus propias vecinas para que fueran rapadas y purgadas. La mallorquina Julia Palazón lo recuerda: la culpa era de las beatas del barrio. Cuatro beatas de la barriada elaboraban las listas de las mujeres que tenían que ser llevadas a tomar aceite, se la pasaban al cura y él daba el visto bueno

La Cruz Roja Internacional publicó un informe en el que definían el rapado de pelo, la purga con aceite de ricino y las exhibiciones públicas como estados de vejación personal a las mujeres, definiéndolas como . El mensaje implícito que llevaban las vejaciones y violencias a que eran sometidas las mujeres era: «tú eres mía y puedo hacer contigo lo que quieras».

En ocasiones no era suficiente con el escarnio de verse rapadas, sino que además tenían que pagar el «servicio» como les obligaba a hacer el barbero de Sartaguda (Navarra). Aunque hay que señalar que todo lo contrario era el peluquero de Andosilla, también en Navarra, que haciendo un gesto de gran valentía se negó en redondo a rapar a las mujeres; se desconoce el precio que tuvo que pagar por tal negativa.

La ingesta obligada de aceite de ricino solía acompañar al rapado del cabello. Incluso se escribió en alguna ocasión que los médicos debían recetarlo como medicina para «salvar la Patria». El 8 de octubre de 1936 en Azul Diario de Falange Española de las J.O.N.S apareció un artículo titulado Medicinando España. Aceite de Ricino. En el artículo se decía .

En Azafra (Navarra) siguieron al pie de la letra las recomendaciones del diario falangista. Los domingos al mediodía a las «rojas» se les daba aceite de ricino, para posteriormente pasearlas por el pueblo a la salida de misa, para mayor regocijo de las muy devotas «gentes de bien». En Falces, también población navarra en lugar de pasearlas a la salida de misa lo hacían cuando las niñas salían de los colegios. María fue una de las testigos que declaró ante el Tribunal Supremo en el sumario que abrió el juez Baltasar Garzón contra el franquismo. Su madre había sido fusilada sin juicio previo, su testimonio es sobrecogedor. . No sólo se mezcló el ricino con guindillas, en ocasiones era mezclado con gasolina.

Violadas

En este apartado, como en los posteriores, voy a proporcionar numerosos testimonios de mujeres que padecieron en su piel, o en la de sus seres más próximos, las distintas formas de vejaciones, torturas, en definitiva represiones que sufrieron. Nadie mejor que ellas para, a través de su testimonio, conocer lo que sintieron y sufrieron estas mujeres.

De las violaciones se conoce solo un mínimo de casos con respecto de las que se llevaron a cabo. Ni los verdugos, por razones obvias, ni las víctimas, por la vergüenza y el dolor que les produce recordar la humillación sufrida hacen que no se conozca sino una parte ínfima de todas las violaciones que se hicieron.

Durante la contienda la mujer fue considerada botín de guerra, por este motivo cualquier vileza que se ejerciera contra ella no solo no era castigada, sino que era alentada y aplaudida por los mandos. De lo anterior es fiel reflejo una de las alocuciones radiofónicas de Queipo de Llano desde Radio Sevilla: Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a las mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen.

Varios periodistas extranjeros fueron testigos de estas violaciones, que generalmente acababan con el asesinato de la víctima. Para mayor escarnio, los verdugos que las cometían se jactaban de ello. Noel Monks, corresponsal del Daily Express, fue uno de los que denunció las atrocidades cometidas por las tropas franquistas a las mujeres: . Edmond Taylor, corresponsal del Chicago Tribune, refiere que a una miliciana capturada cerca de Santa Olalla (Toledo), la encerraron en una habitación con cincuenta moros.

El periodista John T. Whitaker fue testigo de una repugnante escena en compañía de El Mizzian (mando de los Regulares):

Las violaciones no acabaron con la contienda; muchas mujeres fueron violadas en las cárceles, y en las comisarías; en ocasiones se vieron forzadas a transigir con las proposiciones sexuales de los vencedores con la esperanza de salvar la vida de algún familiar encarcelado. Testigo de estas bajezas, nada sospechoso de ser rojo, fue Eduardo Pérez Mínguez, sacristán de Santa María de Oya (Pontevedra): .

Las esposas, hermanas, hijas de los presos tuvieron que sufrir sistemáticas violaciones por parte de los franquistas. María Dolz, que contaba 13 años, narra lo que ella vio en la plaza de toros de Valencia:

No bastaba con violar a las mujeres había que hacérselo saber a sus familiares varones encarcelados. El capellán de El Dueso, el padre Tomé, en la misa a las que obligaban a asistir a los presos, les dijo: . Un verdadero ejemplo de caridad cristiana.

Algunas incluso fueron violadas después de muertas, como le ocurrió a Frasquita Avilés. Su delito fue haber rechazado las proposiciones de un falangista. Unos falangistas la llevaron al cementerio donde la violaron después de asesinarla.

Sobre las violaciones sufridas por las mujeres republicanas disponemos de testimonios, tanto de mujeres que las padecieron como de personas muy próximas a las víctimas.

Testimonio de una mujer de Fregenal de la Sierra (Badajoz): .

Alejandra, vecina de Cantalpino (Valencia):

Antolina Materranz recuerda un trágico suceso ocurrido cuando ella estaba recluida en el Salón Olimpia de Torrelavega, que había sido habilitado como cárcel: .

Muchas fueron las mujeres violadas en las comisarías o las cárceles, y muy pocas las que tuvieron el valor de denunciarlo, como sí hizo una reclusa de la prisión de mujeres de Almería, como se refleja en un escrito del jefe de la Prisión Provincial. Uno de los pocos que fue sancionado por abusar de mujeres fue Ramón Ripio, que se jactaba ante los presos de lo que había hecho a sus mujeres. Ripio fue destituido de su cargo en la prisión de Colmenar Viejo, no por violación sino por malversación de fondos.

Denunciada presentada por una reclusa de la cárcel de Almería.

En cualquier caso las denuncias no solían servir absolutamente para nada; la impunidad con la que actuaron todos aquellos que violaron a mujeres fue prácticamente total. Los sumarios que se abrían a guardias civiles, falangistas o militares por «abusos deshonestos» solían ser sobreseídos. Una de las causas que alegaban para el sobreseimiento era . Y se preguntará el amable lector que tendrá qué ver una cosa con otra; pues eso.

Conocemos los nombres y apellidos de algunos infames violadores de mujeres. Vamos a detenernos en algunos de ellos, porque estimo que ya que empleamos nuestros esfuerzos, nunca suficientes, en conocer el número de víctimas de la feroz represión franquista y en dar a conocer sus nombres; también debemos saber los nombres de quienes fueron sus verdugos.

Hay que señalar en primer lugar a uno de los mandos que con mayor ahínco alentó que se produjeran estos repugnantes actos. Ya hemos hablado del general Queipo de Llano, pero no está de más añadir algún detalle sobre la personalidad de tan siniestro personaje y su desprecio hacia la mujer, sólo comparable a su sed de sangre. Arthur Koestler entrevistó a Queipo a principios de septiembre de 1936; una conclusión a la que llegó el periodista húngaro fue constatar el carácter misógino del general franquista: .

El 29 de agosto de 1936, Queipo en su parte de guerra emitido a través de las ondas de Radio Sevilla, decía: Han caído en nuestro poder grandes cantidades de municiones de artillería e infantería, diez camiones y otro mucho material; además de numerosos prisioneros y prisioneras ¡Qué contentos van a ponerse los Regulares y qué envidiosa la Pasionaria! Este vil espécimen está enterrado en la iglesia de la Macarena de Sevilla. Así nos luce.

Manuel Díaz Criado, elegido por Queipo para dirigir la represión en Sevilla sólo admitía visitas de mujeres jóvenes para pedir clemencia por algún familiar detenido; solamente si se doblegaban a sus exigencias sexuales tenían alguna posibilidad de salvar a la persona por la que se interesaban.

Fernando Zamacola

Juan Vadillo fue denunciado por un alférez provisional destinado en El Bosque, el 4 de marzo de 1940. Le acusaba de haber asesinado a menores de edad, incluso de buena ideología, de violar mujeres y de incautarse de los bienes de sus víctimas. En el juicio que se celebró contra Juan Vadillo, el que entonces era comandante de puesto de El Bosque declaró que oyó hablar de violaciones de mujeres por parte de Vadillo y de un falangista perteneciente a Los Leones de Rota llamado Fernando Zamacola. M.M.G declaró que fue violada por Vadillo en la casa de éste, quedando embarazada. En el juicio que se celebró en julio de 1941, Juan Vadillo fue condenado a 17 años. Salió de prisión gracias a un indulto en 1953.

Aunque los voceros franquistas, y en parte también los «equidistantes» han mantenido, y mantienen, que en el bando republicano también fue constante la violación de mujeres, habría que recordarles que en la Causa General solamente aparece el caso de una mujer que sufriera abusos sexuales, concretamente una monja. No negaré que probablemente hubo más casos; pero ni cualitativa ni cuantitativamente son comparables.

Torturadas

Las torturas, bien para sacar información o simplemente por el placer de hacer daño, era el método habitual que emplearon todas las fuerzas represoras franquistas; torturas que se alargaron en el tiempo incluso hasta después de la muerte del dictador. En la tristemente famosa DGS (hoy sede del gobierno de la Comunidad de Madrid) la frase: le llevamos a diligencias significaba que iban a la sala de torturas. Colocar astillas en las uñas, aplicar corrientes en los pezones o en los genitales, e incluso meter ratas por la vagina, eran algunos de los métodos que se utilizaron contra las mujeres.

Tanto las torturas sicológicas –fue bastante común la simulación de ejecuciones- como las físicas tenían como fin algo más que doblegar físicamente a la víctima, en ocasiones se les añadían sufrimientos añadidos, como le ocurrió a una mujer de Navalucillos (Toledo), que fue torturada delante de sus hijos de tres y cinco años.

La crueldad de los interrogatorios es difícil de entender que fuera aplicada por personas mentalmente sanas. Concepción y Fernanda Casado Malsipica, fueron salvajemente torturadas en una comisaría. José Rodríguez Vega, también detenido en la misma comisaria recordaba lo ocurrido: Ambas serían ejecutadas el 19 de febrero de 1940.

Muchas mujeres tuvieron secuelas de por vida tras las torturas recibidas. A Rosa Estruch, tras ser salvajemente torturada, se le cambió la condena de 15 años de prisión por diez de prisión atenuada, pues había quedado paralítica. A Remedios Montero las secuelas de los interrogatorios le imposibilitaron para tener hijos. María Torreño –vecina de El Gastor (Cádiz)-, durante los interrogatorios perdió al hijo que esperaba, la dejaron ciega; poco después murió a causa de las heridas que le infringieron durante la tortura.

Las torturas que sufrieron las mujeres en comisarías, cuartelillos de Falange o de la Guardia Civil, o en las cárceles, imposibilitaron a muchas para poder tener hijos. Este era un objetivo de los torturadores, evitar que estas mujeres «parieran rojos».

Demos voz a las mujeres antifascistas que padecieron las torturas de los secuaces del régimen franquista.

Carmen Machado recuerda que cuando eran llamadas a diligencias, sabían que iban a ser torturadas. Muchas no volvían y otras lo hacían en estado lamentable. Carmen fue sacada para «diligencias» y trasladada a la Jefatura de la Policía Urbana, ubicada en la calle Jorge Juan, 5 de Madrid. El jefe de esta jefatura era el guardia civil Aureliano Fontela: […] aquel sitio tenía fama de chica joven que entraba, salía violada. Y nosotras éramos chicas que estábamos entre los dieciocho y los veintiún años recién cumplidos, como era mi caso. Carmen también habla de los abusos que sufrió por parte de Aureliano Fontela: .

Manolita del Arco dejó testimonio de lo que le ocurrió a María Blázquez del Pozo: . María Blázquez salió en libertad en febrero de 1943. Una hija suya, que había criado una hermana, no la quería por las cosas que sobre ella había dicho su tía. Cuando salió en libertad se unió a la guerrilla urbana del PCE en Galicia. Fue herida cuando se interpuso entre Gómez Gayoso –su compañero sentimental, también en la guerrilla- y los policías que iban a detenerlos. A María nunca le sacaron la bala que tenía alojada en el vientre –estaba embarazada-.

Manolita del Arco

Manolita del Arco estuvo 18 años ininterrumpidos en la cárcel. Salió en libertad vigilada el 11 de mayo de 1960. Manolita había sido detenida por los casadistas; la dejaron libre el 28 de marzo de 1939, a los tres días fue detenida por los franquistas, no había cumplido aún los 18 años. En 1942 es nuevamente detenida, acusada de reorganizar el PCE. Condenada a muerte, se pasó tres meses en los sótanos de la DGS, desde allí la trasladaron a la cárcel de mujeres de Ventas: .

Agustina Sánchez Sariñena, tuvo que sufrir a Roberto Conesa. Agustina fue detenida el 13 de abril de 1939; juzgada en enero de 1940 fue condenada a muerte, posteriormente conmutada la pena por la de 30 años de prisión: .

 

María Valés también dejó testimonio de las torturas que sufrió en la DGS: .

Petra Cuevas

Era tal el valor de estas mujeres que a veces les quedaban fuerzas para reírse de sí mismas. Tomasa Cuevas cuenta uno de estos rasgos de humor:

Esperanza Martínez García (nombre clandestino Consuelo Pallarés Olivares) fue una de las mujeres que se incorporó a la guerrilla una vez acabada la guerra civil. Detenida cuando viajaba en tren hacia Salamanca. En Burgos fue interrogada: me sacaban a todas horas y me pegaban. También fue torturada en la DGS de Madrid: . Esperanza cuenta otros tipos de tortura que eran practicados, como meter varillas en las uñas, o hacerles arrodillarse encima de montones de sal y tenerlas así durante horas.

Hay constancia de que en algunos interrogatorios hubo presencia de miembros de la Gestapo. Ángela Santamaría (detenida en Valencia en 1939) habla de esta presencia germana: .

No está de más conocer el nombre de algunos de estos psicópatas que no dudaron en torturar aplicando los métodos más crueles que podamos imaginar. Algunos de ellos siguieron actuando tras la muerte de Franco, Antonio González Pacheco “Billy el Niño”, o Roberto Conesa Escudero, que incluso fue ascendido ya en democracia; Carlos Arias Navarro, último presidente de un gobierno franquista; Eduardo Quintela Bóveda, Aureliano Fontela, y un largo etcétera.

Eduardo Quintela Bóveda
Arias Navarro con el Emérito.
Roberto Conesa Escudero
Antonio González Pacheco “Billy el Niño

Capítulo 4. Encarceladas

Presas en la cárcel de Durango

La fiebre represora que invadía a los sublevados provocó que se produjeran en las cárceles hacinamientos difícilmente pensables. Cualquier excusa era suficiente para que acabaras en una cárcel franquista. En el caso de las mujeres a la mayoría se les imputó el delito de auxilio a la rebelión; lo que les venía a colocar como inductoras de los hombres para que estos llevaran a cabo acciones «revolucionarias». Pero hubo otras muchas causas. No fueron pocas las mujeres denunciadas, por el simple hecho de haber rechazado a antiguos pretendientes, ahora en las filas franquistas. El si no eres mía no eres de nadie, clara violencia de género, hizo que muchas mujeres acabaran en prisión.

No importaba nada para poder ser condenadas, ni la edad, ni la condición física, estar embarazadas, de ahí que muchas mujeres dieran a luz en las prisiones en las peores condiciones y sin asistencia médica en la mayoría de los casos, lo que provocó la muerte de muchas de ellas. Nieves Waldemer recuerda un caso ocurrido en la prisión de Guadalajara: .

Era tal el hacinamiento producido en las cárceles por el ingente número de reclusas y reclusos que el régimen se vio obligado a conceder indultos para evitar el colapso judicial y un mayor colapso carcelario.

Manolita del Arco en 1957 en la prisión de Alcalá de Henares.
María Teresa Toral.

Si ya de por si el encarcelamiento es una carga física y mental difícilmente soportable, aún es peor cuando estas condenada a muerte, esperando el fin de tus días. Juana Doña nos dejó en sus memorias testimonio de cómo trataban a estas mujeres en las prisiones: . Algunas no sólo perdían la vida, sino que, además, en sus últimas horas eran humilladas, como el caso de las que eran obligadas a confesarse si querían escribir una última carta a sus seres queridos.

Pascuala López González, en un estremecedor relato, contó los últimos momentos de su sobrina Lola:

Flor Cernuda Aragonés, que estuvo presa en Ocaña, Durango y Orue, cuenta los últimos momentos de dos compañeras:

Las torturas y vejaciones que sufrían las mujeres eran constantes. En se publicó un artículo, titulado La cárcel de Belchite, las muchachas de las Juventudes y los niños, en el que se daba cuenta de algunas de las atrocidades que tuvieron que soportar por parte de sus guardianes: .

Nuevamente el testimonio de Flor Cernuda nos sirve para conocer los sufrimientos de las presas: Allí [Ocaña] conocí a una chica de la provincia de Ciudad Real, se llamaba María Fernández. A aquella mujer la vi como lentamente se fue quedando imposibilitada hasta que dejó de andar. Primero iba arrastrando los pies poco a poco. De una paliza que le dieron le rompieron la espina dorsal.

También sufrieron torturas de muy diverso tipo, tanto físicas como sicológicas. Recibían palizas, se les mutilaba parte del cuerpo, empleo de aparatos de tortura, como uno conocido como «molino del diablo», exportado de la Alemania nazi; se trataba de un artilugio en forma de aspa en donde se ataba de pies y manos a la reclusa y comenzaban a darle vueltas. Otros castigos eran meterlas en celdas de castigo por tiempo indefinido, prohibirles la correspondencia y recibir paquetes, arrebatarles la colchoneta donde dormían, quitarles los pocos utensilios que pudieran tener, etc.

Como no podía ser de otra manera las violaciones estaban al orden del día, con la ayuda, en ocasiones, de las propias funcionarias, como por ejemplo sucedía en la prisión de Albacete en donde todos los días dos funcionarias elegían a dos reclusas, entre las más jóvenes para ser violadas en un cuarto que había bajo la escalera. Lo mismo ocurría en la cárcel de Ocaña, y en otras muchas. Llegaron a tal número, que en la prisión de Cáceres las denuncias hicieron que se abriera un expediente a varias funcionarias; estas fueron sancionadas, pero no por las violaciones, sino por haber rifado un cerdo dentro de la prisión, escamoteado del rancho de las presas.

La vida en la cárcel

Aunque más adelante profundizaremos en cómo era la vida de las reclusas en las cárceles franquistas, haciendo un recorrido por algunas de ellas, trazaremos unos rasgos generales de cómo pasaban los días las presas en los centros penitenciarios.

Las reclusas tuvieron que vivir en situación extrema un día tras otro. Las prisiones no se adecuaron para que tuvieran lo más imprescindible para poder residir en ellas con un mínimo de dignidad; por ejemplo en la prisión de mujeres de Segovia, las presas tenían que soportar los gélidos inviernos de la capital castellana sin ningún tipo de calefacción. En la de Saturrarán, los pabellones no tenían ningún tipo de mobiliario, ni siquiera mesas para comer; las primeras reclusas en llegar en enero de 1938 dormían directamente en el suelo.

La normal general fue que en todas las cárceles se produjo un terrible hacinamiento – en celdas 3,80 x 3 metros se llegaban a hacinar hasta trece personas, que unido a la falta de salubridad, propició la aparición de numerosas enfermedades y grandes epidemias de piojos y otros parásitos.

Si unimos a lo anterior la falta de agua para el aseo personal, y una alimentación que estaba muy lejos de cubrir las necesidades mínimas, no es de extrañar que el índice de mortalidad entre las reclusas alcanzara cifras altísimas. En algunos casos, cuando era evidente que la reclusa iba a fallecer se le concedía como «gracia especial» que retornara a su domicilio. De esta forma rebajaban el índice de mortalidad, así podían presentar estadísticas menos escandalosas.

La alimentación era lamentable, alcanzó tales límites que en 1944, y en vista de que el aporte calórico de la comida no llegaba, ni de lejos, a las 1.500 calorías, se elevó el gasto para manutención de las presas a 3 pesetas/día; la mitad de lo que se asignaba a las monjas que colaboraban y cinco pesetas menos que lo asignado a los funcionarios de prisiones.

Carlota O’Neill dejó testimonio de lo poco que le importaban las mujeres a los franquistas. . Se pueden imaginar con esa cantidad lo que podían comprar, poco más que nada.

El hambre provocó que algunas mujeres llevaran a cabo actos desesperados para paliarlo. Flor Cernuda Aragonés recuerda lo que llegó a hacer una compañera de presidio:

Angustias Martínez recordaba en el documental Del olvido a la memoria: presas de Franco, las comidas que recibían: Hemos sacado del rancho, trozos de alpargatas. Dígame como era el rancho de bueno. En ese mismo documental, Nieves Torres –condenada a muerte- recordaba el «menú especial» que dieron en Nochebuena en la cárcel de Ventas: El día de Nochebuena nos dieron una patata cocida.

Otro elemento imprescindible para la supervivencia es el agua; esta no solamente era escasa, sino que en ocasiones les era vetada por sus carceleros. Julia García Llorente cuenta su experiencia: .

La gran Tomasa Cuevas, que pasó varios años en distintas cárceles franquistas, y que en los años setenta cogió una vieja grabadora y se dedicó a recorrer España tomando el testimonio de antiguas compañeras; también nos ha dejado su impagable testimonio.

