Fascismo, Democracia y Postverdad

Fascismo, Democracia y Postverdad
Remedio Copa
Colectivo Prometeo

Comenzaremos por la post verdad y su función. Se define como la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en las actitudes sociales.

Darío Villanueva, en una conferencia en 2017 en la UNED, señalaba que post verdad es toda aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones y creencias del público. Hacía referencia también al “potencial que la retórica tiene para hacer locutivamente real lo imaginario o simplemente lo falso”; un potencial que muchas veces entronca directamente con la sentencia de que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. El director de la RAE afirma que la post verdad representa una evidente negación de la realidad y que “ hoy día se acepta que lo real no consiste en algo ontológicamente sólido y unívoco, sino, por el contrario, en una construcción de conciencia, tanto individual como colectiva”.

Pasando a nuestra realidad actual, comenzaré con el repaso que sobre el fascismo hace Beatriz Gimeno. Afirma que el fascismo no ha llegado con VOX sino que estaba ahí pero no lo visibilizamos y asumimos hasta que llega a las instituciones. El fascismo necesita un caldo de cultivo para extender determinados comportamientos y mentalidades para poder crecer; de ahí que el fascismo político se manifieste cuando ya se implementó previamente el fascismo cultural.

Una afirmación de Esperanza Aguirre fue que había que “acabar con la superioridad moral de la izquierda” para ganar plenamente. No le faltaba razón en lo de que era necesario para ganar plenamente, porque la moral de la derecha está tan embarrada de latrocinio y corrupción en los diversos ámbitos que resulta impresentable. Pero no lo hicieron con una depuración eficaz de los comportamientos de la derecha para alcanzar esa superioridad moral. Lo enfocaron en enturbiar la imagen de la izquierda con falsas acusaciones que arrastraran por el lodo a sus oponentes políticos.

Como quiera que los principios de esa superioridad moral, que se han universalizado y son aceptados por la mayoría de la sociedad como deseables, están más cercanos a la izquierda, (me refiero a valores como la empatía, generosidad, solidaridad, igualdad, reparto equitativo de los recursos), que al neoliberalismo, hace que para ganar plenamente como decía Aguirre sea necesario provocar cambios culturales en la sociedad.

La defensa de los derechos humanos junto con la igualdad son valores básicos y compartidos en cualquier democracia; estos valores fueron compartidos también por la derecha pero han ido perdiendo terreno en sus filas conforme se fue imponiendo en el capitalismo la tendencia neoliberal hasta el punto que ahora, además de gobernar, necesita combatir ideológicamente los derechos sociales básicos. Necesita cambiar la sociedad y lo que piensa sobre tales derechos.

Es en ese punto en el que Beatriz Gimeno dice que la derecha tradicional se convierte en fascista y no solo hace políticas contra los derechos sociales básicos sino que niegan abiertamente los principios en que dichos derechos se basan. Y como para imponerse todo vale, asistimos a lo que ahora estamos viviendo, porque el fascismo crea una identidad basada en el orgullo de defender privilegios basados en la raza, posición económica o social y sexo, entre otros, que hasta hace poco resultaba indefendible.

Para llegar a la transformación necesaria de las mentalidades, el capitalismo puso a funcionar sus resortes y el plato fuerte de esa transformación fueron, entre otros recursos, los medios de comunicación en los que tertulianos y algunos periodistas – empleados de esos medios- llevan mucho tiempo machacando a la ciudadanía con las técnicas de manipulación necesarias para sembrar dudas, crear confusión con mentiras o verdades a medias, difundir calumnias e incluso, instar al miedo, el rechazo y la división de los ciudadanos entre sí ante temas de bienestar social, dependencia, sanidad o educación.

Igual que el fascismo no se crea solo, el odio contra Pablo Iglesias y Unidas-Podemos tampoco se ha fabricado solo.

Para el historiador Lucio Martinez, el día 4 de mayo Pablo Iglesias Turrión dio a España una lección de superioridad moral únicamente superada por Nicolás Salmerón en noviembre de 1873 renunciando a la Presidencia de la República para evitar firmar una condena de muerte.

Cuando en 2015 entraron en el Congreso con 69 diputados, el temor de que el PSOE perdiese su hegemonía de la izquierda y ciudadanos superara al PP por la derecha, puso en marcha la maquinaria para evitar que Podemos llegase a buen puerto y con ello se desmoronase el régimen y algunos perdiesen sus privilegios.

