España, una democracia plena ¿seguro?

España, una democracia plena ¿seguro?
José Ramón Berné Marín

Leo y oigo, con cierta frecuencia, que España es una de las democracias plenas del mundo, aunque bien es cierto que ocupa el último lugar de las europeas, según la Economist Intelligence Unit de 2020 y, ante esto, me pregunto: ¿Cuánto tiempo debe pasar para que una dictadura, como era la española, pueda ser considerada como una democracia plena de verdad?

Nuestro país se vio inmerso en una Transición, menos perfecta de lo que se cree –a la vista está lo que acontece con la memoria histórica– tras la natural muerte del dictador. Franco murió en la cama entre el recogimiento generalizado de una sociedad que, hasta unos meses antes, todavía llenaba las plazas para recibir a la persona que, seguramente, más se manchó las manos de sangre en tiempos de “paz”, mientras la muchedumbre gritaba enardecida aquello de ¡Franco!, ¡Franco!, ¡Franco!, sin el menor de los sonrojos.

Dos años más tarde, muchos de aquellos que lloraron la muerte del dictador, se habían convertido en “demócratas de toda la vida”, aunque en su corazón y, peor aún, en su cabeza todavía justificaban el golpe de estado de 1936 y seguían pensando que en España se había fusilado poco, que todavía quedaban muchos rojos disfrazados de ciudadanos de bien.

Todos estos “demócratas de toda la vida”, entendieron que la Transición tenía como finalidad arrojar tierra sobre el pasado y sembrar de olvido el recuerdo a los muertos de los perdedores, mientras que el de los vencedores permanecería escrito en las paredes de cientos de iglesias, para mayor gloria de su gesta.

Más de cuarenta años después me atrevo a afirmar que poco o nada ha cambiado; incluso diría que, probablemente, muchos de los que se han escondido detrás de la Constitución, aunque llamaron traidores al régimen a todos aquellos que la votaron –repasen las hemerotecas de los meses anteriores a la promulgación de la actual Constitución y se sorprenderán de lo que decían algunos que hoy se dan golpes de pecho para defenderla– siguen pensando que con Franco se estaba mucho mejor. Salvo que me equivoque, el PP, quien ha gobernado en varias ocasiones en España y es uno de los partidos que más empeño pone en la defensa a ultranza de la Constitución, jamás ha condenado ni a Franco, ni al franquismo.

Más de cuarenta años después, en este país, mandos de las fuerzas armadas pueden alardear de querer enviar al paredón a 26 millones de españoles –hijos de puta, decían– sin que los jueces ni tan siquiera den un respingo y la Fiscalía opine que eso no se trata de un delito de odio.

La historia no se reescribe, aunque sí se falsea, y Franco murió el 20 de noviembre de 1975. Pero, hagamos un poco de historia ficción, supongamos que aquel individuo, que tenía la desfachatez de salir bajo palio de las iglesias, poniéndose a la misma altura que el “sumo hacedor”, hubiese sido ungido por él con el don de la vida eterna, supongamos que hubiera sido así. ¿Sería hoy España una democracia plena?, para mí la respuesta es clara: NO, ni tan siquiera sería una democracia. No creo que las fuerzas democráticas españolas hubieran sido capaces, en tan solo cuarenta años, de derrocar unos sentimientos tan arraigados dentro de millones de españoles que lloraron cuando el dictador expiró.

Afortunadamente, ni el “todopoderoso”, tal vez ofendido porque el dictador se pusiera a su altura, con el beneplácito de la jerarquía eclesial española, le permitió vivir eternamente, aunque sí le permitiera la multitud de desmanes con los que aterrorizó, durante décadas, a una parte del pueblo español, mientras que otra parte le aplaudía fervorosamente y, aunque hoy lo siguen haciendo, cada vez menos a escondidas, tenemos la fortuna de estar geográfica y políticamente situados dentro de la Unión Europea que sirve de freno a esta grey de nostálgicos que, cuando se ven desplazados de las tramas del poder, invocando al patriotismo, no les importa recurrir a la denuncia del más ilusorio de los contubernios.

Creo que van a tener que pasar algunos años más y, sobre todo, los partidos de izquierda van a tener que hacer bastante más pedagogía en lo que a la historia se refiere, en lugar de perder lastimosamente el tiempo en “luchas fratricidas”, para que España sea, de verdad, una democracia plena, en la que los apellidos ilustres no se correspondan con los de esas familias oligárquicas, que todos conocemos, y se atribuyan a científicos, literatos, artistas, políticos… y gentes que hayan contribuido, de verdad, a la igualdad y a la libertad en España y en el mundo entero

Fuente → infolibre.es

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