Tomasa Cuevas
Tomasa Cuevas

Nos habla Tomasa Cuevas de su estancia en la prisión de Guadalajara: . Cuenta Tomasa la crueldad de los carceleros: Había gentes que les llevaban botijos con agua, los carceleros arrojaban el agua desde lo alto de la escalera para que vieran las reclusas. En otra ocasión los falangistas dejaron abierto un pozo que había en el patio: .

Las cárceles solían estar dirigidas por militares que lo primero que hicieron fue instaurar una rígida disciplina castrense; esto provocaba tener que hacer constantes formaciones para efectuar recuentos, a veces teniéndolas durante horas aguantando las inclemencias del tiempo. Otra limitación era la correspondencia que podían tener con el exterior; solamente recibían una carta a la semana, y esta no podía exceder de 18 líneas, incluida la firma; esto hacía que, tras el paso previo por la censura, no tuvieran prácticamente nada que leer. Ahora bien, si te suscribías al periódico Redención, al suscribirte te concedían trece comunicaciones orales o escritas por trimestre.

Para tener la posibilidad de reducir la pena se comenzó a dar a las presas la posibilidad de reducir su condena a través del trabajo. A tal efecto se crearon talleres de costura, dirigidos por religiosas. El 1 de julio de 1940 se abrió el taller de costura en la cárcel de Ventas; bastante tiempo después de que se creara el Patronato de Redención de Penas por el Trabajo, y algo más tarde los de Les Corts y Amorebieta.

Al contrario que los hombres las mujeres no podían realizar trabajos extramuros, aunque hubo alguna excepción, como fue el caso de Julia de la Torre –encarcelada en Ventas en abril de 1939-; durante tres meses, ella y otras 110 mujeres eran sacadas de prisión para ir a fregar palacios y ministerios –según sus propias palabras-. En esta ocasión se saltaron hasta sus propias leyes, ya que una disposición de 1938 dejaba claro que el trabajo carcelario solo lo podrían realizar reclusos con penas leves; y Julia había sido condenada a muerte el 30 de marzo de 1940.

Taller de costura de la prisión de Amorebieta.

Supuestamente el trabajo en los talleres era «voluntario», falacia que desmiente Mercedes Núñez Targa que estuvo trabajando en un taller de ropa: . En definitiva que al igual que los hombres, el trabajo de las mujeres era una explotación pura y dura para mayor beneficio del Estado y de las empresas protegidas por el régimen.

Como no podía ser de otra manera había que intensificar la reconversión de las presas a la fe cristiana, siguiendo los parámetros establecidos por el nacionalcatolicismo. A tal efecto el 30 de agosto de 1938 se dio carta blanca para la contratación de servicios con las órdenes religiosas. De esta forma se retornó a que las cárceles de mujeres volvieran a ser controladas por monjas, que hasta la llegada de la República habían dirigido a su antojo las prisiones femeninas, hasta su expulsión de las mismas por las reformas de Victoria Kent.

Las principales órdenes religiosas femeninas que colaboraron en la dirección de las cárceles fueron las Hijas de la Caridad, Oblatas, Hijas del Buen Pastor y las Cruzadas. Estas monjas coparon el poder económico y administrativo, haciendo y deshaciendo a su antojo.

Prácticamente todas las órdenes religiosas femeninas que prestaron servicios en las cárceles dieron gala de una tremenda brutalidad. En este caso la historia de lo que hicieron estas monjas se ha olvidado. Una de las órdenes que destacó en los malos tratos fue la de Las Hijas de la Caridad de San Vicente Paúl. Pues bien, a esta orden se le otorgó en 2005 el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia por su excepcional labor social y humanitaria en apoyo de los desfavorecidos desarrollada de una manera ejemplar durante cerca de cuatro siglos, añadiendo en su justificación del premio: su promoción, en todo el mundo de los valores de la justicia, la paz y la solidaridad. Se olvidan de la actuación de estas monjas durante el siglo XX y hasta que fueron expulsadas de las cárceles en 1931; del mal trato, en algunos casos llegando a la crueldad más extrema, que las monjas de esta orden habían practicado en las cárceles españolas. Malos tratos que volvieron a practicar cuando Franco las devolvió a las prisiones en 1939

Miembros de las Hijas de la Caridad de S. Vicente Paul, recibiendo el premio.

Una de las herramientas que utilizaban las «caritativas» monjas para doblegar la voluntad de las reclusas, y que se arrepintieran de su pecados era privarlas del rancho, lo que no hacía sino aumentar el hambre endémica que padecían. No fue hasta mayo de 1944 cuando las órdenes religiosas comienzan a perder aparte de su poder omnímodo dentro de las prisiones de mujeres. Aunque las religiosas fueron sustituidas por funcionarias de prisiones –adscritas a la Sección Femenina- no mejoró el trato dado a las presas.

La crueldad de muchas de las monjas que custodiaban a las presas era de una inhumanidad que es difícil de explicar y menos aún de entender. Carmen Machado narra como una teresiana de nombre María Teresa Igual, se regodeó contando cómo había muerto una compañera fusilada: […] se presentó por la mañana María Teresa, la teresiana que la sacó, y estuvo relatando cómo habían caído. Aquello fue de un sadismo… porque contó que, entre otras cosas, Anita López había quedado tan guapa que el oficial que mandaba el piquete no creyó que estaba muerta cuando se acercó a darle el tiro de gracia, y que Blanquita, otra que iba en el expediente, había quedado con vida y había creído, por lo visto, que se le iba a respetar […] Cuento esto para demostrar en qué manos estábamos.

Otro ejemplo del sadismo del que hacían gala algunas religiosas nos lo cuenta Adelaida Abarca: En la cárcel las monjas [oblatas] nos amenazaban constantemente que nos pondrían en un barco y que nos llevarían a alta mar y allí nos hundirían

Prisiones atendidas por religiosas.

Como apunta Rodríguez Padilla: El Nacional Catolicismo debía de imponer la religión en todos los ámbitos de la sociedad, y los que se apartaran de la verdadera vía serían sus objetivos preferentes durante años, siendo un modelo de justicia divina y perdón religioso. El control religioso dentro de la vida carcelaria, iba a representar, poco a poco, un valor en alza, que llegaría a acaparar cada vez más parcelas de poder.

El control religioso se llevó a cabo con especial dureza en las cárceles de mujeres. En una circular de 19 de enero de 1939 se establecía qué hacer con las blasfemas: A las reclusas que incurran en semejante falta se les impondrá la primera vez privación de comunicaciones oral y escrita por tiempo ilimitado, hasta que se aprecie un arrepentimiento, y en caso de reincidencia, además de aplicarles alguna de les restantes correcciones que determina el artículo 100 del Reglamento, quedarán inhabilitadas para obtener el beneficio de la libertad condicional y de la redención de penas por el trabajo. Este castigo se unía a la paliza que recibía la infractora.

¡Ay de aquella que no mostrara profesión de fe católica! Remedios Montero recordaba una experiencia que vivió en la Prisión Provincial de Mujeres de Valencia; un día el párroco de la prisión la hizo llamar: “Bueno ¿Y tú por qué no rezas? Yo le dije ¿Porqué no soy católica? Tú eres cristiana. “Sí soy cristiana porque me han bautizado sin mi permiso, pero no soy católica”. Entonces dijo “Ya sé porque estás aquí entonces, por bandolera”. Llamó a la funcionaria y le dijo: “Esta bandolera métemela en la celda hasta que yo le diga”. Me metieron en una celda incomunicada y estuve un mes allí. Yo decía: “Todo un ministro de Dios, que siempre habla de perdón.

Para «afirmarlas» en su fe católica no dudaron en llevar a cabo actos humillantes. En el Convento de Santa Clara de Valencia llevaron a término una humillación que venía a decir «si no quieres caldo, toma dos tazas». En junio de 1940 se produjo la entronización del Sagrado Corazón de Jesús, con una imagen que tuvieron que pagar las propias reclusas.

Una de las condiciones para poder acogerse a la redención de pena por el trabajo era el tener instrucción religiosa. En algunas ocasiones se produjeron hechos realmente kafkianos. Carmen Caamaño, miembro de la FUE y de la Asociación Española de Mujeres Universitarias, había trabajado en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, siendo nombrada en 1939 gobernadora civil de Cuenca. Era una mujer con una gran inteligencia y cultura.

Carmen Caamaño

Carmen Caamaño suspendió el examen de religión por lo que no pudo acogerse a la redención de pena. Es significativo el caso, ya que demuestra que lo de menos era aprobar o no -se concedía arbitrariamente- ya que según el informe con fecha 9 de diciembre de 1944, de la entonces directora adjunta de la cárcel de Ventas, María Irigaray: Carmen Caamaño Díaz ha trabajado en el mismo y figurado en “L, 3” desde el día primero de julio de 1943 hasta la fecha. También se hace constar que en el examen de final de curso 1943-1944 obtuvo la clasificación de aprobado en el grado superior de religión

A pesar de la trágica situación en la que se encontraban las reclusas, no decaía en ellas el espíritu de solidaridad con las compañeras en peor situación, también con aquellos que estando en libertad vivían en condiciones de miseria. Jesusa Pérez Granja, recluida en la cárcel de San Marcos de León, recordaba esta solidaridad con los más necesitados: Iban niños por la ventana, los que habían matado al padre y la madre, y nosotras guardábamos chuscos de pan y se los dábamos por las rejas.

Tampoco menguó en ellas su capacidad de resistencia ante las villanías que estaban sufriendo. No fueron pocas las mujeres que se rebelaron contra la situación que padecían en las cárceles. Llevaron a cabo huelgas de hambres en 1940, 1942, 1945 y 1947, a pesar de los castigos que sufrían por su rebeldía. Valga como ejemplo lo sucedido en la prisión de Lérida. El 29 de marzo de 1940 en la prisión provincial de Lérida apareció un cartel en la pared del patio central hecho con algún objeto punzante en el que se leía ¡Muera Franco y Viva Azaña! Para averiguar quiénes habían sido las autoras, la dirección de la prisión castigó a todas las reclusas a no recibir los paquetes que les enviaban sus familiares, durante un mes; asimismo les obligaron a escribir en la pared su nombre junto a la palabra Franco.

La prohibición de recibir paquetes se mantenía, ya que no se descubría a las autoras del cartel. Ante el riesgo de que muchas murieran de hambre, como ya había sucedido en otras ocasiones, las Damas Catequistas se presentaron pidiendo que se levantara el castigo, a lo que accedió la gerencia de la cárcel. Enterado del hecho el director general de Prisiones, Máximo Cuervo, quiso saber por qué se había levantado el castigo, a lo que se contestó que había hecho a petición de las Hermanitas de la Caridad y de la maestra. Cuervo exigió la renuncia de las monjas y de la maestra a volver a interferir en un castigo disciplinario.

Otro acto de rebeldía lo protagonizó Águeda Campos Barrachina; el 14 de abril de 1940 –llevaba en la cárcel desde 1939, junto a sus dos hijas de corta edad- confeccionó con retales de tela una bandera republicana, que fijada en un palo de escoba, estuvo ondeando todo ese día en el Convento de Santa Clara de Valencia –habilitado como prisión-. Un años después ella, y su esposo José Muñiz, fueron fusilados en las tapias del cementerio de Paterna.

La resistencia llegó en algunos casos hasta el último momento de sus vidas. Flor Cernuda recuerda la actitud de su suegra Josefa Perpiñán cuando iba a ser fusilada: a las seis de la mañana, a última hora les dieron un Cristo para que lo besaran, mi suegra cogió el Cristo y se lo tiró a la cabeza al cura; no lo mató porque el otro bajó la cabeza; sino, creo que lo deja en el sitio. La pobre empezó a darme recomendaciones, que mirase por sus hijos.

Estos han sido unos pocos ejemplos de la lucha que mantuvieron las presas republicanas no dejándose doblegar nunca por sus verdugos por mucho que lo intentaran. Una muestra más del extraordinario valor de estas mujeres, que aún en las peores condiciones continuaron luchando por sus ideales.

Capítulo 5. Las cárceles franquistas

Geografía de algunas de las cárceles de mujeres franquistas [111]
En este capítulo trataremos sobre las cárceles habilitadas por el franquismo para las mujeres – en la posguerra existieron hasta 43 cárceles solo para mujeres-; que una mujer que las padeció, Josefa Amalia Villa, definió perfectamente: almacenes de reclusas. Amén de una visión general nos pararemos más detenidamente en algunas de ellas.

La llegada de Victoria Kent a la Dirección General de Prisiones, supuso un cambio radical en el sistema penitenciario español. Amén de mejorar sensiblemente las condiciones de vida de los reclusos, impulsó la creación de nuevas cárceles – como la cárcel de mujeres de Ventas, sustituyendo a la anterior cárcel sita en el antiguo convento de las Madres Comendadoras-, y la mejora de otras muchas; el fin era eliminar el hacinamiento, mejorar la salubridad de las mismas, la alimentación de los reclusos, etc. Todas las mejoras llevadas a cabo por Victoria Kent fueron cercenadas por el nuevo régimen.

Amén de en las cárceles las mujeres también pasaron por los campos de concentración, aunque no se creara ninguno específico para ellas. Hay constancia de la presencia de mujeres en los campos de concentración de Los Almendros (Alicante); Cabra (Córdoba); Convento de Santa Clara (Soria), Campasancos (La Guardia-Pontevedra); El Sardinero (Santander) y San Marcos (León). En este último campo estuvieron recluidas unas 300 mujeres.

Al ingresar en el campo, hombres y mujeres eran recibidos por un «Comité de Recepción» formado por guardias civiles, falangistas y funcionarios, que lo primero que hacían era propinarles una brutal paliza. Consuelo Gómez Demaría fue una de las mujeres que sufrió estas palizas: Unos falangistas de verdad y otros deseando parecerlo para redimirse de los castigos de los asesinos por los que estaban invadidos; nos maltrataban con crueldad […] Cogían las almadreñas por la pella de atrás y con el resto nos daban con fuerza en la espalda y donde podían. A mí me rompieron una vena en la espalda y estuve algún tiempo echando sangre por la boca.

El jefe del Campo de Concentración de San Marcos era el comandante de Caballería José Llamas del Corral; para hacer méritos ante sus jefes, en 1937 devolvió 101.445,75 pesetas de las que le habían designado para la alimentación de los reclusos y reclusas; en 1938 aumentó la cifra devuelta a 121.010,28 pesetas. Algún inocente lector podría pensar que era un magnífico administrador; pues no, el ahorro lo lograba haciendo padecer aún más hambre a los presos que habían tenido la mala fortuna de caer bajo su dirección.

Ante la ingente cantidad de presos se tuvieron que alquilar edificios particulares para habilitarlos como prisiones. En marzo de 1942, existían 55 edificios de este tipo funcionando como cárceles.

Tal fue el colapso a que había llegado el sistema penitenciario que el 9 de enero de 1940 se ordenó la puesta en libertad de aquellos de los que no se supiera la causa de su encarcelamiento. También se daba la libertad a los presos gubernativos: siempre que hayan transcurrido treinta días desde su detención o ratificación de ésta. Ante los malos resultados que estaba dando esta orden, el 2 de septiembre de 1941 se impusieron requisitos para tramitar las denuncias con el fin de evitar: […] que las denuncias o acusaciones que se formulen contras presuntos responsables puedan agravar ineficazmente su situación por basarse en estímulos personales de tipo vindicativo, en vez de inspirarse en móviles de justicia y exaltación patriótica. Debido a esta norma a partir de ese momento, teóricamente, no se atendían las denuncias anónimas y sin testigos

Había ciertas diferencias entres las cárceles para hombres y las destinadas a las mujeres. Por ejemplo; en las segundas había presencia de niños, hijos de las presas, incluso de algunos nacidos en la prisión. Otra hecho diferencial es que, mientras en las cárceles de hombres los presos políticos estaban separados de los comunes, no ocurría lo mismo en las de mujeres, donde las presas políticas tenían que convivir con las comunes, la mayoría de ellas prostitutas.

También hubo prisiones de castigo, Juana Doña habla de una de ellas: En una prisión de castigo, donde todo era brutal «Penal de Castigo de Guadalajara», penal que con su nombre hacía temblar a la mayoría de las presas de los otros penales y cárceles […] Todo había sido cuidadosamente seleccionado para atemorizar. La plantilla que regia la prisión estaba compuesta por funcionarias que habían pasado por penales dejando una estela de malos tratos y recuerdos amargos, ¡cómo no!, allí estaba «La Sacristán» ese era un sitio, un penal de castigo donde todo estaba permitido .

Ventas (Madrid)

Vista aérea de la cárcel de mujeres de Ventas

La cárcel de mujeres de Ventas fue construida por orden de Victoria Kent. La finalidad era mejorar las penosas condiciones en que se encontraban las reclusas en la antigua cárcel del antiguo convento de las Madres Comendadoras. La cárcel estaba prevista para alojar a unas 500 mujeres, llegando a alojar, según Paul Preston , a más de 14.000. Una mujer que ingresó en la prisión entre los meses de abril y mayo de 1940, decía que en la pizarra que había en la entrada, en donde se anotaba el número de reclusas que estaban en ese momento en la cárcel, la cifra escrita era de 5.600. La prisión de Ventas fue la que mayor población reclusa ha tenido en la historia de España.

Uno de los principales objetivos que guiaron a Victoria Kent a ordenar su construcción; evitar el hacinamiento, fue totalmente eliminado por el nuevo régimen. No fue la única cárcel para mujeres habilitada en Madrid, existió otra en la calle Claudio Coello.

Cuando fue construida se hicieron seis galerías de 25 celdas cada una, eran celdas individuales, pero, según el testimonio de Tomasa Cuevas, en 1939 había en cada una de ellas once o doce mujeres. Las reclusas se dividieron por distintas galerías, unas destinadas a las más jóvenes, otras para las presas más mayores y otras para las penadas a muerte. En esta última llegó a haber 189 mujeres; algunas pasaron allí hasta dos años como fue el caso de Teodora García.

Galería de la cárcel de Ventas.

La diferencia en que se encontraban las reclusas durante el período republicano y el franquista era abismal. Una presa de origen alemán, Herta Björnsen de Wedel, que estuvo encarcelada en Ventas entre abril de 1937 y marzo de 1938, escribió una novela, Cárcel de Ventas, en la que narró su estancia en la prisión. Es destacable como describía Björnsen la situación en la Ventas que ella conoció: La impresión más fuerte que recibí al pisar la cárcel de mujeres de Ventas, era la limpieza exagerada de sus pisos, sobre los que no se encontraba la más mínima partícula de polvo, y sus muros de cal blanquísimos. Más adelante alababa al director de la prisión, Pablo Castellano, al que describía como un hombre bondadoso, añadiendo […] bajo la actuación de este director no se cometió el más leve atropello, y, mucho menos, asesinatos con las detenidas. Igualito que con el nuevo régimen, como iremos viendo.

Cuando la enfermera Josefina Amalia Villa, ingresó en la prisión el 21 de abril de 1939, leyó apuntado en la pizarra que había en el despacho de entrada, que en esos momentos había más de 3.500 reclusas. Josefina recuerda como se encontró la cárcel, testimonio que comparado con el anterior sirve para darnos una idea de lo diferente de la situación, parece que se habla de dos cárceles distintas: Ventas era un edifico nuevo e incluso alegre, ladrillos rojos, paredes encaladas. Seis galerías de veinticinco celdas individuales, ventanas grandes (con rejas, desde luego), y en cada galería un amplio departamento con lavabos, duchas y váteres. Talleres, escuela, almacenes (en los sótanos) dos enfermerías y gran salón de actos transformado inmediatamente en capilla. En cada celda hubo, según dicen, una cama, un pequeño armario, una mesa y una silla. En el 39 había once o doce mujeres en cada celda, absolutamente desnuda, los colchones o jergones de cada una y nada más. Todo vestigio de la primitiva dedicación de las salas había desaparecido: se había transformado en un gigantesco almacén, en almacén de mujeres.

Clotilde Alonso, en sus recuerdos insiste en el tema del hacinamiento: Los pasillos, los descansillos de las escaleras, los patios de las galerías, los váteres incluso eran nuestros dormitorios.

Una de las muchas carencias que sufrían era el lamentable servicio médico que recibían, lo que provocó no pocas muertes. Hasta 1943 no hubo un ginecólogo en la prisión, hasta entonces las tareas médicas las llevaban a cabo dentistas, alguno de infausto recuerdo como Delfín Camporredondo. También contaban con el cirujano Modesto Martínez Piñeiro, nombrado médico titular el 6 de abril de 1939. Hasta 1945 el cirujano y el dentista atendían a todas las reclusas.

De junio de 1939 hasta finales de 1949, 45 reclusas murieron por enfermedad; no se contabiliza a Teresa Báñez Torres, que se ahorcó el 18 de julio de 1939. Teresa dejó una nota de suicidio: Yo no he robado ni matado a nadie, me quito la vida porque después del bien que hice no me quiere nadie ni tengo a quién delatar.

Las causas más frecuentes de muerte natural fueron; paros cardiacos, tuberculosis y otras enfermedades infecciosas. En algunos casos las muertes por causa natural encubrían verdaderos asesinatos, como el de Dolores Soria Sevilla. Dolores tenía problemas cardiacos por lo que solicitó –acompañando su petición con un informe médico- que le cambiaran la tarea asignada:

La reclusa abajo firmante Dolores Soria Villa a la que ha sido encomendado el cargo de acarrear agua para abastecer la cocina.

A Vd. [a la Jefa de Servicio] con el debido respeto manifiesto: que con su mayor voluntad ha querido desempeñar este servicio habiéndolo ejercido dos días, pero por padecer una lesión cardiaca, me es imposible seguir cumpliendo con mi cometido, pues la agitación me produce palpitaciones violentas del corazón, habiéndome empeorado algo de mi dolencia, y la fatiga no me permite continuar el trabajo encomendado.

