La ofensiva de las derechas

La ofensiva de las derechas
Albert Recio Andreu

I

Estamos ante una ofensiva de las dos derechas: la madrileña y la catalana. Díaz Ayuso ha practicado una jugada clásica de judo, utilizar una ofensiva del rival (aunque fuera en Murcia) para tratar de derribarlo. Lo que un día parecía una jugada maestra de la dirección del PSOE —echar al PP de Murcia y abrir la posibilidad de contar con un aliado a su derecha a la vez que presionar a Unidos Podemos— se convirtió en pocas horas en una respuesta contundente: compra de tránsfugas en Murcia (algo que queda feo pero que a la derecha le trae al pairo) y convocatoria de elecciones en Madrid con el objetivo de obtener mayoría absoluta y liquidar a Ciudadanos. Si alguien tiene una responsabilidad política de este desaguisado es la dirección del PSOE: pactaron con gente poco fiable en Murcia y no hicieron buena oposición, ni mucho menos tenían preparadas unas elecciones que les han cogido por sorpresa. Ahora hay más posibilidades que la derecha salga reforzada en Madrid, con un claro perfil trumpista y con una alianza con Vox a la que le concederá alguna de sus demandas reaccionarias. 

En Catalunya la situación tiene otras características. La derecha nacionalista perdió las elecciones. Pero por poco, y desangrada por su ruptura con PDECat. Es una derecha largo tiempo hegemónica, que controla gran parte del poder público (Generalitat, poder local) y que maneja como nadie las teclas en cuestión de sentimientos e identidades (lo que también explica su capacidad de influencia sobre la izquierdista CUP). Huele sangre y no está dispuesta a ceder el poder a los advenedizos de ERC, ni a facilitar las cosas a la izquierda en Catalunya o en España. De momento, ya ha tumbado dos veces la investidura de Pere Aragonés, al que le trata de imponer condiciones leoninas, como el control externo de la Consell per la Republica (bajo control de Puigdemont y sus aliados de la ANC) o la obligación de votar siempre juntos en el parlamento español (en la práctica, supeditar toda la estrategia política de ERC). O a estos les flaquean las piernas y ceden o, como sugerí en mi anterior nota, volveremos a ir a elecciones si las encuestas le dan a Junts posibilidades de victoria. Hay un elemento, más allá de su posicionamiento ideológico, que explica la incapacidad de ERC de desmarcarse: sabe por experiencia que parte de su electorado cambia el voto cuando ERC se acerca demasiado a la izquierda y se desmarca del eje nacional. La perversidad de la situación no sólo está en las élites políticas, también en una base social acrítica con el discurso procesista. Mientras, el país parado. De hecho, desde los recortes del primer Gobierno de Artur Mas, la política de la Generalitat ha brillado por su ausencia. Son especialistas en aprobar leyes que después no se cumplen (como la de la Renta Garantida) y de justificar su inacción acusando a Madrid de todos sus males El bloqueo es otra variante de política reaccionaria, palpable en la ausencia de buenas políticas sociales, de vivienda, de medio ambiente. Una variante que en Catalunya dura más de diez años. La otra derecha, la del PP y Vox, juega aquí un papel secundario, aunque alguna de sus iniciativas reaccionarias puede tener efectos letales en algunos barrios y poblaciones. A escala general, sin embargo, no son decisivos. 

II

La cuestión importante reside en cómo la izquierda aborda este envite. Hablar de la izquierda es ya de por sí complicado. Es más un espacio que una propuesta coherente. En ambos territorios, el espacio que se presume de izquierdas está fragmentado; en tres fuerzas en el caso de Madrid (PSOE, Más Madrid y Unidas Podemos), y en cuatro en Catalunya (PSC, Comuns, ERC y CUP), que a su vez están divididos por la cuestión nacionalista. Es obvio que hay notables diferencias en cada una de estas fuerzas (y también en el interior de las mismas), lo que no sólo dificulta acuerdos, sino que también complica los debates sobre pactos y coaliciones que son inevitables para obtener gobiernos. Esto es especialmente importante en Catalunya, por la mayor fragmentación y por la importancia del tema nacional, pero con menor dramatismo es también extrapolable a otras partes. Muestra de ello es la respuesta de Más Madrid y PSOE a la propuesta inicial de Pablo Iglesias. Yo también creo que el PSOE, o el PSC, están muy escorados a la derecha, que tienen muchos lazos con los poderes económicos (o con la monarquía), y que muchos de sus dirigentes y cuadros participan de ideas muy viejas y conservadoras. Pero encuentro objeciones parecidas o de otro tipo cuando analizo a la izquierda nacionalista (además del papel que conceden a los temas identitarios y a la independencia). Incluso, en el seno de Comuns existen diferencias notables cuando se abordan temas como el modelo de desarrollo económico, las relaciones con los movimientos sociales, etc. 

