Historia y memoria del terror franquista

Historia y memoria del terror franquista

Introducción
Vicent Gabarda

Hace casi un año, la Delegación de Memoria Histórica de la Diputación de Valencia me encargó la dirección de un libro en el que se recogiesen diversos aspectos del proceso de recuperación de la memoria histórica y democrática en la provincia de Valencia, relacionando al tiempo esta temática con el trabajo llevado a cabo en otros puntos de la geografía española, así como con otros aspectos que ayudasen a conocer tanto la represión franquista como fenómeno, como el contexto histórico mundial en que se desarrolló, con la pretensión de dejar de manifiesto que el estudio de la represión franquista no se limita a contabilizar ejecutados o muertos en prisión, y que recuperación de la memoria no es tan sólo recuperación de cuerpos en cunetas o cementerios.

Tras toda una serie de complicaciones derivadas en su mayor parte del desarrollo de la pandemia a partir de marzo del 2020, la alteración producida en el ámbito académico universitario (y general) con la modificación de la docencia para ajustarse a la nueva situación, y el caos que en ocasiones produjo; el cierre de archivos, facultades, departamentos, bibliotecas; el confinamiento… hubo de modificarse la lista de colaboradores y en ocasiones el contenido del proyecto inicial, ajustándolo a las posibilidades reales de trabajo. El resultado final, catorce autores y trece contribuciones que nos ayudan a conocer un poco más nuestro pasado reciente, a poner alguna luz en esa oscuridad en la que nos hemos movido durante tanto tiempo y que contribuyen a la difusión de la memoria democrática en nuestra sociedad. En las páginas siguientes hablaremos, nos hablarán, leeremos, sobre violencia y violentos, contextualización de esa violencia, de esa represión sobre una parte de la población, del papel de la mujer como víctima, pero también como colaboradora en esa represión, y de la terminología utilizada muchas veces de forma incorrecta, o al menos no aplicada en su forma más ajustada; del proceso de recuperación de la memoria histórica y del papel de la Historia como ciencia en esa recuperación, de las leyes que tienen ese objetivo, y de su puesta en práctica, tanto mediante monumentos que ayudan a no olvidar, como de exhumaciones que refuerzan ese interés y esa necesidad por recuperar lo que es nuestro. Cada autor con su contribución intenta aportar un grano de arena, o un puñado, a esa labor de recuperación, y el director sólo ha intentado poner orden a las diversas contribuciones.

Hasta hace unos meses podíamos decir, sin miedo a equivocarnos que, al menos en España, nos encontrábamos en los años de la recuperación de la memoria histórica; una recuperación que para muchos ya ha llegado tarde (son miles los familiares que han fallecido sin haber logrado recuperar los restos de aquel o aquellos que fueron asesinados, ejecutados y enterrados en no se sabe dónde, o en el fondo de una fosa común, que, en ocasiones, viene a ser lo mismo), tras más de 80 años de acabada la guerra civil, 45 de la muerte del dictador y otros tantos del inicio de la transición a la monarquía; una transición que condenó al olvido en cunetas, trincheras y cementerios a miles y miles de víctimas de la guerra y de la posguerra, en el más absoluto anonimato y en el olvido frente al trato de favor concedido a las también víctimas de la guerra, pero del lado de los vencedores.

Desfile de las tropas franquistas en la plaza del Ayuntamiento de Valencia el 31 de marzo de 1939 (foto: Finezas/Biblioteca Valenciana)

En muchos casos la irrupción de un fenómeno mundial como la pandemia producida por el Covid-19 ha significado una alteración en la vida rutinaria y una modificación en los demás aspectos de nuestra cotidianeidad. Esa modificación se ha plasmado en un cambio de ritmo en los trabajos de exhumaciones por ejemplo, pero en la medida de lo posible se han continuado los proyectos puestos en marcha meses antes de la propagación del virus. Unos trabajos que si hasta finales del siglo pasado en la provincia de Valencia sólo se habían traducido en las realizadas a nivel particular por familiares de las víctimas, cuando podían conseguir los permisos necesarios y vencer los obstáculos de las diversas administraciones implicadas en una actividad de este tipo (y además sin una plena garantía de exhumar a quien se pretendía por la dificultad de identificación de unos restos enterrados hace tanto tiempo), en esta última década del siglo XXI comenzaron a llevarse a cabo una serie de exhumaciones con el respaldo del Gobierno, mediante las subvenciones aprobadas por el Ministerio de Presidencia, que permitieron por ejemplo la exhumación parcial de una de las fosas comunes del cementerio de Paterna, y, por lo que respecta a la provincia de Valencia, poca cosa más; el verdadero empujón a la exhumación de las fosas comunes, pese a la existencia de una Ley de la Memoria Histórica¹, tuvo que darlo la Diputación Provincial de Valencia a través de su Delegación de Memoria Histórica y su política de subvenciones a los proyectos presentados; año tras año el cementerio de Paterna, pero también los de Ontinyent, València, Lliria, Gandia, Carlet… han visto abrirse sus fosas (o intentar localizar las aún existentes) en un proceso imparable en colaboración con los ayuntamientos y con la Generalitat, saliéndose del puro marco de las exhumaciones y adentrándose en la organización de jornadas, congresos, charlas, o en la publicación de trabajos por ejemplo.

