Ante la imposibilidad de abolir la Monarquía, se debe republicanizar

 En España se puede ser republicano, en una especie de brindis al sol, pero solo a condición de ir con la Corona.

Ante la imposibilidad de abolir la Monarquía, se debe republicanizar / Cándido Marquesán Millán:

Es una idea muy extendida entre la clase política española de antes y de ahora “Soy republicano de sentimiento, más monárquico por sentido común”. Un ejemplo significativo fue el de Emilio Castelar, de revolucionario conservador a republicano monárquico, con un posibilismo inconcebible. En España se puede ser republicano, en una especie de brindis al sol, pero solo a condición de ir con la Corona. Y a ese sentimiento republicano se renuncia con el pretexto de que no es el momento para llevarlo a la práctica. Siempre hay cuestiones más urgentes. Siempre hay un mañana. Y mientras tanto los españoles disfrutamos de la monarquía, aunque una vez tras otra sus detentadores y sus defensores la degradan. Un ejemplo explícito, el ¿No va a surgir en la sociedad española un movimiento de denuncia y repulsa ante el mantenimiento de ese injustificado título? Me recuerda tal pusilanimidad de la sociedad española al artículo de Silvela de 1898 Una sociedad sin pulso.

Como señala de una manera muy acertada Santiago Alba Rico en su libro España, los liberales nunca han tenido el coraje de eliminar la Monarquía. Los liberales españoles del XIX podrían haber tomado el ejemplo de dos países, a donde tuvieron que exiliarse por la persecución absolutista, el del Reino Unido, que republicanizaron la monarquía, o la eliminaron, como en Francia. Aquí los liberales del XIX no hicieron ni lo uno ni lo otro. Debido al peso de la monarquía en nuestra historia, los diputados que redactaron en Cádiz la Constitución de 1812, no fueron capaces de eliminarla. El mismo peso de la historia de la iglesia católica explica el art. 12. La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra. ¡Vaya liberalismo! Cabe pensar que los diputados de Cádiz tendrían conocimiento del personaje llamado a reinar, el taimado Fernando VII. Ahí van algunos de sus lamentables comportamientos, que nos cuenta Josep Fontana. En tiempos de la Guerra de la Independencia, mientras los españoles estaban luchando a muerte con el ejército francés invasor, su actuación fue vergonzosa. El 2 de abril de 1808 Fernando publicó un decreto condenando la malignidad de quienes pretendían crear malestar a los franceses. Tras la marcha de toda la familia real a Francia siguiendo los designios de Napoleón, las escenas que tuvieron lugar en Bayona fueron de una abyecta bajeza, cediendo tanto Carlos IV y Fernando VII todos sus derechos el emperador francés. Luego Fernando, su hermano Carlos y su tío Antonio marcharon a su cautiverio de Valençay, donde mostraron las más repulsivas pruebas de su vileza moral. Fernando felicitaría a Napoleón por sus victorias militares sobre los españoles. Más tarde le escribiría: “Mi gran deseo es ser hijo adoptivo de S.M. el emperador, nuestro augusto soberano. Yo me creo digno de esta adopción, que sería, verdaderamente la felicidad de mi vida, dado mi amor a la sagrada persona de S.M.I. y R”. El mismo Napoleón se sorprendió de tal servilismo. Como dice Josep Fontana, “No merece la pena dedicar más tiempo a estos personajillos y a sus miserias, la historia de España discurría en estos momentos muy lejos de los salones de Valençay, donde Fernando y su tío Antonio entretenían sus ocios en labores de aguja y bordado”. Una vez llegó a España Fernando, por el que habían luchado y muerto los españoles, no en vano fue llamado “El Deseado”, el 4 de marzo de 1814 impuso el famoso decreto, por el cual declaraba la Constitución de 1812 y los decretos de las Cortes de Cádiz nulos y de ningún valor y efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubieran pasado jamás tales actos y se quitasen de en medio de los tiempos, y sin obligación en mis pueblos y mis súbditos a cumplirlos ni guardarlos. Como destaca el historiador Juan Pro: “la opción de mantener a los Borbones demostró ser un suicidio político para cuantos luchaban por las libertades y por un estado representativo”. Luego, de nuevo en Cádiz en 1823 cometieron la ingenuidad de dejar escapar a Fernando VII, rehén del gobierno de Riego. Luego Prim, cuyo asesinato es todo un misterio sin resolver, buscó un rey en el extranjero y así facilitó más tarde la vuelta de los Borbones manu militari que el mismo había expulsado. Los liberales, moderados o progresistas por igual, se llamasen Partido Progresista, Unión Liberal o Partido Liberal, ya fuera Espartero, O´Donnell u Olózaga siempre desconfiaron de un pueblo muy conservador al que, así, entregaron a los reyes y al clero. Ortega y Gasset decía que en España el pueblo lo ha tenido que hacer todo solo. La diferencia con Francia es total. La Revolución francesa fue producto de un pacto entre juristas y sans-culottes; en España las demandas del pueblo siempre encontraron la oposición, o solo un reconocimiento retórico, de los liberales. Por eso, estos, asustados ante las masas que ellos mismos habían radicalizado, terminaron renunciando al liberalismo político y buscaron el apoyo de aquellos que los mandaron al exilio o los encarcelaron. El liberalismo español al principio se opuso al absolutismo; pero, al vincularse a la monarquía y pronto al ejército y a la desamortización, configura la construcción de un Estado monárquico, centralizado y oligárquico e impide la configuración de una nación española razonable, que encuadre su complejidad plurinacional. Y seguimos hoy igual. Como el liberalismo español es monárquico, opuesto a los intereses del pueblo y centralizador, el republicanismo tardío y escaso, bien del Partido Demócrata (1848) o del Partido Republicano (1868) se configura antiliberal y anticentralizador, pero con carácter minoritario. Más adelante el republicanismo en el primer tercio del siglo XX irá cobrando más fuerza, pero sobre todo por la autodestrucción de la monarquía, que trajo la II República.

