La guerra civil nunca acabada

La guerra civil nunca acabada
Julián Arroyo Pome

Soy de los que creen que una guerra civil no se acaba nunca, porque marca la historia para siempre. Por eso seguimos hablando hoy de vencedores y vencidos. Nunca aceptaremos que aquello no puede repetirse, dado que entonces desaparece el argumento principal de confrontación. Tampoco puede seguirse el veredicto de la historia. Para unos fue lo mismo que masacrar los derechos democráticos, entre los que sobresale la libertad. Para otros consistió en la salvaguarda de la nación, la paz y la convivencia, que fue necesario restaurar y que hay que defender siempre, porque los enemigos siguen al acecho.

El Valle de los Caídos es, todavía hoy, el símbolo máximo, que nos recuerda quien venció. A base del sacrificio de sus vidas, quienes cayeron fueron el elemento indiscutible que conservó las esencias patrias, por eso merecen el reconocimiento eterno y sus nombres siempre tienen que estar presentes para honrar su memoria. La pena es que no merezcan el mismo reconocimiento los que construyeron el monumento, obligados y oprimidos para redimir las penas que les había impuesto un golpe militar contra el gobierno legítimo de entonces. Fueron condenados por los tribunales de los vencedores, que generosamente les dieron oportunidad de que les fueran perdonadas las penas. Ellos y todos los que llevaron a esa gran fosa para echarlos en un cementerio común eran los ‘rojos’, que estuvieron a punto de destruir la nación española para siempre.

Los militares, que se alzaron por la fuerza, eran todos católicos, así como los que cayeron por Dios y por España. La gran Cruz sigue presidiendo todavía el monumento a la reconciliación, como dijeron los vencedores, pero no es verdad, porque constituye la mayor humillación para quienes carecen de esas creencias religiosas. Habría que demolerla, porque contribuye a la exaltación del franquismo y de la misma religión católica, que contribuyó, bendiciendo la dictadura y estando de acuerdo con la barbarie, de la que aún no se ha desprendido para su vergüenza. Anunciar una palabra de perdón sería reconocer los mismos hechos y aceptar su culpabilidad. Esos vencedores, enterrados allí, fueron los responsables de miles de muertos.

También hay que sacar de allí a los monjes benedictinos, cuya única función es rezar para la reconciliación. No se trata de que el Gobierno los esté ahogando, negándoles la subvención, que, además, la consideran suya por naturaleza, ya que ni siquiera la justifican como hace todo el mundo con los ingresos que le entran. Hay muchas maneras de defraudar a la hacienda pública. Por lo menos hay que desacralizar la basílica y esto no será visible, si continúan en ella los monjes y la Cruz. Hay que hacer del monumento un memorial para no olvidar nunca lo que pasó.

Ochenta y cinco ya de todo esto, los españoles somos demasiado lentos. Los sublevados querían impedir las revoluciones que estaban imponiendo los republicanos, pero que impulsaron una revolución mayor con la instalación del fascismo. Aquello es ya pasado, dicen todavía muchos. No hay necesidad de reabrir las heridas, porque así no podemos mirar al futuro. El futuro hay que reconstruirlo desde el pasado y el presente. Como no puede hacerse es negando cada uno de estos dos momentos.

Tampoco tendrá sentido el futuro, negando que se haya producido el pasado. En los momentos actuales se pone de moda tergiversar la historia. Hay quien dice que la responsable de la guerra civil fue la misma República. Fue ella quien provocó a los militares con el desorden reinante. La misma República incitó a la guerra civil. El régimen reinante buscó la guerra por creer que se podría destruir a tantos enemigos internos. Franco se convierte así de provocador en provocado. Es la nueva locura que está tentando a las fuerzas políticas de la derecha, algunas de cuyas acciones intentan crear el clima propicio para acabar con un gobierno, que lleva tiempo vendido a separatistas, terroristas y comunistas en una fuerte crispación, nunca antes vista. La memoria democrática será sustituida por la memoria de la conciliación, proclaman los que nunca tratan de que la convivencia se vaya estabilizando, porque buscan el mantenimiento de lo peor para hacer posible el estallido de todo otra vez y echar la culpa al desorden público imperante.

Sin embargo, ahora les va a resultar todo más difícil por causa del funcionamiento de las relaciones internacionales. Europa está contemplando una y otra vez cómo los enemigos interiores trabajan por desprestigiar al mismo país, impidiendo su apoyo activo. ¿Qué pensarán de nosotros los extranjeros?

No se trata de reabrir heridas, porque todavía no se han cerrado y siguen supurando. Ahora toca limpiar las que todavía siguen abiertas y curarlas. Solo entonces podrán cerrarse sin que se vuelvan a infectar, sin atacar con ellas aún a cualquier adversario nuevo que se ponga a tono. De este modo podremos ir cerrando con ellas la guerra y empezar la tarea de la reconstrucción, tan necesaria. Esperemos que de este modo no vuelva a estallar de nuevo la paz.


Fuente → diario16.com

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