Estamos inmersos en un magma donde pululan las ideas y los proyectos contrapuestos. Siempre es fácil encontrar razones para el sectarismo. Pero, a menudo, no hay otra opción que adaptarse, elegir lo menos malo, tratar que la opción escogida dé los mejores resultados, y desarrollar estrategias a muchos niveles —dentro y fuera de las instituciones, en partidos, movimientos sociales, iniciativas político-culturales— para ayudar a que los procesos mejoren la situación. Ni hay una receta sencilla, ni ninguna de las disponibles está exenta de problemas. Y toda estrategia debe incorporar una permanente revisión de sí misma para facilitar ajustes y rectificaciones cuando sea necesario. El trabajo político transformador en los tiempos presentes es complicado, requiere gente con visión amplia, capacidad autocrítica y disposición a trabajar con la complejidad. Quizás demasiado para lo que la gente es capaz de dar, y los modelos organizativos de posibilitar. La historia de los partidos y organizaciones de izquierda está tachonada de brutalidades, sectarismos, respuestas inadecuadas. Pero sería deseable siempre trabajar por minimizarlas y modularlas. 

Esto es especialmente relevante en el momento que nos enfrentamos a una brutal ofensiva de la derecha trumpista en su versión madrileña y catalana, donde el primer objetivo debe ser parar su avance y revertir el daño social que provoca. Creo que tanto la propuesta de Unidos Podemos en Madrid, como la de En Comú Podem en Catalunya van en esta dirección, aunque tienen bastantes números de que no van a alcanzar sus objetivos. 

III

Que las propuestas de PP, Vox y Junts contienen muchos elementos de derechistas es obvio (aunque lo de Junts es más complejo, pues incluye un disfraz de izquierdas más sofisticado). Pero se trata de una nueva extrema derecha que opera con códigos y pulsiones distintas de la vieja derecha fascista. Por eso, extrapolar mecánicamente experiencias del pasado puede facilitar su expansión. Excepto el sector más rancio de Vox, aquí no hay apelaciones a la gloria nacional, al imperio; por no haber no hay ni una gran presencia militarista. El racismo y la xenofobia son presentados en clave defensiva: la supuesta “invasión” de extracomunitarios, uno elemento que conecta directamente con los miedos y los prejuicios de demasiada gente. (En el caso catalán a esto se añade la cuestión lingüística). Pero gran parte del ideario de la nueva extrema derecha tiene menos que ver con el “gran estado” del fascismo tradicional y mucho más con “el derecho de lo privado, de la familia” a hacer lo que se le antoje: educación, sanidad, consumo, propiedad, impuestos (una cuestión crucial tanto para Díaz Ayuso como para Junts), regulaciones, etc. 

Estamos, por tanto, ante una nueva derecha anti-igualitaria que en parte se ha activado con los avances del ecologismo y el feminismo. Que se basa tanto en valores “viejos” como la familia patriarcal y la nación cerrada en sí misma, cómo en otros “nuevos” cómo el consumismo irresponsable y la acumulación de riqueza sin escrúpulos. Y, por eso, combatirla desde una óptica frentista tradicional puede resultar inadecuado. Lo explico con un ejemplo: hace un par de años en el barrio tuvimos que hacer frente a la agresión racista de la extrema derecha (y el apoyo de algunos vecinos) a la comunidad islámica. Algunos grupos antifascistas proponían crear piquetes de autodefensa. El único día que organizamos una cadena de protección pudimos comprobar que además de nuestra debilidad para enfrentarnos a grupos violentos, perdíamos legitimidad ante gran parte del vecindario que traducía la situación como un enfrentamiento entre bandos, ajeno al resto. A la larga fue mucho más fructífera un trabajo de hablar con mucha gente (tuvimos el apoyo de una unidad de educadores sociales especializada en conflictos) y la presión sobre las instituciones (especialmente la fiscalía) para resolver el conflicto, aislar a los fascistas y restablecer la concordia. No todas las situaciones son iguales, pero sugiero que la vía del enfrentamiento cuerpo a cuerpo es inadecuada. 

Parar estas ofensivas pasa por un trabajo político, pedagógico, participativo en defensa de lo colectivo, de las regulaciones adecuadas, de los derechos y deberes. Y por una feroz y argumentada crítica de los efectos de las políticas de esta derecha reaccionaria que ha sumido a Madrid y Catalunya en graves problemas sanitarios, sociales y ecológicos a los que la derecha no tiene ninguna respuesta efectiva que dar. Y falta desmontar con argumentos las falacias de sus lógicas, la del procés y la del Madrid contra el mundo. No es fácil en campaña electoral, donde los elementos emocionales juegan un papel crucial; en un contexto, además, donde gran parte de las clases trabajadoras han experimentado un largo proceso de despolitización que las lleva a caer en una desmovilización electoral pronunciada (otra parte ni siquiera tiene derechos para participar). Por eso, la capacidad de reacción a corto plazo puede ser insuficiente. Y por eso esta nueva izquierda que ha alcanzado algunos buenos resultados basándose en el tirón electoral de algunas personalidades, como Pablo Iglesias y Ada Colau, está obligada a revisar sus modelos organizativos y sus propuestas.


Fuente →  mientrastanto.org

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