Crónicas de la juventud rabiosa: 15M y Mayo del 68
Jordi Carmona Hurtado
Poéticas políticas
¿Hay
algo del 15M que siga sin encontrar encaje en nuestra historia y, por
tanto, siga interpelando y perturbando de algún modo nuestro presente?
¿Que siga sin formar parte de nuestra cultura? ¿Algo del 15M que,
aunque lo hubo, y lo hubo con mucha fuerza, aunque insistió y persistió
de muchas maneras, siga sin existir en nuestro mundo? ¿Como un sueño
que no acaba de hacerse realidad en la sociedad española, pero
sobrevive como sueño, casi en una existencia espectral, como en una
especie de sombra que deja la vida pública y diurna? “Si no nos dejáis
soñar, no os dejaremos dormir”, escribió alguien en un cartel de la
puerta del Sol de Madrid un lejano mayo. O tal vez no tan lejano.
También se dijo: “Dormíamos, despertamos”; como si la única manera de
despertar colectivamente fuese soñar, soñar lúcidamente en voz alta y a
la luz del día, soñar con actos. Sería un trabajo extremadamente
interesante y revelador, por cierto, tratar de leer juntas todas las
frases del 15M, aunque en cierto modo eso haya sido intentado una vez,
por María Salgado, en su libro Hacía un ruido. Frases para un film político (Contrabando, 2016).
Sea como fuere, el caso es que esas frases del 15M recuerdan, en efecto, a otras del 68. Pues en ambos casos se trata de momentos intensamente creativos, en los que energías que no tienen canales de expresión establecidos en cierta cultura desbordan por todas partes. “Tomamos nuestros deseos por realidad porque creemos en la realidad de nuestros deseos”, se decía con orgullo y determinación en el 68, por ejemplo. O aquella que decretaba un “sueño general” (rêve général), jugando con las semejanzas fonéticas entre las palabras sueño y huelga en francés. Pero aunque la poética del 15M fuese muy próxima a la del 68, algo cambia entre un momento y otro. Como si fuera la misma frase pero dicha por personas diferentes, por sujetos de enunciación diferentes. Entre Mayo del 68 y el 15M no cambia la poética, pero cambia la política de la poética. Pues lo mismo dicho por una persona diferente puede querer decir algo distinto, y en el caso de sujetos de enunciación colectivos puede simbolizar políticas muy diversas.
La mayor parte de la gente presente en
el 15M, la gente que realmente construyó el 15M, que se dejó la vida
para dar vida al movimiento, nunca quiso el poder.
Sin embargo, en términos directamente políticos,
entre el 68 y el 15M también hay muchas semejanzas. En ambos casos se
trata de movimientos que no quieren el poder, que rechazan toda forma
de poder y de autoridad, que tratan de liberar y dar forma a muchos
deseos reprimidos por el funcionamiento social normal, pero en ningún
caso al deseo de poder, pues en este deseo se funda el funcionamiento
social normal. La fuerza de transformación social de estos movimientos,
su potencial revolucionario, es directamente proporcional a la fuerza
con que rechazan constituirse en alguna forma de poder, con la que
rechazan toda forma de autoridad dentro del movimiento. Y cabe recordar
que esta política de rechazo del poder tuvo en su momento álgido la
adhesión de la mayoría de la población española, como mostraron ciertas
encuestas; lo que ciertamente debió hacer dilatar las pupilas o
incluso salivar a quienes más tarde capitalizaron el 15M para montar su
asalto institucional: esos que sí deseaban el poder.
Pero la mayor parte de la gente presente en el 15M, la gente que realmente construyó el 15M, que se dejó la vida para dar vida al movimiento, nunca quiso el poder. Querían muchas cosas: resolver problemas sociales, crear una política que no se pareciese en nada a la política oficial, extender las ocupaciones y asambleas. Querían hacer participar a todo el mundo en el proceso, llegar realmente a cualquiera. Querían, incluso, hacer una revolución, una revolución diferente a las imágenes que tenemos de la revolución como toma del poder. Y querían descentralizar sin cesar, desde el primer momento, ir a los barrios, a los pueblos. Con esto no quiero decir que no hubiese disensos y luchas dentro del movimiento, que las había, y muchas. Pero en toda la fase creciente del movimiento, lo común era que se huía del poder como de la peste.
