Manuela Moreno, presa en penales franquistas: En la cárcel de Predicadores (Zaragoza)  murieron en una semana 42 niños, hijos de prisioneras republicanas

Manuela Moreno, presa en penales franquistas: En la cárcel de Predicadores (Zaragoza)  murieron en una semana 42 niños, hijos de prisioneras republicanas

Me llamo Manuela Moreno, soy natural de Maella, provincia de Zaragoza. Me detuvieron en el 38, estaba casada, tenía 3 niños y uno se me murió. Me juzgaron porque era de izquierdas, había votado a la República y era de la UGT, me pusieron 20 años. Me llevaron a Zaragoza, a la cárcel de Predicadores. Íbamos de todos los pueblos. Estuve 3 años en Zaragoza, el recibimiento que me hicieron los funcionarios fue decirme: “Mira, ya vienen los pendones de la República, la escoria de España, las putas de Negrín”, todo lo que les dio la gana.

En la cárcel de Zaragoza se pasó muy mal. En la de Torrero había 45 niños, los pobrecitos con un hambre y una miseria como nadie puede imaginarse. Nos daban una bañera de agua por semana. De esa agua teníamos que beber, lavarnos, lavar a los niños, lavar la ropa, etcétera. Fijaos cómo estaríamos de curiosas y el olor que echábamos, pues el agua de la bañera tenía que servir para 45 madres con sus 45 hijos y para otras personas, unas 70 o más que estábamos con ellos.

Allí en Torrero estuvimos 10 meses sin damos el sol ni el aire, completamente encerradas, parecía una mazmorra de la Inquisición. En abril nos llevaron a la cárcel de Predicadores. Los alimentos de los niños eran muy escasos y a las madres nada. En 6 o 7 días a los chicos les dio una bronconeumonía. Empezaron a morirse y quedaron 3. Cuarenta y dos niños se murieron en una semana.

El médico bajaba con las polainas llenas de la sangre de nuestros compañeros que sacaban a fusilar y él les daba el tiro de gracia. En la cárcel de Torrero había muchos hombres, la cárcel era mixta y siempre procurábamos saber algo de los paisanos del pueblo. Entre ellos yo tenía un cuñado que se llamaba Procopio Celma y estaba penado a muerte. Yo le decía: “No te preocupes, que no pasará nada”. Decían que a los que no se habían manchado las manos de sangre no les pasaría nada, pero a él, que era una buena persona, que no había hecho nada a nadie, lo mataron.

Todos los días había saca y a todos los mayores nos tocaba algo: el marido, el hermano, el hijo, parientes de más cerca o de más lejos; allí todo era sufrimiento, angustia, hambre, miseria. Eso fue toda la guerra. Pasé al lado de una funcionaria que la llamábamos la Veneno con el plato en la mano, entre mil mujeres como sardinas en lata no sabías con quién te encontrabas, y me dijo: “¿Adónde va usted?”. “Pues a comer”. Me cascó 2 bofetadas que se me cayeron el plato y la cuchara al suelo. Todas las compañeras temblaban porque yo levanté la mano; pero quién la deja caer, con la pistola y el correaje que llevaba aquella tía. Siempre decía que ella con un pistolazo pagaba.

Me trasladaron a la cárcel de Barbastro, allí nos hacían cantar 3 veces el cara al sol. Con el hambre que pasábamos el brazo no lo podíamos tener derecho, teníamos que apoyarlo en el otro: por la mañana, al mediodía, por la tarde y por la noche otra vez a cantar. Con esos me pasé 3 años. Cuando dieron el decreto de que salieran las de 12 años, me tocó a mí. En casa me encontré con la pérdida de uno de mis hijos y a mi marido trabajando mucho. Pero era tan buena persona que nunca me reprochó nada. Tuvimos otro hijo, mi Joselito que era muy pequeño cuando me detuvieron la 2ª vez.

Las guerrillas ya estaban formadas en Aragón y empecé a trabajar con ellas como enlace. Mi casa acabó siendo punto de apoyo de las guerrillas. Venían a descansar y a buscar las cosas que necesitaban. Ya no estaba yo sola liada con la lucha de los guerrilleros sino que mi marido también lo estaba. Nos daban propaganda para echar por la calle y nosotros lo hacíamos. Incluso el 14 de abril de 1947 pusimos la bandera Republicana en el viejo castillo del pueblo.

Me llevaron de Barcelona a Maella. Me torturaron mucho; cada 10 minutos me subían a pegar, me bajaban a descansar y después para arriba otra vez. Me preguntaron qué cosas había hecho y yo decía que no, que no había hecho nada. Me pusieron pena de muerte y me conmutaron a 30 años. A los 8 días me llevaron a Madrid. Caí enferma. Pasé 5 años en el Hospital Penitenciario sin asistencia, estuve un año paralítica. Me llevaron a Ventas, a la cárcel. Pero aún estuve 2 años más en la enfermería.

Mi cara quedó desfigurada con una operación de tiroides. De Alcalá de Henares salí en libertad en el año 62 y cuando llegué a casa me encontré con que mis hijos no me querían porque no me conocían y a mi marido inválido de un ataque de embolia que había tenido. Solo en el pequeño, que había sido el que más me había ido a ver a la cárcel, en las fiestas, que los dejaban entrar, encontré un poco de cariño.

Resumen del Relato Original de Manuela Moreno, tomado del libro “Testimonios de Mujeres en las Cárceles franquistas”, de Tomasa Cuevas Gutiérrez

En MEMORIA de las mujeres y hombres del Ejército de la REPÚBLICA Española


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