Una muestra de esa continuación y de esa importancia que la memoria histórica está teniendo en la sociedad actual son la serie de trabajos recogidos en este volumen, resultado de las investigaciones, reflexiones, nuevos planteamientos, elaborados por un grupo de profesores universitarios o muy ligados a la investigación en este ámbito académico, que desde diferentes puntos de vista nos permiten adentrarnos en algunos de los múltiples aspectos que engloba la memoria histórica y democrática y su recuperación, así como la causa principal de la necesidad de este movimiento reivindicativo: las consecuencias de la represión franquista durante y después de la guerra civil; múltiples aspectos, algunos de los cuales van desde la reflexión teórica hasta la plasmación de casos prácticos de recuperación de la misma, tanto de huesos como de lugares de memoria, pasando por una puesta al día de la información hasta ahora obtenida de esos oscuros años del franquismo, o de la relación del mismo con el resto de Europa, e incluso del mundo.

Ya debemos saber a qué nos referimos cuando hablamos de represión franquista, pero nunca está de más volver a hacerlo con el fin de asumir la amplitud de un término como ese, que de tan usado a veces parece que pierde su importancia. El profesor de la Universitat de València, Ricard Camil Torres Fabra, nos habla de ella en su colaboración, partiendo de la base de que el concepto represión franquista se ha incorporado a nuestro vocabulario como un elemento intrínseco del régimen de Franco hasta el punto que no se puede entender la dictadura obvian-do su referencia. Según Ricard, por lo general interpretamos represión franquista como persecución directa y permanente, en mayor o menor medida, hacia colectivos humanos numerosos y no tan numerosos, sobre la persona de sus integrantes; para el autor, esta interpretación, sin pecar de imprecisa o inconveniente, necesita unas matizaciones fundamentales, dado que puede presentar ciertas lagunas que, sin alterar la conceptualización apuntada, repercuten minusvalorando el alcance global de la represión; así por ejemplo, en primer lugar, y sin que sea un asunto de importancia capital pero que necesita ser asimilada (o al menos discutida), aparece el espacio temporal que abarca la propia represión. Para el profesor Torres, la represión franquista, huérfana de esta leve precisión, viene a centrar la atención –y por ello la responsabilidad primera y última- sobre la personalización específica en una determinada figura, sin duda la más importante o emblemática, pero no la única, ya que para llevarse a cabo necesitó de muchos colaboradores, en mayor o menor grado, actores y autores, pioneros y fundamentales en la construcción de la barbarie.

Carta de despedida de Vicente Gómez, fusilado en Paterna en 1940 (foto: Valencia Plaza)

Mucho más importante le parece al autor que el concepto de represión franquista resulta mucho más adecuado al extender su interpretación hacia todas aquellas manifestaciones del régimen desde su gestación, a todos los ámbitos públicos y privados, y que afectaron negativamente al grueso de la población, directa o indirectamente; desde la política (o políticas) económica hasta la aniquilación física, pasando por cuestiones legislativas, morales, educativas y un etcétera que puede hacerse tan extenso como se quiera. En definitiva, para Ricard Camil, el régimen franquista, visto así, se forjó, desarrolló y descansó sobre un vasto sistema representado y dirigido por una represión universalizada, cuestión que aborda en su colaboración, siendo consciente de la existencia en la misma de ciertas lagunas que simplemente quedan apuntadas, por la propia limitación de las características de su trabajo; no obstante ello no invalida completamente su afirmación fundamental: la represión franquista fue todo aquello emanado y ejecutado desde el régimen que impusieron los vencedores.

Marc Baldó i Lacomba, de la Universitat de València nos introduce en el tema de la memoria histórica, la memoria democrática y las políticas de memoria, como algo necesario para alcanzar una verdadera reconciliación tras el trauma que supuso la guerra civil, algo no alcanzado ni con la represión ejercida por los vencedores sobre los vencidos, ni con el pacto de silencio, las concesiones de unos y las negaciones de los otros durante el periodo de la transición; porque, como dice en su trabajo, lo que divide a una sociedad “no es mirar hacia atrás, sino no mirar o mirar sólo con un ojo para ver lo que nos conviene y no querer ver lo que nos desagrada”. Es necesario conocer nuestro pasado, en toda su magnitud, conocerlo y reconocerlo como algo propio, no sólo de una parte de nuestra sociedad; y ello se consigue con la construcción de una memoria colectiva democrática, abierta y sin exclusiones.

Partiendo de la explicación de una serie de conceptos que, aunque usados frecuentemente, muchas veces desconocemos su verdadero significado, el doctor Marc Baldó nos habla de memoria individual, memoria colectiva y memoria democrática, así como del proceso que en España se está llevando a cabo por la consolidación de la misma, desde el gobierno, pero sin duda por la presión social, en aumento desde finales del siglo pasado y especialmente desde principios del XXI; una recuperación que comenzó con la ley de Memoria Histórica del 2007, continuada a nivel autonómico por toda una serie de proyectos, leyes, decretos que venían a suplir en muchas ocasiones parte de las carencias de la primera (y su absoluta inacción en algunos momentos), como el Memorial Democràtic de Catalunya o la ley valenciana de octubre del 2017.

Familiares de asesinados en Paterna por el régimen franquista acuden a la Embajada de Argentina en Madrid a reclamar justicia (foto: Carlos Serrano)

Pero también nos habla de Historia, como el proceso de reconstrucción del proceso histórico de forma contrastada, y de su papel en la elaboración de esa memoria democrática, en lucha con la desmemoria oficial a la que se vio sometida la sociedad española, o buena parte de la misma al menos, a lo largo de la dictadura franquista y la transición, en un claro intento de secuestrar la memoria histórica, omitir el reconocimiento público de las víctimas del franquismo (de las otras víctimas de la guerra civil y de sus consecuencias, no debemos olvidarlo), negarles la rehabilitación simbólica y excluirles del amparo judicial, renunciando así a la justicia transicional, a diferencia de lo ocurrido en otros países con un pasado fascista.

