Antonio García Ordóñez buscó cobijo en la sierra para huir del hambre y luchar contra la represión franquista. Como guerrillero se pasó tres años con el objetivo diario de sobrevivir hasta que fue apresado. Tuvo suerte, a la mayoría los fusilaban y muchos morían abatidos pero él acabó en prisión y 'solo' lo torturaron
Y no ha sido poco para el último superviviente maquis granadino, que tiene la suerte de contarlo a pesar de resultar herido en más de una ocasión, una de ellas de un disparo, y pasar por la prisión del Puerto de Santa María tras ser apresado en una emboscada de la Guardia Civil cuando preparaba en Sevilla los papeles para huir a Francia.
La vida y la historia de Antonio son las de muchos hombres granadinos que entre 1936 y 1951 formaron partidas de guerrilleros para combatir la dictadura franquista y se escondieron en la sierras durante meses y años. Las primeras escaramuzas tuvieron lugar durante la propia Guerra Civil, pero fue después cuando el movimiento se organizó en todo el territorio español y se mantuvo hasta los años cincuenta.
«Durante la Guerra Civil pero sobre todo después no se podía vivir. Si te veían pararte con alguien, a lo mejor para hablar del tiempo o de las fiestas, la Guardia Civil te llevaba al cuartelillo y nos daban palizas para que dijésemos de qué hablábamos. A mí me llevaron varias veces y estaba harto de los golpes. Éramos muchachos sin maldad que bastante teníamos con buscar algo para comer, pero esa gente veía enemigos por todas partes». Antonio recuerda que el malestar en su pueblo por la represión era muy grande. Un vecino de Santa del Cruz del Comercio, El Quina, fue allí para organizar el Partido Comunista, y avisó a algunos jóvenes y adultos de confianza para encontrarse por la noche en un cortijo de la zona 'Los quemaos'. «Nos dijo qué hacían y lo que esperaba de nosotros y como sabía que yo conocía ya la sierra, porque había pastoreado y recogido esparto, me pidió que los guiara. Quina se encargó de avisar a mis padres de que todo estaba bien, que no me esperasen, y yo me quedé en el campo». Cuando eso ocurre Antonio era muy joven, un año antes de ser llamado a filas para el Servicio Militar, y se enfrentaba a una experiencia que marcaría el resto de su vida durante los casi tres años que recorrió las sierras de Granada y Málaga con el uniforme guerrillero: un pantalón de pana, camisa blanca y una cazadora.
Vivir como fugitivo
Convertirse en un maquis suponía vivir en el campo como un fugitivo en las condiciones más duras, estar siempre alerta para evitar al Ejército y la Guardia Civil, y para ello tenían que acostumbrarse a permanecer ocultos durante el día y desplazarse por la noche. Había jornadas en las que caminaban veinte, treinta o cuarenta kilómetros por la sierra para conectar con los enlaces y trasladar información, para llevar víveres o para mantener encuentros furtivos con los vecinos de aldeas, cortijadas y pueblos a los que daban propaganda antifranquista. Sus misiones eran también las propias de una guerrilla con acciones de sabotaje en trenes, líneas de alta tensión o puentes.
Cuando les tocaba dormir descansaban sobre lonas o camastros de hierbas silvestres. Si tenían suerte y disponían de tienda de campaña ahí se metía todo el grupo, pero si no, que era lo normal, había que dormir a cielo abierto o en covachas y lo mismo llovía o hacía un calor y un frío insoportables.
«Me dispararon y la bala me salió cerca del hombro. No quisieron curarme. Yo me sacaba los gusanos de la herida»
Las condiciones eran difíciles para guerrilleros que se turnaban como centinelas, pero que aprendieron a dormir con un ojo abierto para no verse sorprendidos, maquis que en muchos casos eran campesinos sin adiestramiento de lucha ni supervivencia que se enfrentaban a todo tipo de desafíos, como las enfermedades, sin medios para combatirlas porque no había médicos en las partidas, y con frecuencia carecían de medicamentos. Antonio se adaptó. Incluso consiguió burlar alguna vez los controles y por la noche pudo bajar a ver a los padres y hermanos. Lo hizo un par de veces pero no se atrevió a dejar la guarida en más ocasiones porque cualquier sospecha podría llevar a su familia a prisión, y entonces nadie se fiaba de nadie. «Las delaciones eran habituales entre los afines al régimen y los que fueron extorsionados para revelar nuestro paradero, siempre tenías que asegurarte y tomar precauciones».
Al principio los guerrilleros contaban con el apoyo civil de la mayoría, que pensaba en la guerrilla como la salvación, una oportunidad en un estado represor en el que no había forma de vivir. Hubo una etapa en la que echarse al monte resultaba un riesgo que se asumía sin pensarlo mucho porque recibían mil pesetas mensuales, cuando a un jornalero en el campo se le pagaban tres o cuatro pesetas por trabajar de sol a sol. «El dinero nos llegaba de los norteamericanos, molestos con Franco por negarse a permitir bases militares en territorio español, por eso cuando finalmente accedió y dejó de ser un obstáculo que estuviese o no en el poder, se cortó la financiación y llegaron los problemas. En la Agrupación Roberto, que era el VI batallón en la lucha armada contra la dictadura, éramos más de cien repartidos en grupos de siete, a veces de más miembros, pero siempre grupos impares, y a ver cómo se daba de comer a tanta gente, además de la ropas y lo necesario para el aseo».