Le ruego me designe –si Vd. lo cree oportuno- otro trabajo más compatible con mi estado de salud, en la seguridad completa de que lo he de desempeñar con satisfacción.

Gracia que espero merecer de su bondadoso corazón cuya vida Dios guarde muchos años.

Su petición no fue atendida. El 3 de junio de 1940 Dolores fallecía por su dolencia cardiaca. ¿No es esto un homicidio? Como si fuera una triste burla del destino, en octubre de ese mismo año se le concedió la prisión atenuada. Ya no la necesitaba.

Tanto la alimentación como las condiciones higiénicas eran lamentables. Nieves Torres Serrano hablaba del rancho que recibían: La cocina no daba abasto. La comida se distribuía cada 24 horas, las lentejas de Negrín, con piedras y palos…, a las 5, a las 7, a las 3 de la mañana… Estábamos tumbadas como si fuéramos haces… y llegaban las lentejas en platos de aluminio, en el suelo. La cocina estaba preparada para dar comida a 500 personas, con la masificación que se produjo tras la guerra, era imposible preparar más de una comida al día para las reclusas.

De la escasez de agua también tenemos testimonios como el de Petra Cuevas: No había agua. Para lavarte tenías que pasarte la noche en vela para cuando sintieras caer un chorrito, y éramos muchas a coger lo que pudiéramos. Como había tanta sarna, piojos y tantas chinches en Ventas, le dije a mi madre que me pasara zotal y Barachol, y todas las noches, las que vivían conmigo nos dábamos un baño de agua de zotal y el Barachol.

Tan infames eran las condiciones de vida en la prisión de Ventas, que las reclusas protagonizaron en 1946 una huelga de hambre en protesta por la forma en la que estaban recluidas.

La muerte estaba siempre presente en la prisión, tanto por las que morían por enfermedades, como aquellas que eran sacadas para ser fusiladas en las tapias del cementerio de la Almudena –de las que hablaremos más adelante-. De Ventas salieron 44 mujeres para ser ejecutadas; las últimas seis en 1941. Hasta 1942, año en que fue trasladado a Sevilla, Amancio Tomé Ruiz era el encargado de firmar las hojas de salida de las mujeres que iban acabar su vida frente a un pelotón de ejecución. Parece ser que no tenía muchos remordimientos de conciencia por las sentencias firmadas, eso sí con frecuencia decía que había que rezar mucho al Corazón de Jesús.

Hasta la ejecución de las Trece Rosas, no existía una galería de condenadas a muerte, por lo que cuando les llegaba su hora tenían que ser buscadas celdas por celda, y ser arrancadas literalmente de los brazos de sus compañeras.

María Topete interrogando a una reclusa.

De personaje siniestro cabe catalogar a la que fue directora María Topete Fernández; esta mujer inmisericorde, llegaba a obligar a los niños que vomitaban la infecta comida que les daban, a comerse sus propios vómitos.

Tampoco dejaron muy buen recuerdo de su paso por Ventas las monjas de la orden de Las Hijas de Buen Pastor –estuvieron desde mediados de 1940 hasta 1945-, de entre las que destacó Elena Rücker, sor María de los Serafines, de la que hemos hablado anteriormente.

Procesión del Corpus celebrada en la prisión de Ventas.

No fue Ventas la única cárcel de mujeres en la capital de España: hubo otra situada en la calle Claudio Coello 100. De esta prisión comparte sus recuerdos Antonia García Alonso: El régimen de prisión era el mismo de Ventas, sólo se matizaba en que aquí se comunicaba cada 15 días 10 minutos con los familiares más directos en locutorios que entrabamos 35 reclusas en listas, teniendo dos rejas separadas por medio metro de distancia y desde dentro una funcionaria controlaba y que se decía. Nos permitían paquete tres veces a la semana y ropa limpia. Los retretes se normalizaron pero seguíamos teniendo un ladrillo y medio [una baldosa y media de suelo] para dormir. El servicio de enfermería era tan penoso que en todos los sitios se veían enfermos con fiebres altas y sin saber qué teníamos que hacer para curarles.

De la prisión de Claudio Coello también fueron sacadas mujeres para ser ejecutadas, en concreto 22.

Una tercera prisión se instaló en Madrid, la Prisión de Lactantes, que se ubicó en el Alto del Hipódromo. Hasta allí fueron trasladas reclusas de Ventas que tenían con ellas hijos de corta edad. Al menos en esta prisión los niños recibían la visita diaria de la pediatra Amelia Azarola Echeverría

Amelia Azarola.

Amelia Azarola, que había sido encarcelada durante la República, dejó buen recuerdo entre las reclusas que la conocieron, así lo testimonia Trinidad Gallego: (…) Se portaba bien con los niños, les recetaba de todo lo que les hacía falta, a diario venía allí. Ella nunca mencionó que habían matado a su marido (…) aunque era falangista, se portó bien con los niños.

Desgraciadamente no tuvo el mismo comportamiento la mujer a la que nombraron directora del centro, María Topete Fernández, de la que ya hemos hablado de su paso por la cárcel de Ventas. De ella hizo un retrato Juana Doña: Topete tenía muy buen empaque y hablaba muy bien, no era una funcionaria como la “Veneno”, la célebre Veneno, ordinaria y grosera, no. Topete era soberbia, no había quién la mirase a los ojos. Tal fue el sistema que implantó la Topete, que las mujeres embarazadas que estaban recluidas en Ventas intentaban ocultar su embarazo el mayor tiempo posible para no ser trasladadas a la Maternal.

María Topete con unos niños en la prisión de Lactantes.

La inhumanidad con la que dirigió la Topete la Prisión de Lactantes es difícilmente justificable. Petra Cuevas recuerda como tenían prohibido acercarse a los niños fuera de la hora de lactancia: Ni que llorasen les podías coger. Veías a la madre, la tenían encerrada en el dormitorio para que no cogiese al niño, y ahí veías a la madre en la ventana llorando, el niño en el cuco llorando.

La deshumanización no sólo se ejercía contra las madres, también con las inocentes criaturas que habían tenido la desgracia de nacer en prisión.

Prisión de Predicadores (Zaragoza)

Cárcel de Predicadores.

La Prisión Habilitada de Predicadores , está considerada como una de las más duras entre las prisiones franquistas, debido a las malas condiciones en las que se encontraba el edificio, las malas condiciones higiénicas, la pésima alimentación, los castigos y la violencia que se ejerció en ella. Estaba situada en un antiguo palacio propiedad de los duques de Villahermosa, que en 1820 lo cedieron a la Inquisición. En 1842 se realizaron obras tras las que fue calificada como prisión pública.

En el primer contingente de reclusas que llegó a Predicadores ingresaron 512 mujeres y 53 niños . Se estima que desde 1939 a 1945 pasaron por ella más de 3.000 mujeres. Según datos oficiales entre el 6 de abril de 1939 y el 1 de julio de 1955 (año de su cierre), pasaron por Predicadores 5.637 mujeres.

Número de reclusas en Predicadores en 1940

La prisión de Predicadores se habilitó debido a la superpoblación que sufría la también prisión zaragozana de Torrero. De las tres plantas que contaba el edificio, la tercera fue habilitada como cárcel de mujeres.

Las presas políticas fueron clasificadas en dos grupos: anteriores (encarceladas de 1936 a 1939) y posteriores (detenidas a partir del final de la guerra). De estos dos grupos las condiciones más duras se aplicaron a las posteriores ya que eran consideradas reincidentes.

Agustina Sánchez Sariñena, fue detenida el 13 de mayo de 1939. Tras pasar por la cárcel de Ventas fue trasladada a Predicadores . Agustina relata cómo fue el recibimiento a su llegada a la prisión zaragozana: Llegamos a Zaragoza de madrugada y en la cárcel de Predicadores nos recibió su director que no tenía dos bofetadas, pequeñajo, con una pistola en la mano, nos dice:”Péguense todas a la pared”. Nos pegamos a la pared y nos dijo que nos iba a fusilar. Agustina continúa en su relato narrando como era la vida en Predicadores: La Veneno estaba con nosotras en Predicadores. Por la mañana, a las siete, formábamos y te daban lo que es un cachitín de pan, una barrita de las que te daban de racionamiento por persona nos la daban para cuatro, tenías que hacerle un agujero y con una cucharita de café le metían mermelada en ese hueco […] Ya estaba el desayuno, no te daban nada caliente, y esto a las siete de la mañana, que aún era de noche y con la niebla que había en Predicadores, horrible porque está el Ebrio al lado, con un frío que te morías. Te bajaban al patio y no te dejaban llevar ni mantas ni nada […] Todo el día en ese patio con una humedad que te morías […], la humedad te penetraba en los huesos. Y esta Veneno, la tía canalla, se ponía en la puerta de la escalera y según ibas bajando al patio te daba patadas o empujones, tanto si estabas bien como mal, era igual, y si pedías quedarte en la sala, te contestaba: “No haberte metido en lo que no te importaba, si hubieras estado en tu casa no estarías aquí .

María Teresa Fernández, a la que en Ventas habían puesto el apodo de «La Veneno», en Predicadores fue bautizada como «La Seisdedos» y «La Pelos». Carmen Buñuel también se acordaba de esta funcionaria: […] pegaba, insultaba, les llamaba todos los nombres más sucios y feos que se puede llamar y había días que a las diez no había aparecido todavía y no se había repartido la malta o la cebada que se daba para desayunar. Otros días entraba a las cinco de la mañana y a golpes les hacía levantar a todas […] Un día la celadora golpeó a una chica embarazada, la golpeó en el vientre, diciéndole: “Echa ese sapo, asquerosa, hija de puta

Tomasa Cuevas , también nos dejó testimonio de su paso por Predicadores: […] Aquella prisión era como de la Inquisición, porque tenía unos salientes de piedra con unas cadenas tiradas a los postes, las ventanas arriba del todo. Dicen (no sé si esto es verdad) que habían tirado a una viejecita porque durante la misa no se pudo aguantar y había ventoseado.

Rosa María Argüés describe como era la prisión: Vivir en un infierno, es que debieron pensar que les sucedía a todas aquellas mujeres que vieron sus vidas quebradas entre los muros de aquel viejo caserón. Pues Predicadores era eso, un viejo caserón de gruesas paredes, rezumando de humedad por la proximidad del río Ebro. Oscuro y tenebroso, sin las más mínimas condiciones de habitabilidad e higiene. Y en él durante más de una década se amontonaron mujeres de todo tipo y condición. Jóvenes, viejas; maestras, sirvientas; ladronas, prostitutas; pero en especial mujeres que habían perdido la guerra.

Las pésimas condiciones higiénicas provocaron epidemias de viruela, varicela, sarna y sarampión. El hacinamiento también alcanzó límites insostenibles. Tal era la falta de espacio que las reclusas tenían que dormir en los pasillos, en los rellanos de las escaleras; ni siquiera todas disponían de un colchón o petate donde dormir, por lo que tenían que compartirlo entre varias mujeres. Quiteria Serrano recordaba: […] había veces que dormíamos en mi colchón cinco personas al revés, al cruzado, y teníamos medio cuerpo en el colchón y el otro medio fuera. Menos de tres no hemos dormido en mi colchón. Los colchones los tenían que proporcionar los familiares, ya que en Predicadores solamente les daban un petate, y no a todas porque no había suficientes.

Y qué hablar de la alimentación. En 1941 la asignación diaria para la alimentación era de 1,40 pesetas por reclusa. El propio médico de la prisión, Felipe Moreno, en un informe redactado en 1941 señalaba que la alimentación que se daba a las presas era insuficiente, siendo pobre en proteínas y vitaminas.

De esta prisión también fueron sacadas mujeres para ser ejecutadas; concretamente en 1943 seis mujeres fueron trasladadas desde Predicadores al paredón.

Cárcel de Torrero (Zaragoza)

En Torrero, en las dos primeras semanas de guerra ingresaron 53 mujeres, en agosto 59; en septiembre, 22; y en octubre, 42. En diciembre de 1937 había 196 reclusas, en mayo de 1938 el número de presas ya ascendía a 296, llegando en abril de 1939 a 512. Tal era el hacinamiento que en julio de 1938 la dirección de la prisión notificó que era preciso habilitar la vieja cárcel de Predicadores como prisión de mujeres.

Cárcel de Torrero en una imagen de 1932

El hacinamiento no sólo afectaba a las mujeres, también a los niños que estaban allí con sus madres; el 1 de abril de 1939 había 53 niños en la prisión de Torreo. A los niños les llevaban a la terraza a jugar una hora por la mañana y otra por la tarde, el resto del día lo pasaban en las celdas junto a sus madres.

Evolución de las mujeres encarceladas en Torreo

Como en todas las cárceles franquistas, hubo personajes que se distinguieron por su crueldad en el trato con las reclusas. La llegada en septiembre de 1937 del nuevo director Teodoro Quirós Toledano, que contó con la inestimable colaboración de la funcionaria María Teresa Fernández –de la que ya hemos hablado anteriormente-, supuso un endurecimiento de las condiciones de vida de las reclusas dentro del centro penitenciario. Quirós, que se caracterizaba por su carácter autoritario, implantó un severo régimen disciplinario. Por ejemplo, impuso los cánticos patrióticos y el saludo fascista –antes de que la Dirección General de Prisiones lo impusiera en todas las cárceles a partir del 10 de octubre de 1939-.

De la actuación de la ya mencionada María Teresa Fernández en la cárcel de Torrero, tenemos el testimonio de Concha Buriel Portolés: A otra mujer le sentó la celadora en dos sillas, una frente a la otra, las piernas abiertas, también atadas a la otra silla, y le puso un recipiente debajo y las faldas atadas a la cintura, con la dignidad que tenía la pobre. Tú fíjate lo humillante que es una celda que la veían todas, y la tuvo así tres días, metiéndole trozos de pan a veces en la boca […] A los tres días la pobre mujer en esas condiciones, aullaba como un animal de desesperación.

En marzo de 1939 se inició una grave epidemia de viruela. En gran medida la culpa de que esto ocurriera fue del director Teodoro Quirós y del médico de la prisión, Carlos Rey Stolle. Tal sería la ineptitud de ambos que se les incoó un expediente disciplinario. El director fue sancionado con unos días de haberes por haber ocultado el hecho al inspector regional de prisiones. El médico se justificaba mediante un escrito que elevó a las autoridades: […] a pesar de las reiteradas vacunaciones –algunas cuarta vez- enfermaron de viruela algunas reclusas; claro que el hacinamiento y deficientes condiciones de nutrición de estas gentes que proceden de campos rojos unidos a su falta de aseo son terreno abonado para esta infección exantemática. Lo que no decía el doctor era que la causa real de la epidemia era el resultado de la pésima gestión que hacía el director de la prisión.

Detengámonos un momento en la figura del doctor Carlos Rey Stolle, un buen ejemplo de sádico. Una reclusa recordaba al personaje: El médico […] bajaba con las polainas llenas de sangre para hacernos sufrir, era sangre de nuestras compañeras que sacaban a fusilar y él les daba el tiro de gracia. Gumersindo de Estella –párroco de la prisión- tampoco le tenía en mucha estima, dejó constancia de la actuación de Rey Stolle en uno de los fusilamientos. El tiro de gracia le fue dado por un militar que obedecía órdenes del médico. Este agarró del brazo al cadáver, y dio media vuelta al cuerpo, colocándolo en posición supina […] En el pecho, el jersey blanco estaba roto en tres sitios distintos, uno en el mismo lugar del corazón; y las tres roturas estaban enrojecidas de sangre; pero no corrió ni por el jersey, ni cayó en la tierra. El tiro de gracia, repetido al volver el cadáver, tampoco provocó hemorragia externa […] luego el médico volvió el cuerpo de la difunta, vi que oprimía el pecho del mismo con la mano ¿lo hizo para experimentar si brotaba algo de sangre?

Al menos 39 mujeres fueron sacadas de sus celdas para ser asesinadas en las tapias del cercano cementerio. De algunas de estas ejecuciones nos ocuparemos más adelante.

Prisión de Orue (Bilbao)

El Chalet Orue era un chalet privado ubicado en el barrio bilbaíno de Begoña, que fue habilitado como prisión de mujeres. Su propietario era Juan E. Orue, destacado miembro de la Comunión Tradicionalista. Al parecer su funcionamiento como prisión dio comienzo en 1935; la falta de documentación impide que se sepa exactamente hasta cuando estuvo en funcionamiento, aunque se sabe que al menos se mantuvo hasta 1941. Nunca fue reconocida como prisión oficial.

La habilitación de este edificio privado se debió, como en otros lugares de España, al gran número de detenidos que hubo tras la caída de Euskadi. En principio se habilitó la cuarta galería de la prisión de Larrinaga para mujeres, donde llegaron a estar encarceladas 700 mujeres.

Entre 1937 y 1941 estuvieron encarceladas al menos 1.310 mujeres como presas políticas. También hubo niños acompañando a sus madres; en 1941 había 13 niños.

Ubicación e imágenes de la prisión de Orue

El hacinamiento en el chalet Orue era reflejo de las pésimas condiciones en que se encontraban las reclusas. Cada presa disponía de 7 m2 como espacio. Las habitaciones, de 6×5, llegaron a albergar a 35 presas, es decir menos de 1 m2 por persona.

Mónica Castro y Javier Fernández dieron a conocer el testimonio de Carmen Machado y Rosario Sánchez Mora, ambas recluidas en Orue. Su relato da fe de la alimentación que recibían, básicamente consistente en arroz: Casi siempre era arroz pasado, muy pasado porque se hincha mucho, da de si, y era agua y arroz blanco […]había una celadora que los primeros cubos del rancho se los echaba a los cerdos para alimentarles y poderlos vender y, el resto, lo repartía entre las reclusas. Cuentan también algunas de las consecuencias de esta infraalimentación: les empezaron a salir en las piernas unas enormes llagas que se llenaban de un líquido acuoso.

El chalet de Orue fue utilizado para internar, durante tres meses, como proceso de depuración, a las mujeres que habían estado refugiadas en Francia y regresaban a España. Estas mujeres no se olvidaban de sus compañeras cuando salían en libertad. Carmen Machado cuenta la actitud solidaria que demostraron: Por Nochebuena, me refiero al año 40, nosotras no habíamos recibido ninguno de los paquetes de la familia porque en Bilbao se producían los mismos casos que en Durango en cuanto a sabotajes de los paquetes y estábamos prácticamente solo con la comida de prisión…, bajamos todas, y nos encontramos con una cesta, de las que se emplean normalmente para poner la ropa sucia, donde venía una cacerola grande con once rodajas de bonito, una para cada una, once barras de pan, once manzanas y una olla grande de compota de frutas.

En Orue las reclusas también fueron utilizadas como mano de obra barata, realizando principalmente trabajos de costura. Nieves Torres lo recordaba: Nos mandaban trabajo. Hacíamos punto, jerséis, por encargo y nos daban 5 pesetas por cada uno. Con ese dinero íbamos corriendo al economato. No siempre era así, en muchas ocasiones les encargaban tareas por las que no recibían ningún tipo de compensación.

Cárcel de Saturrarán (Motrico, Guipúzcoa)

Cárcel de Saturrarán

Otra prisión de triste recuerdo fue Saturrarán, situada en la localidad guipuzcoana de Motrico. El edificio que la albergaba había sido un balneario y posteriormente un seminario; fue habilitado como prisión el 29 de diciembre de 1937. Con capacidad para 700 reclusas llegó a albergar entre 1.500 y 2.000 mujeres . Por ella pasaron más de 4.000 mujeres. En 1944 fue cerrada, procediéndose al traslado de las presas a otras cárceles. En 1946 se utilizó nuevamente como seminario hasta su demolición en 1983.

La custodia de las reclusas la llevaban a cabo 25 monjas, de la orden de las Mercedarias, un funcionario de prisiones y 50 militares, encargados de la vigilancia exterior. Fueron responsables de la prisión Manuel Sanz; M. Larredondo; don Servando, del que las reclusas suelen decir que no era mala persona; Antonio Maya, del que las reclusas guardan el peor recuerdo, fue cesado por verse inmerso en un caso de corrupción. En cuanto a monjas ocuparon el cargo de superioras la mercedaria María Aránzazu Vélez de Mendizábal, que era conocida por las presas como «La Pantera Blanca», porque decía que tenía el hábito blanco pero el corazón negro, o «sor Veneno», fue sustituida posteriormente por sor Mará Jacinta Uribesalgo. La última directora fue una tal doña Celia, que al parecer quitó bastante poder a las religiosas.

Otro personaje del que las reclusas guardan un trágico recuerdo es el médico de la prisión, Luis Arriola. Balbina Lasheras dejó testimonio del personaje: Tenían que darnos una vacuna contra el tifus en tres pautas y ¿sabe lo que hizo? Nos la dio todo de golpe. Algunas se tumbaron y no se podían levantar y Bienvenida, de San Sebastián, cayó con esa inyección, cayó con mucha fiebre. Tanta como que murió .

Las condiciones en que estaban las presas, como en el resto de prisiones franquistas, eran lamentables. Para dormir disponían de 45 cm., de suelo; no disponían de duchas, lavabos o váteres, teniendo que hacer sus necesidades en cubos. A pesar de las lamentables condiciones de la prisión, el régimen tenía el cinismo de decir que estas condiciones hacían felices a las reclusas porque las liberaban de la esclavitud del carmín y los perfumes .

Reclusas de Saturrarán

El régimen intentó grabar una película que mostrara lo «bien» que estaban atendidas las reclusas de Saturrarán, como es de imaginar falseando la realidad. Pero tan desastrosa era la situación que tuvieron que desistir de rodarla.

