De tu memoria, de mi esperanza

De tu memoria, de mi esperanza
Francisco González Tejera

«Aquello daba miedo camarada, cuando llegó la noticia a toda Tamaraceite de que aquellos perros habían matado al chiquillo buscando a tu abuelo, le destrozaron la cabeza contra la pared, enseguida el pueblo lo convirtieron en una dictadura, dentro de la dictadura, las calles llenas de falangistas armados en cada esquina, no se podía hablar, no se podía dar el pésame a la familia, ni siquiera podíamos pasar por delante de la puerta del asesinato».

Domingo Santana Armas, más conocido por «Domingo Valencia»

De repente dejaste de ser un manitas de todo lo que fuera hierro y alambre, tu mente en pocos meses se confundió con la brisa de la montaña, reparador de lo imposible, alma humilde y sana en una familia destrozada por el horror del franquismo.

De golpe y porrazo dejó de gustarte ese vaso de vino antes de las comidas, el fútbol que tanto te apasionaba, tu UD, las hazañas del Barça y Leo Messi, las historias de perros y conejos en parajes infinitos, tu mirada se volvió turbia, perdió parte de ese brillo que siempre tuvo, que iluminó tantos días de alegría en tu vida a pesar de haber sufrido tanto.

Fuiste testigo directo del asesinato de tu hermano el pequeño, cuando aquel falangista de Tamaraceite lo agarró por las piernas, para arrojarlo de cabeza contra la pared. No le gustaba al nazi que el chiquillo de cuatro meses llorara durante el registro, por eso le partió en dos su frágil cráneo, destrozó nuestra familia, para pocos meses después fusilar a tu padre, mi abuelo.

En ese instante siempre supe que cambió tu vida, que algo se rompió dentro de ti para siempre, que lo que era una existencia empobrecida y sin recursos, pero feliz, con esperanzas de cambio en aquella República de los sueños, se tornó gris, en un blanco y negro que recorrió tu larga vida, pero que no te quitó el amor por lo seres más pequeños, por tu familia, por las raíces de tu pueblo masacrado.

Viste morir a Braulio, tu hermano, viste todo hasta como en una especie de cámara lenta, la sangre salpicaba en los rostros de tus hermanos menores, de tu madre lanzada contra el falangista para sacarle los ojos con las uñas.

Tal vez por ese inmenso dolor, por un trauma imposible de sanar, tu demencia acabó con todos tus recuerdos, menos con aquel instante fatal, cruel, oscuro, sanguinario, criminal.

Por eso nunca dejaste de contar a quienes aparecían por tu cama, por tu silla de ruedas, en casa o en la clínica, aquel instante, tu hermanito del alma asesinado, como entraron a la casa rompiendo la puerta, disparando contra el joven podenco, la patada en la barriga de tu tía Rosa García, los llantos de tus hermanos, los alaridos de dolor de Lola, tu madre, mi abuela.

Lo seguiré contando todo, aunque los cómplices de los asesinos puedan decir que es falso amparados en su siniestra herencia familiar, que también me peguen un tiro en cualquier paraje desolado, cada una de tus palabras no solo están en la grabadora, en los vídeos del director Carlos Reyes Lima, bullen en mi mente como bandadas infinitas de pájaros tratando de saciar tu misma sed de justicia.


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