Ciudadanía libertaria
Estas luchas dentro del movimiento, sin embargo, se daban sobre la base de cierto acuerdo mínimo, que llamábamos consenso.
El consenso no quiere decir que estamos de acuerdo en una misma base
ideológica, sino algo más allá: que estamos de acuerdo en la misma forma de vida común.
Sin duda, esta forma de vida y de organizarse que se fue construyendo
en esta fase ascendente del 15M siempre permaneció más o menos
ímplicita. Pues es notoria la incapacidad de la asamblea general de
llegar a algún acuerdo, y el único acuerdo al que se llegó fue el de la
retirada de la acampada. La única decisión explícita que tomó el 15M
fue la de disolverse a sí mismo, levantar las acampadas y disolver el
movimiento; lo que recuerda a aquello que decía Camus sobre que el único
acto verdadero es el suicidio.
Por eso lo
interesante del 15M era el consenso implícito, que había ido
construyendo y orientando al movimiento. En él había en germen como una
especie de nuevo pacto social, capaz de sustituir al pacto social anterior; es decir, al pacto también ímplicito, al consenso de la cultura de la transición. El 15M fue consenso contra
consenso. El consenso del 15M era el de una nueva forma de vivir
colectiva; no tanto una nueva cultura como un nuevo ambiente, una
atmósfera diferente para el cultivo de la vida común.
Germán Labrador, en Culpables por la literatura. Imaginación política y contracultura en la transición española (1968-1986)
(Akal, 2017), ha dejado entrever cómo el 15M permitió que se expresase
una nueva generación oprimida, la generación precaria. Además, esa
juventud abrió en canal la historia y permitió conectar con otras
juventudes, con la juventud contracultural de la transición, conexión
que se concretó en la presencia en las plazas de los famosos
yayoflautas, al lado de los jóvenes perroflautas. De ahí la importancia
del nombre que Germán ha dado a lo reprimido en la historia
contemporánea de España: la ciudadanía libertaria. El pacto
social implícito que unía a toda la gente que de hecho participó en el
15M fue el de buscar una manera diferente de ejercer la ciudadanía, una
ciudadanía libertaria. Esa era la forma de vida que estábamos creando,
que al mismo tiempo era una política, una forma de organización.
Siempre
se reprochó a las asambleas, a la abigarrada y compleja estructura
asamblearia que se fue creando durante las ocupaciones, su ineficacia. Y
en efecto, como forma de poder y de gobierno de las multitudes, las
asambleas populares son increíblemente ineficaces, hasta extremos
aberrantes. Pero a veces, cuando algo nos parece ineficaz, también
puede que lo que ocurra sea eficaz en otro aspecto, que pasa más
desapercibido a simple vista. La obsesión del 15M fue construir una
política que impidiese cualquier acumulación de poder o autoridad. Pero
también poner en marcha una política que nos cuidase a todos, a todas
las personas que participábamos en el proceso. El 15M, ese nuevo pacto
social para una ciudadanía libertaria, era ácrata por su desconfianza
absoluta con respecto de toda forma de poder, pero era feminista porque
las prácticas de cuidado eran transversales y omnipresentes en todo el
movimiento. De ahí que uno de los motivos decisivos alegados para
desmantelar el campamento fue precisamente el de los riesgos que
empezaba a acarrear para los habitantes del 15M. Si nos volvemos poder,
si no somos capaces de cuidarnos las unas a las otras, mejor
desaparecer: esa fue la apuesta del 15M.