La alimentación era pésima, agravada porque las monjas se incautaban los paquetes destinados a las presas para vender lo que contenían en el exterior. Balbina Lasheras habló de la insuficiente alimentación que recibían las presas en contraste con lo que comían las monjas: por la mañana ya olía a tocino y huevos fritos. Ellas comían bien, que bien lustrosas y guapas estaban. Otra mujer que pasó por esta prisión recordaba, con mucho sentido del humor e ironía, lo bueno que era el rancho: Comíamos mucha carne… una vez nos dieron lentejas, y por cada lenteja había tres gusanos… entonces comíamos carne

Como en el resto de prisiones las monjas fueron las encargadas del control de las presas. La crueldad era el rasgo más destacado de estas religiosas. Imponían a las reclusas castigos inhumanos, como hacerlas andar sobre la arena de la playa con una lata de pintura de 5 kilos; hasta que desfallecían no terminaba el castigo. A una presa que estaba escribiendo un diario, se lo confiscaron y la denunciaron, siendo aumentada su condena en 12 años. En Saturrarán había una celda de castigo; se trataba de una casita que había cercana al río. Allí las presas se sentaban en un banco con los pies encima de un montón de ladrillos porque a veces entraba el agua del río. Permanecían en la celda quince días a pan y agua.

De las monjas tampoco guardaba muy buen recuerdo Carmen Merodio: Casi todas las monjas eran como demonios; me acuerdo de muchas de ellas y en especial de sor Jesusa, que era de Arrasate, de sor Ángeles, o de sor Ana, que estuvo a punto de encerrarme en el sótano Existen pruebas de que muchas reclusas sufrieron abusos sexuales por parte de las monjas; una reclusa se acuerda particularmente de una de ellas, sor Lourdes: era una perfecta tortillera.

Prisioneras con las religiosas de Saturrarán

La muerte asoló la prisión debido a las epidemias de enfermedades infecciosas que se produjeron dentro de ella. En Saturrarán murieron 116 mujeres y 55 niños, debido a diversas enfermedades: tifus, tuberculosis, raquitismo, etc. Solamente en el verano de 1940 murieron 40 mujeres.

La muerte marcó el recuerdo de muchas de las mujeres que pasaron por esta lúgubre prisión. Veamos el recuerdo trágico e imborrable que dejó en alguna de ellas. Carmina Merodio: Vi morir a muchas compañeras y hasta una prima mía que murió de tisis, pero lo que más me marcó de Saturrarán fueron las muertes continuas de niños, porque las monjas les negaban la leche. Quien es capaz de quitarle la comida a un niño es capaz de todo. Carmen Riera: en diez días murieron treinta y tantos niños, entre ellos mi hija. Isabel Ríos, recordaba la epidemia de tifus de 1940 provocada por la contaminación de las aguas que abastecían la prisión: La epidemia se debió a la contaminación de las aguas del depósito que surtía el penal. Mientras se tomaban medidas para purificar las aguas del depósito utilizábamos las que corrían por el riachuelo que atravesaba el recinto y que arrastraba los excrementos humanos y animales de los caseríos cercanos; a veces teníamos que esperar un buen rato a que pasaran y se limpiara un poco el agua que íbamos a beber

Siguiendo la nueva norma impuesta sobre la estancia de niños en las prisiones, a las reclusas que tenían con ellas a sus hijos también les fueron arrebatados al cumplir estos los 3 años. En este caso se utilizó un ardid para evitar que estas se resistieran a separarse de sus hijos. Un día ordenaron a las presas ir a lavar al río, obligándolas a dejar a sus hijos en la prisión aduciendo que iban a pasar un reconocimiento médico. Cuando regresaron las presas a la prisión los niños habían desaparecido; unos fueron dados en adopción, otros acabaron en las inclusas.

A pesar de las vejaciones, castigos, inhumanidades que sufrieron, las presas de Saturrarán no se doblegaron. Como signo de protesta cambiaban la letra del Cara al Sol cuando eran obligadas a cantarlo: Cara al sol con la camisa caqui, el correaje y el fusil/ Volverán nuestros solidaos de Francia a conquistar Madrid y Barcelona, y también Valencia y Tarragona/ Cara al sol te volverás morena, un rojo no te va a querer, hallarás la muerte si me quieres y no te vuelvo a ver/ Volverán Azaña y Caballero, y de tras Prieto con el dinero/ Arriba rojas a vencer, que el fascismo tiene que fallecer.

Cárceles de Amorebieta (Vizcaya) y Durango (Vizcaya)

Hubo más cárceles de mujeres en Euskadi, amén de las ya mencionadas de Orue y Saturrarán. Una de ellas estaba instalada en Amorebieta, catalogada como Prisión Central. Se instaló en el antiguo colegio de las Carmelitas, inaugurada en agosto de 1939, estuvo en funcionamiento hasta 1947. Estaba regentada por las religiosas de la orden Hermanas de San José. Su director fue Francisco Machado –hermano mayor de los poetas Manuel y Antonio Machado-.

Prisión de Amorebieta

Por Amorebieta pasaron en torno a 2.000 mujeres. Entre las mujeres que, en algún momento, estuvieron recluidas en Amorebieta hubo algunas muy conocidas como Rosario «La Dinamitera».

Amorebieta fue cerrada debido a las numerosas denuncias que se presentaron por las pésimas condiciones de vida que había en esta prisión.

Tan escaso era el rancho que las presas protagonizaron una huelga de hambre. De la escasez de la comida habló Nieves Torres: El rancho era bueno. La comida tenía buen gusto y estaba bien hecha, pero el cazo no era de reglamento; la comida que nos daban nos cabía en el cuenco de la mano. Esto todavía sentaba peor. Con dos cucharadas te quedabas con más hambre que cuando habías empezado

Durante la huelga de hambre que protagonizaron las reclusas, el director de la cárcel empleó un «sutil» medio de persuasión, como recuerda Pilar Pascual: No quieren ustedes coger comida, pues no hay otra cosa ¿eh? Y les voy a decir yo una cosa, yo pongo aquí una ametralladora ahora mismo y no queda ni una, y con una firma en el papel lo tengo arreglado .

El tratamiento que las monjas daban a las reclusas era infame. Las mujeres embarazadas daban a luz a sus hijos en el suelo, sin recibir ningún tipo de asistencia; solamente las dejaban dar el pecho a sus hijos recién nacidos durante cinco minutos. Pero eso sí, para explotarlas sí se daban buena maña. A cuatro presas que eran grandes bordadoras les encargaban hacer una mantelería de 24 cubiertos en punto de cruz. Tras el trabajo las monjas les dieron 1.000 pesetas a repartir entre las cuatro. Las religiosas habían vendido la mantelería a una opulenta familia por 5.000 pesetas.

Otro personaje siniestro que campeó a sus anchas fue el párroco de la prisión, una reclusa recordaba lo que le dijo un día: ¿Ves este dedo?, pues ha apretado muchas veces el gatillo contra los rojos. Bien que he matado. La lástima es que no os liquidé a todos .

La cárcel de mujeres de Durango se instaló en un convento de monjas francesas. Allí fueron trasladadas el 29 de diciembre de 1939, 350 mujeres desde las cárcel de Ventas. En la actualidad es el Colegio de las Hermanas de la Caridad y sede de la Institución Cristiana de Nevers.

El hacinamiento no se escapó de la prisión de Durango; las reclusas disponían solamente de 50 cm, señalados con lápiz en la pared, para poner la manta en donde poder echarse a dormir. La suciedad, la falta de higiene y el hambre también fueron un estigma de esta prisión.

Si alguna suerte tuvieron las reclusas de Durango es que, al parecer, las monjas francesas que se encargaban del control de las presas no tenían la inhumanidad que sus correligionarias españolas. Ángeles Mora, que ingresó en Durango en 1940, las recuerda con cierto cariño: Los franquistas fusilaron a trece de ellas al azar porque todas se negaron a declarar que habían sido violadas por los rojos y están enterradas en el mismo jardín de la cárcel. Cuando bajábamos al patio de las monjas nos decían “Hijas mías, corred, pasearos por todo el patio, pero en este trocito no, que están enterradas nuestras hermanas. Es gracias a ellas, que el cónsul de Francia vino a verme, puesto que era esposa de un francés, para ver si podía conseguir mi libertad. Estas monjas fueron de una ayuda grande para todas nosotras .

Otra gran suerte tuvieron las reclusas de la cárcel de Durango; gozar de la inestimable solidaridad de los habitantes de la localidad. La gente del pueblo acogía a los hijos de las reclusas hasta que un familiar se hacía cargo de ellos. También les entregaban paquetes de comida para que pudieran tener una mínima alimentación. Todas las reclusas que pasaron por esta prisión guardan un inmejorable recuerdo de todas estas buenas gentes que hicieron que su suplicio fuera más llevadero.

Reclusas de Durango con sus hijos

Cárcel de Les Corts (Barcelona)

Cárcel de Les Corts

Una prisión de mujeres muy importante, sobre todo después de la caída de Barcelona, fue la barcelonesa Les Corts. En 1939 se produjo un aluvión de mujeres encarceladas en Les Corts; entre el 29 de enero de 1939 y el 6 de octubre de 1939 pasaron por la prisión 3.267 mujeres. El pico máximo de ocupación se dio el 17 de agosto de 1939 con 1.806 reclusas y 42 niños. La prisión de Les Corts tenía una capacidad para 150 presas; es decir se multiplicaba por diez el número reclusas que debían estar en esa cárcel. Es fácil de comprender el hacinamiento que se produjo.

La primera mujer que ingresó en Les Corts fue la modista Teresa Marte Catalán, que entró en prisión el día 29 de enero de 1939.

Las condiciones de hacinamiento e insalubridad hacían que proliferaran las enfermedades contagiosas como la tuberculosis o el tifus. Las pésimas condiciones sanitarias provocaron que murieran un buen número de reclusas. De marzo a diciembre de 1939 se registran 19 fallecidas por enfermedad; en 1940 un total de 26, aunque probablemente estas cifras fueran mayores, ya que, según el capellán de la prisión, Martín Torrent, en 1940 fallecieron 61 mujeres. Incluso el propio médico de la prisión Enrique Fosar Bayarri en todos los informes mencionaba la escasez de medicamentos; ante esta situación las reclusas tenían que comprar ellas mismas los medicamentos en farmacias del exterior; lujo que la gran mayoría no se podía permitir.

Isabel Vicente dejó testimonio de la situación que se vivía en Les Corts: Mujeres, miles de mujeres durmiendo en el suelo, con sucias colchonetas, piojos, sarna, chinches por millones, porque era un edificio muy viejo y con mucha madera, filtradas por todas partes y corriendo por las paredes como legiones en plan de batalla. Miseria y suciedad por todas partes. Políticas, comunes y prostitutas mezcladas. Madres con hijos pequeños llenos de pasas, grandes infectados, cubiertos de manchas rojas que producía un desinfectante similar a la mercromina de hoya

Encarceladas en Les Corts en 1939 [159]
La misma Isabel Vicente habló de la incomestible comida que les daban: El régimen interior era llevado por monjas, y la administración por funcionarias. La alimentación era infame, un “café con leche” (una taza de agua sucia, mejor dicho) por la mañana, un panecillo de pan negro, rancho para almuerzo y cena (potajes con habas, patatas, algunos trozos de tocino rancio de vez en cuando, lentejas con sus respectivos gusanos y piedras) y nada más. Si tenías dinero y querías algo, en el economato de las monjas, había de todo .

También Tomasa Cuevas dejó testimonio de la vida en Les Corts: En las Corts, el rancho era muy malo, y además solamente ponían mondas de las habas, berzas, alguna patata, alguna lenteja y pare usted de contar […] Todo esto unido a la poca higiene que había, porque no teníamos ni agua. Para ducharnos teníamos que pedir cola, nos tocaba cada ocho, quince o más días y cuando estábamos en la ducha con el jabón nos quitaban el agua […] Las vejaciones. La misa obligada del domingo y eternamente el rancho infecto.

Dieta alimentaria de las presas de Les Corts[162]
Como no podía ser de otra manera la disciplina impuesta era férrea. La primera Junta de Disciplina la integraban Herminio García Ocaña (director en funciones); el médico Enrique Fosar Bayarri; el capellán, Eliseo Cots Carbonell; ejerciendo de secretaria, sor Felipa García Sánchez, quien, en su primer informe, tuvo el cinismo de decir que la limpieza del local era intachable, que las presas tenían la máxima pulcritud. Es decir que todo parecido con la realidad escrito en el informe era pura coincidencia.

La actuación de las monjas destinadas en Les Corts, como en casi todas las prisiones en las que tuvieron presencia, fue deleznable. Una monja era la encargada de recibir a las nuevas reclusas; su discurso de bienvenida era todo un adelanto de lo que les esperaba: Aquí dentro nada os pertenece excepto lo que habéis comido, y no siempre, porque es posible que lo vomitéis.

Dentro del programa establecido para las presas por el nuevo régimen era imprescindible llevar a cabo tareas de «redención», labor a la que se dedicaron con una «ejemplar» dedicación el capellán Eliseo Cots y las hermanas pertenecientes a la congregación de Las Hijas de la Caridad de San Vicente Paul.

Dentro de las tareas redentoras estaba el encargarse del cuidado de huerto que había en la cárcel. Por el trabajo las reclusas recibían 4,50 pesetas por nueve días de trabajo; este dinero lo empleaban en comprar en el economato las mismas verduras que ellas habían cultivado –dirigido por las monjas- e intentar paliar las enormes deficiencias alimenticias que padecían. El resto de la producción lo vendían las monjas al exterior, obteniendo pingües beneficios.

Otro método redentor fue la creación de una escuela para las reclusas. Las clases las impartían las propias presas; excepto las perversas asignaturas de Historia y Ciencias Naturales, que eran impartidas por monjas o el capellán.

Un caso atípico en cuanto al trato a las reclusas, lo protagonizó la celadora Águeda Sánchez Fernández. Águeda servía de enlace entre las presas y sus familias, avisando de los registros. Su actitud le valió que fuera procesada, aunque finalmente quedara absuelta en el Consejo de Guerra que la juzgó el 7 de noviembre de 1942.

También de Les Corts sacaron a una decena de mujeres para ser asesinadas por un pelotón de ejecución. La primera fue Carme Claramunt Bonet, fusilada el 18 de abril de 1939. Carme dejó una entrañable y desgarradora carta de despedida a su hija. La última fue Inés Giménez Lumbreras, ejecutada el 13 de noviembre de 1940.

Última carta de Carme Claramunt

De Les Corts hubo algunas presas que lograron evitar su destino protagonizando espectaculares fugas, como Clara Pueyo evadida en junio de 1943; o la legendaria que llevaron a cabo Victoria Pujolas, Adelaida Abarca y Ángeles Remis.

Ya hemos hablado de los rentables negocios que hicieron las monjas mientras dirigían la prisión de Les Corts; negocio que siguieron manteniendo aún después de que esta dejara de ser utilizada como cárcel. En 1955 el edificio fue recuperado por las religiosas de la Presentación, quienes dieron un verdadero «pelotazo» urbanístico al venderlo para que fuera derribado y posteriormente se edificara en el solar un centro comercial de El Corte Inglés. Ya se sabe «la pela, es la pela».

Cárcel de Segovia

Primero funcionó como Hospital Asilo Penitenciario –regentado por las Hermanas de la Caridad-, en 1943 pasa a ser Hospital Sanitario Antituberculoso de Mujeres; y finalmente en octubre de 1946 se transforma en Prisión Provincial de Mujeres de Segovia.

Cárcel de Segovia

Tras el triunfo del golpe se produjo un masivo ingreso de presas y presos; tal fue la envergadura del contingente de reclusos que el propio médico de la prisión, Gaspar Pérez redactó un informe alertando del peligro de que se produjeran contagios de enfermedades infecciosas por culpa del hacinamiento: […] cumpliendo mi deber de conciencia […] que en este establecimiento se albergan los reclusos tuberculosos con lesiones abiertas, así como [con] algún traumatismo y constituye un peligro para todo aquél que sea recluido en ésta, pues no puedo responder del contagio de los mismos, por lo que deseo se consigne así a la autoridad para su conocimiento . Hay que señalar que durante un tiempo estuvieron conviviendo en la prisión hombres y mujeres.

Cuando en 1946 se transforma en Prisión Provincial de Mujeres se habilitó una zona para los enfermos de tuberculosis, pero sin guardarse unas mínimas medidas de asepsia. Como señalan Vega y García : El penal contenía un pabellón de tuberculosas, asistido por el médico de la prisión, que utilizaba para los análisis de esputos, sangre, etc. “Los mismos utensilios” que para el resto de las presas con “tal deficiente asepsia que en muchos casos ni existe .

Caemos en la redundancia, pero la obligación de contar los hechos como fueron nos obliga significar el comportamiento de las monjas destinadas en la prisión, como la conocida por el apodo de «La Cinturilla» que llegó a prohibir que se les suministrara los medicamentos recetados por el médico a una reclusa aquejada de meningitis, por negarse a recibir la extremaunción. También destacó la conocida como «La Sacristán», que mientras duró la huelga de hambre se colocaba delante de las presas comiéndose un bocadillo.

En Segovia la alimentación era deprimente, según denunció la abogada chilena M. Klinfeld –que visitó la prisión los días 24 y 25 de enero de 1949-. Para 384 reclusas se repartieron 17 kilos de besugo, igual número de patatas; el día 26 se dio aún menos comida; 12 kilos de pescadilla a repartir entre todas.

Dieta de las reclusas en 1948.[167]
La visita de la abogada chilena M. Klinfeld el 25 de enero de 1949, fue el inicio de una legendaria huelga de hambre que protagonizaron las reclusas de la prisión de Segovia. Klinfeld habló con algunas reclusas, entre ellas con Pilar Claudín, Mercedes Gómez Otero y Antonia García; estas se quejaron de las penosas condiciones en las que se encontraban. Ante las palabras de Mercedes, el capellán la amenazó: En un régimen comunista, por eso que está usted diciendo la fusilarían, Mercedes le contestó No sabemos lo que pasará esta noche cuando se vaya esta señora. Al oír estas palabras la abogada chilena advirtió a los acompañantes oficiales: ¡Oh! Estaría bueno que le pasara algo, ¿eh? Yo removería el mundo si a esta mujer la castigaran por lo que ha dicho. Ustedes me han autorizado a hablar con ella libremente y lo que no debieron haber hecho es venir conmigo.

Mercedes Gómez fue castigada con reclusión en una celda de castigo por tiempo indefinido –algo que el propio régimen penitenciario prohibía-. Este castigo provocó que las presas políticas se declararan en huelga de hambre, en principio por cuatro días. La respuesta de la dirección de la prisión fue ordenar la incomunicación total, tanto oral como escrita; el cierre del economato, suspensión de los paseos por el patio; prohibición de los trabajos manuales; y no dejar entrar paquetes del exterior.

El escándalo que produjo la rebelión de las reclusas hizo que el día 27 de enero se personara en la prisión el inspector de prisiones Sánchez Trigueros. El informe de la Junta contabilizó 171 reclusas participantes en la huelga de un total de 383, es decir casi todas las políticas y una docena de comunes. Las consideradas cabecillas fueron castigadas con 60 días de reclusión en celda. La huelga finalizó el 30 de enero dejando unas secuelas físicas en las participantes de las que tardaron tiempo en recuperarse.

Reclusas de la cárcel de Segovia

Un informe del PCE daba cuenta de cómo fue sofocada la huelga: Viendo que no podían reducirlas, abrieron las puertas de las presas comunes, las que se lanzaron sobre nuestras compañeras, que lucharon heroicamente, resultando heridas varias de ellas, y no terminó la lucha hasta la llegada de las fuerzas militares pedidas telefónicamente por el director y que a punta de bayoneta lograron imponerse.

Otras prisiones

En Valencia las dos principales prisiones, amén de las cárceles de partido, fueron la del Convento de Santa Clara y la prisión Provincial de Mujeres de Valencia. La directora de esta última era Natividad Brunete García –que había obtenido el título de funcionaria de prisiones durante el mandato de Victoria Kent al frente de la Dirección General de Prisiones-; contaba con la ayuda de su hermana Luisa como Jefa de Servicios. El principal objetivo de las dos hermanas fue el acoso y persecución de las reclusas. Una mujer que las padeció contaba. El placer que le produce el molestarnos a todas, en particular al grupo que tratamos en todo momento de mantenernos dignas, sin doblegarnos a lo que ella juzga su superioridad .

Unas presas lograron reunir pruebas sobre la corrupción que llevaban a cabo las dos hermanas. Una reclusa que fue puesta en libertad consiguió que la documentación que habían conseguido sobre la actuación de Natividad y Luisa, llegara a los organismos pertinentes. Tras una inspección, las dos hermanas fueron destituidas. Sin embargo diez presas, entre ellas las destinadas en oficinas, que habían sido las que obtuvieron la documentación, fueron castigadas en celdas de aislamiento y posteriormente trasladadas a la prisión de Segovia.

Como no podía ser de otra manera, el hacinamiento también se produjo en la cárcel Provincial de Valencia. Entre abril y noviembre de 1939, momento en el que se alcanzó el mayor número de reclusas, había 1.486 mujeres presas. Las celdas, preparadas para albergar a cinco personas llegaron a estar ocupadas por 42.

En Tarragona se encontraba la cárcel de las Oblatas, antiguo convento reconvertido en prisión. Se ubicaba en la calle Portal del Carro. El 6 de junio de 1939 ingresaron las 152 primeras mujeres; a las que se unieron el 4 de agosto otras 293 procedentes de la cárcel de Ventas de Madrid; el 30 de octubre de 1939 había 611 mujeres internadas en la prisión tarraconense.

