A Franco no le gustaban los judíos, aunque es cierto que su antisemitismo fue graduándose en función de la coyuntura internacional. Mientras a Hitler le iba bien en la guerra, al dictador español le salía el ramalazo antisionista para que el poderoso amigo alemán viera que se podía confiar en él. Cuando las cosas empezaron a irle mal a las Potencias del Eje, el general gallego empezó su acercamiento a los aliados, haciéndose filoserfardita de cara a la galería y reservando su odio secreto y chistes racistas sobre judíos para sus recepciones privadas con los jerarcas falangistas en El Pardo. Y así fue hasta 1950, cuando el franquismo fue reconocido por las democracias occidentales como un fiel aliado frente al enemigo soviético. Para entonces ya no quedaba nada del Caudillo antijudío.
La historia cuenta que Franco denegó la entrada a 3.000 refugiados judíos que cruzaron la frontera cuando Hitler invadió Francia y que el régimen franquista devolvió a muchos de ellos al Gobierno colaboracionista de Vichy para que fueran debidamente recluidos en campos de concentración, torturados y asesinados. Célebre es el caso del filósofo Walter Benjamin, que tras ser rechazado por la policía española y ante la tesitura de caer en manos de los nazis, decidió quitarse la vida tomando una dosis letal de morfina en un hotel del pequeño paso fronterizo de Portbou. Otro crimen que anotar en la lista negra del Generalísimo, que no distinguía entre poetas como Lorca y filósofos como Benjamin. Si eran judíos, rojo o maricones, todos al mismo saco, paseíllo y a otra cosa.
Aquella famosa coletilla sobre la España perpetuamente amenazada por el “contubernio judeo-masónico-comunista-internacional” fue repetida por Franco, machaconamente y hasta la saciedad, en sus multitudinarios discursos en la Plaza de Oriente. De hecho, en 1939, durante el desfile de la Victoria, ya empezó con el mantra antisionista: “No nos hagamos ilusiones: el espíritu judaico que permitía la gran alianza del gran capital con el marxismo, que sabe tanto de pactos con la revolución antiespañola, no se extirpa en un solo día y aletea en el fondo de muchas conciencias”. Y en uno de sus últimos discursos, el celebrado el 1 de octubre de 1975, mes y medio antes de su fallecimiento, volvió a tirar del racismo judío para enardecer a las masas.
La apelación al contubernio judeomasónico (que en aquellos años de ignorancia y falta de cultura pocos sabían lo que demonios significaba) nunca fallaba cuando se trataba de despertar al gentío adormilado en sus tediosos mítines y baños de masas.
Con todo, Franco era mucho menos antisemita que algunos de sus compañeros de armas como Mola, Queipo de Llano o Carrero Blanco, aunque no cabe duda de que su régimen fue esencialmente racista. Hasta los curas adoptaron el discurso del Caudillo para amartillar la fe católica como religión única, auténtica y verdadera. Así, el cardenal Isidro Gomá, gran obispazo franquista y primado de España, declaró tras la toma de Toledo por los sublevados de Franco: “Judíos y masones envenenaron el alma nacional con doctrinas absurdas, cuentos tártaros y mongoles convertidos en sistema político y social en las sociedades tenebrosas manejadas por el internacionalismo semita”. No hace falta decir más, sobran comentarios.
Los herederos
Hoy los que se declaran herederos del franquismo sociológico reniegan del pasado y se ponen de parte del matón Estado de Israel en su horrible y execrable limpieza étnica de palestinos. Ayer mismo, el vicepresidente primero de Vox, Jorge Buxadé, expresaba el apoyo de su formación al Estado judío frente al “ataque del terrorismo yihadista que ha sufrido gran parte de Europa” y que, a su juicio, “sigue siendo una amenaza para la seguridad no solo del país, sino de todo Occidente”. Es el viejo recurso contra el enemigo judeomasónico solo que al revés. Ahora los malos son los musulmanes. Pero la patraña sigue calando en la sociedad.
Curiosamente, la extrema derecha española siempre ha estado de lado de los aniquiladores y verdugos, antaño con los nazis de Hitler, hoy con los nazis de Netanyahu. A los ultras hispanos de hoy les da igual si el amo es judío o un jeque árabe, siempre estarán con el poderoso, ya sea militar o financiero, porque el racismo es básicamente un rechazo a una minoría desarrapada que apesta a pobreza.
Abascal y los suyos han condenado las manifestaciones en apoyo al masacrado pueblo palestino que se han celebrado en los últimos días en varias ciudades españolas al considerar que están “azuzadas” por organizaciones del terrorismo yihadista con el apoyo de la extrema izquierda, que se encuentra en un “constante discurso de odio”. De nuevo el contubernio marxista, esta vez con los árabes.
Lo de Palestina nada tiene que ver con el terrorismo yihadista sino con la ocupación ilegal de unos territorios por parte de Israel y con el fascismo en el que ha caído ese pueblo, que en su paranoia por la seguridad y la supervivencia justifica y da por buena la muerte de decenas de civiles a cambio de un cabecilla de Hamás. De hecho, una de cada cuatro víctimas de los bombardeos israelíes es un niño inocente. Es decir, holocausto, pogromo, fascismo filonazi. Claro que, desde la posición ideológica de Vox, todo crío musulmán, ya vague por las calles de Madrid o de Gaza, es un peligroso mena que se merece un zambombazo, misilazo inteligente o la deportación de una patada en el trasero.
Son tiempos de confusión política o como dijo Zygmunt Bauman el mundo y la política de hoy vive de una masiva y constante producción de basura ideológica. Lo último: franquistas apoyando a judíos. El mundo al revés, una diarrea histórica considerable. Si Franco levantara la cabeza.
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