Un no tan lejano 14 de agosto de 1936, las tropas del General Yagüe entraron en Badajoz, España, sembrando de plasma rojo las calles, cobrándose con creces el tan nombrado botín de guerra, en parte para la soldadesca y oficialidad, en parte para los caciques terratenientes que en su día lo perdieran. Pero hay que retrotraerse, unos meses, incluso unos cuantos años más atrás, para ser capaces de llegar a comprender lo tenido por incomprensible, por primitivo y por ilógico.
Según el historiador británico Paul Preston, el 2 de agosto de 1936, Francisco Franco ordenó el envío de una columna hacia el norte, en dirección a Mérida, columna al mando del teniente coronel Carlos Asensio Cabanillas, un militar de gran experiencia, pues había participado en la Guerra de Marruecos. Constaba de dos batallones de la Legión Extranjera y dos tabores de Regulares, más conocidos como las tropas moras.
A bordo de los camiones facilitados por el infausto y chulesco general Queipo de Llano, recorrieron 80 kilómetros en los dos primeros días. A la columna de Asensio le siguió el 3 de agosto la de Castejón, que avanzó en paralelo un poco más hacia el este. El 7 de agosto y bajo las órdenes del teniente coronel Tella, se puso en marcha una tercera y definitiva columna. Las tres unidades tenían orden de avanzar sobre Madrid, pero su despliegue simultáneo revelaba su verdaderas intenciones: abrir un frente muy amplio en el suroeste peninsular y, de paso, arrasar y ejecutar una estrategia de tierra quemada y de furibunda represión por cada localidad ocupada.
La resistencia ante el avance de las tropas rebeldes la intentó organizar el llamado Frente de Defensa del Frente Popular de Badajoz que estaba presidido por el Gobernador Civil republicano Miguel Granados Ruiz y del que también formaban parte el alcalde de Badajoz Sinforiano Madroñero y algunos diputados en Cortes.

El 13 de agosto de 1936, una escuadrilla de aviones franquistas lanzó miles de octavillas sobre la ciudad. Estaban firmadas por el General Franco e iban dirigidas a los soldados y a la población civil que ya se aprestaban a defender Badajoz del ataque nacionalista:
Aún es tiempo de corregir vuestros errores; mañana será tarde.
¡Viva España y los españoles patriotas!
Las tres columnas rebeldes avanzaron rápidamente ya que los milicianos republicanos no tenían una formación militar adecuada, estaban escasamente armados y carecían de cobertura aérea y de artillería, cuestiones que resultan fundamentales en cuanto a la estrategia militar de cara a una posible victoria.
Al amanecer del día 14 de agosto de 1936, la artillería franquista abrió fuego contra las murallas de Badajoz, un bombardeo que se prolongó durante varias horas, destrozando gran parte del recinto amurallado y de las viviendas colindantes.
Ya por la tarde, comenzó el asalto aprovechando las brechas provocadas por la artillería. Así, a las cuatro, las fuerzas sublevadas dominaban ya gran parte de la ciudad. Horas más tarde, el último foco de resistencia, localizado en la catedral, cayó en poder de los legionarios que fusilaron todos los prisioneros en el altar mayor.
Los moros que acompañaban a Yagüe en el asalto a la ciudad se cebaron con la población civil y pasaron a cuchillo a todo aquel que se atreviera a transitar por las calles. Los relojes, las cadenas de oro o cualquier otro bien susceptible de venta, despertaban la codicia de estos mercenarios al servicio del fascismo español.
Los degollamientos, las violaciones, incluso la mutilación ritual de los cadáveres, fueron incontables. Nadie conoce su número con total seguridad.
El periodista norteamericano Jay Allen, que entró en Badajoz poco después, dijo que se produjeron del orden de 1800 ejecuciones en las primeras doce horas y oyó decir a oficiales franquistas que habrían habido 4000 ejecuciones en total, muchas de las cuales tuvieron lugar en la plaza de toros, donde buena parte de los detenidos eran conducidos para ser masacrados en masa.