Hasta noviembre de 1939 no se permitió la entrada de alimentos, procedentes del exterior, para las presas. Como en el resto de las prisiones el hacinamiento y la mala alimentación eran la norma común.

En Málaga existía una prisión en la calle Pasillo de la Cárcel, 38. Era conocida como Caserón de la Goleta. La prisión se encontraba en pésimas condiciones cuando Victoria Kent la visitó en mayo de 1931. Ante el claro deterioro del edificio Victoria Kent ordenó que se aceleraran las obras para terminar la construcción de una nueva cárcel; inaugurada en octubre de 1933. Debido al aluvión de encarcelamientos que se produjeron en Málaga tras la caída de la capital el 8 de febrero de 1937, se tuvieron que utilizar ambas prisiones.

Las mujeres fueron destinadas a la «cárcel vieja», que estaba aún en peores condiciones que cuando fue desestimada para seguir cumpliendo las funciones de presidio. Tal era el deterioro de la cárcel que la vida se tenía que desarrollar en el patio.

En esta cárcel fue donde hicieron sus experimentos psiquiátricos Vallejo-Nágera y Eduardo M. Martínez. La mayoría de las mujeres encarceladas eran jóvenes –entre 21 y 40 años-, incluyendo a verdaderas niñas como Ana Fernández Carmona, con trece años –arrestada por hurto de aves de campo, o Luisa Huete, de quince años, encarcelada por excitación militar.

Por la cárcel malagueña, de 1937 a 1945, pasaron cerca de 4.000 mujeres, alcanzándose el pico máximo en 1941, con 720 reclusas.

En esta cárcel, como en la gran mayoría, la corrupción estaba al orden del día. Carmen Gómez Ruiz, que trabajó en las oficinas de la prisión, recordaba que las cantidades que recibían para la manutención de las reclusas sufrían importantes mermas que iban a parar a los bolsillos del director y las funcionarias.

En Palma de Mallorca, en noviembre de 1936 se habilitó el antiguo hospicio de las Hermanitas de los Pobres, situado en la calle Salas, 42. El edificio estaba en tan ruinoso estado que el 27 de enero de 1937 tuvo que ser desalojado durante unas horas por el riesgo inminente de derrumbe. La cárcel mallorquina era conocida como Can Sales.

En un principio las recluidas en Can Sales, tuvieron la «suerte» de contar con un director que mantenía algunos rescoldos humanitarios; financió la instalación de duchas y permitió que algunas reclusas pudieran disponer de camas proporcionadas por sus familiares. También eran visitadas asiduamente por el doctor Sergio de Orbaneja.

A partir de 1940 las condiciones de vida en la cárcel sufrieron un grave deterioro debido a la masificación que se produjo con la llegada de nuevos contingentes de presas. Entre la primavera y el verano de 1940 la población reclusa de Can Sales se quintuplicó.

Según Teresa Marrón Goñi: Las condiciones [en la prisión de Palma] eran peores que en [la prisión de Ventas]: nos ponían unos hierbajos cocidos y si echaban una patata nos parecía un manjar. De hecho varias reclusas de la prisión mallorquina murieron por inanición.

Capítulo 6. Represión económica y social

La represión ejercida sobre las mujeres tuvo una doble vertiente; por un lado la represión económica, imposibilitándolas para poder ganarse la vida de forma honrada y/o teniendo que cargar con el pago de cuantiosas multas. Y no es que estas mujeres hubieran cometido delito alguno, la simple condición de ser mujer de un preso político implicaba que contra ella se ejerciera una represión sistemática. La represión económica era una forma de arrojar a estas mujeres al pozo de la marginalidad más absoluta.

Para subsistir y poder ayudar al marido encarcelado se vieron abocadas a tener que recurrir a prácticas ilegales; estraperlo, prostitución, para poder sobrevivir; ya que la mayoría de ellas estaban estigmatizadas, he aquí la represión social, por su condición de esposa, hermana o hija de un preso político.

Como señala Álvarez Maylin : Roja y «mujer de preso», acabaron teniendo el mismo significado, las podían violar y confiscar sus bienes, ya que tenían que sacrificarse y purgar sus pecados por no haber sabido llevar a los hombres por el buen camino.

Daba igual que las mujeres denunciadas presentaran avales de «personas de bien» certificando su buena conducta, no servían de nada; por encima de ellos prevalecían los informes de Falange, y de la Guardia Civil, a los que se les otorgaba el valor de verdad absoluta, considerándolos hechos probados e incontestables.

No las dejaron ni llorar a sus muertos prohibiéndoles llevar luto, a la vez que se las condenaba a tener que estar las veinticuatro horas del día tratando de sobrevivir. No había tiempo ni para recordar ni para llorar. Juana Barrero Ruiz –su padre Andrés Barrero fue asesinado a finales de octubre de 1936-, recordaba la actitud de su madre Eleuteria Ruiz: Mi madre se puso a trabajar en lo que encartaba, a vender pescado, vender picón, a coger chisparra, a coger poleo, a coger garbanzos, de todo, de todo honradamente. Decía “Mamá, usted no… cuando ni lloraba ni… “Decía, “no hija, yo no podía llorar, yo me tuve que dejar mi pena en un rinconcito e irme a trabajar”. Porque tenía las niñas chicas .

No todas podían ganarse la vida de forma legal; muchas mujeres se vieron obligadas a ejercer la prostitución para poder sacar adelante a sus familias. Una mujer se justificaba en una carta enviada a su esposo encarcelado: Es que iba a dejarte a ti y a los chicos morir de hambre o es que tú crees que yo no os amo y que yo consentiría que nuestros hijos murieran de hambre o que les faltase lo más principal, la educación . Desgraciadamente no todos los esposos supieron comprender el gran sacrificio que hacían estas mujeres por ellos y sus familias.

Algunas, incluso, se vieron forzadas a prostituir a sus hijas. Isabel Gaspar Calero nos hace partícipes de los recuerdos de su abuela Coronada, que sirven para hacernos una idea de lo que tuvieron que sufrir las mujeres durante la guerra y tras el fin de la misma: Siempre recordé la trágica historia de aquellas cuatro hermanas que vivían en una calle colindante a la mía y las que su madre les organizaba la cola de hombres mientras se padre miraba para otro lado. Esas chicas eran el sustento de la familia y el vehículo para paliar el hambre. Cómo debían estar para que la propia madre diese el turno .

La represión tenía que ser cruel, como defendía Vallejo-Nágera: Inductores y asesinos sufrirán penas merecidas, la de la muerte la más llevadera. Este pensamiento, que impregnó a buena parte del tejido social, no solo era reflejo de un posicionamiento político, también de un claro síntoma de sicopatía.

Aunque la vida tras la guerra fue dura para todos –excepto las clases privilegiadas- no lo fue en la misma medida para vencedores y vencidos; estos últimos tuvieron que luchar contra castigos añadidos; el no haberse sumado a «la causa» lo tenían que pagar, y lo hicieron a un alto precio. Si además de vencido eras mujer la vida podía ser insoportable. La desigualdad de género impuesta por el Nuevo Estado estaba programada siguiendo unos cánones decimonónicos muy relacionados con la posición de la iglesia católica.

Mélanie Ibáñez resume la condición de la mujer en la posguerra: Las mujeres fueron “fajadas” mediante la práctica legislativa que cerraba cualquier posible resquicio hacia la más mínima independencia como individuos […]. Una parte de las mujeres, aquellas que pertenecían de una u otra forma al bando perdedor de la guerra, sufrieron además un discurso determinado y una represión diferenciada por su condición de mujeres “desviadas”.

Ángeles Egido explica inmejorablemente las dificultades, a veces insalvables, que tuvieron que soportar las mujeres republicanas: Las reclusas que lograron sobrevivir a las difíciles circunstancias de la vida en la cárcel, hubieron de enfrentarse […], con la dificultad y a menudo con la clara imposibilidad de reinserción social. No era fácil encontrar trabajo con el estigma de un pasado carcelario. No era sencillo en el caso de las viudas, hacer frente a la economía familiar sola, marcada por su pasado republicano, en una sociedad construida sobre la supremacía del varón y dirigida por las consignas de la Sección Femenina que la confinaba en exclusiva al ámbito del hogar.

Las humillaciones que sufrieron las mujeres republicanas fueron constantes y de muy diversa índole. Era frecuente que aquellas mujeres que acudían a determinadas autoridades para suplicar un cambio en las sentencias, tuvieran que pagar su petición con favores sexuales; con el infame agravante de que en la mayoría de los casos esta violación no surtiera los efectos deseados por la mujer y la pena no cambiara.

María Dolores Poza García fue una de estas mujeres humilladas de una forma vil, cobarde e inhumana. Su esposo, Juan Sánchez Catena había sido fusilado en 1941. Un hijo murió en 1955 por no poder pagar los medicamentos que le hubieran salvado la vida. Su hija María Sánchez Poza recuerda aquel trágico episodio: Mi madre sufría mucho cuando veía que no tenía dinero para comprar la terramicina. Entonces no había Seguridad Social estaba solamente la Beneficencia y tenía que pagar paraqué le pusieran las inyecciones. Un día ya tenía el practicante la jeringa preparada y mi madre le dijo que tenía que decirle que ese día no tenía para pagarle y entonces derramó el líquido de la jeringa y se fue .

Carmen Rueda nos da a conocer otra humillación que tuvo que soportar María Dolores –vecina de Rus (Jaén)-. Un día María Dolores, hablando de su esposo, dijo mi marido que en gloria esté, otra mujer le espetó ¿Cómo que en gloria? Dando tizonazos tiene que estar en el infierno. En otra ocasión hablando con otra mujer, un falangista le dijo ¿De qué habláis? Toda persona que defiende a su marido habiendo sido un bandolero y un criminal se merece la pena de muerte, a lo que María Dolores contestó Pues a ti no te ha pasado nada. Al día siguiente la obligaron a barrer la sede de Falange; y podía dar gracias de no haber sido asesinada.

Un escarnio más llevado a cabo contra la mujer se produce en 1944, cuando en el Código Penal se introduce la figura del parricidio «por honor»: si la esposa era sorprendida por su esposo cometiendo adulterio, el castigo del homicida se limitaba a desterrarlo. Se regresaba a la Edad Media.

Retomemos las trabas que se impusieron a la mujer para poder trabajar y de esta manera intentar ganarse la vida. El Nuevo Estado promulgó diversas leyes que impedían el acceso de las mujeres a determinadas profesiones. Una orden del ministerio de Trabajo de 27 de septiembre de 1939 prohibía a las funcionarias alcanzar el cargo de Jefe de Administración y ser Delegadas o Inspectoras de Trabajo. En 1942 se prohibió el acceso de las mujeres a la carrera diplomática; en 1944 se prohibía que la mujer pudiera ser notaria o registradora de la propiedad; tampoco podían ser abogadas del Estado, agentes de Cambio y Bolsa, médico de prisiones, técnico de Aduanas, juez magistrado. Todas estas prohibiciones encajaban en el ideario de que el lugar de la mujer estaba en el hogar y no intentando ocupar espacios públicos que no le correspondían. El fin último era que la mujer no pudiera tener independencia económica.

Trabajos indicados para la mujer

La mujer no había venido al mundo para competir con el hombre, sino para sufrir, lo que finalmente le haría más feliz. María Pilar Morales así lo afirmaba en su libro Mujeres, publicado en 1944: El sufrimiento constante y el sacrificio eran “un tributo obligado” que exigía la vida a las mujeres y que siempre estaría compensado, por una felicidad mayor, más completa y permanente

La política autárquica impuesta a la economía, la mala organización del racionamiento, la falta crónica de abastecimiento, la corrupción, etc., hicieron que la utilización del estraperlo fuera la única forma de intentar sobrevivir. Evidentemente esta penuria afectaba en mucha mayor medida a las clases más humildes, y aún peor si estas tenían un pasado republicano. Las mujeres se convirtieron en las verdaderas heroínas de estos infaustos tiempos, intentando sacar adelante sus hogares.

La situación creada, que abocaba a las mujeres a tener que infligir la ley para poder sobrevivir, provocó que cada año aumentara el número de presas acusadas de delitos políticos o sociales: estraperlo, hurto de alimentos, prostitución; todos provocados por la desesperación de las mujeres que veían que no podían sacar adelante a sus familias por medios lícitos. Doy preeminencia a las mujeres ya que en las causas por delitos económicos relacionados con consumo y abastos, el 55,65% fueran mujeres .

La Ley de Responsabilidades Políticas, promulgada el 9 de febrero de 1939, con su consiguiente expolio económico, fue el último clavo que se puso en el ataúd de los vencidos, y en especial de las vencidas.

Aunque los expedientes que se incoaron debido a la Ley de Responsabilidades Políticas fueron mayoritariamente abiertos a hombres, hay que recordar que estos estaban casi todos encarcelados o muertos, por lo que las que tenían que afrontar las multas que acompañaban a las sentencias eran sus esposas, madres o hijas.

La incautación de bienes la llevaba a cabo la Comisión Central de Incautaciones (CCI), continuada por el Tribunal de Responsabilidades Políticas (TRP), y finalmente por la Comisión Liquidadora –que tuvo vigencia hasta 1966-. Estas instituciones tenían como objetivo, como bien apunta Irene Abad . Sumir a la población vinculada con el ideal republicano en una decadencia económica que tenía como máximo exponente el demostrar que la oposición al régimen franquista iba vinculada a una marginación absoluta.

En no pocos casos los expedientes incoados por el TRP se sobreseían, porque no había nada de lo que se pudiera despojar a su víctima –como fue el caso, por poner un ejemplo, de la maestra conquense Melitona Perona Aranguren, de 47 años y tres hijos a su cargo-; también porque era tal el número de expedientes incoados que se produjo tal colapso en el sistema que no tuvieron otra salida que sobreseer expedientes para despejar algo el atasco administrativo.

Podríamos citar muchos casos de mujeres que vieron sus vidas arruinadas al serles confiscado todo lo que poseían. Muy representativo fue el caso de Eufrasia Centeno, vecina de Villaquirán de la Puebla (Burgos). A su esposo, que estaba encarcelado, la CCI le había impuesto una multa de 4.000 pesetas. El recurso que elevó Eustaquia a la Comisión es muy explícito sobre las condiciones en que habían dejado a esta mujer: Se ha embargado mi máquina de coser y la han sacado de mi casa, con lo cual se me imposibilita de vestir a mis hijos, me han embargado el ganado y me los han dejado en mi casa, pero me han secuestrado todos los granos […] y por consiguiente no pueden comer pan mis hijos ni pienso los ganados (…) se han incautado de los aperos de labor y las labores del campo no podrán ser realizadas, han precintado todas las cubas de vino de la cosecha última. Además, señores de la Comisión, se han llevado las gallinas .

Para la incautación de bienes y el cobro de multas pedían informes. Si el resultado de estos era que los bienes que poseían tenían un valor inferior a 25.000 pesetas, y en vista de que nada se puede sacar de donde no hay, en ocasiones se les solía quitar la multa –también por aligerar de expedientes el colapso administrativo que había-, o se les daba un plazo para pagarlo en cuanto mejorase su situación económica o en quince años si esta no mejoraba, que solía ser lo habitual.

A veces no era suficiente con haberlas dejado en la más absoluta pobreza, será necesario ahondar en el castigo con el objetivo de aplastar al vencido física y moralmente. A Francisca Olmo, viuda del brigada de la Guardia Civil, Andrés Ranz Iglesias –al que se le había aplicado la ley de fugas-, con cuatro hijos a su cargo, no tuvieron suficiente con quitarle sus bienes; también le arrebataron la pensión de viudez. Lola Domínguez, que tenía al marido encarcelado, no tenía medios para dar de comer a su hija de pocos meses; recurrió al Auxilio Social solicitando ayuda, ayuda que se le negó; como consecuencia su hija falleció con tan sólo 8 meses.

Para la elaboración de los expedientes se solicitaban informes a las autoridades de la población de origen de las acusadas. Una de las personas que tenía que elaborar los informes era el cura de la localidad. Sobre estos hay que señalar que generalmente no mostraban ninguna piedad, e incluso los hubo que se aplicaron con verdadera saña.

Espinosa y García nos hablan de alguno de ellos. Tomás Carretero Romo era el cura de Villafranca de los Barros (Badajoz). De la maestra Catalina Rivera Recio –asesinada en agosto de 1936- dijo: Ha sido fusilada por marxista. Aunque no supiera nada de la persona de la que se recababan informes, Carretero los hacía igualmente: Nada puedo informar de la conducta de… pero es rumor público que…Incluso de los que no tenía nada que decir, ni siquiera rumores, solía escribir por mí pueden hacer contra él lo que quieran.

Los había que tenían una forma muy peculiar de consolar a los familiares de las asesinadas. A Dolores Salas Guerra la sacaron de la celda arrastrándola, delante de su madre y hermanos, también detenidos. Al día siguiente el cura se presentó ante la madre y le dijo: No se preocupe. Yo le doy mi palabra a usted de que yo estuve allí y a su hija no la violaron .

La participación de los curas en la elaboración de los informes hizo que en muchos casos se indicaran alusiones a su «moralidad». En el expediente de Josefa López Giménez, vecina de Alcantarilla (Murcia) se leía: Provocativa, va vestida de miliciana […] Separada de su esposo vivía amancebada con un señor de la localidad. A Guillermina Fernández Herrero, joven de 27 años vecina de Alborán (Murcia) se la tachaba de Roja, coqueta, inmoral y peligrosísima para la Causa Nacional .

Tal era la preocupación por la moralidad de la mujer que, para evitar que su pecaminoso cuerpo obnubilara las mentes de los hombres, la iglesia dictó normas para el buen vestir de las mujeres. En 1957 el cardenal Pla y Deniel elaboró unas normas para el correcto vestir de las féminas: Los vestidos no deben ser tan cortos que no cubran la mayor parte de la pierna; no es tolerable que lleguen sólo a la rodilla. Es contra la modestia el escote, y las hay tan atrevidas que pudieran ser gravemente pecaminosas por la deshonesta intención que revelan o por el escándalo que producen. Es contra la modestia el llevar la manga corta de manera que no cubra el brazo al menos hasta el codo. Es contra la modestia no llevar medias. Aún a las niñas debe llegar la falda hasta las rodillas, y las que han cumplido doce años deben llevar medias .

Para entrar en una iglesia las mujeres tenían que cubrir su cabeza con un velo, llevar medias, evitar trajes masculinos, llevar los labios pintados, y por supuesto nada de ir con un vestido con escote. No se crean amables lectores que estas normas son de un pasado ya olvidado; en 2007 un cura párroco impidió a la madrina de una boda subir al altar porque, según él, tenía un escote demasiado pronunciado .

Término este apartado con unas palabras de la doctora Aquellas mujeres con familiares fusilados o encarcelados, tuvieron un protagonismo especial durante años en los pueblos de España. Enlutadas y estigmatizadas, se vieron privadas hasta de su dolor 

Depuración del funcionariado

El Nuevo Estado no podía permitir que en su administración hubiera personas que no fueran totalmente leales a sus principios. Por este motivo se procedió a una depuración del funcionario que alcanzó todos los sectores, y tras el cual muchos funcionarios fueron imposibilitados de continuar en sus puestos –unos para siempre y otros por un tiempo limitado-, fueran encarcelados, y en muchos casos asesinados.

Si hubo un grupo especialmente castigado fue el de la enseñanza. Los vencedores de la guerra no podían permitir que un baluarte tan esencial para la sociedad, encargado de preparar a las nuevas generaciones, no estuviera en manos de personas totalmente afines al nuevo régimen. No podían consentir que continuaran ejerciendo su magisterio hombres y mujeres que habían intentado inculcar a los niños y jóvenes los valores de justicia, democracia y libertad emanados de la II República. A partir de estos momentos la educación estaría bajo el férreo control del Estado y de la iglesia católica. Los nuevos docentes deberían ser la correa de transmisión de los valores emanados del nacionalcatolicismo.

Para la represión sobre el profesorado se recurría a los preceptivos informes del comandante de puesto de la Guardia Civil, el alcalde la localidad, el párroco, y alguna persona de elevada solvencia moral, que solía coincidir con la económica. Estos informes juzgaban la conducta profesional, religiosa, política, y moral.

En principio todas las maestras y maestros tenían que pasar por un proceso de depuración. Los docentes que quisieran continuar ejerciendo la enseñanza debían presentar una declaración jurada en el transcurso de ocho días. En esta declaración debía exponer cuando ingresó en el Cuerpo, cargos que desempeñó, y lo más importante, partidos políticos y/o sindicatos a los que pertenecían, incluyendo otras asociaciones como Socorro Rojo Internacional, Amigos de Rusia, Masonería, etc.

La sanción más común era la separación definitiva del Cuerpo –a la que podía añadirse pena de cárcel o la muerte-; siguiendo la inhabilitación para ejercer cargos directivos o de confianza durante un período de tiempo que iba de dos a cinco años, y que conllevaba el descenso en el escalafón.

El eslabón más importante del aprendizaje era la enseñanza primaria, que fue donde con mayor celo se ejerció la represión, y en el que la presencia de maestras era mayoritaria.

También en la represión a los maestros hubo diferenciación de género. Hubo casos en los que estando acusados del mismo delito, se penaba más la condición de mujer. En el expediente de depuración de Adoración Galán Fernández –maestra de Almorox (Toledo)- se lee: Qué, tratándose de un maestro, sería intolerable los escándalos de una conducta no cristiana, izquierdista y que convierte a la escuela en un semillero de comunistas; pero en una maestra, sube de punto lo pernicioso de tales escándalos..