Entonces comenzaron los informes policiales falsos enviados a periodistas que los difundieron para desacreditar a Podemos y convencer a la gente de que estaba financiado por Venezuela y otras falsedades que terminaron con un montón de denuncias, todas sin condena porque eran acusaciones falsas; pero pese a que con ellas se abrían a diario portadas de periódicos, telediarios y noticias en TV, incluso en la pública, casi nunca se comentaba el resultado y, si se hizo en algún caso, fue de soslayo. Así se calumnió a Podemos hasta conseguir que por más que dijera la verdad no se le creyera y, a la vez, el gobierno más progresista de la historia se percibiera como un enemigo a combatir.

La campaña con la difusión de informes falsos contra Podemos la inició Ana Terradillos en la Cadena Ser. A día de hoy, muchos afirman que “lo que se hace con Podemos en los medios no es un enfoque, es un plan para diabolizar una opción política”. De poco sirve clamar ahora, cuando el daño ya está hecho. La mentira es un límite que no se debe tolerar. Los informes falsos son imperdonables, pero no fueron el único delito.

No hubo otra campaña de acoso y derribo a un líder político democrático como la que ha sufrido Pablo Iglesias desde la padecida por Azaña en los años 30 del siglo pasado.

Incluso el mismo día 3, día de reflexión y por tanto prohibido hacer campaña, Susanna Griso se explayaba en contra de Pablo Iglesias y trataba de enmendar a quién la corregía. En la otra cadena y en horas de mayor audiencia, Ana Rosa Quintana seguía afirmando que las competencias en las residencias de ancianos de Madrid eran de Pablo Iglesias y no de Ayuso y que los muertos fueron porque Iglesias no hizo nada por evitarlo. Eso, que es falso en ambos casos, lo afirmó hasta el último momento aún sabiendo que esas competencias son de las Comunidades y no del Gobierno de la nación y, con más razón, lo sabía ella por haber sido corregida anteriormente al respecto.

También las mentiras, descalificaciones e insultos que se producen en el Parlamento son indignas y deplorables. No es extraño que muchas personas se sientan defraudadas y ofendidas por el patético comportamiento de quienes olvidan que las sillas se les pagan para que se ocupen de resolver los problemas reales de la gente. Es un espacio de debate y aportación de propuestas que se defienden con razones y no se combaten ni mejoran con insultos, ni con gritos o descalificaciones personales y acusaciones tendenciosas.

Estos comportamientos incitan al odio y la violencia y crean un clima dónde pasar del insulto a la amenaza es el paso previo a la agresión.

Es grave que la mentira haya logrado esa atmósfera donde la realidad es irrelevante y la mentira ha dejado de provocar la indignación moral de la ciudadanía. El juicio de opinión está sustituyendo cada vez más al juicio de los hechos, degradando así la calidad moral de la sociedad y de la democracia.

Desgraciadamente, en la política del siglo XXI, la mentira está cada vez más integrada. A Trump le contabilizaron una media de 20 diarias y, a pesar de ser reseñadas como falsas por los medios de confirmación de veracidad, obtuvo 70 millones de votos y consiguió perturbar la credibilidad del sistema democrático y que Instituciones del Estado fueran atacadas por ciudadanos.

Hay que reconocer que es difícil a nivel individual manejar datos como para verificar que lo que nos están contando es cierto y exacto, porque la gran magnitud de información que se maneja en las sociedades post industriales desborda nuestra capacidad y además, aún tratándose de datos objetivos, no todo el mundo tiene la capacidad de discernir correctamente sobre la interpretación que los políticos o los medios de información le están mostrando sobre el tema.

Es urgente reinstalar la ética en la conciencia social y eso es algo que nos atañe a todos: políticos, instituciones, informadores e individuos. Si no lo hacemos, el daño lo vamos a sufrir todos porque una sociedad obnubilada empieza siendo dividida y terminará vencida.

No es cierto que ya no tenemos nada que hacer “porque todos los políticos son iguales”. Eso no es verdad. Y todos tenemos una parte de responsabilidad en lo que sucede y por lo tanto, todos tenemos algo que hacer.


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