Azaña elegido presidente de la República

 

Azaña elegido presidente de la República
Arturo del Villar

LA única vez que se ha elegido al presidente de la República Española según dictamina el artículo 68 de la Constitución de 1931, desarrollado por el artículo 5 de la Ley Reguladora de la Elección de Presidente de la República, de 1 de julio de 1932, sucedió el domingo 10 de mayo de 1936. El elegido, como todos los ciudadanos lo esperaban, fue Manuel Azaña, el único político capaz de concitar sobre su persona la mayor admiración por parte de los republicanos, y al mismo tiempo el mayor rechazo por los contrarios al sistema republicano.

Azaña presidente, por López Mezquita.

La I República no llegó a elegir un presidente, porque en su corta y agitada existencia no tuvo tiempo de aprobar una Constitución, de modo que solamente contó con presidentes del Poder Ejecutivo, es decir, jefes del Gobierno. La primera Constitución de la República Española quedó aprobada por las Cortes Constituyentes el 9 de diciembre de 1931.

Al día siguiente las mismas Cortes eligieron por votación de los diputados al primer presidente constitucional de la República, Niceto Alcalá—Zamora. Se hizo en lo que podría denominarse un procedimiento de urgencia, dadas las circunstancias políticas del momento, pero conforme con la Constitución, que así lo regulaba en la disposición transitoria primera. Resultó elegido por consenso, como un mal menor en tales circunstancias excepcionales, aunque con muchas dudas y reticencias.

Estaban bien fundadas, porque no era la persona adecuada para desempeñar tan alto cargo, debido a su carácter inestable y a su fervor catolicorromano. Muchas veces amagó con dimitir por pequeñas diferencias con el Gobierno, hasta que fue destituido por las Cortes el 7 de abril de 1936, por 238 votos favorables a su cese y solamente cinco en contra, cifras que demuestran su carencia de popularidad.

En cambio, Manuel Azaña era considerado la encarnación de la República, sus discursos en campo abierto reunían hasta medio millón de asistentes, una cantidad que solamente él podía alcanzar, y llenaba los teatros cuando hablaba en lugares cerrados. Se decía de él que era el ídolo de las multitudes, lo que conllevaba el odio de los contrarios a la República, por el mismo motivo convertido en el enemigo a abatir.

Una asamblea mixta

Un decreto del 9 de abril, publicado al día siguiente en la Gaceta de Madrid, convocó para el día 26 las elecciones de compromisarios para la elección de presidente de la República, con sujeción a la Ley de 1 de julio de 1932, y la elección de presidente para el 10 de mayo. Hubo de ser parcialmente modificado por un decreto—ley de 13 de abril, al verse “el Gobierno obligado por indeclinables apremios de tiempo”, y por otro decreto del día 16. Corría tanta prisa contar con un presidente efectivo de la República que se cometían errores, disculpables al considerar que el régimen se estaba estrenando todavía.

Según estipulaba el citado artículo quinto de la Ley Reguladora de la Elección de Presidente de la República, debía ser una asamblea mixta de diputados y compromisarios provinciales la encargada de hacerlo. La asamblea mixta resultante fue muy numerosa: quedó integrada por 453 diputados con acta y 458 compromisarios. Hubo que buscar un local suficientemente amplio para reunirlos a todos, y se decidió habilitar el Palacio de Cristal del parque del Retiro. El lugar es efectivamente espacioso, aunque al ser de cristal sus paredes y techo resulta muy caluroso en días soleados si no se dispone de aire acondicionado, como era el caso en aquella época. Cuentan las crónicas periodísticas que el calor llegó a ser insoportable, pese a haber instalado tres toldos y cubrir las paredes con terciopelo. Los electores salían al parque para refrescarse lo que permitía el clima madrileño.

Todos los españoles daban por segura la elección del hasta entonces jefe del Gobierno, Manuel Azaña, como presidente de la República. También lo esperaba el protagonista. En una larga carta a su cuñado Cipriano de Rivas Cherif, de viaje profesional por Latinoamérica, comenzada el 14 de mayo y prolongada más tarde, le contó Azaña que desde la destitución de Alcalá-Zamora sospechaba que no iba a presentarse más candidatura que la suya: se halla publicada en el volumen 5 de las Obras completas editadas en 2007 por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, página 651.

