19 de julio de 1936: comienza la Revolución social española

19 de julio de 1936: comienza la Revolución social española

Manuel de la Rosa Hernández | Durante la República, el 19 de julio de 1936 va tener comienzo lo que se conoce como Revolución social española. Este proceso revolucionario se desarrolló como consecuencia de la respuesta obrera al golpe fascista del ejército el 18 de julio de 1936. La revolución social española demostró que acabar con la explotación provocada por el capitalismo y sus estados no sólo era una necesidad, sino una posibilidad, y muchos sintieron que tenían en sus manos el poder hacerlo y lo hicieron. La actuación conjunta de la burguesía y su estado, con el ala derecha de la socialdemocracia española y el estalinismo, acabarán truncando aquellos sueños.

Antecedentes

En el Estado Español, a partir de 1931, se sustituía el régimen de la monarquía por la República, millones de personas esperaban con ésta solucionar la problemática social y democrática. Pero con la República ni se resolvió el problema agrario, ni el dominio de la Iglesia, ni la cuestión de las nacionalidades históricas, ni el problema colonial, etc. Esta república burguesa no podía ni quería resolver ninguno de estos problemas, pues eran tareas que solamente las clases oprimidas estaban interesadas en resolver. Ninguno de los sucesivos gobiernos que se turnaron al frente de la República afrontó esas tareas.

En octubre de 1934 había una oportunidad, se va a propiciar la unidad de los trabajadores y sus organizaciones, creándose las Alianzas Obreras. Estas plantean levantarse contra el gobierno ultraderechista de la CEDA, pero, por la falta de decisión de sus dirigentes en el conjunto de la República, el movimiento quedó reducido solamente a Asturias, que se constituye en una auténtica Comuna revolucionaria. El gobierno recurre a los mercenarios de la Legión y Regulares, para reprimirlo. El movimiento fue aplastado y miles de activistas fueron a parar a la cárcel.

Dos años más tarde la exigencia de amnistía se sumaba ahora a las reivindicaciones populares. El movimiento obrero y popular se va reorganizando lentamente, cambiando poco a poco la correlación de fuerzas a su favor. En la contienda electoral de febrero de 1936, ese rechazo al gobierno se expresa en el voto de un movimiento obrero tradicionalmente abstencionista, pero que no ve otra oportunidad de quitarse de encima el gobierno ultraderechista que votando a las candidaturas del Frente Popular de las izquierdas. Así, entra al gobierno una alianza constituida fundamentalmente por miembros de organizaciones sindicales y políticas de trabajadores y representantes de la burguesía, lo que constituía el llamado Frente Popular.

Este Frente no levantaba un programa que diera solución a las reivindicaciones democráticas y sociales históricamente planteadas. Además, para no «asustar» a la burguesía, los reformistas habían colocado al frente de candidaturas provinciales a representantes directos de los intereses burgueses. Con el nuevo gobierno, la reacción tuvo nuevas oportunidades para reorganizarse. El gobiemo no tomó medidas efectivas para cortar el anunciado golpe; al contrario, cuando se denunciaba lo que estaba pasando, salía el Ministro de la Guerra, desmintiéndolo, señalando que eran falsos rumores que tendían «…sin duda, a mantener la inquietud política, a sembrar animosidades contra las clases militares y a socavar si no a destruir la disciplina, base fundamental del Ejército…».

El «Alzamiento Nacional» fascista del 18 de julio

Las elecciones, en las que gana el Frente Popular, suponen una acentuación de los atentados armados de la organización fascista Falange Española, especialmente contra los locales, periódicos y activistas de las organizaciones obreras, pero también contra otros, al objeto de crear un clima favorable a que toda la burguesía y la reacción se unieran reclamando la intervención «salvadora» del Ejército. El papel de Falange Española, a diferencia de sus correligionarios italianos o alemanes, no era ni significativo ni determinante. Toda una serie de fuerzas conservadoras civiles, junto con la jerarquía eclesiástica y militar, estaban tomando en consideración la posibilidad de que un levantamiento de las Fuerzas Armadas acabara con el ascenso revolucionario obrero y popular en curso, que el gobierno del Frente Popular no era capaz de detener.