En la mayoría de los casos los expedientes llevados a cabo contra las maestras vertían acusaciones que podemos catalogar de delirantes. Veamos algunos ejemplos. María Josefa Castellanos Vigo –maestra de Fuensalida (Toledo) el hecho de pertenecer a la FETE: Ya rebasaba el límite señalado por el más tolerante y llega a ser repulsiva la conducta de la maestra, de veintisiete años de edad, en plena juventud y ya pervertida. María Josefa era un caso perdido para las nuevas autoridades.

Una maestra fue depurada por haber sido elegida Miss FUE, acusada de conducta inmoral por haber desfilado delante de hombres . En Valencia 41 maestras fueron acusadas de anticlericalismo, 16 de deísmo, 17 de laicismo y 30 de quebrantar la moral católica.En el informe que la Guardia Civil escribió sobre Esther Martínez Calvo, maestra en Salas de los Infantes (Burgos), se decía que envenenaba a los niños con sus doctrinas y propugnaba [sic] el amor libre. Más explícito fue el párroco local: […] su condición moral y religiosa ha sido del todo negativa (…) me aseguran personas fidedignas que ha hecho cuanto ha estado en su mano en contra del gobierno actual y como quiera que se la juzga por poseer dotes intelectuales superiores a las de muchos de sus ciudadanos, es un peligro su estancia en esta ciudad (…) Me aseguran que aún en sus vestidos lleva los colores de la bandera comunista (…) En fin que es una niña de mucho cuidado.. Vamos que ser inteligente y llevar un vestido rojo era una clara prueba de la peligrosidad de Esther.

Es difícil cuantificar el número total de maestras depuradas y represaliadas debido a la pérdida de numerosos archivos. Los estudios locales nos han ayudado a hacernos una idea de la magnitud que tuvo la represión sobre el magisterio.

Una maestra republicana con sus alumnas

En Castilla-La Mancha se imputaron cargos a 869 maestras , 411 de ellas lo fueron por cargos políticos como ser entusiasta de la causa roja o tener tendencias izquierdistas; realizar actividades favorables al Frente Popular, etc. En Valencia se abrieron 1.718 expedientes, siendo sancionados 685 enseñantes: 401 maestros y 224 maestras. En Cuenca en 1940 había 540 maestras, fueron sancionadas 103, lo que representa un 20% del total; una de cada cinco fue suspendida de empleo y sueldo o inhabilitada de por vida. En Navarra fueron depuradas 83 maestras, el 15%; 23 de ellas fueron destituidas, destitución que solían conllevar pena de prisión o la muerte. En Salamanca se depuro a 65 maestras, 29% del total; en La Rioja, 43, 21%;en Segovia, 39, 19% del total; en León se depuraron 255 maestras, 27,71% del total; en Huesca fueron depuradas 584; en Mallorca 43, que representaban el 28% del total de maestros depurados.

Las maestras Justa Freire y Rafaela González Quesada en prisión

En cuanto a los profesores de instituto, de 2.445 expedientes estudiados por Sanchidrián, Grana y Martín , 318 pertenecían a profesoras, de las cuales 66 fueron sancionadas. Los lugares donde más profesores de instituto fueron depurados son: Aragón, 23,80%; Navarra, 20%; y Madrid, 19,40%. En cuanto a sancionados tras la depuración, ocupa el primer lugar Cataluña, 15,51%; le sigue La Rioja, 15,38%; tras ellas; Cantabria, Madrid y Navarra con el 14,28% .

No fueron pocas las maestras asesinadas. El ensañamiento que se ejerció con algunas de ellas era reflejo del odio que sentían sobre las enseñantes los vencedores de la guerra; este odio venía provocado por que estas mujeres habían tenido la valentía de tener ideas contrarias a la estructura social, política y religiosa de los franquistas. Para el Nuevo Estado la mujer era la encargada de transmitir los valores patrios, y debían de pagar un alto precio por no haber actuado según estas consignas. Hubo maestras asesinadas a golpes como las aragonesas Pilar Salvo Giménez, Florinda Arjol Naudin, Pilar Escribano Iglesias y Josefa Montañés, muertas, según el parte de defunción por fractura de cráneo.

En Castuera (Badajoz) fue asesinada la maestra Matilde Morillo Sánchez; su hija Aurora Navas Morcillo relató cómo fue el asesinato de su madre: Se dice que fue violada (…) También se dice que la llevaron al cementerio y la orgia continuó en la sala de autopsias (…) los asesinos regresaron al pueblo en una camioneta al amanecer. Llevaban el abrigo de toalla de mi madre al final de un rifle como si fuera una bandera, como un trofeo

María Domínguez Remón

María Domínguez Remón, maestra y que fue la primera mujer alcaldesa española –alcaldesa de Gallur en 1932-, fue fusilada en septiembre de 1936 en las tapias del cementerio de Fuendejalón (Zaragoza)

Como en todos los regímenes fascistas la persecución de la cultura y de las personas relacionadas con ellas se hizo de manera especialmente meticulosa. Por esto no es de extrañar que otro grupo de funcionarias que sufrieron una importante represión fueran las bibliotecarias.

En 1935 había 41 mujeres que formaban parte del Personal Facultativo de Archivos y Bibliotecas. A once de ellas (un 25% aproximadamente) se les abrió expediente, seis fueron apartadas definitivamente por orden de 22 de julio de 1939. Otras muchas no fueron expedientadas al haber marchado al exilio, como fue el caso de Teresa Andrés, Josefa Callao Mínguez y tantas otras, evitando así el proceso de depuración que incluso podía llevarles a la muerte; como fue el caso de Juana Capdevielle, asesinada, el 18 de agosto de 1936. La depuración continuó hasta 1945, pero incluso en la década de los sesenta continuaban abiertos algunos expedientes. Además en el caso de que pudieran reincorporarse lo normal era que vieran mermadas sus prerrogativas, por ejemplo imposibilitándolas para ascender en el escalafón. Del total que había de facultativas al finalizar la guerra 59 bibliotecarias fueron asesinadas, se exiliaron o padecieron depuración.

Las acusaciones que se vertieron sobre ellas fueron de lo más variopintas. Carmen Pescador del Hoyo fue acusada de adquirir libros inapropiados […] y es en ese momento cuando adquiere obras como Mi Vida de Troski, el Capital de Marx, Higiene en el embarazo, enfermedades de la mujer; de doctor Marañón, Tres ensayos sobre vida sexual; de Rousseau, Confesiones; de Jiménez de Asúa, Libertad de amar y derecho a morir. Pero lo que es imperdonable en un funcionario al frente de una biblioteca pública y más si cabe siendo femenino, es la adquisición, registro y comunicación al público de obras capaces de corromper y pervertir el espíritu y el cerebro de la juventud con pornografía y obscenidades disfrazadas con el aparato científico, que sí podrás poseer en medio especialista en enfermedades morbosas huelgan siempre en los catálogos y anaquelerías de una biblioteca. Como habrá observado el atento lector el informe nos da noticia de un hecho desconocido, la autoría de obras pornográficas por parte del doctor Marañón. Vivir para ver. Hay algo que hace aún más trágico este suceso. Un juez militar ordenó su liberación en 1946 al no encontrar motivo alguno que justificara su procesamiento. Matilde llevaba siete años muerta. El documento que registra su muerte fue falseado en cuanto a la fecha (fue registrado en 1942) y causa de la muerte: acciones de guerra, fuera de las murallas de esta localidad

Las funcionarias de prisiones también tuvieron que sufrir las represalias por haber ejercido su labor durante la República. En mayo de 1932 se nombraron las primeras 34 mujeres que formaron la Sección Femenina del Cuerpo de Prisiones, al hilo de las reformas que estaba llevando a cabo Victoria Kent al frente de la Dirección General de Prisiones. El nombramiento de estas funcionarias supuso la desaparición de las monjas de las Hermanitas de la Caridad que hasta ese momento eran las encargadas de asistir las cárceles de mujeres. Algunas de estas mujeres pagaron con su vida el haber tenido un trato humanitario con las reclusas mientras ejercían su función.

Generalmente estas funcionarias eran mujeres con un importante bagaje cultural, había muchas maestras entre ellas. También las hubo con un claro compromiso con la República, como fue el caso de María Massó Aguiló, jefa de servicios de la prisión femenina de Quiñones (Madrid), que el día de la sublevación de Sanjurjo ordenó izar la bandera republicana en el patio de la cárcel, contra el deseo del monárquico director de la misma Luis Guzmán Palanca.

El resentimiento de algunas mujeres que habían estado en prisión en el período republicano provocó que alguna de ellas tomara cumplida venganza contra las que habían sido sus carceleras. Isabel Huelgas de Pablo, asesinada el 31 de julio de 1939, se había enfrentado en 1937 a María Millán Astray, hermana del famoso general y que por aquel entonces estaba encarcelada por su apoyo a la sublevación; también fue ejecutada el 13 de agosto de 1939, Matilde Revaque.

A Isabel Huelgas fue la propia Pilar Millán Astray –entonces militaba en un grupo conocido como las Damas de España, y que prestaba servicios en las cárceles de mujeres- la que le dijo que los dos niños que le quedaban habían sido fusilados. Esa misma noche, y a pesar de que estaba muy enferma, la sacaron para fusilarla. El sadismo de Pilar Millán Astray no tiene parangón, más si tenemos en cuenta que era mentira que sus hijos hubieran sido fusilados. Matilde Revaque, mientras mantenía en sus manos el emblema del Cuerpo de Prisiones, le dijo a la carcelera que fue a sacarla para ser fusilada: No olvides Victoria, que muero por haber llevado esto con dignidad.

Isabel Huelgas de Pablo
Matilde Revaque

Los funcionarios, fuera cual fuera su destino fueron depurados. Si nos hemos parado en las maestras, bibliotecarias y funcionarias de prisiones es porque era en donde había una mayor presencia femenina.

Capítulo 7. Asesinadas

Placa en homenaje a Las Trece Rosas en el cementerio de la Almudena de Madrid

Entre los más de 160.000 asesinados por Franco, se encuentran miles de mujeres. Mujeres que no sólo perdieron su vida, sino que en muchos casos tuvieron que sufrir, antes e incluso después de su muerte, vejaciones difícilmente clasificables. En este capítulo hablaremos de algunos casos concretos, pero en nuestro recuerdo están todas y cada una de ellas.

Es difícil dar una cifra exacta de las mujeres que fueron asesinadas durante, y tras, la guerra civil. Sí se puede afirmar que fueron más las que perdieron la vida sin haber pasado por ningún procedimiento judicial. El genocidio perpetrado por Franco y sus secuaces abarcó toda la geografía española. Solamente pondremos algunos ejemplos que pueden servir para hacerse una idea general de cómo se llevó a cabo.

Bruno Ibáñez

En Córdoba la represión fue de una crueldad extrema, dirigida por unos de los personajes más siniestros de la guerra civil; el teniente coronel de la Guardia Civil, Bruno Ibáñez, conocido como don Bruno.

Entre julio y diciembre de 1936, 576 personas fueron sacadas de la Prisión Provincial y asesinadas, 46 de estas personas eran mujeres –tres de ellas de 17 y 18 años-; sus cuerpos fueron arrojados en fosas comunes en los cementerios cordobeses de San Rafael y de la Salud. Entre las mujeres asesinadas estaba la periodista francesa Renée Laffont. Cuando Renée se dirigía a realizar un reportaje el conductor del coche que la transportaba se despistó y entró en una zona controlada por los sublevados.

Renée Laffont

El 1 de septiembre de 1936 la trasladaban de la prisión al cementerio para ser fusilada; Renée saltó del camión, pero fue acribillada a balazos cuando iniciaba la huida. Su muerte se registró dos meses más tarde; en el informe de la autopsia tuvieron el cinismo de poner como causa de la muerte anemia aguda por hemorragia consecutiva por heridas recibidas.

Entre 1939 y 1944, 87 mujeres encarceladas en las prisiones de Ventas y Claudio Coello fueron ejecutadas, de ellas 27 menores de 25 años, y entre estas 11 menores de edad: Julia Conesa, 19 años; Adelina García Casillas, 19; Elena Gil Olalla, 20; Virtudes González García, 18; Dionisia Manzanero Salas, 20; Victoria Muñoz García, 18; Ángeles Polariego Panizo, 20; Luisa Rodríguez de la Fuente, 18; Joaquina Rodríguez del Amo, 19; María Sánchez de Francisco, 20; Antonia Torre Yela, 18. Las dos primeras mujeres fusiladas en Madrid fueron las hermanas Manuela y Teresa Guerra Bassanta, ejecutadas el 24 de junio de 1939, tenían 37 y 28 años respectivamente; ambas eran porteras y fueron acusadas de haber denunciado a varios vecinos de derechas.

En los pueblos de Madrid también se cometieron verdaderas barbaridades. Keith S. Watson, corresponsal del Daily Herald, relató lo que vio en Perales del Río en ese pueblo tras el paso de las tropas marroquíes: […] Medio atravesada en una cama yacía una mujer; su ropa estaba tan levantada que resultaba obsceno; su garganta tenía un corte rojo enorme, y el vestido arrancado hasta la cintura, dejaba al descubierto otra herida en el pecho

Manuel de Mora Figueroa con el uniforme de la División Azul

En la provincia de Cádiz entre julio de 1936 y febrero de 1937 fueron fusiladas nueve mujeres en Villamartín, tres en Bornos, dos en Espera, una en Puerto Serrano, una en Arcos de la Frontera, diez en Ubrique –que posiblemente sean más-, y cinco en Olivera. Estas mujeres fueron asesinadas por un grupo dirigido por Manuel de Mora Figueroa, marqués de Casa Arizón; en el grupo estaban otros oligarcas como el duque de Medina Sidonia o Estanislao Domecq y González

En Fuente del Maestre (Badajoz) la represión fue brutal; se asesinó a unas 335 personas, de las que entre 15 y 20 eran mujeres. José Gómez Rosa fue testigo de lo que ocurrió: No respetaron ni siquiera a las mujeres. Un día recuerdo que mataron a 24, de donde 18 eran hombres y 6 mujeres

En Barcelona existe un lugar de trágico recuerdo; Camp de la Bota, se estima que allí se fusiló a 1.717 personas, entre 1939 y 1952; entre ellas las once mujeres sacadas de la prisión de Les Corts.

Camp de la Bota

Inés Giménez Lumbreras, fue sacada de Les Corts para ser ejecutada, el 13 de octubre de 1940, Inés dejó una estremecedora carta de despedida dirigida a su madre y a su hija: Queridísima mamá e hija: La una y media de la madrugada y se me despierta para llevarme donde unos cuantos hombres apuntaran para quitarme mi vida pletórica de juventud. Yo, como otro recuerdo no puedo dejarte que más puedas guardar, te envío unas letras estampadas en estos momentos últimos… En la mesa [que] ahora me sirve de apoyo hay flores y me las ha ofrecido no la oficiala que tú conoces, sino la otra llamada doña Teresa, para que sean mis compañeras de tumba, y yo os envío u capullo para que guardes tú hasta que vivas, y después hagas entrega [de él] a mi hija para que siga conservándolo

De los atroces asesinatos que se perpetraron contra las reclusas de la siniestra prisión de Torreo, tenemos constancia por el libro que escribió Gumersindo de Estella –párroco de la prisión-. El 22 de septiembre de 1937 fue testigo del fusilamiento de tres mujeres, dos de ellas, Margarita Navascués y Sefina Casas –compañera de Buenaventura Durruti-, con hijos de corta edad: Pensé en mis adentros que para matar a una mujer es necesario un delito más grande que para matar a un hombre. ¿Tan peligrosa puede ser una mujer para un régimen o Estado? (…) ¡Jamás creí que hubiera tenido que presenciar escena semejante en país civilizado! Nunca creí que existiera en la tierra una ley o jefe o caudillo que tenga facultad para disponer semejante cosa. A cualquiera que eso dispusiera le diría: “¡O indulta Vd. a esas pobres madres, o es Vd. un ser sin entrañas y sin sentimientos humanitarios…! Esto pensaba yo interiormente .

Margarita y Sefina habían sido detenidas el 26 de febrero de 1937 cuando intentaban pasar a territorio republicano. Gumersindo de Estella recuerda el trágico momento de su muerte: ¡Qué concierto tan horrible y tan emocionante…! Ayes, lamentos, sollozos, gritos de: -hija mía- ¡no me la quiten! ¡Por compasión no me la roben! ¡Que la maten conmigo! Las hijas les fueron arrebatadas de su brazos por las monjas, y enviadas al asilo Hogar Pignatelli.

En Aragón, entre 1936 y 1943 se asesinó a 404 mujeres: 270 en Zaragoza; 65 en Huesca; y 69 en Teruel. En Euskadi, según datos aportados por el Gobierno Vasco, fueron fusiladas 64 mujeres entre 1936 y 1940: 34 en Guipúzcoa, 22 en Vizcaya y 6 en Álava. Tras la caída del País Vasco, en Bilbao y pueblos de alrededor se asesino a 21 mujeres. En Badajoz, según datos de PREMHEX, se asesinó a 806 mujeres, la inmensa mayoría en ejecuciones extrajudiciales. En Galicia se ha documentado la muerte de 399 mujeres. En Cáceres, 130. En Cataluña, según Duch, se asesinó a 42 mujeres, cifra que particularmente me parece muy corta. En la comarca de La Marina (Alicante) han aparecido cadáveres de 84 mujeres. En Baleares, entre el verano de 1936 y la primavera de 1937 fueron asesinadas extraoficialmente al menos 15 mujeres, destacando Aurora Picornell o la dirigente socialista Pilar Sánchez.

Aunque, como hemos mencionado anteriormente es difícil hacer cálculos exactos sobre el número de víctimas mortales ejecutadas por el franquismo, se estima que del número total de asesinados, entre un 8 y un 10% eran mujeres.

Como hemos comentado anteriormente la edad no era impedimento para acabar siendo asesinada. Por esta razón son muchas las mujeres, aunque más valdría decir niñas, ejecutadas por Franco. Amén de las Trece Rosas, muchas fueron asesinadas aún siendo niñas o en la adolescencia: las hermanas María y Carmen Pedrajas Sánchez, de 17 y 18 años, vecinas de Hornachuelos, asesinadas en Córdoba; Carmen Luna, de 18 años ejecutada el 29 de diciembre de 1936 en Córdoba. En Aragón fueron asesinadas 22 niñas: una de 14 años, otra de 15, cuatro de 16, cinco de 17 y once de 18.

En Fuentes de Andalucía, cinco chicas entre 16 y 22 años, conocidas como Las Niñas de El Aguaucho, fueron violadas, asesinadas y sus cuerpos arrojados a un pozo en El Aguaucho; sus asesinos se pasearon por el pueblo con su ropa interior ensartada en las puntas de sus fusiles. Antes de ser asesinadas sus verdugos les obligaron a hacerles la comida antes de violarlas y asesinarlas. Eran María León Becerril, 22 años; María Jesús Caro González, 18; Joaquina Lora Muñoz, 18; Josefa García Lora, 18 y Coral García Lora, 16. Y podíamos citar cientos de casos más.

Tampoco importaba el estado físico en que se encontraran; por ello tenemos numerosos casos de mujeres que fueron asesinadas estando embarazadas, aunque lo más común es que esperaran a que dieran a luz para posteriormente ejecutarlas. Del Hospital de Toledo, sacaron a unas veinte mujeres embarazadas; las sacaron de las camas para ser fusiladas en el cementerio municipal. En Castilleja del Campo (Sevilla) asesinaron a una mujer que estaba embarazada; en el momento que la fusilaron dio a luz, el que le dio el tiro de gracia mató al recién nacido a culatazos. En Fregenal de la Sierra (Badajoz) tres mujeres embarazadas fueron asesinadas, una de ellas de entre siete y nueve meses.

El 2 de septiembre de 1936 varias personas, entre ellas mujeres, dos de ellas embarazadas fueron asesinadas en el arroyo Romanzal (Llerena, Badajoz); sus cuerpos fueron quemados con gasolina, dejándolos en el mismo lugar sin enterrarlos. A una de las mujeres embarazadas, Josefa Fernández Catena “La Galla”, el cura le pidió que besara el crucifijo, al negarse esta el cura le golpeó la boca con el crucifijo rompiéndole los dientes.

La Jabalina

Hemos comentado que en ocasiones esperaban que la mujer embarazada diera a luz antes de ser asesinada. Este fue el caso de la joven anarquista de 22 años, María Pérez Lacruz “La Jabalina”, que había actuado como enfermera en la Columna de Hierro. Estaba embarazada de siete meses cuando fue apresada. Una vez que parió su hijo le fue arrebatado –se desconoce que ocurrió con él-, tras esto la trasladaron al cementerio de Paterna donde fue fusilada el 8 de agosto de 1942.

Las formas de asesinar a las mujeres fueron muy diversas: fusilamiento, tortura, degollamiento. Sandra Fernández en un estudio sobre la represión de la mujer en Ciudad Real, señala que en los Registros Civiles aparecen muertas por asfixia por sumersión, por presión o ahorcamiento. En algunos casos aparecen como suicidio, como Olvido López García – sus dos hermanas habían sido ejecutadas- si fue asesinada o se suicidó da igual, los responsables de su muerte son los mismos: los asesinos que ejecutaban la orden de exterminio dada por los jefes franquistas. También hay registradas muertes indirectas: consumición por inanición, agotamiento por falta de alimento, avitaminosis, colapso por hambre.

Una forma especialmente cruel de ejecución es el garrote vil. En la prisión de Durango fueron ejecutadas por este sistema tres mujeres del PSOE de Ciudad Real, y la joven militante comunista y maestra Elena Tortajada Marín. De la cárcel de Ventas fue sacada para ser agarrotada María Panticosa. Un caso especialmente trágico fue el de Ana Paños García, de 39 años y madre de dos hijos. Fue ejecutada por garrote vil; en un primer intento el torniquete se le enredó en los cabellos, teniendo que volver a iniciar todo el proceso, con la consiguiente agonía que ello supuso.

