La mentira de la meritocracia: apellidos milenarios, herencias franquistas y un ascensor social averiado

La mentira de la meritocracia: apellidos milenarios, herencias franquistas y un ascensor social averiado /

Uno de los conceptos más recurrentes de los defensores del libre mercado y de las teorías económicas neoliberales es la llamada meritocracia. Estos parten de la idea de que vivimos en una sociedad en la que el esfuerzo individual y el trabajo duro se ven recompensados con resultados sociales y económicos, es decir, que la posición socioeconómica de cada persona está determinada por sus méritos, por el esfuerzo y el trabajo duro, no por su origen o privilegios de nacimiento o clase social. Es decir, que vivimos en una sociedad meritocrática donde la libre competencia abarca desde las empresas hasta las propias personas.

Así, se considera que tras la sustitución de la sociedad feudal, constituida por estamentos rígidos, por la sociedad burguesa, basada en la supuesta igualdad ante la ley, existe un ‘’ascensor social’’ que permite que las personas de las clases más bajas puedan progresar socialmente si se esfuerzan lo suficiente. Todo ello, daría como resultado un sistema social en el que, gracias a la igualdad reconocida en la legislación, todo el mundo gozaría de las mismas oportunidades para, siguiendo la analogía del ascensor, subir de piso.

En todo caso, si en la práctica la sociedad no es tan meritocrática como se dice, desde el liberalismo económico se argumenta que esto se debe, no a las desigualdades estructurales que se derivan de valores sociales y culturales arraigados y del propio sistema económico capitalista, sino de la excesiva intervención del Estado en la economía que impide que haya un mercado realmente competitivo al clientelizar las sociedades. En otras palabras, consideran que cuantas menos ‘’paguitas’haya, más meritocrática será la sociedad.

Además, esta premisa de la meritocracia no es simplemente una idea defendida por los sectores políticos neoliberales. Su esencia, esto es, que en nuestra sociedad el esfuerzo prima sobre los privilegios, es fundamental para el sostenimiento de los sistemas políticos y económicos liberales occidentales. Es, en palabras del politólogo Pablo Simón, ‘’uno de los pilares legitimadores de nuestro tiempo’’. En resumen, para que se mantenga el orden social establecido, la mayoría de la sociedad debe creer que puede progresar si se esfuerza lo suficiente.

En el momento en el que la gente tome conciencia de que, debido a problemas estructurales, por mucho que se esfuercen no podrán mejorar sus condiciones de vida, estarán más cerca de problematizar la estructura social y poner en jaque la jerarquía social preexistente. Es decir, cuando reparen en que las cartas están trucadas de antemano, puede que decidan romper la baraja. Al menos esto sostienen ciertos politólogos y sociólogos, como Simón.

Esta toma de conciencia es por ahora un escenario lejano, ya que la ideología de la meritocracia se ha hecho hegemónica, es decir, que es una creencia asentada socialmente. Desde los sectores políticos y mediáticos se bombardea constantemente con mensajes que enarbolan el esfuerzo individual y con historias de superación de jóvenes emprendedores que empezaron en la habitación de la residencia para universitarios de Harvard o en un pequeño taller textil de La Coruña.

Sin embargo, el aparato mediático de la meritocracia esconde una doble trampa. Por un lado, presentan historias extremadamente inusuales, de esas que únicamente le ocurren a una persona de entre un millón, como representativas de la sociedad, a la vez que atribuyen este éxito a los méritos individuales, cuando en la mayoría de los casos se debe simplemente a la suerte, como incluso algunos reconocen. O a partir de ciertos privilegios de base, como contactos, familia, recursos…

Por el otro lado, de hecho, juega un papel fundamental la posición social de cada persona. Cuando se ve todos los años en el telediario a esa estudiante que acaba de sacar un 13,98 en la prueba de acceso a la universidad y que pretende estudiar biomedicina, nunca cuentan que su padre es también profesor de universidad, que su familia podía pagarle dos horas de repaso diarias o que tenía una calculadora de 50 euros.

Desde los aparatos políticos y mediáticos se inocula esta idea de que todo esfuerzo tiene siempre su recompensa porque, en mayor o menor medida, de esta creencia depende en parte que se mantenga el statu quo. Pero, ¿se corresponde esta idea con la realidad?¿Es el esfuerzo lo que determina el éxito social y económico?¿Funciona realmente el llamado ascensor social?

El ascensor social: averiado y en constante reparación

Obrero reparando un escalón mientras la gente pasea. Autor/a: Jonathan Lopez. 19/06/2010. Fuente: Flickr (CC BY-NC-ND 2.0)

Para el credo neoliberal, el ascensor social de los países occidentales funciona como el del famoso rascacielos de Dubai Burj Khalifa, una colosal y precisa obra de ingeniería que marcha a la perfección. Por el contrario, la evidencia empírica dice que ese supuesto ascensor social, más que al del Burj Khalifa, se parece al de la célebre comedia The Big Bang Theory, averiado y en constante reparación. Los estudios que se han llevado a cabo en países como Italia, Reino Unido, México o España así lo corroboran.

