Aporofobia: ¿Rechazo al pobre o rechazo a tomar conciencia de clase?

Aporofobia: ¿Rechazo al pobre o rechazo a tomar conciencia de clase?
/ Judith Bosch:

En los años 90, la filósofa Adela Cortina acuña el término Aporofobia para referirse al rechazo social que sufren millones de personas pobres en todo el mundo. A partir de la visibilización y conceptualización de esta patología social, ella y su equipo de investigación se dedican a desgranarla, tratar de llegar hasta su base y plantear su erradicación como el mayor reto democrático del SXXI. 

¿Rechazo al pobre o temo que mi identidad de clase sea puro humo? ¿Rechazo al pobre o me niego a reconocer mi conciencia de clase? 

En esta serie de artículos cuestionaré la Aporofobia desde su componente estructural y de conciencia de clase - trataré sumar en total cinco artículos, como hice con la temática de mi anterior tribuna - .

¡Así que estrenamos serie! Y para comenzar, como siempre, nos pondremos en situación.

Cuando Adela Cortina acuña el concepto Aporofobia y, para culminar la observación, escribe "Aporofobia, el rechazo al pobre", consigue nombrar y visibilizar una violencia latente e histórica con la que llevamos siglos conviviendo de manera completamente natural. Es parte de nuestra estructura social primigenia, que permite la perpetuación de las opresiones y las desigualdades, por tanto, no hay razón para aislarla ni observarla: "Es normal sentir rechazo hacia los grupos más pobres que el nuestro. Desde nuestra óptica, la pobreza es suciedad, hostilidad, tristeza, decadencia". Antes de continuar, me gustaría hacer un paréntesis para formularte una pregunta: ¿Al leer el anterior texto entrecomillado te han venido a la mente las familias de la Cañada Real o las favelas de Sao Paulo? ¿Te has planteado qué visualizan personas de grupos sociales que están encima del tuyo? Probablemente, de la misma manera y por las mismas razones que te llevan a pensar en chabolas, ellas piensen en los metros que tomamos nosotras, embutidas como si estuviéramos en latas de sardinas. Tal vez piensen en puestos de pollos asados con colas inmensas o en gente sentada a merendar en los parques públicos. Guárdate la respuesta, porque luego la volveremos a plantear.

Así, Adela Cortina y su equipo llegan a la conclusión de que no odiamos a las extranjeras pobres, a las gitanas pobres, a las racializadas pobres, a las discapacitadas pobres… por razones identitarias invariables, sino por la circunstancia de ser pobres, ya que todo ese odio tiende a desaparecer cuando las personas extranjeras, gitanas, racializadas, discapacitadas cambian sus situaciones personales y contribuyen a aumentar el PIB de nuestros países. Dice Cortina: "Hay muchos racistas y xenófobos, pero aporofobos, casi todos".

Llegadas a este punto, me gustaría analizar sobre cuánto de identitario y cuánto de condicional es para nosotras la pobreza.

Hay una línea argumental recurrente en muchos cuentos: la princesa o el príncipe que aparentan ser mendigas, y viven temporalmente bajo el yugo y el maltrato de quienes se cruzan en su camino. De manera súbita, se deshace el hechizo o el malentendido o lo que sea, vuelven a lucir sus galas y todo el mundo se arrodilla a sus pies y se arrepiente de haberlas tratado mal. En esta línea argumental también suele circular alguien que siempre respeta a las protagonistas, independientemente de las circunstancias, y ese alguien queda como un modelo a imitar.

Curiosamente, aunque ese tipo de cuentos sean tan recurrentes como antiguos, el tejido social representativo tiende a rechazar a quien expresa pobreza de recursos: a través de su vestimenta, gestos, modo de vida… Y parece ser plenamente consciente de que esta expresión de pobreza no es circunstancial, sino condición de clase. Igual que la racializada es racializada, la gitana es gitana o la mujer es mujer; la pobre es pobre. No es circunstancia, sino identidad.

Si consideráramos la pobreza como circunstancia, independiente de la identidad de las personas, jamás habría existido ni existiría el término "Nuevos Ricos", para referirse a las personas pobres que, por cambios socioeconómicos de carácter individual, acaban codeándose con los grupos superiores, pero ¡ojo!, siguen siendo pobres porque su clase así les delata.

La conciencia de clase es inherente en nuestra manera de entender la sociedad en la que vivimos y no hay fenómeno que visibilice este hecho con mayor claridad que la aporofobia. ¿Rechazo al pobre o temo que mi identidad de clase sea puro humo? ¿Rechazo al pobre o me niego a reconocer mi conciencia de clase?

Al fin y al cabo: tomar conciencia de clase plenamente y con las inevitables consecuencias es un ejercicio muy duro. Es mirarnos al espejo y palpar nuestras limitaciones y nuestro egoísmo. Es saber que estamos donde estamos porque nos impulsamos en quienes malviven debajo y, obnubilados por los de arriba, no vemos nada, no oímos nada, no decimos nada.

¿Recuerdas lo raro que te resultaba el mundo cuando eras pequeña? ¿Por qué hay ricos y hay pobres, mamá? ¿Nosotros somos ricos o somos pobres? Si haces un ejercicio de honestidad, estoy segura de que coincides conmigo en que cruzabas los dedos bajo la mesa para que mamá te contestara: "somos ricos". Pero mamá solía contestar "no somos ni ricos, ni pobres" y esa respuesta de mamá es uno de los grandes males de la sociedad en la que vivimos.

La aporofobia, igual que tantas patologías sociales que perpetúan el sistema de opresiones y favorece la continuidad de los poderes fácticos, se nutre de nosotras, como una garrapata, desde que somos pequeñas. Y no nos suelta.

Aquí, como en todo, el adultocentrismo que potencian las religiones abrahámicas juega un papel crucial. Las limitaciones adultocentristas nos llevan a aceptar lo indeseable por no poder ser partícipes del cambio. Y, cuando nos queremos dar cuenta, hemos abrazado lo inaceptable como parte inamovible de lo que somos.

Los ojos de mamá temblorosos cuando observaba tu pregunta "somos pobres o somos ricos", aquella recurrente reflexión quinceañera "tendré hijas solo cuando pueda pagárselo todo y darles de todo", aquel temor o aquel orgullo en el primer día de colegio después de las Navidades cuando todas respondíamos a la pregunta "¿Qué te han traído los Reyes?" y, dime la verdad, cruzabas los dedos, como hacías debajo de la mesa para no ser la que menos regalos se hubiera llevado esas fiestas.

Desde pequeñas se nos enseña a rechazar al pobre y, al mismo tiempo, a necesitarlo: mientras haya alguien más pobre que yo, no hay por qué envalentonarse hacia el cambio.

Después de esta necesaria introducción, abordaremos la Aporofobia en la infancia. Será en el próximo artículo que también espero que leas y comentes. Todas juntas creamos opinión y transformación. Súmate a la resistencia.


Fuente → kamchatka.es

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