Resultó una equivocación

Tal unanimidad no se hallaba exenta de dudas. A muchos políticos y periodistas les parecía preferible, para la buena marcha de la República, que continuase presidiendo el Gobierno, por ser el poder ejecutivo. Tenía demostrada su capacidad para el mando, desde que debió ponerse al frente del Gobierno provisional el 14 de octubre de 1931, ante la repentina dimisión de Alcalá--Zamora. Se le echó en falta durante el bienio negro, cuando gobernó la derecha anticonstitucional, en medio de continuos desastres, lo que decidió a los votantes el 16 de febrero de 1936 a decantarse por el Frente Popular.

Tenían razón, como se demostró en seguida, pero en las reuniones mantenidas por dirigentes de los partidos y sindicatos de izquierdas integrantes del Frente Popular, se llegó a la conclusión de que no existía otro candidato de consenso que Azaña, según lo resumió el socialista Indalecio Prieto. Él lo sabía muy bien, porque todas sus iniciativas eran rechazadas por su compañero discrepante Francisco Largo Caballero. En lo único que resultó posible conformar a las dos facciones del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) fue en proponer como candidato a Azaña, y eso porque el sugerido por Largo Caballero, que era Álvaro de Albornoz, no logró ningún apoyo en los restantes grupos políticos, así que hubo de resignarse a seguir el criterio de la mayoría.

En su propio partido, Izquierda Republicana, deseaban que Azaña continuase al frente del Gobierno, por considerar que resultaba imprescindible su autoridad en esos difíciles momentos, dada la firmeza de su carácter. A pesar de todos esos argumentos en contra, que en realidad eran favorables para su trabajo político, Unión Republicana propuso su nombre como candidato, y los integrantes del Frente Popular acordaron el 6 de mayo presentar su candidatura para cubrir la vacante presidencial.

Dos días después Azaña se reunió con los diputados y compromisarios de su partido, para despedirse de ellos y agradecerles que le hubieran designado candidato. Seguro de su elección, hizo una firme promesa, según la crónica aparecida en el diario El Sol al día siguiente: “De mí sé deciros que en la presidencia de la República defenderé el régimen hasta derramar la última gota de mi sangre.” Lo hizo mientras el Ejército leal combatió con alguna esperanza de triunfo a los militares monárquicos sublevados, y solamente dimitió del cargo al saber perdida la guerra y comprobar que los principales países democráticos reconocían a los rebeldes como Gobierno español.

La elección

Aquel 10 de mayo de 1936 amaneció muy soleado en Madrid, ya con el calor propio de la época preveraniega. Las crónicas periodísticas nos permiten participar en el desarrollo de la sesión. En el Palacio de Cristal estaban instalados ventiladores, pero al ser efectivamente de cristal techo y paredes, pese a estar cubiertos, y con tan nutrida concurrencia, el ambiente resultó sofocante. Un panel de cristal del techo se derrumbó y cayó sobre el sector socialista, pero no causó daños personales. Para algunos pareció una premonición de lo que se cernía sobre el partido.

En la pérgola del Palacio de Cristal, al aire libre, se instalaron dos bares, con un total de cuatrocientas mesas y mil sillas. No pararon de servir bocadillos, refrescos y café. Estaban totalmente ocupadas las tribunas de periodistas, diplomáticos e invitados, y sus ocupantes se abanicaban con lo que tenían a mano. No asistió ninguno de los diputados ultraderechistas afiliados a Renovación Española y a la Comunión Tradicionalista, y también faltaron algunos de Acción Popular. En cambio sí estaban presentes los afiliados a la CEDA, con su Jefe Gil Robles al frente.

Eran las 10.50 cuando el presidente de la asamblea mixta, Luis Jiménez de Asúa, como presidente interino de las Cortes, dio comienzo al acto con un discurso muy breve, en el que invitó a los presentes a vitorear a la República, lo que así hicieron todos los de la izquierda, puestos en pie, pero ninguno de la derecha, aunque se levantaron en señal de respeto. A las once empezó la votación, prolongada hasta las 12.20, dando paso al escrutinio.

A las 14 horas Jiménez de Asúa dio lectura al resultado de la votación: asambleístas, 911; votantes, 847. Votos obtenidos: Alejandro Lerroux, uno; Francisco Largo Caballero, uno; Miguel Primo de Rivera, uno; Ramón González Peña, dos; Manuel Azaña, 754; en blanco, 88 papeletas. Al haber obtenido más de la mitad más uno de los votos necesarios, quedó proclamado presidente de la República Española Manuel Azaña Díaz.

Todos los asistentes se pusieron en pie, y los de izquierdas aplaudieron. Se escuchó cantar el Himno de Riego, La Internacional y Els Segadors, y también gritos de ¡UHP! Algunos se burlaban de los votos solitarios alcanzados por los tres diputados, que sin duda fueron autovotos. A González Peña le votó además algún primo. La victoria de Azaña, por consiguiente, resultó espectacular.