Los economistas italianos Guglielmo Barone y Sauro Mocetti se propusieron desmontar las tesis que sostienen que las ventajas y desventajas económicas de los antepasados desaparecen tras varias generaciones. Para ello, estudiaron la movilidad intergeneracional y la distribución de la riqueza en Florencia comparando los registros de 1427 de la ciudad italiana con los de 2011. En su investigación realizaron un hallazgo que no esperaban: las familias florentinas más pudientes seguían teniendo los mismos apellidos 600 años después.

A pesar de la trascendencia de esta conclusión, este no es un fenómeno exclusivo de Florencia. Otra pareja de economistas, esta vez británicos, llevaron a cabo un estudio muy parecido en este caso sobre los apellidos y la movilidad social en el Reino Unido. Los británicos concluyeron que, aunque la movilidad social había aumentado ligeramente con respecto a la sociedad preindustrial, los apellidos de los ingleses más adinerados eran los mismos desde hace 800 años.

Estudios como los realizados en Florencia o en Reino Unido ponen de manifiesto la doble cara de la mentira de la meritocracia. Por un lado, evidencian que por mucho que las clases trabajadoras se esfuercen, es muy inusual que salgan de la pobreza. El caso de México aporta datos en esta línea, ya que el 74% de las personas mexicanas que nacen siendo pobres mueren siendo también pobres, como refleja un informe sobre la movilidad social en México de 2019.

Esto se debe tanto a las estructuras socioeconómicas de los países, como a las desigualdades entre países. Así lo pone de manifiesto el economista y experto en desigualdad Branko Milanovic, que explica en una entrevista cómo entre un 50 y 60% de las diferencias de ingresos entre personas se explican simplemente por el país en el que han nacido.

Por la otra cara, si ya es poco común que los pobres lleguen a ser ricos a través del trabajo duro, es aún más infrecuente que un rico pierda su posición social. El sistema está montado a medida de quienes ocupan los escalafones sociales más altos. Un estudio de la CEPAL (la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de la ONU) ofrece datos tan demoledores como los de Florencia o Reino Unido: menos de un 2% de los mexicanos adinerados pierde su posición socioeconómica.

Así pues, el panorama que se nos revela es de una estructura social que se fundamenta en variables como el país de nacimiento, la institución en la que realizan los estudios o el apellido de la familia, entre otros. Es un hecho empíricamente demostrado, como hemos podido constatar, que las tesis del ascensor social no solamente tienen puntos flacos, sino que no se sostienen en ningún caso.

El caso español: la ‘’meritocracia’’ franquista

Visita de Franco a Barcelona en 1942. Autor/a: Carlos Pérez de Rozas. 27/04/2015. Fuente: w151.bnc.cat (CC BY-SA 2.5)

Los intereses económicos suelen estar detrás de la mayoría de las guerras y conflictos armados. La Guerra Civil española de 1936 es un ejemplo paradigmático de ello. En la contienda bélica, muchos empresarios o bien aprovecharon la coyuntura para obtener beneficios económicos o bien directamente financiaron al bando golpista esperando obtener después una recompensa por los servicios prestados. Así, algunas de las grandes fortunas españolas amasaron su capital durante la guerra y la posguerra.

El periodista y documentalista Antonio Maestre se estrenó en el género literario con Franquismo S.A., donde relata cómo consiguieron su patrimonio los multimillonarios españoles que ocupan actualmente los puestos más relevantes de la lista Forbes. Aunque estos son fieles seguidores de la ideología meritocrática, la mayoría ascendieron socialmente gracias a sus relaciones con el régimen franquista.

Es el caso de la familia Roig. El dueño de Mercadona, Juan Roig, preside la organización Trinidad Alfonso, que pretende implantar la ‘’cultura del esfuerzo’’ en la sociedad valenciana. Sin embargo, no parece que él se la aplique a sí mismo. Su padre, Francisco Roig, ya gozaba en 1979 de una fortuna de 2400 millones de pesetas.

Como explica Maestre, a la boda del patriarca de los Roig acudieron varios altos cargos franquistas y, en 1979, la COAG (Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos) denunciaba cómo el Ministerio de Agricultura estaba beneficiando a Cárnicas Roig en el mercado de exportaciones de carne. Mientras pregonaban la ideología meritocrática, no renunciaban a los favores del régimen.

Un ejemplo parecido es el de la acaudalada empresaria Pilar Muro. Esta presidió el Grupo Quirón, al que Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, adjudicó recientemente la privatización de los rastreadores de COVID19, y se encuentra, según el diario El Mundo, entre las 200 personas más ricas de España.