En suma, para el profesor Marc Baldó, es necesaria la elaboración de una memoria democrática que actúe en, al menos, tres frentes: desarrollar una política de la historia del tiempo presente, con especial atención a la población escolar de todos los niveles (primaria, secundaria y universitaria) que cubra ese agujero negro que supone el conocimiento (y la enseñanza) de la República, la guerra civil, la Dictadura y la Transición; institucionalizar instrumentos que hagan una búsqueda exhaustiva de las violaciones de los Derechos Humanos perpetradas entre 1936 y 1978, y elaboren propuestas concretas de reparación y reconocimiento a las víctimas, como una forma de reconciliación; por último, una política de patrimonio documental y bibliográfico que fomente la preservación, catalogación organización y articulación de todo el material documental necesario para la elaboración de esa historia del tiempo presente.

Al igual que han sido varias las actuaciones del Gobierno (central o autonómicos) en materia de memoria histórica, ya hemos visto que desde el ámbito de la investigación, universitaria o no, y pese a la existencia de la desmemoria, del pacto de silencio, etc. etc. el tema de la guerra civil española y la dictadura franquista han sido y serán dos hitos en la historia de España contemporánea, objeto de estudios, trabajos, investigaciones, debates, por lo que fue y por lo que sigue marcando nuestra sociedad actual. La guerra civil española, por su violencia, por su carácter de campo de pruebas de nuevas armas y nuevas técnicas de combate y de destrucción, por la represión que trajo consigo y su coste en vidas humanas, durante y después de acabada la misma, la convierten en un tema atractivo y atrayente, en un contexto europeo y mundial igualmente violento. El siglo XX europeo fue un siglo eminentemente violento, especialmente en su primera mitad. Y lo acaecido en España en la segunda mitad de los años 30, la guerra civil, y la represión posterior a la misma, no fue un hecho aislado y algo propio de una sociedad, la española, proclive a darse de palos o de tiros como modo de solucionar disputas familiares, políticas, sociales, dinásticas… del tipo que sean. Es cierto que los términos aglutinados en esa frase que nos intentaron inculcar en nuestra juventud de “España, una, grande y libre” han sido, como la misma frase, algo sumamente artificial, cuestionados en determinados momentos por una parte de la sociedad o por otra (como ocurrió en el resto de naciones, en el remoto pasado y en el más reciente), y es cierto que la diversidad de opiniones políticas, religiosas, económicas… se ha saldado las más de las veces más con el uso de la fuerza (golpes de Estado, cuartelazos, sublevaciones, algaradas, barricadas…) que con el uso de las urnas, y que a lo largo del siglo XIX ya hubo enfrentamientos armados entre formas diametralmente opuestas de ver la vida, en la que liberales y absolutistas tomaron las armas para imponer unas ideas que no eran las del contrario; pero también es cierto que tras el enfrentamiento surgía el deseo de seguir adelante en el devenir histórico; algunas penas de destierro, algunas ejecuciones como escarmiento, algunas víctimas del exilio, pero las tropas hasta el día anterior enemigas, eran desmilitarizadas, los soldados volvían a sus casas y los mandos eran reinsertados en las filas de los vencedores, y aquí paz y allá gloria.

Prisioneros republicanos esperan en la estación de Benalúa (Alicante) su traslado entre el 31 de marzo y los primeros días de abril de 1939 (foto: Archivo de la Democracia/Universitat d’Alacant)

Pero eso también había ocurrido en el resto de Europa: guerras civiles desatadas tras procesos revolucionarios, o como consecuencia del drástico cambio que produjo en la sociedad la I Guerra Mundial, la Gran Guerra, así, con mayúsculas, por lo que supuso de puesta en evidencia de lo que el ser humano era capaz de hacer cuando la tecnología le daba poder para mostrarse en toda su crueldad y dureza, cuando los frentes de guerra dejan de ser el lugar concreto donde se baten los hombres como muestra de su “valor”, y pasan a convertirse en algo tan abstracto como ”todo”: vanguardias y retaguardias, trincheras y ciudades, militares y civiles, niños, ancianos, mujeres, industrias enemigas, campos de labor… todo era presa a destrozar porque era una forma de vencer al enemigo; aunque eso supusiese millones de víctimas, propias y ajenas, economías maltrechas, deudas de guerra, hipotecas con terceros (no es complicado trasladar esas ideas al caso concreto de la guerra civil española).

El siglo XX es también el siglo del nacimiento de dos concepciones del mundo completamente diferentes: la democracia parlamentaria, que había ido jalonando posiciones en Europa y en España a lo largo del siglo XIX, e incluso en el XX, tras la desmembración de los grandes imperios como resultado de la I Guerra Mundial, verá surgir en su entorno el comunismo como alternativa al capitalismo, no solo como una teoría económica y social, sino como una enorme realidad plasmada en una gran nación, tras un proceso revolucionario (con la influencia que ello suponía en ciertos sectores sociales del resto de naciones), y el fascismo, como otra alternativa a esas democracias que se mostraban incapaces de salir de la crisis, económica y social producida por el sistema capitalista. Y ello se vería reflejado igualmente en nuestro país.