Abrir el canal
En el Mayo del 68 español, que ya existió y que no es el 15M, hubo un curioso grupo alrededor de Agustín García Calvo, precisamente uno de esos yayoflautas del 15M, que se llamaba Comuna Antinacionalista de Zamora. En su primer manifiesto imaginan cuál sería un gobierno provisional para la instauración de la anarquía, o el comunismo libertario, en la ciudad de Zamora. Este gobierno debía cumplir tres condiciones: 1) durar lo menos posible; 2) ponerse la mayor cantidad posible de trabas para gobernar; 3) escoger a la gente más joven para los cargos dirigentes (y jóvenes no solo en sentido de edad biológica sino de inexperiencia, de inadaptación social). Las estructuras asamblearias del 15M, las comisiones y grupos de trabajo fueron una especie de gobierno provisorio de ese tipo, un gobierno que no quiere gobernar, que más bien quiere no-gobernar y que no gobierne nadie. De ahí su gran ineficacia en términos de poder, pero también su eficacia extraordinaria en términos de fuerza de inspiración para la gente, en términos de transmisión electrizante de un nuevo consenso implícito, de una nueva forma de vida.
Podemos ser servidores
públicos ejemplares y al mismo tiempo desobedecer la ley. Podemos
habitar el conflicto con la autoridad y al mismo tiempo tratarnos con
respeto. Podemos hacer la revolución sin perder la ternura.
Esa capacidad de hacer sentir, de emocionar que tuvo el 15M, como afirma Rocío Lanchares en Hotel Madrid, historia triste (Lengua de Trapo, 2021), resulta inseparable de su fuerza insurreccional. Esa fuerza afectiva, fuerza de afectación, como diría Amador Fernández-Savater, fue la fuerza real del 15M, como también supo mostrar Basilio Martín Patino en su documental Libre te quiero (2012). En el libro de Rocío se muestra cómo esa aparente desorganización, esa aparente ineptitud política fueron la clave del movimiento. “La imposibilidad de votar, la imposibilidad de que exista un representante, la imposibilidad misma de un nombre: son el canal.” En el libro la imagen del canal es compleja, y se relaciona con la idea de indeterminación. La fuerza del 15M fue su indeterminación, su no saber qué era. No ser tanto una respuesta, sino una pregunta lanzada sobre la sociedad. Las respuestas ya siempre están listas de antemano, pero para hacer una buena pregunta hace falta tiempo. El 15M quiso ser, en efecto, un canal, un simple canal de comunicación, y de resolución de problemas, de la ciudadanía consigo misma. Por eso los militantes del 15M no tenían respuestas, sino que preguntaban, preguntaban mucho, recogían propuestas y trataban de facilitar que se llevasen a cabo. El 15M abrió ese canal, y sus militantes eran facilitadores, mediadores. Su deseo fue servir a la ciudadanía, de manera semejante al modo en que los maoístas del 68 querían servir al pueblo.
Esta vocación de servicio público estaba profundamente arraigada en todxs los militantes del 15M, que mientras tanto conducían un conflicto con la legalidad, con la policía y con todas las autoridades del Estado español. Por eso el ambiente que creó el 15M era al mismo tiempo ciudadano y libertario. Podemos ser servidores públicos ejemplares y al mismo tiempo desobedecer la ley. Podemos habitar el conflicto con la autoridad y al mismo tiempo tratarnos con respeto. Podemos hacer la revolución sin perder la ternura. Esta forma de vida también implica la aparición de una nueva forma de subjetividad militante. El militante típico del 15M, de nuevo según las palabras de Rocío Lanchares, era un medium. Un medium es alguien que, sin cesar, transforma la burocracia en democracia. Los mediums son los que abren el canal entre la ciudadanía y ella misma. Y lo hacen por su percepción del sentir general, que es el único criterio de un medium. La medium crea consenso, porque recoge el modo en que la gente se siente, abre el canal de comunicación entre los diferentes sentires. Nos hace sentir en colectivo, nos hace participar en una forma de vida común. Ese es el sentido de la búsqueda, que parece tan demente desde una perspectiva gobernista, de consensos entre miles de personas.
Juventud precaria
En el libro de Rocío, no del
todo carente de mística (igual que el 15M), se muestra algo
fundamental de esta subjetividad-15M, de su fuerza contra-cultural,
contra-neoliberal. Tiene que ver con el aspecto terapéutico y analítico
del 15M, en el sentido preciso de transformación de la subjetividad. No
solo había que cambiar el mundo, sino también cambiar las conciencias.