El golpe militar, ya no era un secreto para nadie, pero lo único que se le ocurrió al gobiero fue dispersar a sus promotores, manteniéndolos al frente de regiones militares enteras, como a Franco que fue destinado a Canarias. La conspiración «cívico-militar» continuó sin trabas, no dejando de actuar, solo que aplazó la ejecución del golpe para cuando la situación política en la República le fuera más favorable. El movimiento golpista contaba con apoyos diversos, de un lado los regímenes fascistas, pero también de las altas finanzas, en estados como el británico. El 17 de julio sale de Canarias, donde era Jefe del Mando Militar, el general Franco, rumbo al norte de Marruecos para ponerse al frente de las tropas allí acantonadas, territorio entonces bajo dominio colonial español, con el eufemismo de «protectorado». Canarias quedó prácticamente bajo control militar, salvo algunos focos de resistencia, y en la mayoría de las guamiciones militares de la República, la oficialidad se declaraba partidaria del golpe aquel 18 de julio e 1936.

La conspiración golpista avanzaba abiertamente. En la tarde del 18 de Julio, las direcciones del PSOE y del PCE declaraban; “…el gobierno está convencido de que posee los recursos suficientes para superar la asonada criminal (…) En la eventualidad de que los recursos del gobierno no sean suficientes, el Frente Popular, que cobija bajo su disciplina a la totalidad del proletariado español, promete solemnemente a la República que ha resuelto serena y fríamente intervenir en la lucha apenas se requiera dicha intervención…». Los trabajadores de Barcelona, agrupados mayoritariamente en la CNT, impidieron que la República capitulara a los fascistas. El 19 de Julio asaltaron cuarteles, comisarías, y los tomaron. El Gobiemo Catalán, al igual que el Gobiemo de la República, se habían negado a proporcionar armas a los trabajadores, pero en poco tiempo los obreros de la CNT y el POUM consiguieron armas, vehículos, avituallamientos, etc., para dar las primeras respuestas a los golpistas, En pocos días, Catalunya estaba en manos de los trabajadores.

También en Madrid los trabajadores tomaron la iniciativa, al igual que en Valencia, Málaga, etc. Casi todo el ejército estaba con el bando fascista, por lo que había que oponerle una fuerza similar. Las organizaciones obreras empiezan a organizar sus milicias para enviarlas al frente. El 20 de Julio los gobiernos de la República y el de Catalunya habían pasado a un plano secundario. Las Fuerzas Armadas, la Guardia Civil y los guardias de asalto se habían ido, unos con los generales amotinados, y otros con el pueblo. En Catalunya se había formado el Comité de Milicias Anti-Fascistas, que representaba a las organizaciones de trabajadores y a los partidos políticos. El Gobierno de la Generalitat no podía tomar ninguna medida que no hubiera sido acordada previamente en el Comité.

Ante el golpe fascista, amplios sectores de trabajadores se pusieron en marcha, al tiempo. que los pilares del estado se derrumbaban en importantes zonas de la República. La acción de los obreros y campesinos pobres inició una auténtica revolución a nivel social, político, económico y cultural, abarcando hasta los ámbitos de lo más cotidiano. Lo más significativo de este proceso, a nuestro juicio, es el papel determinante de la conciencia, autoorganización y decisión colectivas, como habían demostrado pocos procesos revolucionarios hasta entonces.

