Guillermo Martínez
Superar la Segunda República para que la sociedad se acerque a la tercera. Esa es la tesis que sostiene Hugo Martínez Abarca (Madrid, 1976) en su libro La alternativa republicana (Catarata, 2021). El diputado de la Asamblea de Madrid se enfrenta a los fantasmas del pasado que continúan persiguiendo la idea añorada, nostálgica, idealizada, de que aquel periodo democrático debe volver a repetirse tal y como sucedió. Este licenciado en Filosofía y Ciencias Políticas, ahora político en Más Madrid, aborda debates como la relación entre la izquierda y la república y la modernización del país a nivel político. Sobrepasar “la idea de candado del 78”, el aprendizaje de aquel proyecto que se vio truncado por el golpe de Estado de 1936 y el futuro emancipador que una potencial y nueva república traería a España son otros aspectos de los que ha conversado con CTXT.
Habla de la “república” como el único nombre disponible para el cambio. ¿A qué cambio se refiere?
En España cargamos con un lastre que viene de 1898. Siempre hemos ido por detrás: no llegamos a tiempo a las revoluciones liberales, la socialdemocracia nos pilló con una dictadura y la democracia se instauró en plena crisis, como se comprueba en las deficiencias del proceso de 1978. El cambio debe producirse en clave de democracia y modernización, y aunque muchos lo identificamos con un gran contenido social, tan solo se trata de ponernos a la altura del siglo en el que vivimos. Eso no tiene otro nombre disponible más que “república”, y lo digo con toda la cautela, sabiendo que ese sistema también conlleva problemas y posee muchas connotaciones ideológicas e históricas.
Afirma que “nada ayuda más al deterioro de la monarquía que los monárquicos; pero nada frena tanto una república como (nosotros) los republicanos”. ¿A qué se refiere exactamente?
Lo que ocurre con la bandera tricolor lo representa muy bien. Mucho más que con la república, el emblema se asocia con la izquierda. Si la idea republicana se representa con ella, permitirá que la izquierda más radical o identitaria se cohesione. Por eso es una buena idea desde el prisma electoral, de partidos políticos, pero debemos pensar en la tensión que genera: si reivindicar la tricolor sirve para la república como tal o únicamente para la izquierda. Es una tensión en la que cuando baja una, sube la otra. Si la república es una idea de la izquierda, le podrá ir bien a la izquierda, pero entonces no habrá república.
Respecto a la necesidad de consensos a la hora de tomar decisiones o aprobar leyes, usted apela al disenso como característica innata de la democracia. ¿Sería posible proclamar la Tercera República española si se da una gran confrontación entre las distintas posturas?
Los grandes cambios políticos casi siempre surgen de un colapso. La constitución de la Segunda República se aprueba sin votos en contra, pero es obvio que había un disenso latente. En el presente, yo entiendo que habrá diferencias entre posiciones más conservadoras de izquierdas y derechas frente a posiciones más rupturistas en clave democrática. Si Ciudadanos hubiera sido una derecha liberal moderna, también podría haberse sumado a la esperanza republicana, por ejemplo.
Los símbolos son útiles o inútiles, pero no el motor del cambio. Nadie lucha para que cambie el color de una bandera
Se daría un conflicto, pero no el clásico entre derecha e izquierda, sino entre las posiciones más reaccionarias y conservadoras, por un lado, y las más modernizadoras, de todos los tipos, por el otro.
La tesis central que defiende está orientada a que la idea republicana rompa con la idea de la Segunda República. Llega a plantear que la bandera tricolor no es un símbolo de futuro, que representa más la nostalgia que la esperanza republicana. ¿Qué cree que pensarán de ello los familiares de los asesinados y represaliados?
La memoria histórica tiene que formar parte de cualquier democracia que crea en los Derechos Humanos. Si construimos un país, ya sea republicano o monárquico, que dé la espalda a las víctimas de la dictadura, o del terrorismo, estaríamos construyendo una democracia coja y que no estaría poniendo los cimientos para que no volvieran a suceder esos crímenes.
En Alemania, donde no tienen un problema con la memoria histórica, la derecha es la primera en pedir perdón por los crímenes del nazismo, pero no como derecha, sino en nombre de Alemania. Allí nadie entiende que, por eso, tengan que retroceder hasta la república de Weimar. La memoria democrática no puede significar volver a la situación previa a la dictadura.
Entiendo que la bandera republicana, los símbolos, son importantes por lo que representan, no por sí mismos. Yo soy el primero al que le emociona la tricolor, pero la entiendo como una parte de la identidad de ciertos valores progresistas, democráticos, racionalistas y humanistas. Si el símbolo es un obstáculo para que el país consiga esos valores, realmente estamos haciendo un flaco valor a los que lucharon por una España democrática y a la vanguardia de su siglo.