El periodista francés Jacques Berthet escribía para Le Temps el 16 de agosto:
El teniente coronel Yagüe, comandante en jefe de las tropas que tomaron Badajoz, declaró orgulloso al representante del diario Le Temps:

Una vez tomada Badajoz y efectuada la brutal represión, Yagüe continuó su marcha hacia Madrid. Por el camino, el periodista del New York Herald Tribune, Jhon T. Whitaker, tuvo la oportunidad de interrogar a éste sobre lo sucedido, y esta fue su respuesta:
Mario Neves, un testigo presencial
Mário Neves fue un periodista portugués que narró al mundo entero la matanza perpetrada por las tropas franquistas en Badajoz. Fue el editor principal del Século y el Diario de Lisboa. Desde la revolución portuguesa del 25 de abril, se convirtió en el primer embajador de Portugal en Moscú (1974-1977) y en 1979 formó parte integrante del V Gobierno Constitucional de María Lourdes Pintasilgo, en la labor de Secretario de Estado de Inmigración.
En lo que se refiere a la toma y posterior matanza de Badajoz, en el momento de producirse los hechos, logró cruzar la frontera portuguesa junto con dos periodistas de nacionalidad francesa, Jacques Berthet de Le Temps y Marcel Dany de la Agencia Havas para ser testigos oculares y cronistas de la disparatado como cruel asesinato en masa ocurrido en la ciudad pacense.
Voy a marcharme. Quiero dejar Badajoz, cueste lo que cueste, lo
más rápido posible y prometiéndome solemnemente a mí mismo que no
volveré nunca. Por muchos años que me mantenga en la vida periodística,
jamás se me presentará, realmente, acontecimiento tan impresionante como
el que me ha traído a estas tierras ardientes de España y que ha
logrado destemplar completamente mis nervios. No se trata de una
extravagancia ridícula, de un sentimentalismo excesivo.
Basta
con tener una mediana formación moral y estar al margen de las pasiones
enfrentadas para que no se pueda presenciar fríamente las escenas
horribles de esta tremenda Guerra Civil que amenaza con devorar a
España.
Sin embargo, antes de abandonar esta ciudad, donde,
ciertamente, la paz tardará en reinar -digo paz y no calma- deseo
abordar todavía un aspecto de este extraordinario acontecimiento. Entre
aquí ayer a las 10 de la mañana. Los cadáveres que vi no son los mismos
que hoy me encuentro, en diferentes sitios. Las autoridades son las
primeras en divulgar que las ejecuciones son muy numerosas para que se
pueda apreciar la inflexibilidad de la justicia. ¿Qué hacer entonces con
los cuerpos? ¿Dónde pueden enterrarlos en tan corto plazo de tiempo?
¿Quién dispone de tiempo para hacerlo?
Varias personas a las que
me dirijo, para tratar de satisfacer mi curiosidad, parecen temer darme
una respuesta. El azar, el puro azar, me pone en contacto con un
sacerdote, que al saberme portugués me acoge maravillosamente y
soluciona mi incógnita: los muertos son tantos que no es posible darles
sepultura inmediata. Sólo la incineración masiva conseguirá evitar que
los cuerpos , apilados, se pudran, con gran peligro para la salud
pública. Y esa operación macabra es la que ha comenzado a realizarse hoy
a las seis de la mañana, provocando la gran humareda que, cuando venía
de Caya, vi sobre un lugar que me señalaron como el cementerio.
Gracias
a la compañía de este cura de apariencia amable, junto al que no he
tenido dificultades, puedo llegar hasta el cementerio de la ciudad, que
queda casi a dos kilómetros, cerca de la carretera de Olivenza. Hace
diez horas que la hoguera arde. Un terrible hedor penetra por nuestras
fosas nasales, hasta el punto que hasta casi nos revuelve el estómago.
De
vez en cuando se escucha una especie de crepitar siniestro de madera.
Ningún artista, por genial que fuera, sería capaz de reproducir esta
impresionante visión dantesca. Al fondo, en un escalón cavado
aprovechando un desnivel del terreno, se encuentran, sobre las vigas de
madera transversales, parecidas a las que se utilizan en las vías del
ferrocarril, sobre una superficie de más de cuarenta metros, más de 300
cadáveres, en su mayoría carbonizados. Algunos cuerpos, colocados
precipitadamente, están totalmente negros, pero hay otros cuyos brazos y
piernas han escapado a las llamas provocadas por la gasolina derramada
sobre ellos. El sacerdote que nos acompaña comprende que el espectáculo
nos desagrada y trata de explicarnos: «Merecían esto. Además, es una
medida de higiene indispensable».
