Fascismo irónico

Fascismo irónico
Layla Martínez

Alguien que sufra a diario la violencia del racismo difícilmente querrá hacer una canción alabando los CIE o alguien que haya recibido una paliza a manos de unos neonazis por ser trans no tendrá muchas ganas de escribir un poema sobre las maravillas de Falange.

El argumento siempre es el mismo: el arte está por encima de las convenciones sociales. Su misión es provocar, sacudir las creencias instaladas en la sociedad. No cabe en etiquetas como las de izquierda y derecha. Debemos acercarnos a él sin prejuicios, sin opiniones previas, sin tener en cuenta el contexto. Lo dijo Jota cuando le preguntaron por la versión de “El novio de la muerte” que grabó con Fuerza Nueva: “A mí me parece que es una canción de pop clásica, con su letra de amor potente. Lo que pasa es que, por las connotaciones que tiene, no nos permitimos una escucha desprejuiciada”. También El Niño de Elche, cuando un periodista le interrogó sobre la canción que le había dedicado a Ernesto Giménez Caballero, el introductor del fascismo en España: “Pensar y traicionar tus convicciones anteriores no es agradable. Claro que no lo es, pero una de las labores del arte es justamente esa”. Y Reserva Espiritual de Occidente (REO), cuando les preguntaron por su versión de “Primavera”, un himno de la División Azul: “Las pocas veces que he podido escuchar una música con orejas de bebé o mirar a alguien con ojos de extraterrestre he sido muy feliz y me ha colapsado la belleza”. Y Pablo Und Destruktion, en una entrevista sobre su último disco: “Este es de izquierdas, este es de derechas… bueno, define y deja de colgar un sambenito. Esa es otra de las ideas centrales del disco, que es acabar con el mito de la izquierda y la derecha, porque son estupideces. Siempre lo han sido, pero es que ahora además resultan absolutamente inoperativas”.

La idea de un arte puro, completamente desligado de prejuicios y convenciones sociales, puede parecer hermosa. El problema es que es falsa: nada puede entenderse fuera del contexto social y político en el que ha sido creado, ningún producto cultural surge en el vacío. Ni los creadores ni los espectadores pueden separarse de la sociedad en la que viven o de los lugares que ocupan en los distintos ejes de poder y opresión que la vertebran. Es bastante obvio que no podemos ser extraterrestres, a pesar de lo que afirman los integrantes de REO. ¿Por qué entonces se sigue repitiendo este argumento?

Intuyo varias razones, todas relacionadas entre sí. Por un lado, está la cuestión del lugar que se ocupa en la sociedad. Es evidente que nadie pretende realizar un acercamiento desideologizado a algo que le afecta directamente. Por ejemplo, alguien que sufra a diario la violencia del racismo difícilmente querrá hacer una canción alabando los CIE o alguien que haya recibido una paliza a manos de unos neonazis por ser trans no tendrá muchas ganas de escribir un poema sobre las maravillas de Falange. Solo se blanquean y banalizan las opresiones que no te afectan.

La gente que piensa que es posible hacer arte puro lo que hace es un arte perfectamente integrado en el statu quo. Muchos de ellos se ven a sí mismos como agitadores que sacuden un consenso social “progre” y como víctimas cuando reciben críticas
 
Por otro lado, está la cuestión de la percepción que tienen de sí mismos y de su producción artística estos creadores. Generalmente, la gente que piensa que es posible hacer arte puro lo que hace es un arte perfectamente integrado en el statu quo. Muchos de ellos se ven a sí mismos como agitadores que sacuden un consenso social “progre” y como víctimas cuando reciben críticas. Pero lo cierto es que no son ni una cosa ni la otra. La Audiencia Nacional ha dejado bastante claro dónde están los límites de la censura a base de encarcelamientos y cierre de periódicos, y ninguno ha sido por versionar el himno de Falange.

Además, que quienes tienen un lugar bastante acomodado en la sociedad se presenten a sí mismos como perseguidos por las minorías oprimidas ha sido siempre una estrategia clara del fascismo, desde el nazismo alemán a los filofascismos tipo Trump y Bolsonaro. Versionar himnos falangistas, ponerle el nombre de un grupo de ultraderecha a tu disco o blanquear a fascistas no supone ninguna ruptura con las convenciones sociales: Ana Rosa lo hace a diario y no va de provocadora.

Si te atraen los líderes falangistas, te gustan los himnos fascistas y te fascina la estética nazi, no hace falta que le sigas dando vueltas al tema 

Por último, está la cuestión de la ironía como recurso para esconder lo que en realidad son filias personales. Si te atraen los líderes falangistas, te gustan los himnos fascistas y te fascina la estética nazi, no hace falta que le sigas dando vueltas al tema. ¿Cuál es la diferencia práctica entre grabar un himno fascista de forma irónica o hacerlo sin ironía, entre alabar a un líder de Falange de forma provocadora o sin provocación? Ninguna: en los dos casos has grabado un himno fascista y en los dos casos has blanqueado a un falangista. No hay reapropiación, no se cambian las letras o se ridiculiza al fascismo, solo se estetiza y banaliza, se ironiza con él. Pero ser fascista de forma irónica es ser fascista igual.


Fuente → elsaltodiario.com

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