La II República española fue de las mujeres. Se les dio reconocimiento como personas. Por primera vez en la historia del Estado español, se reconoció el principio de igualdad de derechos entre hombre y mujeres, se aprobó el sufragio femenino y el derecho a ser elegidas como diputadas, se implantó el matrimonio civil y se aprobó el divorcio, se suprimió el delito de adulterio que se aplicaba solo a las mujeres, se sancionó la igualdad en el acceso a los puestos de trabajo, equiparando el salario de las mujeres con el de los hombres, se legalizó el aborto controlado, se abrieron centros de apoyo para prostitutas y madres solteras.
La escolarización de las mujeres y la coeducación hicieron que el analfabetismo femenino descendiera al 37%.
La República entendió y defendió que «todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos». Hizo suyas las palabras de Concepción Arenal, precursora gallega y madre del feminismo español, cuando dijo que «la sociedad no puede en justicia prohibir el ejercicio honrado de sus facultades a la mitad del género humano».
Quedaba mucho por hacer y los logros, aunque grandes, fueron efímeros. El 1 de abril de 1939 se evaporó todo lo conseguido, y habría que esperar más de cuarenta años para recuperar el punto de partida que había significado la conquista del voto en 1931.
Sin duda, la República fue de las mujeres y tal vez por ello la defendieron como bandera de su propia dignidad personal. Muchas se dejaron la vida en el intento.
Es durante el periodo republicano cuando las mujeres se incorporan a la vida política y sindical, bien militando en partidos y/o sindicatos, bien colaborando en prensa política, o dirigiendo asociaciones y sindicatos femeninos.
En 1933 se crea la asociación Mujeres contra el fascismo, impulsada por Dolores Ibárruri. Fue la organización feminista más importante de la época junto con Mujeres Libres y la Unión de Muchachas de las Juventudes Socialistas de España.
Aquellas mujeres plantaron la semilla de lo que somos hoy. Y es a ellas a las que quiero recordar. No hay tiempo ni espacio para todas, así que traeré a la memoria a algunas mujeres gallegas que brillaron con luz propia en ese periodo de esplendor.
En el terreno político las mujeres gallegas no se quedaron atrás. Nombres como Mercedes do Campo, miembro de la Asamblea del Partido Galeguista; Anunciación Casado Atanes, responsable del PCE de Viana do Bolo; Alfaya López y Amanda Rodríguez Guerra, que concurrieron a la elecciones de las Cortes Constituyentes en 1.931, por Vigo y A Coruña, respectivamente; Amparo López Jean, Presidenta de la Agrupación Republicana A Coruña y miembro de la ejecutiva del Partido Galleguista.
En el sindical, Olivia Calvar Lemos y Dolores Blanco Montes, fueron responsables del sindicato anarquista La Reivindicadora, que agrupaba a las mujeres que trabajaban en las conserveras y a las rederas de Adán, Cangas e Hío. También una mujer, Consuelo Rabuñal, ostentó la dirección del sindicato de las cigarreras de A Coruña.
Las Maestras, junto con los maestros, fueron el alma de la Republica. Eran capaces de transformar el mundo, sobre todo cuando impartían la enseñanza en el medio rural. Fueron también la columna vertebral de un sistema democrático cuyo objetivo era modernizar el país y para ello había que educar en igualdad, garantizando el derecho de todos los ciudadanos a una educación pública, gratuita, obligatoria y laica.
Decía Veneranda Manzano, una maestra asturiana: «Soy madre y soy maestra; poseo los dos títulos más nobles que puede ostentar una mujer. En mis entrañas se formaron vidas con sangre de mi sangre; en mi escuela plasmo porvenir en almas infantiles; forjo vidas de carne y de espíritu, madre dos veces. Basta esto para comprender por qué soy republicana. Ser madre significa tener hijos que no deben ser juguete de ningún rey que los zarandee a placer y los mueva como figuras insensibles de plomo; ser maestra es querer la libertad, la igualdad, es estar identificada con el pueblo, vilmente calumniado por los pulpos aristocráticos que tendían sus tentáculos absorbiendo sangre roja y trabajo generoso».
Las maestras gallegas también fueron pioneras y el franquismo se lo hizo pagar caro. No les perdonó la defensa de la libertad femenina. Padecieron la muerte, la cárcel, el destierro y el exilio por comprometerse e implicarse en el proyecto de educación de la República que buscaba formar una nueva ciudadanía.
Entre ellas estaban Josefa García Segret, natural de Tui, condenada por un delito de rebelión militar a la pena de muerte, más tarde conmutada; María Vázquez Suárez, natural de Santiago, acusada de defender la escuela laica y el amor libre, fue fusilada en agosto de 1936 en una playa de Miño; Mercedes Romero Abella, natural de Corcubión y maestra en Monelos, a la que los falangistas violaron, cortaron los pechos y ejecutaron en la Cuesta de la Sal; Concepción González-Mosquera, socialista, cuyo cuerpo fué encontrado sin vida en Riazor en 1936; Ernestina Otero, que pagó por su implicación en la renovación pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza, siendo depurada e inhabilitándola; Elvira Bao Maceiras, natural de A Coruña, republicana y galleguista, encarcelada al inicio de la Guerra y separada definitivamente de la enseñanza; Placeres Castellanos Pan, que además de maestra actuó como enfermera con el Socorro Rojo. Se exilió en Francia y se incorporó como guerrillera de enlace de la III Brigada de Guerrilleros de las fuerza FFI (Fuerzas Francesas del Interior). El franquismo acabó con la vida de su marido, Víctor Fraiz y su hijo en 1936.