Unos desarrollos tecnológicos, aplicados a la industria armamentista, unas ideologías nuevas, que nos hablan de la raza y de la superioridad de unas razas sobre otras, unos imperios coloniales en expansión, una brutalidad extrema resultado en parte de la suma de todo ello, hace que el siglo XX, además de las víctimas de la guerra, fuese testigo de las víctimas de genocidios, no sólo en Alemania tras la II Guerra Mundial, sino en Armenia ya antes de la I Guerra (o como ocurrirá ya en su segunda mitad en la zona de los Balcanes), o de matanzas sistemáticas, como en el África colonial a manos de unos soldados metropolitanos (ingleses, belgas, portugueses, españoles…) que se aprovecharon de la superioridad tecnológica de sus armas para imponerse como una raza superior sobre los nativos; esa idea de superioridad, de estar combatiendo a seres inferiores, en ocasiones se trasladaría al resto de conflictos en los que tomaron parte, dejando de respetarse los códigos éticos aplicados en tiempos de guerra por lo que se refiere al trato a los prisioneros, civiles o militares.

Campo de concentración de Albatera (foto: ARMHA)

Estos genocidios, esta represión por el Estado sobre una parte de su propia población como consecuencia de sus ideas, sus creencias religiosas, su raza, color… fueron en su momento juzgados y condenados por la comunidad internacional, perseguidos sus autores, con mayor o menor éxito, y reconociendo los gobiernos, como representantes del Estado, la parte de culpa que podían haber tenido en los hechos juzgados. Bueno, no siempre. España no fue derrotada por unas potencias aliadas que derrocasen el fascismo como ocurrió en otras zonas de Europa, y los vencedores de la guerra civil siguieron en el poder, hasta que consideraron conveniente un cambio, una transición, dejando sin analizar, y sin dejar que se analizase uno de los aspectos sobre los que se asentaron: la represión sobre los derrotados.

Dentro de la abundante literatura historiográfica sobre la Guerra Civil, una de sus grandes vetas, si no la más seguida en las dos últimas décadas, es la que estudia la naturaleza sangrienta del golpe de estado de julio de 1936 y de la edificación del régimen franquista en la guerra y su posguerra. Su al menos relativo contrapunto es el estudio de las distintas formas de violencia que tuvieron por escenario la retaguardia republicana; contrapunto, por un lado, porque era la otra cara de la misma moneda de esa historia: la de unas violencias que tenían lugar al mismo tiempo, que estallaron casi a la vez como respuesta a ese golpe y que tenían muchas similitudes pero que registraron también notables diferencias con lo sucedido al otro lado de las trincheras; y contraste también, por otro lado, porque no solo se han estudiado a partir de esas semejanzas y divergencias, sino que además la trayectoria de su estudio es muy diferente en sus tiempos, marcos de análisis y resultados.

José Luis Ledesma, de la Universidad Complutense de Madrid, pasa revista a esa otra cara de la historia sintetizando esas similitudes y asimetrías respecto de las formas de violencia sublevadas y franquistas y explorando vías alternativas de estudio. Para ello, y en el marco de los objetivos y naturaleza de este volumen colectivo, apuesta por completar la mirada general atendiendo a un marco regional muy relevante, el de Aragón, que supone una buena comparación con el País Valenciano. Lo es porque, al contrario que este último, la región aragonesa quedó partida en dos, con lo cual experimentó simultáneamente desde el principio lo peor de la violencia de unos y otros y resulta así un buen laboratorio de estudio de lo sucedido en todo el país. Y lo es también porque, si nos centramos únicamente en la violencia en la zona republicana, la sufrió con mayor virulencia que la gran mayoría de territorios de esa retaguardia, incluido el País Valenciano.

Reconstrucción de los fusilamientos en el «paredón de España» de Paterna (imagen: Wikiloc)

Por su parte, el historiador Francisco Espinosa Maestre nos ofrece una más que clara visión del panorama de la investigación de la represión franquista y de la recuperación de la memoria a lo largo de los últimos años, rememorando los primeros intentos, cuando su estudio estaba vetado a los investigadores que querían adentrarse más allá de la información oficial u oficiosa que ofrecía el propio sistema y el análisis de archivos y documentos estaba limitado a los autores de la Historia oficial, hasta el punto que la labor del investigador ajeno a este beneplácito era ciertamente una odisea: buscar sin saber qué buscas y dónde has de buscar, tropezando con la necesidad de permisos, autorizaciones, solicitudes y caer bien al archivero que en última instancia te atiende cuando has llegado a tu objetivo. Años en los que poco a poco se iba logrando el principal objetivo, desvelar el gran secreto del franquismo, las víctimas, su número y su identidad. Trabajos a nivel local y provincial que fueron sustituyendo las cifras oficiales que, a nivel global, no informaban de nada, ni, objetivamente, servían de nada.

Página tras página van apareciendo los nombres de autores que marcaron los nuevos caminos de la investigación, saltando barreras y obstáculos mediante todo tipo de triquiñuelas que iban desvelando los horrores del pasado, y las artimañas trenzadas para ocultarlo. Investigaciones que irían conociendo mayor facilidad a la hora de acceder a la documentación como resultado de la apertura de archivos, el cambio de custodia de los mismos (desde los archivos militares a los de la administración pública, por ejemplo), resultado sin duda de la presión ejercida desde todos los ámbitos, de dentro y de fuera de la Universidad, y de ese deseo de conocer que se extendió con el cambio de siglo y el desarrollo de las asociaciones memorialistas y de familiares de las víctimas. Una legislación que ha permitido además facilitar la exhumación de las fosas comunes, la búsqueda de los desaparecidos, la recuperación de la memoria, dentro de sus limitaciones.