Juan Yagüe, «El carnicero de Badajoz»

Juan Yagüe Blanco nació en San Leonardo, una pequeña localidad de la provincia de Soria, el 9 de noviembre de 1891. Hijo de un médico rural, ingresó en la Academia de Infantería de Toledo en 1907 después de haber cursado el bachillerato en Burgos.
Al concluir sus estudios militares fue inicialmente destinado en Burgos hasta que en 1914 se incorporó con el grado de teniente a la guerra de Marruecos, primeramente en el Regimiento de Saboya de Tetuán y posteriormente en el Grupo de Fuerzas Regulares de Melilla, bajo el mando del general Mola.
En Marruecos permaneció hasta 1924, adquiriendo experiencia de combate en diferentes partes del frente como Melilla, Tetuân, Ceuta, etc. Resultó herido en varias ocasiones, siendo condecorado con ocho medallas al Mérito Militar Individual. Ya en 1934 , tomó parte en la represión de la Revolución de Asturias al mando de las tropas expedicionarias marroquíes. Se afilió a la Falange Española fraguando una gran amistad con su fundador, José Antonio Primo de Rivera.
En 1936 ocupó el cargo de jefe de la 2a Bandera de la Legión que estaba destacada en Dar Riffien, un acuartelamiento próximo a la ciudad de Ceuta. Desde allí, su misión era la de hacer de enlace entre el general Emilio Mola, el verdadero cerebro del golpe de estado contra la República, y el grupo de militares africanistas que se adhirieron a la conspiración golpista enemiga de las reformas sociales, constitucionales y económicas del gobierno republicano legítimamente elegido. Desde este momento, Yagüe comenzaría a actuar como agente oficioso del general Franco.
El 17 de julio de 1936, se sublevó contra el Gobierno de la Segunda República, tomando sin excesivas dificultades la plaza de Ceuta. Unos días más tarde se hizo con el mando supremo de la Legión.
Una vez declarado en rebeldía contra la República, dio el salto a la Península, y en Sevilla se puso al frente de las distintas columnas militares que obedeciendo órdenes del general Franco iniciaban su marcha hacia Madrid. El 10 de agosto de 1936 ocupó Mérida, donde se fusionaron los ejércitos nacionales del norte y el sur. De esta forma se alcanzaba uno de los objetivos militares de los golpistas.
Tres días después, y tras una dura batalla en las que ambos contendientes sufrieron grandes pérdidas humanas, entró en Badajoz, ciudad a la que sometió a una terrible represión, ocasionando la muerte de miles de civiles desarmados e indefensos.
Tras los sucesos de Badajoz continuó su marcha en dirección Madrid conquistando las poblaciones toledanas de Talavera de la Reina y Maqueda.
En septiembre de 1936 apoyó la candidatura del general Francisco Franco al Mando Único y a su posterior proclamación como Generalísimo.
Durante los años siguientes, participó en los frentes de Madrid, Aragón y Cataluña. En 1937 ascendió a general de brigada, haciéndose cargo del Cuerpo del Ejército Marroquí con el que consiguió ocupar Barcelona.
Una vez concluida la Guerra Civil, fue nombrado Ministro del Aire.
Ya en 1942, fue nuevamente ascendido a teniente general y puesto a cargo de la Capitanía General de la VI Región Militar en Burgos.
El 22 de octubre de 1952 y a título póstumo, él jefe del Estado le concedió el nombramiento aristocrático de marqués de San Leonardo de Yagüe.
Pero la alargada sombra de Juan Yagüe, a pesar de haber sido uno de los personajes más sanguinarios, criminales y violentos de la historia reciente de España, sigue haciéndose sentir incluso en hoy día. En el año 2015 se puso en marcha la creación de la «Fundación Juan Yagüe», que enmascarada bajo una supuesta asociación cultural, pretendía rendir honores al militar africanista, el mismo que en su día fuera especialista en reprimir, torturar y asesinar a civiles desarmados.
