La II República, esa gran desconocida

La II República, esa gran desconocida
@ellibelaresc

El pasado 14 de abril hemos celebrado el 90 aniversario de la II República, esa efeméride que facilitó la huida al exilo de Alfonso XIII, y que nos duró tan poco por el conocido golpe de Estado del genocida Franco.

A los que tenemos muchos años nos consuela poder celebrar el aniversario al menos con el sentimiento, porque de esta celebración, en negativo, subyacen dos realidades: que la guerra civil la borró del mapa y el posterior franquismo y adoctrinamiento la anuló del gran protagonismo que tuvo en lo político y social, y que los monárquicos golpistas y los fascistas se empeñaron en borrar sus logros hasta hace cuatro días. Todo lo malo y violento que ocurría en España tenía sus orígenes en la República, y no digamos las referencias a la quema de iglesias y conventos y a fusilamientos de curras y violaciones de monjas. Todavía en estos momentos es una utopía pensar que la escuela ofrece a los niños un estudio imparcial de lo que fue el logro democrático de la España oscura de principios del siglo XX.

La República, y ello no se quiere ver por esos miserables franquistas que la han devaluado en beneficio propio, hizo una apuesta muy fuerte por una educación universal, liberal, mixta, pública y laica, que de hecho elevó las tasas de escolarización desde el 56 % en 1931 al 69 % solo cuatro años después. Se construyeron 10 000 nuevas escuelas y se contrató a 7000 maestros. Las llamadas Misiones Pedagógicas llevaron el cine, la música, los libros y el teatro a las zonas rurales, en las que vivía más de la mitad de la población española. La II República instauró el sufragio universal y –la gran herejía del momento– declaró que “el Estado no tiene religión oficial”. Eliminó también los títulos nobiliarios y promulgó la primera ley del Divorcio, que reconocía también los derechos de los hijos hubieran nacido o no dentro de un matrimonio. Puesto que se eliminó como figura penal, la homosexualidad no estaba perseguida. Incluso, bajo el mandato, ya durante la Guerra, de Federica Montseny, la primera ministra de un Gobierno en España, se aprobó la primera ley que regulaba la interrupción voluntaria del embarazo, aunque apenas pudo ser aplicada.

Todo lo dicho en el párrafo anterior suponía un gigantesco esfuerzo por dotar a la sociedad española de unos aires de modernidad muy inusuales desde hacía algunos siglos. Y lo lamentable, como ya hemos comentado anteriormente, es que nada de eso se cuenta en las escuelas, y los libros de texto tampoco lo detallan, porque el franquismo y sus inercias posteriores durante la Transición, dibujaron la II República como un periodo oscuro de la historia en el que las garras soviéticas pretendían atrapar también al sur de Europa. Lo que sucedió es bien sabido. El sur de Europa cayó bajo las garras del fascismo. En el caso español, además, tras una guerra atroz que generó un impresionante retraso económico y social, una tragedia política que impidió que nuestro país fuera libre hasta 1977.

Con la evidencia de lo descrito anteriormente llama muchísimo la atención que en nuestro país todavía no haya una pulsión republicana mayoritaria, o sí la hay y no nos enteramos porque a los responsables del CIS se les arruga el ombligo cada vez que se les pide que en sus encuestas una de las preguntas sea la opción república-monarquía. Llama también mucho la atención que la gente no vea con claridad meridiana qué se le ve a una institución como la monarquía que bien pudo tener una valoración en siglos posteriores, medievales más bien, pero que en pleno siglo XXI no tiene razón de ser. En razón de qué se le dice a un tío que es rey y se le reconoce el poder y la autoridad que en una democracia dan los votos. Imposible entenderlo. ¿Qué oscura razón defienden los de la foto de Colón, y ahora también el PSOE a regañadientes, para defender a capa y espada al Borbón no votado y abjuran con odio de una República salida de los votos? La República llegará, pero hay que tener paciencia porque más allá del debate sobre la forma de nuestro orden constitucional y la conveniencia de cambiarlo, es obvio que aún queda por hacer un trabajo de memoria histórica, no sólo con las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo, sino también con las nuevas generaciones. Y reclamo que, además de los eruditos y los historiadores, también los maestros y los redactores de los libros de texto de nuestros hijos empiecen a contar toda la verdad de la República. También sus luces, que fueron muchas.


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