El efecto llamada al fascismo

 
Cada portada, cada "zasca" manipulador a las políticas progresistas, cada tertuliano facha en siembra de bulos forma parte del problema. Las lágrimas de cocodrilo de hoy solo pueden engañar a incautos, pero en verdad hay muchos
 
El efecto llamada al fascismo
Rosa María Artal
 

De nuevo un impacto informativo sacude las conciencias, pero será por el breve espacio de tiempo hasta que caduque su vigencia en la urgente actualidad. Una joven cooperante de Cruz Roja abraza a un hombretón que se derrumba abatido tras llegar nadando a una playa de Ceuta y ver morir al lado a otro inmigrante. Se vuelcan sobre ellos el racismo despiadado y el espanto de muchas personas decentes. Disculpen que insista: esto viene de lejos, tiene culpables y cómplices, y la peor noticia es que no solo se va a repetir, sino que ni imaginan lo que viene por este camino.

Tras el diagnóstico de los problemas, lo sensato es aplicar soluciones y eso sigue fallando estrepitosamente. Nadie ignora, supongo, que Cristina Seguí, la ultraderechista colaboradora de Ok Diario y varias tertulias de televisión, y Hermann Tertsch, eurodiputado electo por Vox, son tipos de escasa catadura moral. El antiguo periodista representa a España en el Parlamento europeo y Seguí forma parte del ejército mediático de promoción del fascismo. Pero, aun siendo grave, solo representan una parte mínima del problema. Son muchos más los apuntados a la misma tarea con mejor o peor disfraz. Estos no usan ninguno.

Resulta tan irritante o más ver rasgarse las vestiduras a quienes no dejan de enjabonar, blanquear y promocionar al fascismo, vigente e impune en España tras la dictadura franquista, y subido ahora a la ola internacional de su asalto al poder. Cada portada, cada "zasca" manipulador a las políticas progresistas, cada tertuliano facha en siembra de bulos forma parte del problema. Las lágrimas de cocodrilo de hoy solo pueden engañar a incautos, pero en verdad hay muchos.

¿Y los políticos? Casado y Abascal se han cubierto de gloria al ir a entorpecer claramente un conflicto en el que todas las partes tienen definidas sus posiciones. Y solo para pescar votos en las aguas revueltas de los chant ajes. Las consignas de este par son amplificadas por la prensa. A un nivel de concurrencia de micrófonos que ni las estrellas del rock. Esto dista todo de ser un cordón sanitario.

Se sigue intentando colar que el discurso fascista del odio es una opinión tan respetable como las demás. Y los medios vuelven a sentar en mesas de información a diputadas de Vox para que "se expliquen". Dejan hablar a todos, dicen, pero es no entender nada o no querer entenderlo.

Cinco mujeres, una de ellas embarazada, y un niño, han sido asesinadas en 72 horas en España presuntamente por sus parejas o exparejas. Y hasta cuesta encontrar la noticia en las primeras páginas. La violencia machista también se normaliza por el discurso de la ultraderecha que niega la propia existencia de ese hecho diferencial. Con estos aciagos resultados.

Fascismo es atacar a Luna, la joven cooperante, por abrazar a un hombre valiente quebrado por las emociones de cuyo nombre y vida nada sabemos. Y conducirla por el acoso desalmado hasta precisar ayuda psicológica. Y amenazar de muerte a periodistas que informan como Israel Merino, de Ctxt.es y otros medios. Fascismo, de manual, es tergiversar la verdad una y otra vez. Y no dejan, ni dejarán de hacerlo. La escalada viene de lejos y con viento a favor, tanto que asusta constatarlo en el tiempo. Siempre es así. Porque ya ocurrió antes. Y fue impulsado por el silencio y la tibieza de muchas personas que se creían prudentes y bondadosas. Y tuvo cómplices, porque siempre los tiene. Ahora incluso están más organizados. El camino que aguarda si esto continúa así, tampoco ofrece duda. El Pianista, de Polanski, mostraba, como pocos, ese proceso incluso social que lleva a la aniquilación de los enemigos, de los diferentes a esa jerarquía absurda que imponen. No digan que no avisamos. Este tuit por ejemplo es de 2017, antes de estos cuatro años de trabajo intenso de unos cuantos, de desidia de muchos más. 

El nazismo llevó a la especie humana a altas cotas de degradación, se paró con una guerra muy cruenta, con muchas víctimas y destrucción. Pero se venció. Hoy no necesitan bombas –salvo en puntos concretos como estamos viendo en países fuera de nuestro entorno- pero armas y metralla propagandística hay para saturar, para nublar el cielo y no ver luz, para entontecer al máximo.

Las frases hermosas de estos días para consolar a la gran Luna maravillosa y al emigrante desconocido, allí donde esté, que no sabemos ni dónde está, pasarán. Y seguirán las consignas mediáticas insidiosas y las políticas de la mentira y el abuso sistemático, sin escrúpulos ni piedad. El auténtico efecto llamada al fascismo. Tan exitoso. De hecho, entre unos y otros lo han normalizado al punto de meterlo en las instituciones. De algunas, nunca se fue.

Somos muchos periodistas los preocupados por cómo esta profesión esencial y apasionante se ha dejado degradar al punto que lo ha hecho. Nos la han robado los Ristos, como dijo un compañero en frase certera. Pero ésa es solo la punta del iceberg. Este país soporta demasiadas mochilas. Y demasiados entusiastas maquilladores de la ultraderecha infiltrados en la prensa, en la oposición, en los jarrones mohosos del bipartidismo, en piezas decisivas dentro del propio gobierno. En las redes sociales tibias frente a la amenaza, la calumnia y el odio.

La solución es compleja pero no imposible, como demuestra la historia en ocasiones. Está en los abrazos de consuelo y en el compromiso decidido para erradicar la podredumbre allí donde está. A veces es tan fácil como apagar los focos que expanden basura. En el fondo solo se mueven por dinero y poder, tan vulnerables a los vientos de la democracia si la sociedad, cada ciudadano, toma conciencia de su capacidad de cambio. Es que ya caminamos como El Pianista de Polanski: entre los escombros de grandes valores. Y lo más peligroso: sobre la base quebrada de la cordura.


Fuente → eldiario.es

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