Javier Pérez Royo
Consciente de que es un partido minoritario y que tiende a serlo cada vez más como consecuencia de la evolución que se está produciendo en la composición de la población, que el censo de 2020 ha evidenciado, el Partido Republicano ha decidido poner en cuestión de manera preventiva cualquier resultado que arrojen las urnas. Las elecciones solamente son limpias si es el candidato republicano el que resulta elegido. En caso contrario, es que ha habido fraude electoral. La sospecha generalizada de fraude electoral es el mensaje que el Partido Republicano está enviando de manera permanente a la población con el concurso de buena parte del poder judicial.
El Partido Republicano no está dispuesto a aceptar la "legitimidad" de un Gobierno del Partido Demócrata. Está intentando evitarlo mediante la reforma de las leyes electorales de los Estados en los que gobierna, con la finalidad de dificultar, cuando no imposibilitar, que voten los ciudadanos afroamericanos, latinos y asiáticos, con lo que se garantizaría la victoria. Pero, para el supuesto que ni aún así lo consiguiera, está difundiendo el mensaje de que las elecciones no son fiables, porque el fraude electoral se ha constituido en parte del propio sistema.
La forma en que se ha puesto fin a la guerra en Afganistán ha conducido a que en la opinión pública se plantee la cuestión de si la retirada de Afganistán supone o no el fin del imperio americano (John Lee Anderson. The New Yorker. 1 de septiembre). Pero, en mi opinión, lo que está ocurriendo en Texas es un mejor indicador que el fin de la presencia militar en Afganistán.
La combinación que se ha producido en Texas de poner fin a la interrupción del embarazo como un derecho constitucional de la mujer embarazada con el concurso de la mayoría conservadora del Tribunal Supremo y la aprobación de una reforma de la ley electoral que va a hacer imposible que el Partido Demócrata pueda ganar las elecciones, es el más potente indicador de la degradación de la democracia y del consiguiente final de la hegemonía de los Estados Unidos.
Texas está sustituyendo a California como el Estado que marca tendencia en la evolución del sistema político americano. Y lo está haciendo con la imposición de la estrategia de la extrema derecha. Ya está en marcha en otros estados una estrategia similar. Y dentro de poco más de un año se celebrarán las elecciones de mitad de mandato cuyos resultados suelen ser negativos para el partido que está en La Casa Blanca.
La batalla real por la democracia contra la extrema derecha a la que se refirió Hillary Clinton en el debate organizado por The Guardian va a tener un momento decisivo en dichas elecciones. De ellas puede salir una mayoría republicana tanto en el Congreso como en el Senado, que convertiría a Joe Biden en una suerte de Jimmy Carter, es decir, un Presidente fallido, que dejaría el terreno abonado para una hegemonía del Partido Republicano de largo alcance.
Y un Partido Republicano que ya sabemos, tras la trayectoria de Donald Trump, que no está dispuesto a aceptar la alternancia en el poder. Los años de la Presidencia de Donald Trump ha erosionado el prestigio de la democracia americana de manera considerable. En dicho prestigio y no en su fuerza militar es donde residía la fortaleza de los Estados Unidos. Era el modelo de democracia a imitar.
En lo que está ocurriendo en Texas y no en lo que ha ocurrido en Afganistán es donde se está librando la guerra por la democracia contra la extrema derecha. El resultado nos afectará a todos.
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