 En 2021, al igual que en el siglo XVI, casi todo el arco parlamentario sigue confundiendo la defensa de España y la defensa de la Corona

Pero, lo que parece obvio es que la alianza o connivencia del liberalismo-monarquía presente hasta hoy, impide la resolución de la cuestión española, que es tanto territorial como social. La monarquía es irrepublicanizable e ineliminable, porque los liberales españoles generaron los discursos, las condiciones materiales y los dispositivos institucionales que vinculaban, de palabra y, de hecho, en la imaginación del pueblo y en la Constitución, la supervivencia de la Corona y la supervivencia de España. Si desaparecía la primera, desaparecía la segunda. Ante esta situación de presentar la monarquía como lo razonable, el republicanismo era algo utópico y pleno de carga emocional. Por ello, como señalaba al principio, se puede ser republicano, pero solo a condición de ir con la Corona. Pedro Sánchez citaba poco ha que estamos atados a la monarquía por la Constitución de 1978, que es tan liberal como las anteriores. En 2021, al igual que en el siglo XVI, casi todo el arco parlamentario sigue confundiendo la defensa de España y la defensa de la Corona. Y quienes, los menos, no lo aceptamos, aunque habría que saberlo a través de un referéndum, somos considerados como enemigos de España y destructores de la democracia. ¡Qué desvergüenza que tengamos todavía que oír estos juicios! Y eso que estamos en una democracia plena.

Lo que parece claro es que tenemos monarquía para rato con la configuración del actual Parlamento, ni reforma constitucional ni referéndum monarquía-república. Por ello, debería intentarse una republicanización de la monarquía, tal como defendió en un artículo de mayo de 2020 publicado en La Vanguardia Republicanizar la monarquía el filósofo Daniel Innenarity. De entrada, señala que “Es una institución predemocrática, es una obviedad, ya que el principio de autoridad por herencia familiar no es compatible con el principio cívico de que la autoridad se legitima por elección popular. Las monarquías solo persistirán si se republicanizan, por paradójico que parezca, es decir, si aceptan que su legitimidad no puede ser natural (salvo en el origen, ya que el acceso a la corona seguirá siendo hereditario), sino funcional, o sea, algo muy parecido al modo como ejerce su autoridad cualquier representante electo, que se somete al juicio popular y a la posible censura. Pero haya o no entendido la institución monárquica que debe republicanizarse, los demás deberíamos exigírselo, secularizando su formato, despojándola de su intempestivo oropel militar, exigiéndole como a cualquier mortal (nunca mejor dicho) los principios de transparencia, imparcialidad y honestidad”.

Quiero terminar con las palabras de Jorge Urdánoz, profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Pública de Navarra de su artículo Animales en el jardín de la Zarzuela, que va en la misma línea expresada a lo largo del artículo: republicanizar la monarquía. “Habría que ocuparse del elefante constitucional, que permanece todavía en la habitación: sea uno de izquierdas o derechas, plebeyo o aristócrata, monárquico o republicano, la teoría de la democracia señala exigencias ineludibles para cualquier jefatura de Estado que se pretenda democrática. Habría que sacar a la Corona del blindaje antidemocrático en el que se alberga en el texto de 1978, habría que someterla a legitimación popular directa en contraposición con su alternativa obvia, y habría –en caso de que gane, lo que es perfectamente posible– que erradicar en todo caso las adherencias absolutistas que, de modo más o menos vergonzante, todavía la adornan: fuera la ley cuasi-sálica en la sucesión al trono; fuera la inviolabilidad; transparencia y control absoluto del patrimonio de la familia real por parte del Parlamento; nada de moderar o arbitrar entre poderes; nada de intervenir en la investidura del presidente; nada de ostentar el mando supremo de las Fuerzas Armadas; nada de estar informado de los asuntos del Estado ni de tener mano en el CNI. Que la monarquía haga verdad, de una vez por todas, eso que una y otra vez proclaman sus defensores: el rey reina, pero no gobierna. Pero que lo haga sin extrañezas, sin censuras, sin silencios y sin mentiras. Esto es: que lo haga porque nosotros, que somos sus soberanos, se lo hemos encargado así. Y si le encargamos otra cosa, que obedezca, como todos. Democracia primero, monarquía (o república) después”.


Fuente → nuevatribuna.es

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