El presidente levantó la sesión hasta las 15 horas, y los componentes de la Mesa se trasladaron a la Presidencia del Gobierno, en donde se encontraba Azaña, para darle cuenta de su elección y preguntarle si la aceptaba. Regresaron anunciando que aceptaba el cargo, y a continuación se trasladaron al Palacio Nacional, en la plaza de Oriente, para informar de todo lo sucedido al presidente de la República en funciones, Diego Martínez Barrio.

La promesa

Reanudada la sesión de la asamblea mixta de diputados y compromisarios a las 15.15, el presidente Jiménez de Asúa dio la palabra al secretario, Rodolfo Llopis, para que leyese el acta de la sesión. En ella se comunicaba la aceptación de Azaña para desempeñar la presidencia de la República, añadiendo que “manifestó que ruega a la Mesa de la Asamblea que comunique a ésta que acepta el cargo con que le honra, dispuesto a servir desde él a la República”. Tras ello el presidente declaró disuelta la asamblea. Todos los presentes se pusieron en pie, y los de izquierdas vitorearon a la República y a Azaña, mientras los de derechas guardaban silencio.

Quedaba por cumplir un último procedimiento legal, de modo que a las 16 horas el Consejo de Ministros se reunió por última vez bajo la presidencia de Azaña. Después Azaña se trasladó al Palacio Nacional, en la plaza de Oriente, para presentar formalmente su dimisión y la de su Gobierno ante el presidente en funciones de la República, Martínez Barrio, que la aceptó, como era lógico.

Al día siguiente, el lunes 11 de mayo de 1936, se celebró la solemne ceremonia de prometer su cargo el nuevo presidente. Todos los ministros y los integrantes de la Comisión de Etiqueta del Congreso vestían de frac, excepto el diputado comunista Ignacio Bolívar, que llevaba un traje oscuro de calle. A las 14.30 la Comisión de Etiqueta salió de la Cámara, para dirigirse al domicilio de Azaña, en el número 22 de la calle de Serrano, y acompañarle desde allí al Congreso.

El presidente electo de la República vestía de frac, y llevaba sobre el pecho la banda y el gran collar de la Orden de la República. Todos los escaños se hallaban ocupados, salvo los de Renovación Española y la Comunión Tradicionalista, enemigos declarados de la República, que solamente acudían al Congreso para torpedear las sesiones.

El presidente interino de las Cortes, Luis Jiménez de Asúa, declaró abierta la sesión, y concedió la palabra al secretario, Rodolfo Llopis, para que diese lectura al artículo 72 de la Constitución: “El presidente de la República prometerá ante las Cortes, solemnemente reunidas, fidelidad a la República y a la Constitución. / Prestada esta promesa, se considerará iniciado el nuevo período presidencial.” Invitado a prestar la promesa, declaró Azaña con voz firme: “Prometo solemnemente por mi honor, ante las Cortes, como órgano de la soberanía, servir fielmente a la República, guardar y hacer cumplir la Constitución, conservar sus leyes y consagrar mi actividad de jefe del Estado al servicio de la Constitución y de España.” Le respondió Jiménez de Asúa: “En nombre de las Cortes que os invisten os digo que, si así lo hacéis, la nación os lo premie, y si no, os lo demande.”

Los diputados, puestos en pie, aplaudieron estentóreamente, excepto los pertenecientes a la CEDA. Se escucharon vítores a la República y a Azaña, y también los de ¡UHP! A la salida sonaron clarines, y las bandas de música interpretaron el Himno de Riego.

Se sentaron en un coche Azaña y Jiménez de Asúa, para trasladarse al Palacio Nacional, seguidos por una larga comitiva. Allí esperaba Diego Martínez Barrio, vuelto a su cargo de presidente de las Cortes, quien acompañó al nuevo presidente de la República, el Gobierno en pleno y los altos jefes militares hasta el balcón central, para que desde él contemplasen el desfile de las tropas que cubrieron la carrera.

En palacio se habían empezado a preparar las habitaciones que ocupó en su día la reina madre María Cristina de Habsburgo, para residencia del matrimonio Azaña. Los monárquicos recalcitrantes consideraron el hecho una profanación, y exteriorizaron su protesta, sin más consecuencias. Contiguos a ellas quedaban los salones destinados a reuniones y audiencias, y en la entreplanta inferior todos los ocupados por los funcionarios de su casa particular. El presidente y su esposa se trasladaron a la Quinta del Pardo, en donde iban a alojarse hasta que terminasen las obras de acondicionamiento en palacio.


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