Ahí es donde tenemos que poner el acento, porque los símbolos son útiles o inútiles, pero no el motor del cambio. Nadie lucha para que cambie el color de una bandera. No tenemos que conseguir que la Segunda República salga bien hoy. Nosotros ya perdimos, perdió la democracia y ahora tenemos que construir una república acorde con el siglo XXI, que tome lo mejor del país pero que no intente resucitar o ganar lo que se perdió hace 90 años.
¿Qué connotaciones tiene la Segunda República que no favorecen a una potencial tercera?
La Segunda República está extremadamente mitificada por la izquierda y la derecha. Aunque fue uno de los momentos en los que España estuvo a la vanguardia democrática, eso sucedió en 1931 y han pasado 90 años. Ni la política, para bien o para mal, es la de los años 30, ni la construcción del presente y del futuro se puede hacer recuperando lo de entonces. No puede ser que nuestro horizonte político sea recuperar lo que pasó hace nueve décadas.
Una de las críticas más razonables al régimen del 78 es su inmovilidad en los casi 45 años que tiene de vida. Pues si en ese tiempo ya se ha quedado obsoleto, no tiene sentido actualizar la Segunda República trayéndola al presente. Tiene mucho sentido reivindicarla, pero no ser el referente que tenemos que reconstruir.
A lo largo de la monografía analiza la construcción de la cultura de la Transición y del mito creado alrededor de la misma. ¿Cuál es la relación entre el régimen del 78 y la idea republicana?
Hay un hecho que es clave a nivel histórico. En las elecciones que dan lugar a la Constitución de 1978, a los únicos partidos políticos que no les permitieron presentarse a las elecciones fueron aquellos expresamente republicanos. El Partido Comunista se presentó porque aceptó la monarquía, pero se vetó a otros como Izquierda Republicana. Incluso Esquerra Republicana tuvo que presentarse con otro nombre, a pesar de que uno de los hitos de la Transición es que Tarradellas volviera a España.
Tenemos que mostrar una la república muy abstracta para lograr una
esperanza colectiva, sin que se convierta en un programa expreso de
gobierno
Era nítido que la monarquía tenía que ser uno de los pilares, y eso se podía haber corregido con la trayectoria de la Transición, pero es que la figura de Juan Carlos sí que ha servido de inspiración para las políticas que se hacían. ¿Es casualidad que la monarquía trinque de las infraestructuras y que la economía se cimente sobre las constructoras y el ladrillazo? Pues igual no es casualidad. Quizá no es tanto que la monarquía condicione las leyes, pero sí la cultura política de una forma extraordinaria.
Aznar, González, Pujol, Cánovas y Azaña son algunos apellidos de políticos, vivos y muertos, que aparecen en el libro. Cinco personajes con cinco formas distintas de entender lo republicano. ¿Cuál es la idea que tiene usted de república y con cuál de la de ellos se asemeja más?
Elegiría a Azaña, pero se ha manoseado tanto… Incluso Aznar lo ha reivindicado. También pienso en los políticos de la Primera República, en Salmerón, que dimitió para no firmar una pena de muerte, o en Pi y Margall, precursor del federalismo español.
Sobre mi idea de república, creo que es una ventaja no concretarla demasiado. No se trata de debatir si será presidencialista, parlamentaria, jacobina o federalista, sino ver que su potencia política radica en que debe representar las ideas que cada uno tenga de la modernización de España.
Gran parte de su ensayo lo dedica a analizar la figura del monarca, tanto el pretérito Juan Carlos como el presente Felipe, pero apenas indaga en aquellos aspectos “mucho más compartidos, modernos y esperanzadores” que debería poseer la nueva idea republicana. ¿Es más fácil escribir a la contra que a favor?
Sin ninguna duda, y más en un caso como la monarquía española, que nos lo pone muy fácil [ríe]. Creo que tenemos que mostrar a la república de una forma muy blanca, un folio en el que cada uno enfrente la idea de candado del 78. Hay elementos modernizadores muy claros, como el ecologismo y el feminismo, pero tiene que ser una idea muy abstracta para lograr una esperanza colectiva, sin que se convierta en un programa expreso de gobierno.
Aún queda un largo camino por recorrer desde la perspectiva memorialista. Como ejemplo, los miles de fusilados que abonan las cunetas. ¿Cree que es posible materializar su alternativa republicana sin tener en cuenta que las heridas de la Segunda todavía no están cerradas?
No es posible construir una democracia que no esté coja y tuerta en España, incluso monárquica, sin cerrar esas heridas. Creo que es una torpeza extraordinaria de los monárquicos y la derecha el no ayudar a ello. Al propio Felipe le haría muy bien ir a ver una exhumación de una fosa común republicana. Es una torpeza absoluta. La memoria democrática debería ser un consenso del país, porque ya no hay nadie que piense que los muertos están bien en cunetas.
Fuente → ctxt.es
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