En los asesinatos se cometieron vilezas difícilmente calificables. No bastaba con matar, había que ensañarse con las víctimas, bien antes de morir e incluso tras su muerte. José Vázquez López, vecino de Fregenal de la Sierra recuerda el caso de unas jóvenes asesinadas: Llevaron allí a cinco o seis mujeres jóvenes y las maltrataron, después que vimos la sangre y todo, las trasladaron al cementerio y las enterraron pero antes las maltrataron. Todo el mundo lo sabía. Una de ellas era Antonia Regalado Carballar; un testigo, sobrino de Antonia, recuerda el escarnio que hicieron en su cadáver: Colocó a un hombre debajo de ella, que lo puso [el cuerpo de] mi tía encima y [el cuerpo de] otro penetrándole arriba, uno abajo y otro arriba (…) “ella se va a quedar satisfecha” (…) le dijo disfrutando de la risa (…) la hicieron correr por el cementerio y abusaron de ella, luego la mataron y el sepulturero enterró su cuerpo en esta posición y dijo “la hemos enterrado como una puta” .

Cinco mujeres que habían ejercido como enfermeras tuvieron que sufrir una sádica humillación antes de ser violadas y asesinadas. Las autoridades encargaron a unas monjas que comprobaran si eran vírgenes. María Costanera apareció muerta en una cuneta con un tiro en la nuca y las manos cortadas. A Enriqueta Gutiérrez Mellado, vecina de Almendral (Badajoz), la ahorcaron en las afueras del pueblo – en la finca Los Chinos-; no contentos con eso, sus asesinos le cortaron después la cabeza. De manera premeditada enterraron su cuerpo a muy poca profundidad, lo que provocó que unos cerdos desenterraran el cadáver y pasearan sus restos por toda la finca. Un año después asesinaron a su hermana y a su cuñado .

En varias ocasiones se procedió a la ejecución de grupos de mujeres. En Villamediana (Palencia) fue excavada una fosa conocida como «fosa de las mujeres» en donde estaban enterradas once mujeres procedentes de Dueñas. En Andalucía se conocen cinco grandes fosas de mujeres: Puebla de Guzmán (Huelva), 15 mujeres; Zufre (Huelva), 25 mujeres; Fuentes de Andalucía /Sevilla), nueve; Gerena (Sevilla), 17, Grazalema (Cádiz) 15. Otros grupos de mujeres son los conocidos como Las Rosas de Saturrarán; las 11 mujeres exhumadas en Alburquerque (Badajoz) asesinadas el 5 de agosto de 1936 y enterradas junto a 132 hombres, etc. Con algunos de estos grupos de mujeres nos ocuparemos con más atención.

Todos conocemos el brutal asesinato perpetrado en Madrid, de las conocidas como las Trece Rosas, fusiladas en el cementerio de la Almudena el 5 de agosto de 1939. El tribunal que las condenó lo presidía el teniente coronel Isidro Cerdeño Gürich como presidente; actuaban de vocales los capitanes Remigio Sigüenza Plata, Fernando Ruiz Feigespán y el teniente José Sastre Juliá, el ponente fue el capitán García Marco. Hay que señalar que en los interrogatorios durante el juicio participó Carlos Arias Navarro.

A las Trece Rosas, y a otras 49 personas les delató José Pena Brea, por entonces secretario de la JSU. En la detención de las jóvenes participó un personaje muy conocido, Roberto Conesa, que posteriormente sería jefe de la Brigada Político Social, y ya en democracia nombrado jefe de la Brigada Antiterrorista.

Las Trece Rosas eran jóvenes entre 18 y 29 años: Carmen Barrero Aguado, 20 años; Martina Barroso García, 24; Blanca Brisac Vázquez, 29; Virtudes González García, 18; Ana López Gallego, 21; Joaquina López Laffite, 23; Dionisia Manzanero Salas, 20; Victoria Muñoz García, 18; Luisa Rodríguez de la Fuente, 18; Pilar Bueno Ibáñez, 27; Julia Conesa Conesa, 20 años; Adelina García Casillas, 19; y Elena Gil Olaya, 20. Hubo otra más, Antonia Torres Yera, que por un error de transcripción de su apellido, se cambio su nombre por el de Antonio; se salvó en un primer momento, finalmente sería fusilada el 19 de febrero de 1940.

Las Trece Rosas

En contra de lo que se ha venido manteniendo no fueron acusadas de haber participado en el atentado que le costó la vida al teniente coronel de la Guardia Civil, Isaac Gabaldón, a su hija de 18 años y al chófer. Se las acusó de haber participado en actos de sabotaje e intento de complot. El único «sabotaje» del que se dieron detalles fue uno frustrado a una tienda de ultramarinos situado en la calle Dulcinea de Madrid.

Como premonición de lo que les esperaba, la directora de la cárcel de Ventas, Carmen Castro Cardús, las recibió con la frase: El que derrama sangre, con sangre debe morir. Esta actitud ante ellas continuó durante su estancia en prisión. El día 4 de agosto todas escribieron instancias solicitando la revisión de la condena, instancias que entregaron al capellán de la prisión; la directora Carmen Castro, monja teresiana, obligó al capellán a entregárselas para destruirlas.

De los últimos momentos vividos por las Trece Rosas en la prisión de Ventas tenemos noticias gracias al testimonio de algunas de las que fueron sus compañeras en la cárcel madrileña. María Lacampra fue una de las reclusas a las que las Trece Rosas pidieron que las acompañaran cuando ingresaron en capilla: Me llamaron cuando me había acostado. Allí [en la capilla] estaban todas, acompañadas por la directora Carmen Castro y una presa, exfuncionaria y amiga suya llamada Lola Freixa, que hoy vive en México. Todas las condenadas escribían cartas a la familia. Daba la impresión de que entrabas en una clase de niñas

De las cartas que escribieron a sus familias veamos, como ejemplo, la que redactó Julia Conesa:

Madre, hermanas, con todo el cariño y entusiasmo os pido que no lloréis nadie. Salgo sin llorar. Cuidad a mi madre. Me matan inocente, pero muero como debe morir una inocente.

Madre, madrecita, me voy a reunir con mi hermana y papá al otro mundo, pero ten presente que muero como persona honrada. Adiós, madre querida, adiós para siempre. Tu hija que ya jamás te podrá besar ni abrazar. Julia Conesa.

Besos, para todos, que ni tú ni mis compañeros lloréis.

Que mi nombre no se borre de la historia.

Su último deseo se cumplió, su nombre no se borró ni se borrará ni de la historia ni del corazón de las gentes de bien.

J.A.V contó a Jorge Montes , cómo fue la salida de las Trece Rosas camino de su muerte: La noche del 5 fueron llamadas, estaban diseminadas por toda la cárcel. Todas mantuvieron su dignidad entre lágrimas, ninguna se arrodilló ni rezó, se vistieron con sus mejores ropas, dentro de lo que había; toda la cárcel estaba en silencio, la pobre Anita al terminar de vestirse preguntó ¿tengo las medias derechas? La respuesta fue que sí. Las abrazamos una y otra vez. ¡Qué horrible mezcla de gritos y silencio! Todo parecía muerto. Hay quién se derrumba pero ellas se crecieron. Desde la cárcel se oían perfectamente las descargas […], aquella noche no la olvidaré, fuimos contando una a una, las primeras descargas fueron para los muchachos, al rasgar el día, sobre las ocho, las de las menores.

Otra masacre colectiva de mujeres se produjo con 17 vecinas del pueblo sevillano de Guillena, fueron detenidas entre el 6 y el 8 de agosto de 1937.

Placa en homenaje a las mujeres asesinadas de Guillena

En Guillena en ningún momento se atentó contra la vida de las personas de derechas, ni contra el cura del pueblo; tampoco se detuvo a derechistas entre el 18 y el 26 de julio de 1936 día en la que entraron en el pueblo las tropas sublevadas al mando de Ramón de Carranza Gómez . Al estar seguros de no haber hecho nada malo, muchos de los hombres se quedaron en el pueblo, incluida toda la Corporación municipal, mayoría de Izquierda Republicana. Todos los miembros del Concejo fueron fusilados.

Ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos muchos huyeron del pueblo, comenzando los sublevados a hacer batidas por el campo en busca de ellos; batidas que dirigía el teniente coronel Fermín Hidalgo Ambrosy, que se había hecho famoso por la persecución que había ejercido contra los familiares de los huidos de otros pueblos de las provincias de Cádiz y Sevilla.

19 mujeres fueron detenidas, posteriormente dos fueron puestas en libertad. Fueron rapadas, paseadas por el pueblo y llevadas a la iglesia para ser excomulgadas. El 12 de octubre fueron sacadas del depósito carcelario de Guillena y trasladadas a Gerena para ser fusiladas. Dos de ellas estaban embarazadas.

Mujeres asesinadas de Guillena
  • Eulogia Alanís García «La Cunera»
  • Ana Mª Fernández Ventura «La Lega»”, 29 años, soltera, tres hijos
  • Antonia Ferrer Moreno, casada, tres hijos
  • Granada Garzón de la Hera «La Gitana»” 41 años, nueve hijos, denunciada por el cura del pueblo por no estar casada. Su marido, Francisco Aguilera Hidalgo y su hijo mayor también fueron asesinados.
  • Granada Hidalgo Garzón, 70 años, viuda, su delito: leerle la prensa de izquierdas a sus vecinos.
  • Natividad León Hidalgo, 52 años, casada, dos hijos, uno de ellos, José León, también asesinado.
  • Rosario León Hidalgo, 41 años, casada, tres hijos
  • Manuela Llánez González «La Esterona», casada, dos hijas
  • Trinidad López Cabeza, 50 años, ocho hijos, Su hija mayor se ofreció a ir en su lugar.
  • Ramona Manchón Merino, 44 años, cuatro hijos. Su marido, Antonio Palacios García, también fue asesinado.
  • Manuela Méndez Jiménez, 24 años, casada, su marido, Manuel Domínguez Garzón consta como desaparecido.
  • Ramona Navarro Ibáñez, 24 años, casada, dos hijas.
  • Dolores Palacios García, 48 años, casada, nueve hijos
  • Josefa Peinado López, 55 años, casada, dos hijos, ambos borrados del Padrón Municipal sin causa.
  • Tomasa Peinado López, 61 años, cinco hijos, tres de ellos asesinados.
  • Ramona Puntas Lorenzo, 52 años, casada con Germán Franco Santiago, también asesinado, una hija´
  • Manuela Sánchez Gandullo, 57 años. Su marido, Emilio Valdivia Puntas, era un destacado miembro de la Unión Republicana de Guillena

Gracias a lo narrado por testigos de los hechos podemos saber cómo se llevó a cabo su asesinato. Todo indica que las mujeres fueron soltadas una vez que llegaron al cementerio de Gerena; tras esto los asesinos se apostaron en la cancela de entrada y desde este lugar las fueron «cazando» como si fueran alimañas.

Por el testimonio de un vecino anónimo de Gerena sabemos los nombres de los asesinos: A las mujeres las mataron el comando de Falange de Gerena (…) estaba compuesto por Pozo «El Empedrador», que era el jefe de ellos, también estaban Carrillan «El Chato», Panadero «El Popo», José «El Calentitero», que era cojo (…) Otro de los asesinos terribles, que mató a un niño a chocazos contra la pared era Quito «El Demonio», uno que después se fue de Gerena (…) Otros que pertenecían a aquel comando eran Felipe «El Caco», Arturo el de la Mariqui, y Apache (…) Otro era Montero, el guardia civil asesino de niños (…), Montero fue el que mató al niño del Polvorista (…), una de estas mujeres estaba embarazada, otra abusaron de ella muerta, el Moña, y la que estaba embarazada el Maestro Empedrador le sacó con un puñal el niño del vientre (…).

Ignacio «El Meino» también nos legó su recuerdo: (…), hablaban siempre del crimen tan grande y responsabilizaban más que nada a el «Moña», que era enterrador (…) Una de las muchachas venía embarazada (…) y esta fue la que se escabulló y se escondió detrás de un nicho a ver si podía escapar. Y el Moña les dijo antes de que se fueran: “Ehhh, aquí hay una”, y se volvieron y la mataron.

Por último disponemos del testimonio de José Domínguez Núñez, que entonces contaba ocho años de edad; gracias a él se localizó la fosa en donde estaban enterradas. José también recuerda la actuación del enterrador: El Moña, cuando las mujeres trataban de esconderse en los nichos excavados en la tierra las cogía por los pelos y las ponía para que las mataran. Todas ellas trataban de esconderse y ellos tiraban desde la cancela.

El 23 de enero de 2012 sus restos fueron exhumados y trasladados a Guillena para ser enterrados. Juan Luis Castro, uno de los arqueólogos encargados de la exhumación manifestó que los restos presentaban evidencias de “violencia extrema”. Un cráneo presentaba dos tiros y numerosas fracturas,

Restos hallados en la fosa en donde estaban enterradas

En el pueblo gaditano de Grazalema se asesinó a quince rosas. La mayoría fueron asesinadas por no decir el paradero de sus familiares. Antes de asesinarlas las vejaron como solían tener por costumbre, rapadas, obligadas a tomar ricino y paseadas por el pueblo. Sus asesinos fueron los falangistas del pueblo, todos conocidos por ellas. Aparte de las armas de fuego se utilizaron armas blancas. A varias de ellas les aplastaron la cabeza con una pala. Una vez asesinadas –en una curva de la carretera de Grazalema a Ronda- las arrojaron a la fosa sin taparlas, obligando a los familiares a que acudieran a enterrarlas y ver el dantesco espectáculo.

Una de las víctimas, Catalina Alcaraz, escribió una nota a su amiga Adelina para que se hiciera cargo de sus tres hijos de 8, 5 y 3 años de edad: Adelina le agradeceré que atienda usted a mis pequeños y les de comer [sic]. La comida me la dejé en la puerta. Pueden dormir en mi casa y ustedes echarle una miradita que, como son tan malos, no quiero que les den mucha guerra. A ver si pudiera ser que pronto me dejaran salir, puesto que yo no tengo culpa, […], gracias y le queda muy agradecida su amiga. Catalina Alcaraz .

Monumento en homenaje a las mujeres asesinadas en Grazalema.

Las víctimas fueron: Teresa Castro Ramírez, Salud Alberto Barea (embarazada), Catalina Alcaraz Godoy, Isabel Atienza Gómez (embarazada), Josefa de Jesús Gómez, Isabel Barea Rincón, María Barea Rincón, Ana Fernández Ramírez (embaraza y con tan solo 18 años), Cristina Carrillo Torres, Lolita Gómez, Mª Josefa Nogales Castro, Teresa Menacho, Antonia Pérez Vega, Mª Isabel Romás Montes, Natividad Vilches, también asesinaron en el mismo acto a un crío de 12 años Francisco Peña García «El Bizarrito».

A otras quince rosas les segaron la vida en Puebla de Guzmán (Huelva), unas asesinadas en el cementerio y otras en el callejón de la Fuente Vieja; María San Blas Álvarez Cano (esposa de Diego Domínguez primer teniente de alcalde, también asesinado), Beatriz Álvarez Gómez, Mercedes Álvarez Pérez, Sampedro Álvarez Rodríguez, Antonia Beltrán, Dolores Clemente Martín, María Rodrigo Domínguez Ponce (su hermano también fue asesinado), María Peña Domínguez Suarez (esposa de Juan Mora, primer secretario del PSOE), Catalina García Márquez, María Márquez González «La Mora» (tenía dos hijas, una de ellas lactante, ambas se hicieron monjas), Concha Orta Blanco, Concepción Orta, Dolores Ponce Barbosa 8asesinaron a dos hermanos), María Dolores Rodríguez, María Roldán García. Las quince mujeres fueron asesinadas en septiembre de 1937. Solamente se inscribió en el Registro Civil la muerte de ocho, seis de ellas a partir de 1979.

Lugar donde fueron asesinadas las mujeres de Puebla de Guzmán

Otro pueblo onubense, Zufre, sufrió la pérdida de 16 rosas asesinadas en Higuera de la Sierra. Antes habían sido rapadas, purgadas y paseadas por el pueblo, y algunas de ellas violadas. El comandante militar de Zufre era el cabo de la Guardia Civil Eduardo Novoa que dijo que Había llegado el momento de ajustar todas las cuentas pasadas. Como la gran mayoría de mujeres asesinadas no tuvieron ningún tipo de juicio. El supuesto delito era que habían desnudado y tirado unos comestibles que llevaba a Rosario Expósito por haber votado a las derechas. Las víctimas fueron; Dominica Rodríguez, Felipa Rufo, Antonia Blanca, Josefa Labrador, Fátima Ventura, Carlota Garzón, Remedios Gil, Mariana Sánchez, Amadora Sánchez, Encarnación Méndez, Elena Ramos, Bernadela Rodríguez, Alejandra Garzón, Teodora Garzón, Amadora Rodríguez «La Pasionaria».

Para terminar con esta relación de rosas asesinadas por las hordas franquistas, mencionaré a las nueve aceituneras de San Juan de Aznalfarache. Estaban afiliadas a la UGT, algunas de ellas vivían en un barrio de chabolas conocido como el Mandrón, situado a las afueras de la localidad sevillana. El 10 de agosto de 1936 fueron arrestadas y enviadas al buque Cabo Carvoeiro, anclado en el puerto de Sevilla. Estuvieron prisioneras en este buque prisión 66 días. El 24 de octubre el siniestro capitán Manuel Díaz Criado, sacó del barco a 43 personas, 21 hombres y 13 mujeres para asesinarlos en las tapias del cementerio de San Fernando de Sevilla.

Aceituneras de San Juan de Analfarache

Las aceituneras asesinadas eran: Rosario González Rodríguez (28 años), Victoria Quintanilla Muñoz (24), Josefa Romero Barberán (28), a la que antes de ser asesinada la violaron y le cortaron los pechos, la conocían por «La Rojilla» porque siempre llevaba un pañuelo rojo anudado al cuello, Leonisa Panadero Maya (19), las hermanas Gabina Isabel y Francisca Parro Domínguez, de 36 y 43 años, Guadalupe Sánchez López (34), (también asesinaron a su marido Antonio Anillo Marín) dejó un hijo de 10 años; y Josefa Tierno García (24). Otras asesinadas del pueblo fueron Serafina Vela Vela (36)- poco después mataron a su hijo José Vela de 18 años de edad-, y Carmen Bermúdez Pavón de 21 años.

El 24 de octubre de 2017 se inauguró el Paseo de las Nueve Aceituneras –antes la calle se llamaba Cardenal Segura-. A las pocas horas la inscripción con el nombre de las nueve aceituneras y el resto de personas asesinadas por los franquistas fueron destruidas por derechistas de la ciudad.

Placa en recuerdo de las aceituneras sevillanas

En este capítulo hemos hecho una breve exposición de cómo se produjeron los asesinatos de las mujeres. Nunca se escribirá lo suficiente sobre el padecimiento de estas mujeres; nunca se las homenajeará lo suficiente; nunca se las recordará bastante.

Sonajero hallado en la tumba de una mujer asesinada [229]
Estas mujeres nos legaron pruebas de un coraje infinito afrontando sus últimos momentos con una dignidad que nunca tuvieron sus asesinos. Muchas de ellas murieron con el hijo que llevaban en su vientre; otras muchas dejaron atrás a sus hijos, huérfanos de su ser más querido; algunas de ellas quisieron llevarse en su último viaje un recuerdo de estos hijos que dejaban, en la mayoría de los casos, en el mayor de los desamparos. Sus verdugos fracasaron en uno de sus fines; hacerlas desaparecer para siempre; porque siempre estarán vivas en nuestro recuerdo.

Capítulo 8. Los niños: Las otras víctimas

El tratamiento dado a los hijos de las mujeres republicanas era una forma más de la represión de género que sufrieron las mujeres. Miles de niños fueron separados y robados de sus madres. Siguiendo las directrices de los impresentables siquiatras del régimen franquista, como Vallejo-Nágera –conocido como el «Mengele español», las mujeres republicanas estaban incapacitadas para ejercer la maternidad ya que tenían una «degeneración psicológica».

En 1940 la mortalidad infantil era elevadísima, sobre todo en las casas de los pobres donde alcanzaba la cifra del 350 por mil. De esta mortalidad, y del abandono de niños, que en tiempos de posguerra era de unos 35.000 por año, se culpaba a la mujer a la que se atribuía el estar inclinada a una vida inmoral. De todo era culpable la mujer; el que tuvieran que vivir en infestos cuchitriles sin ningún tipo de higiene; el que se les pusiera todo tipo de trabas para poder ganarse la vida y no tener una infra alimentación, tanto ellas como sus hijos; eran minucias, lo importante es que eran unas inmorales y unas necias.

Rosa María Aragüés acierta plenamente al señalar el principal motivo por el que los niños republicanos eran separados de sus familias: No era por motivos de “caridad cristiana” como ellos no se cansaban de repetir, era un hecho meramente político, por lo cual se reeducaba a los hijos de los vencidos y se les separaba física y legalmente de sus padres cuyas ideas había que erradicar del “Nuevo Estado” cuya función era según el psiquiatra Vallejo-Nágera “combatir la propensión degenerativa de los muchachos criados en ambientes republicanos.