Las mujeres de la República lucharon para conquistar el sitio que les correspondía en una sociedad entre iguales. Y no dudaron cuando el golpe de estado fascista quiso arrebatarles los logros conseguidos.
Hubo mujeres que se unieron a las Milicias Galegas pasando a formar parte del Ejército Popular de la República, como Marciana Pimentel, Esperanza Rodríguez Gómez, Paulina Rodríguez, o Enriqueta Otero Blanco, también maestra, secretaria de Dolores Ibárruri durante la guerra española y la más conocida sobreviviente de la guerrilla antifranquista gallega.
Decía Dosis Lessing que «las rebeldes saben de qué están hechos los premios y rechazan los mendrugos que lanza la mano del opresor». Las mujeres que defendieron la legalidad republicana fueron perseguidas, torturadas, violadas, encarceladas, inhabilitadas, fusiladas. Una parte partieron hacia un exilio sin retorno en la mayoría de los casos.
De 1936 a 1939 más de 350 mujeres gallegas fueron procesadas. De ellas, 77 fueron asesinadas. Solo dos de estas últimas tuvieron un simulacro de proceso judicial.
La represión abarcó a toda la población femenina, desde intelectuales como Juana Capdevielle, bibliotecaria asesinada en agosto de 1936 cuando estaba embarazada o María Brey Mariño, la tía roja de Rajoy, una mujer olvidada a pesar de su incansable trabajo a favor de la cultura y cuyo delito fué ser republicana. También se extendió a mujeres del ámbito rural como Pilar Fernández Seijas o Josefa Barreiro. Bastaba una militancia política o la pertenencia a cualquier sindicato durante la República para acabar con sus vidas, como Carmen Pesqueira Domínguez, «A Capirota».
Sus cadáveres eran expuestos a la vista pública en carreteras, playas y caminos, como ocurrió con Anunciación Casado Antares, cuyo cadáver fue trasladado por los vecinos en un carro hasta el cementerio. Otras, ante el temor de la represión fascista optaron por el suicidio, como Carmen de Miguel Agra, que formó parte del suicidio colectivo del bou Eva.
Fueron tantas las que permanecen en el dolorido recuerdo, como Amada García, aferrada a su pequeño hijo de tres meses más que a su propia vida antes de ser fusilada en el muro del Castillo de San Felipe; como Rosario Hernández «La Calesa», vendedora de periódicos en Vigo, secuestrada, violada, torturada, mutilada y asesinada en un cuartel de Falange. Los asesinos la llevaron cerca de las Islas Cíes, donde fue fondeada bajo una plancha de hierro; como Mercedes Núñez Targa, militante comunista, miembro de la resistencia francesa que sobrevivió al infierno de Ravensbrück; como Ángela Iglesias Rebollar, protestante de A Guarda, asesinada junto a su marido bajo la acusación de refugiar a huidos.
Cómo no recordar también a aquellas valientes mujeres que formaron parte de la guerrilla, que no dudaron en tomar las armas y echarse al monte y también a las que realizaron una tarea imprescindible como colaboradoras en la clandestinidad de los maquis que habitaban los montes de Galicia. Ellas fueron la columna vertebral de la guerrilla antifranquista. Nombres como Consuelo Rodríguez López, “Chelo”, integrante del primer grupo organizado de guerrilleros que surgió en España; su hermana Antonia, enlace y combatiente de la guerrilla; Clarisa Rodríguez, enlace de la zona de Meira, que cuando se la llevaron para interrogarla estaba embarazada y días después su cadáver apareció en una cuneta con signos de haber sido violada; Carmen Jerez, que murió también embarazada. Los falangistas la sacaron de su casa en 1944, la violaron durante meses, y después le dieron muerte a tiros; Enriqueta Otero Blanco, maestra y comandante del EPR, participó en la vertebración de la resistencia, condenada a la pena de muerte, que conmutada la hizo permanecer casi veinte años entre rejas; Carmen Fernández Seguín, mujer y madre de guerrillero, enlace de la guerrilla antifranquista, encarcelada durante trece años.
Hay más, muchas más, como Urania Mella, María Teresa Alvajar, Joaquina Dorado, María Miramontes… La lista sería interminable. Mujeres que florecieron con la República, que lucharon en favor de los derechos de las mujeres, de la libertad y la justicia. Mujeres que defendieron a la República.
El franquismo borró su historia, la transición cubrió sus vidas con un velo de indiferencia e impunidad. La Ley de la Memoria Histórica aprobada en el año 2005, se olvidó todas las mujeres, pues no fueron incluidas como víctimas de la represión. Se olvidaron de la múltiple violencia ejercida contra ellas.
Nosotros hoy y siempre, estamos obligados a recuperar su Memoria y a que ésta perdure entre las generaciones venideras.
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