Al fascismo, ni agua


Al fascismo, ni agua
Juan Tortosa

El blanqueamiento del racismo, el machismo, la homofobia o el odio que estamos percibiendo en muchos medios de comunicación supone un peligro inmenso para la democracia y esto hay que decirlo así. Lo más alto y más claro posible. Se está normalizando que un partido político proclame abiertamente que quiere deportar a españoles por ser negros y reivindique abiertamente la dictadura franquista. Esto no puede ser, disponga ese partido, o no, de escaños en las instituciones.

Hacer chistes cuando un militar retirado escribe que hay que fusilar a veintiséis millones de españoles me parece una insensatez, se le está dando muy poca importancia a que en las teles de vez en cuando alguien aparezca sosteniendo que defender según qué postulados ultras supone estar en el lado bueno de la historia… A cosas como estas, igual que al hecho de volver a colocar nombres de fascistas en las calles, no se le puede quitar relevancia porque eso significa que, de manera para algunos casi imperceptible, la infamia y la impunidad acaban subiendo un peldañito más cada día que pasa.

¿Cómo es posible que esté ocurriendo esto? No lo sería si no existiera lo que alguien ha definido como “indiferencia cómplice” de la ciudadanía. Aunque más que indiferencia, que implica adoptar una postura, yo creo que se trata de miedo a las consecuencias de pronunciarse, de temor a salir perjudicado o a poner en peligro sueldos que, en un buen número de casos para más inri, suelen ser miserables.

A la hora de combatir el ideario ultraderechista no cabe matiz ni equidistancia alguna. No se nos puede olvidar algo que en Europa no admite discusión porque está en la base de la construcción de nuestras democracias: el fascismo no es una opción respetable, el racismo no es una opción respetable, la homofobia no es una opción respetable. Punto.

No es lo mismo ser del ku klux klan que luchar contra el racismo.

No es lo mismo abolir la pena de muerte que querer restaurarla.

No es lo mismo socorrer a quienes llegan en patera que querer echarlos.

No es lo mismo ayudar a los menores no acompañados que demonizarlos.

No es lo mismo denunciar la violencia de género que negarla.

Produce verdadera vergüenza tener que repetir una y otra vez este tipo de perogrulladas. ¿De verdad que a estas alturas tenemos que andar insistiendo en cosas así? El miedo no es una opción, porque por mucho que estés pillado por deudas y obligaciones no tienes que convertirte en un mercenario. Temer las represalias del intolerante es potenciar la intolerancia.

En el mundo de la comunicación la anuencia con la ultraderecha en estos momentos es una verdadera vergüenza. Sobre todo el coqueteo de quienes, con tal de prosperar, son capaces de convertirse en cómplices y propagandistas de las mayores barbaridades verbales, insultos incluidos. Aunque llegaran a tener la rodilla en el cuello, nunca se quejarían por miedo a que los maten, los muy cobardes. Olvidan que llegado el momento, cuando ya no sean útiles, de nada les servirá haberse arrastrado como gusanos. Luego están los que se ponen de perfil, los que no quieren quedar mal con nadie, los que piensan que con el silencio todo son ventajas, los que solo se pronuncian si están seguros de cuál es la dirección del viento, los aprendices de aquel personaje de Casablanca, el capitán Renault, uno de los mayores cínicos de la historia del cine (“Aún no hemos decidido si se ha suicidado o ha muerto intentando escapar”).

¿A qué estamos jugando dándole alas a una formación que nos quiere retrotraer al lado más oscuro de nuestra propia historia? La mayor parte de las ideas que defienden en Vox me recuerdan la tétrica atmósfera en la que crecí de niño: himnos militares, rezos a todas horas, pecados, penitencias, reproches y silencios ruidosísimos cada vez que algún mayor osaba referirse a algo de lo ocurrido durante la guerra civil, amenazas, malos tratos en el colegio, peleas en muchos hogares con gritos que escuchábamos aterrados mientras te decían que en esas cosas no había que meterse, sensación eterna de impotencia y… siempre ganas de salir corriendo.

Nada que se le parezca a algo de esto puede volver ni en broma. Espero que nadie ni nada acabe poniendo en peligro hablar en libertad, escribir en libertad, conversar con la familia y los amigos de siempre sin miedo a tocar según qué temas no vaya a ser que a acabemos llegando a las manos…. Habrá quien me diga que plantear las cosas así es exagerar ¿Ustedes creen? Ojalá.


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