La Revolución social y las colectivizaciones

Lo que le da el carácter verdaderamente de Revolución Social, es el hecho de que los obreros se apoderaron de las fábricas y los campesinos de las tierras. Es más, estos actuaban conscientes de que los destinos de sus vidas estaban en sus manos. La democracia socialista, aunque embrionaria, como expresión más alta de democracia directa, se hacía realidad en la acción de miles de hombres y mujeres, que no dejaban en manos del estado la solución de sus necesidades más inmediatas, sino que tomaron la iniciativa poniendo bajo su control la economía, empezando por el propio proceso del trabajo, de la riqueza y de los medios de producción y cambio. Frente al estatismo, representado por ciertas propuestas de nacionalización de los medios de producción, levantaron y llevaron a la práctica la socialización como un proceso de control desde abajo, por la mayoría social oprimida y explotada, aplicando el más genuino colectivismo. En cada lugar se aplicaron fórmulas variadas para intentar poner fin a la «explotación capitalista», demostrando la posibilidad de que el reparto social de la riqueza generada por el trabajo de una mayoría y acabar también con la alienación producida por la «esclavitud asalariada» bajo el capitalismo, no eran una utopía.

Esta Revolución surge además en un momento en el que, a nivel de Europa, se daba un ascenso del fascismo y cuando lo que había representado en su momento una fuerza emancipadora, la Internacional Comunista y sus organizaciones en cada país, controladas, burocratizadas y corrompidas por la degeneración estalinista, se habían pasado al servicio de la burguesía imperialista y sus estados, abandonando toda práctica anticapitalista y horizonte socialista revolucionario.

La Revolución tuvo como objetivo principal subvertir los esquemas tradicionales y capitalistas de la economía. Los elementos más importantes fueron los relacionados con la propiedad y desarrollo de la economía en todas sus fases: gestión, producción y distribución. Por ello se llevaron a cabo numerosas experiencias de gestión y control obreros y colectivizaciones agrarias en todo el territorio en manos de la República.

Las colectividades se rigieron por una estructura que se puede definir como de abajo arriba. Es decir, todas las decisiones y nombramientos se tomaban en asamblea, donde participaban todas las personas que quisieran de la población. En estas asambleas se trataban todos los temas concernientes al pueblo, pudiendo participar en ellas también personas que hubiesen decidido no ingresar en la colectividad, sin voto en tal caso. En estas mismas asambleas se debatía la marcha de la colectividad y las acciones a realizar.

El control social de la economía por medio de organismos independientes del estado y de la burguesía, variaba según la zona: en Madrid abarcaba un 30%, en Asturies era casi total, en Catalunya era de un 70%, en Levante un 50%….. Aparte de la gran industria, este control se hacía extensivo a los transportes, la energía, las comunicaciones, etc. Los periódicos pasaron a ser controlados por sus trabajadores. Las organizaciones políticas y sindicales se habían incautado imprentas y locales. Este control de los medios de producción va a suponer también la posibilidad de decidir sobre las condiciones de trabajo, desde el control sobre el ritmo de éste, al aumento de las vacaciones, pasando por los salarios y pensiones o la eliminación de la función de capataz. En algunos casos, el trabajador era considerado propietario de su empleo. En otros casos se establecieron cooperativas de trabajo asociado por la unión de oficios determinados o de pequeños propietarios. Las diferencias salariales se mantuvieron, en general, aunque se tendía a aminorar el número de categorías; en el caso de la mujer, se mantuvieron porcentajes inferiores a los hombres, incluso donde era hegemónico el anarquismo.

Otro ejemplo extraordinario de este proceso revolucionario, fue el de la colectivización de la tierra, promovida desde el seno mismo de los explotados del campo, dándose soluciones variadas a la diversidad de situaciones y el carácter variopinto de la estructura de la propiedad agraria en la República. Se expropia a los terratenientes. En todo caso, se decide en asambleas de pueblo la forma y el alcance de dichas colectivizaciones. Se trataba, en general, de convencer de las ventajas de la colectivización antes que de imponer esta medida a los campesinos individualmente. En otros, se colectivizaban no solo las tierras, sino también los servicios, industrias y otras producciones complementarias. Mucho pueblos eran auténticas comunas, donde la colectividad tenía control, sobre la mayoría de las cosas. Pero donde las colectivizaciones agrarias pudieron desarrollarse más a fondo fue en Aragón, y es quizás donde esta genuina reforma agraria revolucionaria tuvo mayor calado social, contribuyendo a la movilización solidaria de los campesinos con los asalariados y explotados en general, implicándose cada vez más con la revolución social en curso.