Niños encarcelados

Niños en la cárcel maternal de Madrid

Muchas mujeres ingresaron en prisión junto a sus hijos de corta edad; otras que habían ingresado embarazadas dieron a luz en la propia cárcel. Durante la República los niños podían permanecer con las madres hasta los cuatro años de edad. Por orden del ministerio de Justicia de 30 de marzo de 1940 se rebajó la edad en un año: Cuando las penadas ingresen llevando consigo hijos de pecho, habrían de ser admitidas, norma, que por obedecer a ley natural, es necesario mantener. Pero transcurrido un plazo que puede fijarse en la edad de los tres años, no existe en estos momentos justificación alguna para que en las Prisiones las reclusas tengan a sus hijos […] Las reclusas tendrán derecho a amamantar a sus hijos y tenerlos en su compañía hasta que cumplan la edad de tres años.

Las mismas condiciones lamentables en que se encontraban las mujeres en las cárceles franquistas eran las que tenían que soportar sus hijos. A los niños, cuando dejaban de ser lactantes, no se les daba una alimentación adecuada, recibían la misma bazofia que la de sus madres. Muchos niños enfermaron por esta causa, o por las terribles condiciones sanitarias y de habitabilidad que tenían que sufrir.

Antonia García Alonso, presa en Ventas, recordaba con horror la tragedia de los niños: Cuando los concentraron en una galería con sus madres, se presentó una epidemia de tiña, además de los piojos y sarna que ya tenían. Los niños morían y tenían las cabecitas llenas de tiña y se les caían los trozos de las heridas en costras llenas de pus […] Con sinceridad he sufrido más por los niños que por las penadas a muerte […] Tengo clavadas sus miradas, sus ojitos hundidos, sus quejidos continuos y su olor pestilente.

Paz Anzalí recordaba el mal trato que sufrían los niños en la Prisión de Madres Lactantes de Madrid, dirigida por María Topete: Estos niños comían en el comedor con nosotras, y como la comida era asquerosa, cuando a estos chiquillos les daba asco comer, la devolvían y María Topete se la volvía a hacer comer […], cuando algún niño había hecho algo, lo castigaban y lo llevaban a la iglesia con los bracitos atrás como si fuera un criminal y lo ponían de rodillas todo el tiempo que duraba al famoso rosario.

Como hemos mencionado la mortalidad infantil dentro de las cárceles fue muy elevada debido a la falta de asistencia médica, alimentación inadecuada, insalubridad, etc. También morían muchos en el momento del parto –y muchas mujeres- ya que este se solía hacer sin ningún tipo de asistencia sanitaria, en unas condiciones higiénicas lamentables y contando con la única ayuda que le podían proporcionar a la madre sus compañeras presas.

Adelaida Abarca, recluida en Ventas, recordaba la ingente cantidad de niños fallecidos en la prisión: Empezaron las epidemias de enfermedades infantiles […], murieron de seis a siete cada día. Los llevaban a una sala y los instalaban sobre unas mesas de mármol donde aparecían las ratas. Aquello era espantoso, ver a esos animales tan desagradables y tan hambrientos que venían a comerse a aquellas criaturas escuálidas, esas criaturas eran ya un esqueleto, se quedaban en nada. Era un drama que no se podía soportar.

Por su parte el Régimen no perdía ocasión para dar noticias de su «maravillosa» gestión. En la Memoria del Patronato de Redención de Penas de 1939, amén de mentir sobre el estado de salud de los niños que se encontraban en las cárceles, alardeaba de la supuesta educación que recibían: La escuela de niños organizada [supuestamente] en octubre, cuenta con 30 a 40 párvulos, vigilados por 6 reclusas, día y noche, en departamento especial. Reciben lecciones de catecismo, cantos, gimnasia, etc.; todos se inician en la lectura y varios escriben al dictado. De esta supuesta escuela instalada en Ventas, ninguna reclusa recuerda nada; posiblemente porque solamente existió en el imaginario de los funcionarios franquistas.

Lo que sí era cierto es que el adoctrinamiento comenzaba desde el nacimiento del niño. Las mujeres, si querían recibir prebendas, o simplemente que se respetaran sus derechos, debían dejar que sus hijos fueran bautizados. De estos hechos hacia entusiasta propaganda el Régimen, ahondando en el hecho de que se habían redimido a las madres, y sus hijos pasaban a ser perfectos cristianos desde su nacimiento.

Bautismo en la cárcel de Ventas en 1939

Debido al hacinamiento que había en la cárcel de Ventas, y no por otorgar una mejor situación a los niños que estaban con sus madres, se creó en 1949 la Prisión Maternal de San Isidro, dirigida por un siniestro personaje como era María Topete, funcionaria de Ventas y alumna de Vallejo-Nágera. Las condiciones en esta nueva cárcel eran insoportables, tanto para las madres como para los niños. Las madres solamente veían a sus hijos a la hora de amamantarlos. Muchos de los niños allí recluidos murieron de hambre, frío o enfermedades cogidas en la prisión.

Como serían las condiciones de vida en la Prisión Maternal, que muchas madres intentaban evitar ser trasladadas allí. Juan Doña dejó testimonio de aquello: Sólo hacía seis meses que habían abierto la «Prisión de Madres Lactantes», enclavada en las proximidades del Puente de Segovia, y ya muchas de las madres que llevaron allí estaban de vuelta en la prisión de origen pero…, sin hijos. Una vez que ingresaban en esa prisión, la madre no podía sacar a sus hijos de aquel recinto nada más que muertos; todas las que volvían a reingresar los habían perdido.

Ingresar en la Prisión Maternal conllevaba perder el contacto con el hijo. Mercedes Núñez, en su obra Cárcel de Ventas, publicado en París en 1967 habló de esta prisión: [...] el nombre de madre fue anulado para dar paso a unas reglas deshumanizadas (…) Ninguna madre podía cuidar de su hijo ni aún acercarse a ellos, aunque estuviesen enfermos, solamente a la hora de lactar les tenían en sus brazos, controlados los minutos de la alimentación. Los niños separados de las madres en un patio aparte y a ellas se las tenía trabajando en talleres más de diez horas diarias (…).

Los niños robados

La historia de niños separados de sus madres y enviados a centros de acogida, o la de aquellos que fueron directamente robados, bien en el momento del parto o posteriormente no es algo que se circunscriba a la guerra civil y la inmediata posguerra, sino que ha perdurado hasta bien entrado el siglo XXI, llegando a convertirse en un lucrativo negocio para algunas personas, entre las que destacan médicos, comadronas y monjas.

Se crearon instituciones especialmente dedicadas al alojamiento, adoctrinamiento, y en la mayoría de los casos en adopciones, casi nunca legales. En 1941, para mostrar las «bondades cristianas» que acompañaban al régimen franquista se crea el Patronato a Familias de Reclusos, cambiando su nombre el 8 de agosto de 1945 por el de Patronato Nacional San Pablo para Presos y Penados, dependiente del ministerio de Justicia. Entre sus actividades estaba la protección de los hijos de los presos (los que no eran hijos de penados pasaban a depender de la Obra de Protección de Menores). Esta «magnánima» institución estaba presidida por el conde de Marsal. Los que decidían qué hijos recibirían ayuda y quiénes no, eran las Juntas Locales, que las componían el alcalde de la localidad como presidente, el cura párroco y una mujer reconocida por su alma caritativa. El objetivo principal era la guarda moral y espiritual de los reclusos y sus familias; en pocas palabras el adoctrinamiento.

Antes, en 1938 se creó el programa Al Servicio de España y del Niño Español, que tenía como objetivo marcar normas de salud materno-infantil; el programa lo dirigía el doctor Juan Bosch Marín.

Otra institución que se dedicaba a los niños era el Auxilio Social. Los niños eran generalmente enviados a centros que estaban regidos en su inmensa mayoría por religiosos. Las condiciones que soportaron los niños en estos colegios estuvieron colmadas de malos tratos, vejaciones, abusos sexuales. Joan Sisa estuvo en tres internados, el último de ellos Los Hogares Mundet de Barcelona: Había represalias fuertes si se te escapaba una palabra en catalán: te lavaban la boca con jabón y te pegaban. Te dejaban sin merienda, o lo que aún dolía más, te impedían ver a tu madre en la siguiente visita. Y esto ocurría en 1967. También sufrió tocamientos por parte de un cura, y no fue el único: Mientras estaba de pie en el pasillo [castigado sin poder dormir] el cura vino y empezó a decirme, con una voz sospechosamente dulce, que no lo tenía que hacer más, y al miso tiempo me iba acariciando. Se metía la mano en la sotana, acariciándose las partes, y con la otra me tocaba y me decía que no tenía que decir nada (…) Al día siguiente, este mismo señor, me acordaré toda la vida, a las ocho de la mañana estaba dando misa.

Niños de los Hogares Mundet

Tampoco se salvaron de los abusos los niños del Hogar Juvenil San Jaime, allí fue a parar Anna Huelves (nacida como Antonio), trasladada desde el Auxilio Social. Cuando me tocaba me decía: “Tú esto no tienes que hacerlo porque Dios no quiere que lo hagas. Yo te lo hago para que entiendas que ni tú ni nadie lo tiene que hacer. Cabe mayor cinismo. El pederasta era el padre Vilarasa. Este depravado también le obligó a hacerle felaciones, y una vez intentó sodomizarlo.

El Colegio de San Fernando, en Madrid, fue otro centro del terror. Salesianos y religiosas de las Hijas de la Caridad de San Vicente Paul, eran los encargados del centro. Un ex alumno, José Sobrino, recuerda al director del centro, Fernando Bello, le vendió por 100.000 pesetas y 11.000 más de propina, a un señor de León.

A partir de 1940 el Servicio de Colonias Preventorias comenzó a organizar campamentos de verano que tenían una duración de tres meses. Estaba ideado para niñas y niños de 7 a 12 años. En estos centros los maltratos físicos y los abusos sexuales eran el pan nuestro de cada día. A Maribel Lozano la ataron a un árbol y le obligaron a dar vueltas en círculos como si fuera un perro; a una niña la metieron en una bañera con agua helada y no la sacaron hasta que su piel se estaba volviendo azul; a otra le obligaron a comerse sus propios vómitos. Dolores Zamorano relata cómo el cura que le preparaba su primera comunión, tras decirle que él tenía línea directa con Dios, le puso el pene en la boca.

Fueron decenas de miles los niños que pasaron por estos centros de tutela. Tras la guerra en torno a 12.000 niños fueron internados en instituciones del Estado o de la iglesia. En 1943 había más de 10.000 niños en orfanatos religiosos. El INE publicó el número de niños expósitos de capitales de provincia –no todas-. Este informe da idea de la gran cantidad de niños sin padres que existían en aquellos momentos. En 1955 había unos 31.000 hijos de presas bajo la tutela del Estado; esta es la cifra oficial, pero se estima que su número era mucho mayor.

Informe del INE publicado en 1950.[242]
En la ubicación de estos niños también hubo diferenciación de género. Mientras los niños eran repartidos por albergues y centros públicos, las niñas eran indefectiblemente recluidas en centros religiosos. Las futuras madres debían ser bien aleccionadas en los principios del catolicismo para que lo transmitieran a sus hijos. Tal era el «lavado de cerebro» que muchas tomaron los hábitos, y otras renegaron de sus familias. María Salvo recordaba uno de los últimos casos citado. Una niña escribió a su madre: Mamá, voy a desengañarte. No me hables más de papá, ya sé que mi padre era un criminal. Voy a tomar los hábitos. He renunciado a padre y madre, no me escribas más. Ya no quiero saber más de mi padre.

Caso similar fue el de Antonia Díaz. Antonia estaba presa en Amorebieta cuando envío una carta a sus hijos recriminándoles que claudicaran ante sus educadores. Su hija mayor le contestó renegando de ella y adjuntando una foto del hijo más pequeño haciendo la comunión. Los niños estaban bajo la tutela de sus dos hermanas, ambas miembros de la Junta de Acción Católica de Corral de Almaguer (Toledo).

Muchos de los niños que pasaron por estos centros nunca fueron recuperados por sus madres. Estos hijos de «rojas» serían arrebatados de sus familias para que fueran adoptados por familias significadamente franquistas. La ONU recogió en un informe la cifra de 30.960 niños robados durante el franquismo.

El robo de los niños se institucionalizó y legalizó por el franquismo. En noviembre de 1940 se publicó un decreto mediante el cual se facultaba a las instituciones de beneficencia que acogían a niños, a otorgarse la tutoría legal de los mismos. El 14 de diciembre de 1941 se dictó una ley que permitía cambiar el nombre, e inscribirlos en el Registro Civil de los huérfanos republicanos, de hijos de presas, o de los directamente arrebatados a sus madres al nacer. Con esta ley se permitía borrar cualquier rastro de la existencia anterior del niño e imposibilitaba la búsqueda del mismo por sus familiares.

Esta ley también permitía que todos aquellos niños que no recordaran sus nombres, o hubieran sido repatriados podían inscribirse en Registro Civil con otros nombres. Vicenta Flores fue una de esas niñas: No sé donde estuve, eran hombres que me cogieron. He sabido después que era la Diputación de Madrid. Me llevaban a un sitio, me llevaban a otro (…) y entonces dije que yo me llamaba Vicenta Álvarez Garrido, que yo era hija de Melecio Álvarez que mi padre era capitán y que vivíamos en la calle Ramón y Cajal, nº 13. Y me ponen el nombre de Flores Ruiz […] y entonces me dieron la edad que me han puesto […] Cada vez que una familia venía a coger a una niña me llevaban a mí, para que me vieran, a la oficina de sor Luz, que era la directora. Me miraban, me miraban y entonces me decía “Mmmm…, bueno, pues ya está”, y me llevaban otra vez al hospicio.

Los primero robos masivos se dan a partir de marzo de 1940 cuando comienzan a ser sacados los niños de las cárceles en lo que denominaban Destacamento hospicio. Se llevaron a cabo entre 1940 y 1944. Estos destacamentos estaban organizados por el ministerio de Justicia que dirigió hasta 1943 Esteban Bilbao Eguía, y posteriormente Eduardo Aunós Pérez entre 1943 y 1945. Estos niños no habían sido inscritos en los libros de registro de entradas de las cárceles por lo que administrativamente no existían.

Había muchas maneras de hacer desaparecer a los niños, en la mayoría de los casos con la colaboración de curas y monjas. De esta colaboración nos vamos a detener en un caso que es muy esclarecedor de la forma de actuar de los miembros de la iglesia católica. Aunque sea algo largo el texto merece la pena su lectura.

El capellán de la Casa Cuna Provincial de Sevilla, Juan A. Gandío, daba instrucciones a los que adoptaban para evitar que tuvieran problemas con la adopción: Mis queridos amigos: cuando la superiora hacia unas horas me había entregado esos papeles fue cuando la madre de la niña se presentó en la Diputación a decir que aquí no le daban razón de una niña que en tal fecha ella echó. Al ver esto y prever que les podrían hacer pasar a Vds. Un mal rato, decidí no hablar ni tocar el asunto en la Diputación hasta que no estuviera alejada la idea de esta mujer, y cuando Vds. Fueran ni se acordaran de tal mujer había ido a reclamar nada. Y así, ha ocurrido, pues ya ni la superiora de aquí ni en la Diputación se acuerdan de nada: yo he ido a explorar el terreno y no me han dicho ni un apalabra, sino que todo bien y que podéis prohijarla cuando queráis. Y ahora buscando entre los papeles de mi archivo los encuentro y se los envío para que hagáis lo siguiente. El papel grande lo tenéis que rellenar Vds., el alcalde y el párroco y debidamente firmado lo traen Vds. Cualquier día a la Diputación. Si por casualidad os preguntara Serrano, que cómo habéis tardado tanto en ir, Vds. le decís solamente “que Miguel había estado enfermo y esperabais, como es natural, a que el esposo se pusiera bien”. No digan ni una palabra más ni menos, sólo a todo que sí […] Si queréis que la niña no aparezca vestigio ninguno de la cuna, luego que arregléis lo del notario vais al Palacio Arzobispal con los documentos de la prohijación de la Diputación y con la prohijación notarial, y allí en la vicaría del Arzobispado le arreglan el asunto de manera que mandan de oficio a la Casa Cuna para que inutilice la partida de bautismo de l aniña y otro oficio a la parroquia que Vds. Quieran para que pongan una Fe de Bautismo como si la niña se hubiese bautizado en aquella iglesia. Este documento demuestra el protagonismo de la iglesia en un rapto y falsificación de documento público; y como este caso se pueden contar miles.

El juez Garzón en el auto que elaboró en noviembre de 2008 para condenar el franquismo –y que todos sabemos cómo acabó- hacía mención explícita a los niños robados: Con estos estudios como base se comprenden bien las actuaciones que el régimen franquista desarrollaría después en el ámbito de los derechos de la mujer y específicamente en relación a la sustracción o eliminación de custodia sobre sus hijos, es decir, acometió una segregación infantil que alcanzaría unos límites preocupantes y que, bajo un entramado de muros legales, pudo haber propiciado la pérdida de identidad de miles de niños en la década de los años 40, situación que, en gran medida, podría haberse prolongado hasta hoy.

No erraba el juez Garzón. Es de sobre el conocido caso de María Gómez Valbuena, religiosa de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, que fue acusada del robo de muchos niños en la década de los 80, niños robados de clínicas de maternidad madrileñas, al parecer en complicidad con el doctor Eduardo Vela.

En la inmensa mayoría de los casos estos niños no han podido dar con el paradero de sus padres biológicos. Se les ha privado de conocer sus raíces, de conocer su verdadera identidad. Esta es una consecuencia más de la actuación del franquismo durante casi cuarenta años.

Conclusiones

Dentro de la brutal represión que ejerció el franquismo, fueron miles las mujeres que la padecieron. Al igual que los hombres fueron encarceladas, torturadas, asesinadas.

A modo de Epílogola represión general se unió, en el caso de la mujer, una represión de género. El nacionalcatolicismo no podía permitir que las mujeres se salieran de los cánones por él establecido. No podía consentir que la mujer hubiera ocupado durante la República espacios hasta entonces reservados a los hombres. Debía de pagar este empoderamiento que la mujer había iniciado.

Por lo anterior se puede hablar que sobre la mujer también se llevó a cabo una represión específica. Las mujeres fueron vejadas hasta límites insospechados: rapadas, purgadas, violadas; todo ello con el fin de arrebatarles su condición femenina.

La represión sobre la mujer se extendió a todas las formas posibles, no sólo a la represión física. Padecieron una represión económica que les impidió poder ganarse la vida, obligándolas a muchas de ellas a acabar en la prostitución. Les fueron arrebatados sus hijos, muchos de ellos al nacer, para evitar que pudieran ejercer como madres que inculcaran a sus hijos los valores nacidos de la República.

El robo de los niños republicanos fue una constante, que llegó a convertirse en algo usual hasta bien entrada la década de los ochenta, e incluso después. Los niños debían ser educados en los valores del nuevo régimen; para ello se debía evitar que fueran educados por las «rojas».

Sí en las últimas décadas la historiografía sobre la represión franquista ha dedicado buena parte de su producción a la llevada a cabo sobre los hombres, o a nivel general, ha de ahondarse en la represión específica sobre la mujer, aunque bien es cierto que se va mejorando en este aspecto. Hay que resaltar que, dentro de la represión general, hubo también una dirigida específicamente al sexo femenino.

A modo de Epílogo

Se dice que el historiador ha de ser imparcial, lo que suele equivaler a un término que está últimamente muy de moda; la equidistancia. Esta idea viene heredada de la famosa Transición española; donde algunos decidieron, e impusieron, que había que cerrar heridas, que en ambos bandos hubo buenos y malos, etcétera.

Nunca he estado de acuerdo. El historiador ha de ser objetivo, lo que no equivale a ser imparcial. El historiador ha de contar la verdad sobre lo ocurrido. El historiador ha de contrastar las fuentes, utilizar tanto las que se avienen a sus propósitos como las que no. Una vez hecho esto, el historiador debe sacar sus conclusiones; conclusiones que se han de ajustar a la realidad que se ha estudiado. Estas conclusiones no pueden ser etéreas, porque el historiador es también una persona que piensa, siente y padece.

Por tanto el historiador que respete y ame a la Historia, y que se atenga a la verdad demostrada, no puede ser imparcial con determinados momentos de la historia, sobre todo la más reciente. ¿Alguien puede ser imparcial ante el Holocausto? ¿Alguien puede ser imparcial ante las atrocidades cometidas por individuos como Hitler, Franco, Mussolini, o Stalin?

Por todo lo anterior en este trabajo he sido objetivo, he contado la verdad de lo ocurrido; pero no puedo ser imparcial. No puedo ser imparcial ante las barbaridades que soportaron las mujeres vencidas de la guerra. No puedo ser imparcial a la hora de juzgar todo lo que soportaron.

Por eso este trabajo ha querido ser un modesto homenaje a todas las mujeres que fueron vejadas, torturadas, encarceladas, asesinadas. Porque atendiendo al último deseo que pidió Julia Conesa en la última carta que escribió a su madre: Que mi nombre no se borre de la historia; no puedo dejar que el recuerdo de esas mujeres sea olvidado.

Para terminar reproduzco un hermoso poema que Ángeles García-Madrid dedicó a las Trece Rosas:

A trece flores caídas

Trece flores de trece limoneros
hacia el Valle que seca los trigales.
Trece ninfas de trece manantiales
que le ceden su canto a los jilgueros.

Trece sueños fragantes de romeros
que se crecen ante los peñascales.
Trece voces que riman los riscales
para que tengan paso los veneros

Trece estrellas que rompen las cadenas
que les impiden alcanzar su cielo
y se desprenden de sombrías arenas.

Trece ideas con un solo desvelo.
Trece arpegios vencidos… ¡Trece penas!
¡Trece flores, tronchadas, en el suelo!»


Fuente → asambleadigital.es

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