Aprendió a dormir con un ojo abierto para no caer en manos de la Guardia Civil o el Ejército. El reto diario era sobrevivir
Sin financiación ni apoyo externo, sobre todo del Partido Comunista, hubo grupos que actuaron por su parte con robos, saqueos y secuestros para conseguir dinero y el favor social se perdió. El franquismo contribuyó a la confusión y al aislamiento de los maquis, gracias a las 'contrapartidas'. Se trataba de grupos de guardias civiles que vestían como maquis y perpetraban numerosos delitos haciéndose pasar por guerrilleros para que se pensara en ellos como bandoleros, como simples delincuentes. Y la estrategia funcionó. Si hasta ese momento tenían que esconderse de los militares a partir de ahí tampoco podían confiar en la gente en los cortijos o en los pueblos.
Viendo cerca el final Antonio y otro maquis viajaron a Sevilla para conseguir papeles que les permitiesen exiliarse a Francia a los hombres que quedaban en la sierra de Loja, pero cayeron en una emboscada. Cuando lo llevaban al cuartel, Antonio logró zafarse de los guardias de un empujón y se dio a la fuga por las montañas. Iba agazapado escalando entre las rocas, uno de los guardias le disparó y el proyectil le entró por la parte baja de la espalda y le salió cerca del hombro. No le alcanzó órganos vitales pero le abrió un boquete del que manaba la sangre por el orificio de salida y él trataba de taponar la herida con la mano y un trozo de la camisa.
Tardaron un mes en curarlo
A su compañero lo mataron y él fue detenido y trasladado hasta el cuartelillo para interrogarlo. «Un guardia dijo de curarme y el otro respondió que no me hacía falta. Estuve más de un mes sin que me curasen. Giraba la mano y con dos dedos me sacaba los gusanos de la herida. Podría haber muerto, pero aguanté, y eso que en dos o tres ocasiones me pusieron inyecciones de aguarrás para quitarme los nervios, o eso me decían». Cuando cuenta este episodio, el más duro de su etapa de guerrillero, vuelve a girar la mano y muestra un agujero bajo el hombro en el que le cabe el dedo. Es el rastro del disparo que se convirtió en una cicatriz para no olvidar.
Fue llevado hasta la cárcel del Puerto de Santa María, que en ese momento acogía a más de 12.000 presos, casi todos por delitos políticos, y ahí se pasó trece años en condiciones que prefiere no recordar, aunque su paso por la prisión le permitió conocer a quien se convertiría después en su ángel de la guarda, un empresario catalán que le invitó a viajar a Barcelona para trabajar con él.
En la cárcel conoció a un empresario catalán que lo invitó a irse a Barcelona y trabajar para él. Estuvo dieciséis años en Cataluña
«En la cárcel había de todo, pero había muchos profesionales como ingenieros, empresarios o funcionarios que eran de izquierdas y habían sido detenidos por sus ideas republicanas. Mi amigo fue liberado antes que yo y cuando salí me fui en su busca a Barcelona. Me acogió y me dio trabajo como encargado en una empresa de su propiedad. Antonio le advertía que él no sabía catalán, «pero que le enseñaran lo mínimo para poder pedir de comer. Mi amigo me decía que yo estuviese tranquilo, que no me metiese en líos y así lo hice durante los dieciséis años que estuve en Cataluña. Nunca me faltó para comer».
La ilusión de acabar con Franco que costó miles de vidas
El maquis fue el conjunto de movimientos guerrilleros opositores al régimen franquista establecido en España tras la Guerra Civil, aunque comenzó a operar ya durante la contienda. Y fue un auténtico dolor de cabeza para Franco, que los combatió sin miramientos a través de la Guardia Civil y el Ejército. Muchos guerrilleros murieron abatidos en las refriegas en el campo, muchos más fueron apresados y asesinados sin pasar por tribunales de justicia y, al final, otros consiguieron exiliarse a Francia o el norte de Marruecos. La Agrupación Guerrillera de Granada, dentro del Ejército Nacional Guerrillero, tenía su campamento central en el cerro Lucero, en la sierra de Almijara. Pese al fracaso de la invasión del país por el Valle de Arán, el periodo de apogeo guerrillero fue el comprendido entre 1945 y 1947. A partir de 1948 se intensificó la represión franquista, que poco a poco fue terminando con las partidas o grupos. Pero la disolución de la guerrilla no fue solo debida a la ofensiva de la Guardia Civil, ya que en ello tuvo mucho que ver el PCE, y en especial Carrillo. Muchos de sus integrantes murieron o fueron detenidos (lo que en muchos casos supuso igualmente la muerte). La detención en Madrid en 1951 de Roberto, el líder granadino de los maquis, aceleró el final de los guerrilleros en las sierras de las provincias de Granada y Málaga, muchos de ellos traicionados por su jefe.
Fuente → ideal.es
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