Y las conciencias se abrieron. Pues no se puede salir del
neoliberalismo solo, y juntxs perdemos el miedo. La conciencia dejó de
ser individual para volverse común. Y en efecto, las militantes
realmente más activas en el movimiento, las mayores mediums, se
disolvían literalmente en el colectivo. Dejaban de orientarse por sus
propias ideas, para hacerlo por el sentir general que trataban de captar
y de escuchar con todas sus fuerzas. El yo neoliberal se quebraba de
la manera más radical en el 15M, se abría a algo común. Pero esa
abertura a lo común también es una herida que se arrastra ya para
siempre, que puede hacer realmente muy difícil y penoso cualquier
vuelta al yo, a mis cosas, a mi casa, a mi vida.
Pero no tendrás casa en tu puta vida, y ni siquiera estarás seguro de
poder pagar el mes siguiente el alquiler; esa era la situación por
aquel entonces, tal vez no tan diferente a la actual.
Y
en efecto muchos de los militantes del 15M, esa juventud precaria, no
teníamos ninguna propiedad a la que llamar “mía”, ni mucha vida a la
que volver. Entre estudios vocacionales y empleos precarios o
desempleo, no ocupábamos ningún lugar establecido en la sociedad
española del momento. En cierto modo, sobrábamos. Y algunos, de
hecho, entendiendo esto perfectamente, nos fuimos luego a buscarnos la
vida en el extranjero con otras ilusiones, e incluso ahí el 15M nos
acompañó un poco, con su Marea Granate en referencia al color del
pasaporte español. Creo que cuando se dice que el 15M fue un movimiento
de las clases medias se alude en realidad de manera muy torpe a la indefinición positiva
que logró el 15M, a su carácter socialmente inclasificable. Pues
precisamente momentos así ponen en crisis las definiciones habituales
de las clases sociales: son momentos de crisis sociológica. Estos
momentos de crisis sociológica también son momentos de crisis
pedagógica. Y aquí es cuando la comparación con el 68 vuelve a ser
oportuna.
La juventud que hizo el 68 estaba
formada muy ampliamente por estudiantes universitarios, hijos de
burgueses. Pero precisamente, estos hijos de burgueses rechazaban el
destino que se les reservaba. De ahí que se produjese una crisis en la
reproducción de la sociedad. Los estudiantes se transformaron en
revolucionarios cuando atacaron de múltiples maneras el orden burgués
del que procedían. Hicieron que el mundo entero ya no supiese muy bien
lo que era un hijo de burgués, lo que podía un hijo de burgués. Se
negaron, con mayor o menor fortuna y perseverancia, al proceso
pedagógico natural de ser la sangre nueva que se echa en los viejos
odres. De ahí que desgarraran con fuerza al establishment en su conjunto, que tuvo que rehacerse y recomponerse para seguir gobernando el nuevo régimen de deseo surgido del 68.
En
el fondo, creo que la juventud que hizo el 15M eran no hijos de
burgueses, sino hijos de trabajadores. Y eso lo cambia todo con
respecto a mayo del 68. El libro de Rocío Lanchares también lo muestra
con fuerza, precisamente porque es un testimonio desde dentro, una
memoria viva del movimiento, incluso de sus fantasmas. Los
revolucionarios del 15M eran también supervivientes, no tenían nada
garantizado en sus vidas. En la marcha que se supone “normal” o
progresista de la sociedad democrática, los hijos de los trabajadores
debían vivir mejor que sus padres, pues habían estudiado más. Debían
llegar más alto. Pero sucede que el estudio o la vida misma a veces
desvía, y entonces muchos descubrieron otros deseos que no eran los de
la ascensión social.
¿Qué es, qué puede, qué
podría ser el hijo de un trabajador? Yo creo que esa es la pregunta que
se plantea a toda la generación precaria. Y tal vez no todo el mundo
se la planteaba, pero la crisis de 2008 acabó de forzarla, cuando
empezaron a escasear seriamente los medios para sobrevivir en una
precariedad generalizada pero sin grandes preocupaciones, haciendo más o
menos lo que uno quería. En ese momento la cuestión se extendió a toda
la juventud, incluso la que hasta ese momento no había sido
especialmente disconforme con su destino de ascensión social, y eso
probablemente caldeó el ambiente para el 15M.