Casualmente, su progenitor, Jesús Muro, fue jefe provincial de Falange Española, el partido del dictador Francisco Franco, y también jefe nacional de Sanidad de Falange, hecho que en ningún caso está relacionado con que los Muro se enriquecieran en el sector de la sanidad privada. No debe extrañar que a la boda de Pilar también asistieran líderes falangistas, como es costumbre en estos círculos, o que su hija, Carmen Cordón Muro, propietaria del Gran Hotel Inglés de Madrid, ataque a los ‘’podemitas que quieren acabar con los que tenemos algo que defender’’ desde su columna en El Mundo.

Por otro lado, hay quienes no solo mantuvieron una estrecha relación con el aparato de la dictadura, sino que directamente financiaron al bando franquista en la guerra. Es el caso de Pedro Barrié de la Maza, quien fuera dueño de FENOSA, ahora parte de la eléctrica Naturgy, y también propietario del Banco Pastor, el que fuera el principal banco gallego y que ahora es parte del Banco Santander.

Este empresario gallego hizo fortuna en el sector eléctrico beneficiado por el fusilamiento de su competidor y diputado republicano Pepe Miñones en 1936, al mismo tiempo que su estrecha relación con Franco, quien le concedió el condado de Fenosa, le garantizó una elevada rentabilidad gracias al apoyo de los vencedores de la guerra, en la cual les había financiado. Así, pudo dejarle una ‘’ingente herencia’’, dice Maestre, a sus familiares.

También es el caso de Félix Huarte, que puso a disposición de Emilio Mola, el cerebro del golpe de estado del 36, todo su patrimonio y sus empresas. Este fue un procurador franquista, entre otros cargos políticos, y presidió el Grupo Huarte hasta su muerte, que ahora forma parte de la conocida constructora OHL. Como cuenta Maestre, durante la contienda el Grupo Huarte proporcionó armamento a los sublevados contra la República y le fueron encargados tanto la construcción del Santiago Bernabéu como la del Valle de los Caídos. Ahora, sus descendientes son fervientes defensores de la ideología meritocrática y de que el éxito de un empresario se debe a su esfuerzo.

Estos y otros muchos nombres, como el del banquero Emilio Botín, el del presidente del Real Madrid y de ACS Florentino Pérez o el de Eugenio Espinosa de los Monteros, bisabuelo del diputado del partido de extrema derecha Vox Iván Espinosa de los Monteros, aparecen en la obra de Antonio Maestre que acaba evidenciando como en el caso español la oligarquía empresarial y política actual llegó a ocupar esa posición gracias a sus relaciones con la dictadura franquista.

¿Se puede reparar el ascensor?

Dos adolescentes en un paisaje rural. Autor/a: SyauqiFillah. 16/12/2020. Fuente: Pixabay.

Dicho todo esto, ahora cabe preguntarse si existe alguna forma de que se pueda, al menos, conseguir una sociedad más justa en la que el éxito económico y social no venga determinado por el apellido, es decir, si se puede llegar a reparar de una vez el ascensor social.

Desde los sectores neoliberales se defiende que la manera de hacerlo es a través de la desregulación de los mercados, de tal forma que el Estado intervenga lo más mínimo en la sociedad y se pueda dar una competencia real entre individuos ‘’libres’’. Sin embargo, la evidencia empírica señala, no solo que las políticas neoliberales son inefectivas para reducir la desigualdad y promover la movilidad social, sino que son directamente contraproducentes.

Así lo reflejan estudios como el del equipo de investigación social llamado Colectivo Ioé, que expone cómo las políticas neoliberales llevadas a cabo tanto por gobiernos del PSOE como del PP durante las décadas previas a la crisis de 2008 y también durante la misma crisis aumentaron la desigualdad, especialmente si se tienen en cuenta no solamente los ingresos sino también la riqueza.

Los estudios realizados en países donde el neoliberalismo fue llevado a cabo en su máxima expresión, como Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet, arrojan datos en la misma dirección.

Sería ingenuo pensar que los defensores de la ideología meritocrática decidan ignorar sistemáticamente toda evidencia empírica y seguir defendiendo las políticas neoliberales por simple desconocimiento o ignorancia y no porque son precisamente los menos interesados en que el pueblo tome conciencia de esta realidad.

Cuando un empresario adinerado dice que lo que hace falta es menos intervención estatal y más espacios de libre mercado, en realidad lo que está diciendo es que lo que hace falta es menos poder de decisión popular y más espacios donde quien tiene la cuenta en números rojos y quien la tiene llena de ceros compitan como si estuvieran en ‘’igualdad de condiciones’’. Solo si se decide obviar datos tan demoledores como que el 69% de la riqueza en España se debe a la herencia, se pueden seguir manteniendo la mentira de la meritocracia y que lo que hace falta es menos regulación.

La reparación del ascensor social pasa necesariamente por que las clases trabajadoras tomen conciencia de que, por mucho que se esfuercen, lo van a tener mucho más difícil para alcanzar sus sueños que los hijos de los ricos y de que la solución a estas desigualdades no la traerán quienes están en contra de la regulación del precio del alquiler o del Ingreso Mínimo Vital.


Fuente → aldescubierto.org

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