Queralt Solè, de la Universitat de Barcelona, y Eulàlia Díaz i Ramoneda, arqueóloga muy vinculada profesionalmente al equipo Arqueoantro, nos señalan que la política de recuperación de la memoria histórica en el País Valencià y en Catalunya se ha configurado de manera diferenciada, aunque con muchos puntos coincidentes; en este capítulo se realiza una breve aproximación al análisis de cómo se han llevado a cabo en ambos territorios estos procesos, los actores que han tomado parte en los mismos y desde qué momento histórico se hicieron presentes; cómo han participado; las actuaciones que se han llevado a cabo; los recursos que se han destinado a las mismas; los programas creados y cuál ha sido su desarrollo. A lo largo del capítulo se realiza una aproximación a cómo se han encarado en ambos territorios la cuestión a nivel gubernamental, exponiendo el tipo de políticas públicas de memoria que se han llevado a cabo y comparándolas. Tanto en Catalunya como en el País Valencià se evidencia la indispensable presión ejercida por la sociedad civil para que, a nivel gubernamental, se lleven a cabo actuaciones concretas, así como la importancia de la existencia de una base amplia, rigurosa y profundizada de estudios históricos, que iban siendo publicados desde los años ochenta del siglo pasado. Al tiempo se observa cómo la diferencia cronológica ha hecho que las dos regiones no hayan seguido caminos paralelos, sino más bien complementarios: Catalunya se convierte en un referente para aquello que el País Valencià llevará a cabo a partir del año 2015, adecuando su actuación desde el gobierno a la experiencia acumulada desde el año 2007 por Catalunya y otras Comunidades Autónomas y evidenciando por parte de las dos administraciones la asunción de una responsabilidad a la que el Estado renunció.

Procesados por los tribunales militares franquistas en Valencia (foto: eldiario.es)

Aunque todo son víctimas, todo represaliados, no hemos de pensar que eran sólo hombres, ni los actores de la guerra, ni las víctimas de la represión, por ambos bandos. No podemos olvidar el papel de la mujer española en el conflicto, como fuerza movilizada, como miliciana, como importante baluarte en la retaguardia, pero también como represaliada, durante y después de la guerra. El profesor Toni Morant, de la Universitat de València, nos habla de la movilización femenina en la zona sublevada y de su activo papel durante el conflicto, en el que contribuyó al esfuerzo de guerra abandonando sus hogares y familias; su retorno era esperado por muchos como una vuelta a la normalidad y una reducción de su presencia en la vida pública, algo con lo que no todas (ni todos) estaban de acuerdo. La Sección Femenina de Falange, la principal organización política del momento, anunciaba el 1 de abril que no iba a proceder a su desmovilización, sino que iba a continuar con su labor constructora dentro del nuevo Estado. Si para crear su modelo de participación no habían tomado ejemplo de la cercana Portugal, tampoco se habían fijado en la dictadura de Dollfuss, ambas con una marcada presencia de la religión católica; su modelo sería la Italia fascista y la Alemania nazi, siguiendo en parte el camino iniciado por el fundador de la Falange ya antes de 1936.

Para consolidar esta unión ideológica, compartir experiencias, importar ideas, la Sección Femenina realizaría toda una serie de viajes y estancias en ambos países, acompañados en ocasiones de huérfanos de guerra que serían instalados en campamentos juveniles y colonias de verano; por supuesto, delegaciones de ambos países vendrían a España en varias ocasiones. Encuentros deportivos, muestras de coros y danzas, ayudaron a consolidar la estructura de Auxilio Social, Servicio Nacional del Trabajo, Organizaciones Juveniles, etc. etc. que sin duda están en la base de la idea de mujer en la nueva España.

Para Toni Morant, pese a la retórica conservadora sobre la excepcionalidad de la presencia femenina en el espacio público de la España franquista, la Victoria en la guerra civil no supuso para las falangistas el retorno al hogar, ya que seguían considerándose necesarias para completar el Nuevo Estado, impulsar la revolución nacionalsindicalista y forjar un Imperio.

Reclusas de la prisión provincial de Valencia en 1939-1941 (foto: Universitat de València)

Siguiendo con el papel de la mujer, Mélanie Ibáñez, de la Universidad de València, realiza en su trabajo un recorrido breve y divulgativo sobre la violencia contra las mujeres en los conflictos bélicos, como una forma de castigo directo e indirecto, para centrarse posteriormente en la violencia contra las valencianas durante la Guerra Civil y la inmediata posguerra, dos fenómenos represivos con naturaleza, características, víctimas y tiempos muy distintos; pero como bien señala, en ambos, el componente género fue central y transversal en la persecución y castigo. Por esa razón, en opinión de la autora no podemos obviarlo en los análisis históricos, a riesgo de ofrecer explicaciones incompletas, ya que hay que observar las formas específicas de la punición, pero también las causas o los perfiles, el quiénes la llevan a cabo o la facilitan. Desde el golpe de estado y el inicio del conflicto bélico en el verano de 1936, las mujeres padecieron distintas formas de violencia en ambas retaguardias –republicana y sublevada-, que continuaría posteriormente, a partir del final formal de la guerra en 1939, durante los casi cuarenta años de dictadura. Mujeres con una militancia política conocida y, más o menos, activa, que habían tomado parte activa en la propaganda electoral, militantes de Acción Católica, catequistas, religiosas, etc. serán consideradas como enemigo político en la Valencia de 1936 y, por ello, objeto de castigo; pero también lo serán por ser familiares de militantes de derechas, o de propietarios (y propietarias ellas mismas). Tras el fin de la guerra pasarían a convertirse en víctimas como castigo a su doble transgresión social y moral: por haber salido a las, por haber manifestado posicionamientos políticos, por sus actitudes, por sus relaciones afectivas, cuestionando el modelo de feminidad tradicional católico y ocupando el espacio público; por haber sido “roja” pero también, sin duda, por su carácter de madre, de esposa, de mujer de “rojo”.

