Será preciso echar mano a la utopía como contrapropuesta a lo existente, de modo que en esta converjan todas las propuestas de lucha que enarbolan los diferentes movimientos populares frente a la voracidad y la explotación capitalista.
La utopía y el estado de transición
Aunque muchas personas exijan un menú pormenorizado de opciones, las mismas tendrán que generarse, adoptarse y modificarse al calor de las luchas diarias, en todos los terrenos, evitándose que terminen por convertirse en una camisa de fuerza que limite y frustre dichas luchas sólo por no dar el paso decidido y definitivo con que se producirán los verdaderos cambios revolucionarios en lo que respecta al plano colectivo como al individual. Algo de lo cual debieran estar atentos los movimientos populares para evitar distorsiones y desviaciones a manos de dirigentes conservadores y/o reformistas que nada más se contentarán con llegar a ocupar posiciones de poder y a legitimar algunas reivindicaciones parciales, dejando intactas las estructuras de dominación contra las que reaccionara el pueblo; repitiéndose el ciclo de resistencia e insurgencia que registra la historia humana.
Es por ello importante y determinante saber de antemano el papel a cumplir por el Estado en una etapa de efervescencia social como la que antecedería a una revolución política y económica transformadora. Durante este período, un Estado de distinta característica o, también llamado Estado de transición, seguirá cumpliendo funciones administrativas, por muchos cambios revolucionarios que se susciten en la sociedad, sólo que esta vez estarán dirigidas a velar por los intereses sociales y no en beneficio de unas minorías, como ha sido habitual. Retomando lo expuesto por Federico Engels en 1875, se trataría de crear, antes que un Estado, una comuna o una comunidad. Como bien lo muestra la historia, el Estado es una consecuencia directa de la división de la sociedad humana en clases sociales y, por ende, para defender y mantener a salvo los intereses de las clases dominantes; así que no tendría nada de raro que, evocando la revolución de la Comuna de París, su transformación será una de las primeras tareas que deben emprender los sectores populares al momento de ejercer a plenitud su soberanía, bajo unos nuevos paradigmas y unas nuevas relaciones de poder y de producción.
Si quisiéramos hacer una referencia algo más precisa de lo anteriormente afirmado, se coincidirá con Karl Marx en cuanto a que «el proletariado no puede, como las clases dominantes y sus diferentes fracciones rivales lo han hecho en sus sucesivos momentos de triunfo, tomar simplemente el aparato del Estado existente y ponerlo a funcionar para sus propios fines. La primera condición para el sostenimiento del poder político es transformar esa maquinaria existente, destruir ese instrumento de dominación de clase». Es decir, «el instrumento político de su esclavitud no puede servir como instrumento político para su emancipación». La Utopía chocaría, inevitablemente, contra esta posibilidad al tener como uno de sus fundamentos esenciales la práctica de la soberanía popular que es hablar ya de un tipo de democracia más permanente y directa; la cual no se ajustaría al mando extrasoberano de un Estado controlado por una clase burócrata, ajena por demás a los intereses del pueblo. Esto plantea una situación de confrontación dirigida desde afuera contra el Estado al mismo tiempo que, desde adentro, se tendrían que crear las condiciones necesarias para su transformación estructural y, llegado el tiempo, para que se produzca su disolución.
Fuente → alainet.org
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