Antifascistas, republicanos, demócratas
 
Hay una importante lección que aprender de la historia: contra el fascismo no cabe bajar la guardia. Los fascistas no han regresado. Siempre han estado aquí; y como los virus, atacan cuando perciben debilidad en el terreno sobre el que viven y se reproducen
 
Antifascistas, republicanos, demócratas
José Perelló
 
Poco antes de ser desalojado de la Casa Blanca, Trump anunció que “Antifa (sic.), será incluida en la lista de organizaciones terroristas del gobierno estadounidense”, por considerar a esa organización responsable de saqueos, destrucción de propiedad pública y de mantener graves altercados con la policía tras la violenta muerte de George Floyd. Lo dice el tipo que animó al grupo armado de descerebrados supremacistas blancos a asaltar la Casa Blanca.

De nuevo la mentira convertida en arma política. Y el Partido Republicano en peligro de fascistización.

Los términos bailan según épocas y países. Llama la atención que los conceptos “república o republicanismo” aún tengan en nuestro país una inequívoca connotación de signo izquierdista y antifascista. El fascismo italiano era republicano, la derecha estadounidense está representada por el Partido Republicano. En tertulias y foros se suele argumentar (generalmente a gritos ) que la República no es de derechas ni de izquierdas, sino simplemente un modelo de Estado exclusivamente opuesto a la monarquía, etc.

Sin embargo, proclamarse republicano en España prácticamente equivale a declararse de izquierdas o, al menos, antifascista. Las razones de tal peculiaridad son de sobra conocidas: la II República tuvo que defenderse con las armas de la agresión fascista hasta que finalmente sucumbió. El 'anti republicanismo', el miedo irracional a la forma de Estado republicano es consecuencia de la hábil y persistente propaganda del bando vencedor.

Ni siquiera hubo protestas serias por la ausencia de consulta a la ciudadanía en el 78. Se suponía que la República no 'era posible', puesto que fue la 'causa de la guerra civil', según los franquistas. Y nadie quiere más guerras.

Estoy seguro de que de haberse celebrado un referéndum en la Transición habría ganado la monarquía porque el prejuicio estaba muy fuertemente asentado. Y aún hoy seguiría ganando a pesar de que Juan Carlos I está huido de la Justicia. 

Por contra, durante todo el periodo democrático las secuelas del franquismo han resistido y crecido, no solo en instituciones financiadas por el Estado como la Fundación Francisco Franco, sino a nivel popular, básicamente entre los votantes de los partidos de derecha y extrema derecha: PP, Ciudadanos y Vox.

Se repiten los mismos argumentos. Mientras Ayuso afirma que “cuando te llaman fascista es estar en el lado bueno de la historia”, republicanos y antifascistas continúan siendo señalados como elementos potencialmente peligrosos para la estabilidad de nuestro Estado monárquico. En España simplemente declararse republicano todavía es sospechoso y levanta ampollas porque pone en solfa la sacrosanta Constitución del 78 y la monarquía impuesta por Franco. 

La derecha reaccionaria siempre ha tenido la habilidad de endosar la culpa de todos los males de España a la parte progresista. Y eso se consigue mintiendo y sembrando el miedo. Un ejemplo: Esperanza Aguirre decía estar convencida de que con gobiernos “comunistas” como el actual volverían las checas a las calles de Madrid.  En el Parlamento, la derecha y la extrema derecha cargan una y otra vez contra el Gobierno que “pacta con comunistas, republicanos, separatistas, supuestos filoetarras, etc.” (algo que también hizo el ínclito Aznar cuando le convino), metiéndolos a todos en el mismo saco, aunque ni ellos crean lo que dicen. No es que sean tontos, es que son malos y no tienen otro argumento que el heredado de Franco, para quien todo no adepto al Movimiento era “rojo” y “antiespañol”.

El PP, con el simpático Rajoy al frente, también ensayó en su momento esa suerte de estúpida simplificación: la ciudadanía española se divide en dos, la “gente de bien” ( o sea ellos, porque robar no está mal visto si no te descubren) y todos los demás, no importa si se trata de republicanos, comunistas, homosexuales, transexuales, lesbianas, separatistas, nacionalistas, anarquistas, o lo que sea. ¿Cómo calificar al resto de ciudadanos que no son “gente de bien”? ¿“gente de mal”? No cuela. Faltan apelativos únicos y excluyentes, como los que inventó Franco.

Pero he aquí que hace unos años renace la “derecha valiente”, llama a sus padres peperos “derechita cobarde” y vuelve a hablar de comunistas, rojos, antiespañoles, invasión, reconquista, cruzadas y otras zarandajas fascistoides ¡Hostias, qué susto!

El fascismo, ayer como hoy, supone un peligro real, y su mejor caldo de cultivo son las democracias débiles o fallidas (¿Lo es la nuestra? Muchos pensamos que sí). Su alimento es la incultura, la mentira, pero también la ligereza de ciertos políticos que, como Felipe Gonzalez y los felipistas, sostienen que España está “inmunizada contra el fascismo”.

 Ha sido el actual auge del fascismo en Europa y Estados Unidos (igual que sucedió en los años 20 del siglo pasado   en Alemania, donde surgieron los Antifaschistische Aktion) lo que ha propiciado la reaparición de  los grupos de Acción Antifascista, un movimiento internacional de amplia implantación en los países desarrollados compuesto principalmente por comunistas y anarquistas a los que se han sumado en la etapa Trump, progresistas y socialdemócratas, particularmente en Estados Unidos. 

Pienso que la incuestionable necesidad de neutralizar la amenaza fascista que crece en todo el mundo no puede depender de los grupos de Acción Antifascista.  Estas organizaciones de resistencia y autodefensa solo son la inevitable respuesta, forzada por la violencia supremacista y la brutalidad policial. Incluso la marca Antifa está siendo utilizada para facilitar su inclusión en la lista de terroristas, como Trump habría hecho ya si hubiese sido reelegido.

Hay una importante lección que aprender de la historia: contra el fascismo no cabe bajar la guardia. Los fascistas no han regresado. Siempre han estado aquí; y como los virus, atacan cuando perciben debilidad en el terreno sobre el que viven y se reproducen.

 Y no, Sr. X, no estamos inmunizados contra el fascismo.

 La mejor vacuna, tal vez la única, es el fortalecimiento de la democracia.

 Más democracia y más cultura.  


Fuente → eldiario.es

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