Concluye señalando el gran vacío –no solo en la provincia de Valencia– en el conocimiento de la violencia en retaguardia republicana contra las mujeres, sin duda diluidas en medio de la vorágine de la violencia de los inicios de la guerra civil, en la que siempre destacan las figuras de los hombres; salvo posiblemente el número de víctimas mortales, ya reflejado en publicaciones de la posguerra, actualizadas posteriormente, nos queda casi todo por saber y explicar. Por el contrario, los estudios sobre la violencia de los sublevados y sobre la represión femenina de posguerra ya en dictadura cuentan con una larga y sólida trayectoria de investigaciones, hasta el punto que el grado de conocimiento, caracterización y reflexión es notable; no obstante sigue habiendo vacíos, cuestiones por trabajar, otras por profundizar, también para la provincia de Valencia. En palabras de la autora, en vez de casi todo, “solo” nos queda mucho por saber y explicar.

Si el resultado de esas “sacas”, “paseos”, asesinatos, ejecuciones, muertes violentas y naturales de víctimas de la represión fueron fosas comunes abiertas por los cementerios de la provincia de Valencia (y del resto del Estado), el deseo de sus familiares siempre ha sido la recuperación de esos restos y su traslado a un lugar de enterramiento elegido por ellos, no impuesto por los autores de las muertes. Ello no ha sido igual de sencillo (o de dificultoso) para todos; unos contaron desde el primer momento con el apoyo de las autoridades; otros con todo tipo de trabas, dificultades y prohibiciones; y el tiempo jugaba en desventaja añadida. Fosas comunes de algunos cementerios que son exhumadas nada más acabar la guerra civil y los cuerpos, fácilmente identificables en la mayoría de los casos en que pudieron ser localizados (que no siempre fue así), trasladados a nichos individuales o enterramientos de otro tipo del mismo cementerio, o trasladados a otro cementerio, de la localidad de donde eran vecinos, con la ayuda de ayuntamientos, gobiernos civiles, autoridades sanitarias… a la hora de obtener los permisos necesarios, libres de tasas municipales, e incluso en ocasiones con suscripciones abiertas entre el resto de los vecinos para sufragar gastos. En otras ocasiones se decidió la construcción de un mausoleo en memoria de los asesinados y enterrados en ese lugar, con sus nombres escritos en sus piedras.

Cementerio de Paterna (foto: Juan José Todolí)

Y en muchas ocasiones estos traslados eran objeto de especial atención por las autoridades locales y provinciales de Falange, que convertían el acto de recogimiento en prueba de fuerza y de homenaje. Justo en los momentos en que, posiblemente, a escasos metros de distancia estuviesen llenándose otras fosas comunes con los cuerpos de los recién fusilados, sobre los que no habría lápida alguna, ni nombre, ni fecha, ni causa de la muerte.

Pero homenajes y recuerdos plasmados no solo en el interior de los cementerios. La figura del “Caídos por Dios y por España” pasará a hacerse presente en todos los ayuntamientos, no tan sólo en la fachada de la Iglesia, situada en el centro de los pueblos, grandes y pequeños, lugar de paso obligado y de saludo brazo en alto a los “Presentes”, sino también los monumentos alzados en la plaza mayor, o en las avenidas de máxima circulación, en memoria de unos caídos, y forma de escarnio de los otros. Albaida, Gandía, Ayora… la Devesa del Saler, y por supuesto València.

Unos siguen tal como fueron levantados en el interior de los cementerios, tumbas, mausoleos o simples memoriales, engalanados, limpiados en fechas concretas, con ofrendas florales e incluso desfiles; otros fueron desmontados de su emplazamiento en la vía pública y vueltos a montar en ocasiones en el interior de los cementerios, otros se transformaron en simples monumentos que nadie parece recordar qué fueron. Pero hemos de saber distinguir entre los que son un recuerdo de unos seres queridos, y los que son un enaltecimiento de unas ideas condenables y unos hechos que nadie desea vuelvan a repetirse.

Cementerio de Paterna (foto: Diario 16)

Daniel Palacios, de la Universidad de Colonia nos habla de toda una serie de acciones de recuperación de los restos de las víctimas de la represión franquista, durante y tras la guerra civil, que sin embargo han sido sistemáticamente eclipsadas como resultado de las imágenes e informaciones sobre las exhumaciones de fosas comunes y el estudio de los procesos represivos y el denominado como “giro forense”. Sin embargo, a la contra del mito establecido en torno a la exhumación de Priaranza del Bierzo en el 2000, las acciones memoriales sobre las fosas comunes se remontan a la inmediata posguerra, cuando familiares, amigos y militantes ya comienzan a acudir a las fosas comunes a realizar ofrendas florales y homenajes, saltándose las prohibiciones oficiales, y a costa en ocasiones de carreras, porrazos y culatazos; una actividad que se intensificará en los años sesenta y que tiene su mayor desarrollo en los setenta cuando estas acciones toman forma material duradera a través de esculturas, monolitos, placas, jardines… cuando comienzan a obtenerse los permisos municipales de actuación en el interior de los cementerios, incluso en ocasiones a poder adquirir en propiedad el terreno que ocupan las fosas comunes, evitando así su desaparición por una remodelación del espacio, acción generalizada en muchos cementerios valencianos a finales de la década de los años 70 del pasado siglo; pero también a través de la exhumación de las fosas para su posterior reinhumación en grandes panteones colectivos.

