Maestras por el mundo, la estela que la Segunda República dejó

La educación como ámbito de construcción de ciudadanía expresó mejor que ningún otro espacio el proceso político renovador que comenzó en España en 1931, dice a Ñ la historiadora Carmen de la Guardia.

Maestras por el mundo, la estela que la Segunda República dejó
Débora Campos
 
Entre una monarquía en decadencia y una dictadura salvaje, la II República española floreció entre el 14 de abril de 1931 y el 1 de abril de 1939 (con el cierre formal de la Guerra Civil) como un período democrático en el que toda libertad parecía posible. Sin embargo, más que en el ámbito político fue en las escuelas que aquel proceso concentró las más firmes directrices de su ideario, según explica la historiadora Carmen de la Guardia Herrero, docente del Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid y directora asociada del programa de estudios graduados de la School of Spanish de Middlebury College en Estados Unidos. Una generación de mujeres que abrazaron el magisterio y que, en sus clases, construyeron no solo una nueva manera de ser ciudadano del mundo sino, además, una renovada manera de ser mujer.

Más que en el ámbito político fue en las escuelas que la Segunda República concentró las más firmes directrices de su ideario, según explica la historiadora Carmen de la Guardia Herrero.

Caótica y contradictoria por momentos, la II República se basaba en la igualdad cívica de la población española; la eliminación de la religión de la vida política; el reconocimiento del matrimonio civil y el divorcio; la elección de todos los cargos públicos sin aristocracias de ninguna clase; y la implementación del sufragio universal (también femenino desde las elecciones de 1933). Estas consideraciones generales tuvieron para las mujeres un sentido revolucionario inédito en España: “Las maestras republicanas, como la mayoría de mujeres modernas, se comprometieron y lucharon de forma radical, y a veces diferente a como lo hicieron sus compañeros varones, por la efectividad de las nuevas leyes. Para ellas el acceso a la ciudadanía civil supuso un cambio personal profundo. Tener la libertad de decidir y de ejecutar esas decisiones que atravesaban lo privado, pero también lo profesional y lo político, fue una experiencia personal nueva y profunda para todas las mujeres”, explica la historiadora De la Guardia Herrero en su libro Las maestras republicanas en el exilio, un volumen que reconstruye la génesis pero también la destrucción y el éxodo de esas pedagogas que desparramaron por el mundo ese ideario. Desde su despacho en la Universidad Autónoma y justo a punto de entrar a impartir una clase a estudiantes de Antropología, sobre “Género en las sociedades contemporáneas”, la académica responde las preguntas de Ñ por correo electrónico.

–¿En qué sentido esas maestras concentran los ejes políticos pero también sociales de la II República?

–Las mujeres que nacieron en los últimos años del siglo XIX y primeras décadas del XX vivieron unos cambios asombrosos y se comprometieron con ellos. Las mujeres históricamente habían sido privadas de la ciudadanía civil, es decir de aquellos derechos que les posibilitaban el ejercicio de la libertad individual y tampoco tenían derechos políticos, la capacidad de ser electoras o elegibles en las elecciones y muchas de ellas se movilizaron para conseguirlos. Durante los dos primeros años tras proclamarse la II República, las reformas encaminadas a las modernización de España se sucedieron. En la Constitución española de 1931 las mujeres por primera vez en la historia de España fueron ciudadanas. Tuvieron derechos políticos pero sobre todo tuvieron los derechos civiles que les permitieron apropiarse de su destino. Así pudieron decidir qué querían estudiar, administrar sus bienes, comprar, cerrar contratos, elegir en dónde vivir, en definitiva pudieron ser. Y por eso esta generación de mujeres, que conocemos como mujeres modernas se comprometieron tanto con la Segunda República. Llenaron las calles, se liberaron, estudiaron y trabajaron. Fueron mucho más libres. También la república se esforzó por mejorar la educación de todos y de todas. Para poder elegir, para disfrutar de los nuevos derechos la formación, la educación era imprescindible. Fue la república de los maestros.

