La lengua bífida de la Transición

La lengua bífida de la Transición
Amador Fernández-Savater
 
¿Cómo podemos entender el proceso actual de “derechización” de las élites políticas, mediáticas y económicas? En un excelente artículo publicado en El País, Ignacio Sánchez Cuenca habla de “enfurruñamiento” de las élites: una crispación y una rabia expresada en todo tipo de “tesis atrabiliarias” sobre la historia de España, Podemos o el independentismo catalán, en “actitudes crecientemente conservadoras, intolerantes y excluyentes”, en definitiva, en un cierre total ante cualquier cambio. 

Ese enfurruñamiento afecta paradójicamente a las élites de la Transición cuyos principios supuestamente eran otros: el entendimiento, el acuerdo, la paz, la reconciliación, etc. El caso particular con el que arranca el artículo es elocuente: Ignacio Camuñas, que participó en la creación de UCD en 1977, fue elegido vicepresidente de Vox en 2014 y recientemente hizo responsable a la Segunda República del golpe de Estado de 1936 en un acto sobre “Concordia, Constitución y Patriotismo” junto a Pablo Casado.

En la Transición no se produjo una “ruptura” con el orden franquista, sino una reforma desde dentro. Los privilegios de los “poderes fácticos” fueron blindados

¿Cómo explica Ignacio Sánchez Cuenca este enfurruñamiento de las élites? Como una “reacción defensiva ante la crisis que afecta al sistema político” al menos desde 2008, una reacción que, en lugar de escuchar los síntomas para tratarlos adecuadamente con reformas, pretende suprimirlos de manera autoritaria a golpe de artículo 155, campañas de insultos y descalificaciones, recortes a la libertad de expresión, etc. Muerto Podemos y el independentismo catalán, encarcelados los raperos, se acabó la rabia. 

Comparto en líneas generales el análisis, pero quisiera discutir un punto a mi juicio importante. El artículo distingue entre el enfurruñamiento y el espíritu de la Transición. Los enfurruñados se han desplazado a la derecha en las formas y en los contenidos, “alejándose llamativamente de los valores rectores que dieron fama y prestigio a la Transición”. Se trataría de recuperar esos valores transicionales (diálogo, acuerdo) para acometer las reformas que nuestro sistema político en crisis necesita. 

Propongo otra mirada: la Transición, como es sabido, fue un proceso “de la ley a la ley”. No se produjo una “ruptura” con el orden franquista, sino una reforma desde dentro. Los privilegios de los llamados por entonces “poderes fácticos” –oligarquías políticas, económicas, judiciales, etc.– fueron blindados a la vez que aggiornados a la nueva situación. Constituyen desde entonces los límites absolutos de nuestro marco de convivencia: las condiciones a priori del juego democrático. 

El espíritu de la transición –encarnado en lo que se ha venido llamando cultura consensual o Cultura de la Transición– es por tanto bífido. Por un lado, un discurso de paz y concordia, moderado y equilibrado. Pero solo para quien juega dentro de los límites. A los demás se les dirige una amenaza, planteada siempre en los términos del conocido chiste de Hermano Lobo: “Es esto o el caos”. El miedo disuasor no desaparece en el pasaje entre la dictadura y la democracia, como asegura el relato consensual, sino que se hace sentir sobre cualquiera que cuestiona los límites del consenso, es decir, contra cualquiera que pretenda ampliar y expandir la democracia.

La cultura de la Transición mantiene dentro de sí lo que dice superar: el recurso a la amenaza como estrategia política y el miedo como base de la convivencia

Según el enfoque que propongo, que el lector interesado puede encontrar más desarrollado en La fuerza de los débiles (Akal, 2021), el enfurruñamiento de las élites no sería un desplazamiento por fuera de los valores de la transición, sino la cara b de nuestro sistema y nuestra cultura política. No habría “traición de los valores fundamentales de la democracia”, sino activación de un resorte de control latente. Digámoslo así: la cultura de la Transición nunca dejó de estar “enfurruñada”, guarda siempre una amenaza por debajo de su sonrisa. Pero ahora, cuando su relato de prosperidad y armonía se desploma, ya solo sabe estar enfurruñada

El 15M, curiosamente ausente en el artículo de Ignacio Sánchez Cuenca, abrió ese debate. Pero su cuestionamiento radical (“hasta la raíz”) del relato consensual, que permitía pensar a fondo los límites y los miedos estructurales, se diluyó luego un tanto en Podemos. Por motivos de estrategia comunicativa y electoral, para no perder a los votantes que pudieran sentirse incómodos con la impugnación del 15M, Podemos giró el discurso y opuso la Constitución del 78 (a defender) al régimen del 78 (a criticar). De nuevo reforma contra ruptura.

Parece ser también la posición de Sánchez Cuenca: es necesaria una “vuelta” a los valores de la Transición que permita hacer cambios y reformas. El problema de ese “reformismo” es que 1) no abre un debate donde se pongan en cuestión los límites profundos de nuestra democracia, y 2) no tiene fuerza para sacudir la inercia de años de relato consensual, que han sacralizado y fetichizado el régimen del 78 (Constitución incluida) como único modo posible de evitar el “caos” y el retorno al “estado de guerra entre españoles”.

La cultura de la Transición mantiene dentro de sí lo que dice superar: el recurso a la amenaza como estrategia política y el miedo como base de la convivencia. Es una salida hacia dentro del laberinto español. Hay que empezar desde otro sitio. 



Fuente → ctxt.es

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