Desde el año 2000 tampoco han tenido lugar únicamente exhumaciones sino que muchos de estos monumentos fueron actualizados, se construyeron nuevos sobre las fosas comunes existentes o exhumadas y sobre todo siguieron construyéndose panteones colectivos para alojar los cuerpos exhumados ya que generalmente no es posible la identificación de la mayor parte de los mismos. Por tanto el valor de este tipo de iniciativas subyace en tratarse de una manera contrahegemónica de escritura de la historia a través del gesto de la sepultura. Esta escritura de la historia, no textual, fija así los cuerpos al territorio para que testimonien el episodio represivo y ponga en valor la agencia política de aquellos que fueron asesinados. Finalmente destacar que este movimiento se produjo no como resultado de una acción coordinada, sino espontánea, y que sin embargo tuvo lugar en todo el territorio donde se sufrió represión en el marco de la sublevación, guerra y dictadura.

Por su parte, Miguel Mezquida y Alejandro Calpe, miembros de Arqueoantro, nos introducen en el estudio de una zona que, por su actividad profesional, conocen muy a fondo, el espacio comprendido entre los cuarteles militares de Paterna, sus instalaciones anexas, hoy casi desaparecidas, y el cementerio municipal. Un lugar que fue testigo de actos de represión durante la guerra civil y tras el fin de la misma, de tal magnitud que la convierten en un espacio de memoria indiscutible.

Exhumación de una fosa común en el cementerio de Paterna en 2019 (foto: Miguel Lorenzo)

Si “El Picadero” o la “Cruz de Paterna” serán los lugares donde durante los años de la guerra perderían la vida los paseados procedentes de València o de otras poblaciones más o menos cercanas, “el Terrer” lo sería donde la perderían los ejecutados tras el fin de la guerra; las víctimas de la primera represión serían enterradas en su mayoría en el Cementerio General de València, salvo unos pocos que lo serían en el interior del de Paterna, en una fosa común; las de la segunda represión lo serían en su mayoría en numerosas fosas comunes de este último. Unos lugares y otros han tenido una trayectoria muy distinta: si tras la guerra civil los puntos de referencia de la represión popular fueron consagrados, monumentalizados y ensalzados, así como sus víctimas, con el paso de los años fueron siendo ocultados, al menos en parte (borrado de llamativos rótulos visibles desde la distancia, vaciado de las fosas…) quedando en la actualidad tan sólo un memorial en el interior del acuartelamiento, y otro en el interior del cementerio; los segundos, fosas comunes anónimas sin señales apenas que indicasen lo que contenían, sin lápidas, nombres, homenajes, flores… Con el paso de los años sin embargo, las instalaciones militares, “El Terrer”, cuando su uso como lugar de prácticas de tiro ya no era posible, desapareció entre los escombros; pero en cambio en la zona de las fosas comunes comenzaron a surgir monumentos, lápidas llamativas, listas de nombres, de pueblos, y homenajes, ofrendas, visitas de políticos, periodistas… Y las fosas se fueron abriendo, se están abriendo.

Todo el conjunto merece ser restaurado, mantenido y, sobre todo, dado a conocer por lo que supuso en su momento y por lo que supone como lugar de memoria y “lugar de conciencia”. Finalmente, señalar que no es solamente el Cementerio de Paterna el lugar de memoria de la represión franquista; sin duda el volumen de fosas y de víctimas que acoge en su seno, lo ha transformado en un hito, pero no es el único. A lo largo de la geografía valenciana hay toda una serie de cementerios en cuyo interior fueron depositados en su momento los restos mortales de toda una variedad de víctimas de la represión franquista, hasta el punto que las más de 2.000 ejecutadas en Paterna y enterradas en su cementerio (al menos buena parte de las mismas), son equiparables, por volumen, al de las recogidas por el resto de la provincia, tanto tras su ejecución por aplicación de la sentencia de pena de muerte, dictada por esos tribunales militares establecidos en las cabezas de partido judicial, y aplicada em la mayor parte en las tapias de esos mismos cementerios a donde iban a ser enterrados en una o varias fosas comunes, como tras su fallecimiento mientras cumplían la condena dictada por esos mismos tribunales militares, en unos centros de reclusión no establecidos exclusivamente en las capitales provinciales sino igualmente en algunas de las judiciales, o en centros especiales como El Puig, San Miguel de los Reyes, Portaceli, etc. No podemos olvidar las tumbas de aquellos miembros del maquis que murieron en enfrentamientos con la Guardia Civil, o los de la guerrilla urbana, en Valencia principalmente, ni los fallecidos en los campos de concentración, sanatorios penitenciaros, etc. de los que también tenemos ejemplos en nuestra provincia.

El resultado es una serie de fosas comunes o nichos individuales, cuya existencia depende en buena medida de las medidas tomadas por los ayuntamientos o parroquias, dueños de los terrenos donde se asientan las mismas, que a lo largo del tiempo pudieron mantenerlas como fosas, aún sin utilizar posteriormente, dignificar el espacio e indicarlo mediante un memorial, o, como ha ocurrido en muchas ocasiones, proceder a su vaciado y traslado de los restos al osario (o a veces incluso ni eso) y proceder a la reutilización del suelo y construcción de panteones o mausoleos, enterramientos familiares, o tramadas de nichos, o simplemente en zonas ajardinadas. Otras veces se ha procedido a la construcción de mausoleos donde fueron inhumados los restos recién exhumados de las fosas comunes, dificultando con ello la posterior identificación e individualización de los mismos.