Vivir es lo más importante
El problema de las definiciones sociológicas es que son mucho más coherentes que la realidad. Y la realidad era, y probablemente lo sigue siendo, que un hijo de trabajador puede haber viajado mucho, haber leído mucho, vivido experiencias muy ricas y diversas, ser más listo que el hambre y tener múltiples talentos, y al mismo tiempo puede no tener ningún futuro ni lugar en el que caerse muerto. Se puede ser aristócrata del espíritu y proletario de la materia. Creo que la juventud del 15M tenía algo de eso. Se nos decía que vivíamos por encima de nuestras posibilidades, pero era la realidad la que estaba por debajo de nuestras posibilidades. Y nosotras luchábamos por darnos los medios materiales de nuestras posibilidades: ese es el trabajo del precario, que coincide con la vida entera.
No
eran clase media sino más bien desclasados, un extraño lumpen, una
‘plebe dorada’ en la que conviven el lujo vital y la pobreza material,
el deseo de revolución y la necesidad de supervivencia.
Esos medios no siempre eran legales ni respetables, no teníamos en gran consideración a la ley ni a la autoridad y por eso éramos libertarios, casi instintivamente, en los hechos más aún que en las ideas. Si no nos daban algo a lo que teníamos derecho, lo tomábamos. Si no teníamos dinero para comprar los libros o los discos que necesitábamos, los robábamos (o recuperábamos para el común, los liberábamos). Si no teníamos para pagar el metro, nos colábamos. Si hay una política que vuelve imposible el derecho básico a la vivienda a gran parte de la población, se responde con la okupación. Las okupas se vuelven el medio natural de este modo de vida, allí donde se desarrolla el espacio-tiempo específico de la revuelta de la juventud precaria. Y con eso y otras astucias íbamos tirando, íbamos teniendo una vida, una vida además interesante, no solo sobreviviendo sino viviendo con cierta plenitud. Y eso era más importante que el futuro, que hacerse un nombre, una profesión, un lugar estable en la sociedad. “Vivir es lo más importante”, yo creo que esa es la actitud precaria; cuando se entiende la condición precaria no solo como una falta, sino también como algo que puede dar lugar a una potencia.
Seguramente se me acusará de estar
romantizando la precariedad, pero solo quería decir que esa forma de
vida era posible. Apañárselas para no renunciar a nada que uno
considere importante. No pensar que por ser pobre, por ser hijo de un
trabajador uno tiene simplemente que bajar la cabeza y conformarse con
lo que toque, aceptar cualquier empleo, cualquier carrera aunque no la
deseemos en absoluto. Que por ser pobre uno tiene que renunciar a vivir
según sus deseos y a luchar por la justicia. Creo que esa forma de
vida produjo un tipo de politización específica, que es la que vimos en
el 15M.
La juventud precaria okupó durante un
tiempo la vida política española. No eran clase media sino más bien
desclasados, un extraño lumpen, una “plebe dorada” en la que conviven
el lujo vital y la pobreza material, el deseo de revolución y la
necesidad de supervivencia. Y esos desclasados supieron ser los mediums,
los canales por los que la ciudadanía se organizó y expresó a sí
misma, llegando a un nuevo pacto social implícito. Por eso tal vez una
de nuestras tareas “culturales” importantes sea la de explicitar ese
nuevo pacto social implícito que propició el 15M, los modos de ser y de
organizarse de una ciudadanía libertaria que sentimos y presentimos en
ese momento, y a la que adhirió gran parte de la población.
Algunos breves epigramas que concentran esta sensibilidad-15M podrían tal vez guiarnos: “solx no puedes; con amigos, sí”; “si no te dan lo que es justo, tómalo”; “si nadie más lo resuelve, resuélvelo tú”; “porque vivas en la miseria no tienes por qué renunciar al lujo”; “porque tengas que trabajar para ganarte la vida no tienes por qué aceptar la injusticia”.
Fuente → elsaltodiario.com
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