En la Constitución española de 1931 las mujeres por primera vez en la historia de España fueron ciudadanas. Tuvieron derechos políticos pero sobre todo tuvieron los derechos civiles que les permitieron apropiarse de su destino.

Carmen de la Guardia. Catedrática de la Universidad Autónoma de Madrid y autora de Las maestras republicanas en el exilio.

–¿Cómo es posible que un proceso político tan notable, y el rol de las mujeres en él, no haya sido suficientemente estudiado?

–A veces, la historia es olvidadiza pero este caso no es un caso de olvido. La victoria de los sublevados liderados por Franco en la Guerra Civil española mantuvo la feroz represión sobre aquellos que se habían mantenido fieles al régimen republicano. Se suprimieron las libertades y se impuso una verdad moldeada y única que seguía un relato creado por la propia dictadura para su supervivencia. Todos nosotros, los que fuimos niños en los últimos años de la dictadura, asistimos a la escuela nacional católica y leímos y vimos solo aquello que la inmensa censura de la dictadura permitía que se mostrase. Ha sido y es difícil recuperar la memoria. España tuvo una transición hacia la democracia difícil y seguimos teniendo una asignatura pendiente con nuestro pasado pero sobre todo con aquellos que lo habitaron y que se comprometieron por un futuro mejor para todos. La maestras republicanas lucharon para conseguirlo y merecen ser conocidas y nombradas.

Los maestros y maestras, eran como se señala en el propio subtítulo del libro “como una luz que se prende”, que se enciende, dice la autora Carmen de la Guardia.

–Si bien el franquismo fue impiadoso con todo lo anterior, las maestras republicanas fueron, tal vez, víctimas sobre las que se encarnizaron especialmente. ¿Por qué?

–Los maestros y maestras, eran como se señala en el propio subtítulo del libro “como una luz que se prende”, que se enciende. Esa es una frase bellísima de una de ellas. Estas mujeres jóvenes que habían visto reconocidos sus derechos, que tenían por primera vez en la historia la capacidad de elegir, de ser, consideraron, como la mayoría de los políticos republicanos, que para ser libre, para crecer, para decidir, el acceso a la educación era imprescindible. La Segunda República afrontó muchas reformas pero la reforma de la educación fue la más impresionante. España era un país con una tasa de analfabetismo muy alta, con unas diferencias entre el campo y la ciudad atroces y el gobierno republicano lo sabía. En sus reformas quiso crear un escuela libre, laica y gratuita. Que diera oportunidad a todas y a todos de ser aquello que quisieran ser. Con métodos pedagógicos activos en donde el niño pasase a ser el protagonista y no el maestro. Impulsaron una educación activa que transformó al alumno, a esa niña o a ese niño pasivo que solo atendía al maestro, en un estudiante activo. Era una reforma, la de la educación, imprescindible si se quería contar con ciudadanos libres. Para llevar a cabo ese nuevo proyecto contó con el apoyo incondicional de muchos maestros y maestras y también se comprometió en formar a más. Los maestros fueron un gran apoyo y hasta el motor de las reformas educativas republicanas. Y Franco lo sabía. Un ciudadano, un hombre, una mujer libre es el gran enemigo de las dictaduras. Y ellos, los dictadores que quieren imponer una sola forma de pensar y de ser, que temen a la diferencia, querían y quieren controlar las escuelas. La depuración de los maestros y las maestras fue radical. La pena de muerte, la prisión, los castigos ejemplares y en los casos menos comprometidos la pérdida de la profesión fue algo habitual ente aquellos maestros que apoyaron (o que la dictadura lo consideró)a la escuela republicana. Muchos pudieron irse antes de la llegada del dictador y partieron al exilio.

–A Francia. A México. A los Estados Unidos y al norte de África. Los destinos del exilio fueron muchos. ¿En qué sentido han dejado en EE. UU. alguna huella las maestras republicanas?