Familiares de víctimas del franquismo durante la exhumación de una fosa en el cementerio de Paterna foto: Juan José Todolí)

Del mismo modo, la serie de actuaciones que se han llevado a cabo y se están realizando en el terreno de las exhumaciones para la identificación de las víctimas y la entrega de los restos a sus familiares con el fin de poder realizar un enterramiento digno, han convertido al cementerio de Paterna en el continuo centro de atención, más allá de nuestras fronteras (y noticia periodística cuando menos te lo esperas); y los homenajes que se realizan en el mismo, nos recuerdan una y otra vez la necesidad de conocer y que se conozca ese pasado que ha permanecido oculto. Pero del mismo modo, no hemos de pensar que Paterna es el único lugar donde se realizan exhumaciones o trabajos de localización. La política de recuperación de la memoria por organismos municipales, provinciales, autonómicos y nacionales, hace que lo que hasta el momento se había visto reducido a la exhumación de un individuo para su traslado a otro punto del cementerio o a otro lugar distante, a cargo de los familiares, soportando los onerosos gastos que un proceso de este tipo supone, se esté llevando a cabo con los restos de cientos y cientos de víctimas de la represión. Pero aún queda mucho por hacer.

Algunos de los integrantes del equipo Arqueoantro (Miguel Mezquida Fernández, Alejandro Calpe Vicente, Azahara Martínez Vallejo (de la Universitat de València) y Javier Iglesias Bexiga (de la Universidad Autónoma de Madrid), nos muestran en su colaboración las diferentes fases que conlleva un proceso de localización, excavación, exhumación e identificación de víctimas, que conllevan la participación en los mismos de amplios equipos interdisciplinares en los que se integran diferentes especialistas con demostrada experiencia en Ciencias Forenses, como antropólogos, arqueólogos, conservadores y restauradores, documentalistas, historiadores, médicos, o sociólogos, y en último momento también genetistas.

Estos procesos suelen alargarse mucho en el tiempo, mínimo un año desde el inicio de la excavación de la fosa en los casos de búsquedas de inhumaciones menos numerosas, cuando no dos o tres en función del calendario de subvenciones y de la aparición de nuevas familias que demandan el cotejo genético, como hemos observado en la Comunidad Valenciana, sobre todo, con las fosas masivas de Paterna y de Castelló. Pero estas intervenciones, además, no siempre cumplen con los objetivos deseados o esperados por los familiares, ya que desgraciadamente no pueden identificarse todas las víctimas, es más, las cifras suelen estar en torno a una media de un 20 o 25 % de cotejos genéticos positivos por cada caso llevado adelante. Sin embargo, estas actuaciones no dejan de cumplir varios de sus principales objetivos como garantía de los Derechos Humanos de las víctimas, como es recuperar los cuerpos de las fosas donde los perpetradores los arrojaron, reunir pruebas periciales que certifiquen los crímenes cometidos, y consensuar con los familiares de víctimas y las instituciones públicas nuevos espacios para la reinhumación digna de los restos mortales, tanto de los identificados como de los no identificados. A través de su artículo podremos ver diferentes pinceladas de algunas de estas actuaciones científicas vividas en los últimos años en el “levante español”, un levante no tan feliz como posteriormente el Franquismo quiso pintar y mostrar al mundo.

Esta diversidad de autores, de temas, de fuentes utilizadas, de métodos de trabajo, de estilos, hace que la labor de coordinación no sea tarea fácil, y al tiempo, que conseguir una uniformidad sea una utopía; tampoco era el deseo del coordinador. El resultado aquí está y la responsabilidad, la que me toca, asumida.

¹ La Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas a favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura, aprobada por el Congreso de los Diputados el 31 de octubre de 2007, durante el mandato de José Luis Rodríguez Zapatero como presidente del Gobierno.

El pdf del estudio se puede descargar aquí.

ÍNDICE

0.-Introducción. (Vicent Gabarda)
1.-La represión franquista. De componente intrínseco de la Dictadura
a concepto autónomo. Unas reflexiones generales (Ricard Camil Torres Fabra)
2.-Memòria democrática i política de memòria. (Marc Baldó Lacomba)
3.-La violencia en España durante la primera mitad siglo XX. Una España violenta en una Europa violenta. (Vicent Gabarda Cebellán)
4.-Violencias en la República en guerra y sus contrastes: una mirada panorámica y dos escenarios regionales. (José Luis Ledesma)
5.-La investigación de la represión franquista 40 años después (1979-2020). (Francisco Espinosa Maestre)
6.-La recuperació de la memòria històrica al País Valencià i a Catalunya. Similituds i diferències. (Queralt Solé, Eulàlia Díaz i Ramoneda)
7.-La contribució de la Sección Femenina al projecte totalitari de Falange.
Les feixistes espanyoles i els seus referents europeu. (Toni Morant i Ariño)
8.-Mujeres, guerra y violencia en el siglo XX. Una mirada desde la provincia de Valencia. (Mélanie Ibáñez Domingo)
9.-Las víctimas de la guerra lejos de los frentes; los otros rincones de los cementerios. (Vicent Gabarda Cebellán)
10.-Sobrevivir para construir memorias: El largo camino de las prácticas monumentales sobre fosas comunes. (Daniel Palacios González)
11.-El Paredón de Paterna: Una deuda con uno de los Espacios de Memoria más
significativos del País Valenciano (Miguel Mezquida Fernández y Alejandro Calpe Vicente) 12.-El estado actual del proceso de exhumación de las víctimas mortales de la represión franquista en la provincia de Valencia, 1939-1956. (Vicent Gabarda Cebellán)
13.-Procesos de investigación, localización, excavación, exhumación e identificación de víctimas de la Guerra Civil y del Franquismo en el Levante peninsular. (Miguel Mezquida Fernández, Javier Iglesias Bexiga, Alejandro Calpe Vicente i Azahara Martínez Vallejo)

Portada: impactos de bala en un muro del cementerio de Paterna (foto: Juan José Todolí)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia


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