La principal impulsora de la fundación, María Eugenia Yagüe Martínez del Campo, una de las hijas del militar, se dirigió a distintas personalidades del país para solicitar su apoyo no sólo económico, sino moral. Entre esas personalidades se encontraba el por entonces Presidente de la Junta de Castilla y León Juan Vicente Herrera, del Partido Popular y en cuyo gabinete trabajó durante algunos años María Eugenia Yagüe.
El propio Juan Vicente Herrera escribió una carta de respuesta ante la requisitoria de apoyo para la creación de la Fundación Juan Yagüe.
Quiero agradecerte sinceramente tu amabilidad por la información que me has hecho llegar sobre las gestiones para la creación de la Fundación María Martínez del Campo.
Es el tuyo un proyecto ilusionante y gracias a tu tesón y entusiasmo has conseguido que me sienta partícipe de él.
Tu intervención directa en el proyecto es una garantía de éxito, pues estoy seguro que será el fiel reflejo de tu buen hacer profesional.
Sabes que cuentas con mi apoyo incondicional y espero que muy pronto la Fundación sea una realidad.
Recibe un fuerte abrazo
Reflexiones finales

Ante la terrible matanza de Badajoz, resulta más que legítimo hacerse una serie de preguntas, abrir un debate, un diálogo, un análisis crítico de la historia reciente de España. Es un deber preguntarse sobre cuáles fueron las causas de este asesinato en masa perpetrado por las fuerzas reaccionarias de Yagüe y las tropas moras mercenarias a su servicio.
Hay varias hipótesis o respuestas posibles, pero no dejan de ser meras hipótesis. La masacre de Badajoz podría atribuirse al natural modus operandi de los fascistas nacionalcatólicos, que creían ver en su causa una reacción perfectamente justificada ante las hordas de antiespañoles, anticlericales y antijerárquicos
Otra de las teorías es considerar los rituales mágicos y bestialistas propios de los combatientes marroquíes, fundamentados en el saqueo, la violación, el correr de la sangre y la ritualización, en suma, de la muerte.
De igual forma, habría que tener muy en cuenta que la provincia de Badajoz se había destacado por ser una de las más entusiastas a la hora de poner en práctica la reforma agraria dictada por el gobierno de la república, y esto mismo habría provocado el odio y el resentimiento extremo de gran parte de la oligarquía reaccionaria y conservadora extremeña.
En el 2006, el PSOE de Badajoz determinó el calificar como «genocidio» los hechos acaecidos en la ciudad durante los días 14 y 15 de agosto de 1936.
El 18 de julio de 2007 varias asociaciones de memoria histórica y derechos humanos presentaron una serie de denuncias ante la Audiencia Nacional en vistas a la investigación de los hechos, pero finalmente, estas fueron desestimadas por el mencionado tribunal, argumentando que los delitos habían prescrito o, en todo caso, estaban sujetos a la Ley de Amnistía de 1977.
En septiembre de 2008, el juez de instrucción número 5 de la Audiencia, Baltasar Garzón, impulsó de nuevo estas denuncias.
Finalmente, el 18 de noviembre de ese mismo año, un juez declaró extinguida la responsabilidad penal de Franco y de otros 44 altos mandos de su gobierno, entre los que se encontraba Juan Yagüe Blanco, el autor intelectual de la masacre de Badajoz, quedando así impune la mayor de las matanzas de la historia reciente de España y quedando al mismo tiempo en evidencia, su frágil democracia.
Está muy claro que los seres humanos no son sólo presente, sino que están confeccionados por retales del pasado, de la historia de cada sociedad y/o país, y que esto supone una llamada de atención para recordar a todas las víctimas de aquella brutal matanza de civiles desarmados, la matanza de Badajoz.
La tragedia continúa, el drama prosigue, que dirían los acólitos shakesperianos, la vida es un continuo sin pausa, sin apartados lugares en los que permanecer a salvo, sin recesos, ni clandestinidades o desentendimientos más o menos oportunos.
El que ama la guerra civil es un hombre sin lazos de familia, sin hogar y sin leyHomero. Poeta y rapsoda griego
Fuente → aldescubierto.org
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