25 años recabando testimonios, confesiones e historias en primera persona que forman una parte muy importante de la obra de Rees tanto en su faceta de historiador tradicional como en sus obras como documentalista. Y 25 años verificando esos testimonios, consultando las fuentes documentales y trazando un relato muy detallado y coherente, lleno de respuestas, y también con los interrogantes necesarios, y tan fácil de leer desde el punto de vista de la excelente prosa de Rees como arduo resulta enfrentarse a la magnitud del horror que tan bien se describe.
El autor, que es el responsable de varias series documentales sobre el Holocausto, había publicado hasta el momento también algunos libros sobre el tema, como el excepcional Auschwitz, los nazis y la solución final que ya reseñamos en estas mismas páginas. Sin embargo, ninguna de sus anteriores obras tenía la voluntad global que sí está presente en este caso: la intención de contar la terrible historia desde el principio –las raíces del antisemitismo del propio Hitler–, hasta el final de las últimas Marchas de la Muerte en las que miles de personas que habían sobrevivido a los campos de exterminio perdieron la vida según se iban desmantelando campos por el avance soviético.
Un odio muy anterior al Holocausto
Rees inicia su relato en 1919, con una carta que es el primer documento que se conserva en el que Hitler manifiesta por escrito un furibundo antisemitismo. A partir de ahí vemos cómo ese odio fue siempre eje central de su ideología, ya estuviese más o menos presente en su acción política según el momento lo permitiese o no.
Una evolución que es analizada detenidamente en el libro, tanto en la época en la que el partido nazi era una fuerza emergente dentro de la convulsa política alemana de entreguerras, como una vez que alcanzaron el poder y empezaron a aplicar su programa judeófobo.
Como en todas sus obras anteriores, uno de los aspectos que hace especialmente interesante la obra de Rees es la inclusión de una voluminosa cantidad de testimonios de primera mano, muchos de ellos inéditos hasta ahora. No es, por supuesto, la única fuente que maneja: abundan las referencias a documentos, a discursos, a libros de memorias, además de que, según explica el propio autor, todos los testimonios personales se han estudiado minuciosamente comprobando su veracidad.
Gracias a esas “voces de las víctimas y los verdugos“, tal y como las describen en el subtítulo elegido por los editores españoles, tenemos una impresión vívida del tremendo drama humano que fue el Holocausto para aquellos que lo sufrieron personalmente y, y esto es especialmente interesante, de cómo el sufrimiento empezó mucho antes de que se iniciase la labor de exterminio.
Especialmente desgarradores resultan los testimonios de los que vencieron a una muerte que era casi segura, pero no lograron luego superar el horror e incluso la culpa, tal y como cuenta Morris Venezia, un judío de Tesalónica que fue miembro de los Sonderkommandos –los grupos de trabajadores que sacaban los cadáveres de las cámaras de gas y los introducían en los crematorios– de Auschwitz-Birkenau:
“Nos liberaron. ¿Para qué? ¿Para que recordemos todas aquellas
barbaridades? En realidad ya no queríamos estar vivos. Así es como nos
sentimos, como nos sentimos todavía hoy. Hasta ahora mismo me estoy
preguntando por qué Dios me dejó vivir, ¿para qué? ¿Para recordar todo
esto? Cuando me voy a la cama siempre, incluso ahora, lo rememoro todo
antes de cerrar los ojos. Todo, todo, cada noche, cada noche” (página 411).
Lo que de bueno hubo
Entre la ingente cantidad de información de la obra hay cabida para mucha que, sin ser completamente novedosa, sí arroja luz sobre aspectos poco conocidos del Holocausto o que no son fáciles de encontrar entre el relato habitual de la tragedia. Por ejemplo, muchos lectores se sorprenderán del detallado análisis de cómo se implementó el Holocausto en los países ocupados por los nazis o en aquellos regímenes que se habían aliado con Hitler.
La mayoría de lo que nos cuenta Rees en esta parte de su obra es tan sórdido y negativo como cabría esperar: el repugnante comportamiento de las autoridades de la Francia colaboracionista; la forma en la que prácticamente todo el mundo dio la espalda a los judíos de Europa por miedo a una avalancha migratoria; el penoso papel de la mayor parte de la jerarquía católica y, muy especialmente, del papa Pío XII; las atrocidades cometidas por los croatas o los rumanos que se aliaron con los nazis y, en algunos casos, llegaron a ser más brutales que éstos: “Los arranques de brutalidad de los rumanos fueron tales que incluso los alemanes se quejaron de su comportamiento” (página 269).
Pero, además, también hay cabida para algunos de los ejemplos que hubo de heroísmo tanto individual como colectivo: Rees no se olvida de citar a los 1.700 judíos que sobrevivieron a la guerra escondidos ¡en el propio Berlín!; ni lo ocurrido en Dinamarca, donde una buena parte de la población se movilizó para salvar a los daneses de origen judío; ni la valentía de muchos religiosos o religiosas que permitieron que más de 4.000 personas se ocultasen de la persecución en iglesias o conventos; o el que es, tal vez, el ejemplo más hermoso de ese altruismo absoluto, que fue lo que ocurrió en la isla de Zacinto, un pequeño enclave griego en el mar Jónico:
“El acto de resistencia más famoso [en Grecia] se produjo en Zacinto.
Cuando los alemanes exigieron disponer de un listado con todos los
judíos de la isla, el alcalde y el obispo locales entregaron un trozo de
papel que tan sólo contenía dos nombres: los suyos propios. Entre
tanto, los judíos se habían escondido en las casas de los isleños no
judíos; eran 275 y todos ellos sobrevivieron a la guerra” (página 427).
Las muchas caras del Holocausto
Lamentablemente, estos ejemplos sólo fueron poco más que gotas frente al océano de maldad absoluta que fue el Holocausto y que Rees se esfuerza en presentarnos con exactitud que en ocasiones nos aleja de algunos mitos que suelen asociarse a lo ocurrido, como por ejemplo la importancia de la conferencia de Wansee que en realidad no fue como casi todo el mundo parece creer el momento dramático en el que se decidió poner en marcha la Shoá, sino “sólo un foro donde funcionarios de segundo nivel debatieron sobre cuál sería el mejor modo de hacer realidad los deseos de su amo” (página 320).
En este sentido, Rees recalca que el Holocausto, tal y como lo entendemos, no fue un proceso organizado y centralmente decidido, con la perfecta planificación que asociamos habitualmente a los alemanes. Más bien resultó, en muchas ocasiones, la suma de una serie iniciativas casi individuales con las que en cada caso se resolvía un problema en muchas ocasiones local o regional.
Esto no hace menor la responsabilidad de los grandes líderes nazis y, especialmente, de Hitler, pero no la acota en un círculo cerrado y limitado de cabecillas. El propio Rees lo deja bien claro:
En este excelente volumen Rees hace algunas afirmaciones contundentes como esta, se hace muchas preguntas y, sobre todo, ofrece un completísimo dibujo del Holocausto, sus raíces, sus causas y sus diferentes desarrollos y manifestaciones, que será de extraordinaria utilidad para aquellos que se acerquen al tema con un conocimiento superficial, pero que también aclara y ordena la cuestión a los que, habiendo leído o incluso estudiado la Shoá, difícilmente encontrarán un resumen tan brillante, ordenado y al mismo tiempo lleno de humanidad en sólo 530 páginas de muy buena prosa –más 90 de notas e índices–. Más que recomendable diríamos que esta es una obra de lectura obligatoria.
El Holocausto, las voces de las víctimas y de los verdugos de Laurence Rees, está publicado por la Editorial Crítica y tiene 620 páginas.
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