La sexualidad triste del franquismo
 
 
La sexualidad triste del franquismo
Julián Arroyo Pomeda

He dudado en escribir un artículo sobre este tema. La gente joven se puede reír desaforadamente con su contenido. Sin embargo, quizás interese a las personas maduras, aunque también podrían rechazar el asunto por haberlo sufrido demasiado. Es como lo que le sucedía a un amigo de Valladolid, que ejerció de maestro toda su vida. Cuando le ofrecían chorizo de patata, lo rechazaba con irritación, porque estaba harto de que hubiera sido casi su único alimento durante la guerra.

Puede que la gente madura no quiera rememorar el sexo que practicaron, porque acaso no lo soportan. ¿Quién lo va a leer entonces? Quizás les guste solo a los anticuarios, que podrán conservarlo como reliquia, o a los que se consideran herederos. Seleccionaré, pues, los puntos más importantes y representativos.

El papel de la mujer se limitaba a ser una buena esposa y madre. Y lo era la que mantenía feliz al marido, realizando lo que él había soñado antes del enlace matrimonial. Otro enlace no cabía. El adulterio femenino, la masturbación o las relaciones prematrimoniales estaban consideradas como perversas y aberrantes. Su mundo era el hogar y la reproducción. Por eso tenía que ser una buena madre. Los hijos, la cocina, el ajuar, la limpieza de su casa o la huerta colmaban todas sus ilusiones. Al matrimonio tenía que llegar virgen. Ni el divorcio, ni los anticonceptivos. Sorprendida en adulterio, podría conllevar el parricidio por honor en los primeros años. Si lo hacía el hombre, o mantenían los chicos relaciones antes del matrimonio, esto se consideraba como viril. “Ellas desperezan la fiera que duerme en la naturaleza del hombre con el ofrecimiento de su celo apetitoso”, según el padre Quintín Sariegos.

El acto sexual solo se realizaba dentro del matrimonio, por eso casarse era un seguro de sexo, no quedaba otra. Nada de buscar el placer sexual, el objetivo era la maternidad. Esto lo colmada todo. Procrear era la única búsqueda, que, por otra parte, no dependía tanto del sexo, sino del plan divino. ¿Cuántos hijos?, se preguntaba entonces. Y la respuesta era contundente: los que Dios quisiera.

La masturbación se consideraba una afición animal,que producía agotamiento cerebral, problemas nerviosos, dolor de cabeza, impotencia y envejecimiento. También se amenazaba con tener hijos subnormales. Hasta meter la mano en los bolsillos se prohibía.

El noviazgo era una relación larga, pero sin nada de sexo. La novia tenía que vestir decentemente, nada de agarrarse del brazo, porque le facilitaba las cosas al novio y era un incentivo para el pecado. Los actos obscenos en la vía pública se multaban. No se podía dar un beso a la novia, “un beso brutal clavado con saña de bestia en la mejilla de nieve de de la chica piadosa” (padre Antonio Aradillas). Con las criadas de la casa casi se permitía todo. Los chicos tenían que empezar las experiencias sexuales por algún sitio, pero, si ellas eran sorprendidas, las despedían y nadie les daba trabajo ya.

La homosexualidad era muy perseguida. Los actos de un militar con otro de su mismo sexo se castigaban, según el Código Penal Militar, con seis meses y un día hasta seis años de cárcel. Esta sexualidad era no reproductiva y, por tanto, no natural. Además, a los homosexuales se los consideraba enfermos y, por ello, eran sometidos a terapias de manicomio, por realizar conductas desviadas, que producían escándalo público.

Se permitía la prostitución, controlando los prostíbulos, pero, cuando salieron a la calle eran reprimidas y encarceladas por ser mujeres descarriadas, que había que proteger. También se las condenaba a vivir en conventos. Fueron famosos los de las Adoratrices. Se creó el Patrimonio de Protección de la Mujer con objeto de “velar por las mujeres que desean recuperar su dignidad”. Lo presidió Carmen Polo. La prostitución se consideraba un mal necesario para preservar a las demás mujeres, por eso tuvieron que tragarla.

Para deprimirnos todavía un poco más, creo que buscar paralelismos entre el ejercicio de sensualidad franquista y la actualidad podría ser un buen ejercicio. Quizás se pueda seguir sus marcas en la falta de igualdad de género y de sexo. Todavía el sexo, denominado fuerte, se impone sobre el más débil y esclavizado. Pensemos en el tratamiento que damos hoy al asunto de la prostitución y la homosexualidad. El franquismo ignoraba el lesbianismo, simplemente no existía, en la actualidad se reconoce su existencia. Todavía suena hoy a desprecio las formas de denominación: maricones y tortilleras.

Las 11 reglas para hacer a tu marido feliz sigue circulando en redes: tener lista la cena, lucir hermosa, ser dulce e inteligente, arreglar la casa, hacerlo sentir en el paraíso, cuidar a los niños, minimizar el ruido, procurar que te vea feliz, escucharlo, meterse en sus zapatos, no quejarse. Había que liberar a la mujer del taller y la fábrica para mantenerla en casa formando su familia en paz. Este era el ideal. Después, ante la falta de hombres conducían tranvías, eran cobradoras y dirigían centros sanitarios y de enseñanza. Hasta Vallejo Nájera enalteció sus virtudes, procedentes de las hormonas ováricas: ternura, piedad, abnegación, dulzura. Con tales mimbres hemos llegado hasta la actualidad.


Fuente → diario16.com

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