Este colectivismo fue perseguido con saña desde los medios burgueses, pero también desde el estalinismo, representado por el PCE, que mediante la calumnia y la difamación intentaban desprestigiar este movimiento colectivista en el que participaba la CNT, pero también, en muchos casos, la UGT. Así, en referencia a este proceso el periódico del PCE «Frente Rojo», señalaba que «ni los ciudadanos ni la propiedad podían contar con la menor garantía: no había un campesino que no hubiese sido forzado a entrar en las colectividades (…) En los consejos municipales se habían instalado fascistas conocidos y jefes falangistas…”

Pero esta puesta en marcha de iniciativas colectivizadoras de la mayoría de la economía, dejaba sin resolver problemas como el de los créditos necesarios, pues los bancos seguían en manos del gobierno, así como el comercio exterior.

Otro elemento fue la evidente desigualdad entre los trabajadores de una fábrica y otra, entre el campo y la ciudad. Este proceso de colectivización no resolvió estos problemas, y tampoco condujo, evidentemente, al socialismo ni al comunismo libertario, pero demostró la capacidad y posibilidad de los explotados de tomar en sus manos los destinos de su propia vida y abría, además, la perspectiva de que ésto pudiera hacerse a escala de toda la República y más allá de ésta. El ingenio y la creatividad sustituyeron muchas veces la carencia de medios. Pero la falta de dirección hizo que, poco a poco, el gobierno, la burguesía y los terratenientes fueran tomando en sus manos las riendas de todo, desplazando y aplastando este proceso colectivista.

La contrarrevolución interna vendría pronto. En mayo de 1937, fuerzas del orden público bajo las órdenes del consejero del Gobierno Catalán, miembro del estalinista PSUC, atacaron el edificio de la Telefónica que estaba en manos de los trabajadores. El asalto tuvo lugar a las dos de la tarde, y a las cuatro, toda Barcelona estaba llena de barricadas. Este enfrentamiento iba a durar cinco días. Esta ofensiva contrarrevolucionaria se proponía acabar con la revolución y, para ello, tenía que plantearse poner fin al control obrero, liquidar las colectivizaciones, disolver las milicias…. sustituyendo todo por el control estatista y la reconstrucción del estado burgués, empezando por la creación de un nuevo ejército como pilar básico de éste. El gobierno se planteó estrangular la revolución social por medio de un creciente control sobre las empresas colectivizadas (sacaron 52 decretos en un solo día), con la disolución de las Patrullas de Control de los trabajadores, revitalización de las Fuerzas de Orden Público y desarme de la mayor parte de los civiles. Esta represión va a suponer también el encarcelamiento de miles de revolucionarios, ilegalización del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) y el secuestro y posterior asesinato de su Secretario, Andreu Nin. Esta acción criminal del PCE, y los agentes del aparato represivo soviético, se vio facilitada, en gran medida, por la pasividad de la dirección de la CNT, que llamó a deponer las armas y claudicó ante el régimen republicano.

A 85 años de aquellos hechos, quienes tratamos de continuar la lucha por una sociedad alternativa al capitalismo, basada en la igualdad social y la solidaridad, tenemos, en los acontecimientos revolucionarios de aquellos años, importantes lecciones que aprender. Dentro de las grandes revoluciones por la liberación social, como la de Rusia del 17, la alemana del 18… habría que colocar a la que transcurrió en el interior de la República y que protagonizaron los trabajadores, con una decisión y creatividad puesta de manifiesto una y otra vez, a pesar de la claudicación de sus dirigentes. Dándole contenido a aquella frase de Marx de que «la emancipación de los trabajadores y trabajadoras será obra de ellas mismas, o no será». Estudiar, analizar y reflexionar éste y otros procesos revolucionarios, es algo necesario para inspirarnos en las capacidades, valores y generosidad, demostradas por quienes compartieron un ideal colectivo y sincero de emancipación social, más allá de sus diferencias ideológicas o políticas.


Fuente →  poderpopular.info

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