–Las mujeres que se exiliaron hacia Estados Unidos la mayoría fueron maestras y muchas graduadas universitarias. No fue casualidad porque se había tejido una red de mujeres modernas transnacional. Compartían muchas cosas. Todas estaban iniciando su caminar por parcelas que les habían sido vedadas como el acceso a la educación universitaria y al ejercicio después de diferentes profesiones. Eran caminos difíciles que recorrían sin modelos y preferían hacerlo de la mano, juntas, apoyándose. Mujeres como la malagueña Victoria Kent; la que fue su compañera, la estadounidense Louise Crane; las argentinas Victoria Ocampo, que tantas veces pronunció conferencias en Madrid, o Norah Borges, excelente pintora; la escritora chilena Gabriela Mistral fueron entre sí grandes amigas. Se ayudaron mucho en tiempos difíciles. Se comprometieron con las republicanas españolas y lucharon por facilitar su vida en los países de acogida. En el caso de Estados Unidos las mujeres españolas fueron muy bien recibidas en los Colleges de mujeres en dónde trabajaban sus amigas, las modernas estadounidenses. Y allí iniciaron su caminar. Fue duro. Muchas no hablaban inglés, o no vieron reconocidos sus títulos universitarios de científicas o de abogadas y debieron transformarse. En los veranos, en un pequeño College del estado de Vermont, en Middlebury College que fue refugio de los exiliados españoles, mientras deban clases de conversación de español a cambio pudieron cursar una maestría y un doctorado en estudios hispánicos. Al tener otras profesiones de partida revolucionaron y enriquecieron la forma de enseñar y de concebir la cultura hispana. La memoria de esta generación de mujeres inteligentes y valientes muchas de ellas republicanas española exiliadas sí permanece entre sus discípulos que coinciden al afirmar que sus obras y sus clases tuvieron un inmenso interés por su mirada interdisciplinar.

–También hubo maestras que llegaron a la Argentina. ¿Qué rol jugó la escritora Victoria Ocampo en aquel momento?

–La Argentina era uno de los sitios más queridos por el exilio español y sobre todo por las mujeres exiliadas. Muchas de las modernas que buscaban el anonimato y la libertad de las grandes ciudades habían viajado solas y trabajado en Buenos Aires antes del estallido de la Guerra. Fue el caso de la escritora y traductora Consuelo Berges o de la poeta Concha Méndez que recuerdan en sus escritos esos años como extraordinarios. Allí se relacionaron con modernas argentinas estableciendo lazos de por vida. Victoria Ocampo les ayudó siempre. Fue ejemplar el cuidado y el afecto que mostró con la antigua directora de la Residencia de Señoritas María de Maeztu. Además las puertas de la revista y de la editorial Sur que dirigía Victoria Ocampo, estuvieron siempre abiertas para los trabajos de estas republicanas. Allí vio la luz por primera vez el libro de memorias de Victoria Kent, Cuatro años de mi vida, publicado en 1947. Escritas desde un escondite clandestino en el que había tenido que ocultarse Victoria Kent por estar perseguida por la Gestapo en los años de la Francia ocupada, esas memorias son una excelente reflexión sobre la libertad frente a la sumisión que habían impresionado a su amiga argentina Victoria Ocampo.

 Victoria Ocampo les ayudó siempre. Fue ejemplar el cuidado y el afecto que mostró con la antigua directora de la Residencia de Señoritas María de Maeztu. Además las puertas de la revista y de la editorial Sur estuvieron siempre abiertas para los trabajos de estas republicanas. 

–¿Qué se perdió España en materia educativa y social, con la represión y el exilio de estas mujeres modernas, muchas de esas maestras?

–Se perdió mucho. Se truncó un proceso que buscaba la libertad de todos. La capacidad de elegir, de ser. Nos privamos de la libertad y la diversidad que confiere la ciudadanía pensada, buscada y debatida. Siempre que pienso en el franquismo las imágenes son de oscuridad, de un silencio no elegido. Se veía esa presencia omnímoda de aquellos que apoyaron al régimen y que siguieron sus consignas. Y frente a ellos ese silencio triste que tanto significaba.


Fuente → clarin.com

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