La libertad conduce al comunismo

La libertad conduce al comunismo 

Tomemos la película Marty, de 1955 y premiada con varios Óscars, como punto de partida para reflexionar sobre la libertad, el comunismo y, en definitiva, el orden social.

Antes de nada, contextualicemos; Marty, 34 años; en el punto de mira por saltarse una convención social elemental; sigue soltero y con pocas perspectivas de contraer matrimonio.

Tanto en la trama de la película, como en la sociedad actual, ninguna regla jurídica obliga a nadie a casarse. Sin embargo, otras fuerzas no escritas, tan abstractas como envolventes, juegan y ejercen presiones incluso más poderosas; se trata, en suma, de fuerzas ambientales o sociales que limitan el ejercicio de la libertad y desembocan en formas caricaturizadas de comunismo.

No entraremos a valorar si la realidad es una construcción de tipo social o si realmente se produce por una consecuencia biológica o acaso por una mezcla de ambas; en esta reflexión nos interesa tratar la libertad, y, por contraposición a esta -en un ejercicio de mero reduccionismo y simplismo- el comunismo.

No obstante, para no alejarnos de los escenarios modernos abordaremos el análisis de Marty desde una perspectiva igualmente absurda, simple y reducida.

Marty, el protagonista de la película, es el máximo exponente de la libertad, una libertad metafórica que se materializa en la decisión de permanecer soltero, esto es, aislado del canon y el criterio masivo que representa el comunismo, es decir, sociedades estrictamente igualitarias que defienden a ultranza la homogeneidad, que persiguen las diferencias y que impiden, en última instancia, las disidencias.

Tenéis que estar entendiendo todo esto a la perfección porque lo estamos explicando desde el mismísimo corazón del imaginario colectivo donde radica la esencia de la supuesta antítesis entre “libertad” y “comunismo”.

Siguiendo y reforzando la idea: Marty, es el ideal de la libertad. La sociedad, es el ideal del comunismo.

Y esto es básicamente todo. ¿Quieres, tienes o puedes ejercer la libertad para algo tan aparentemente básico como es decidir -en uno de los alardes más elementalmente vitales y personales- contraer o no matrimonio?

¿Sí? Seamos honestos. ¿Hasta dónde llega realmente la libertad de la que disponemos? ¿Disponemos de libertad absoluta como individuos para, más allá de este primer ejemplo, decidir la profesión, la vivienda, el número de hijos, el país de residencia o la calidad de vida esperada?

Más allá aún de la libertad individual, ¿los países tienen la capacidad o la soberanía para decidir unilateralmente sus barreras fronterizas, sus industrias productivas o sus niveles de renta per cápita, por poner otros cuantos ejemplos?

Todo este círculo queda reducido, para muchos, a una sola variable explicativa, esto es, el esfuerzo, el sacrificio o la voluntad de lucha y perseverancia.

Y en esta misma línea, muchos también arguyen que en democracia estas variables explicativas conducen al éxito, a la consecución de objetivos y metas individuales -¿supranacionales?-, en mucha mayor probabilidad o grado de lo que en el comunismo sería posible, y que, por lo tanto, es finalmente obvio qué sistema permite y materializa la idea soñada de la libertad.

Pero volvamos al ejemplo de Marty, un individuo que en última instancia debe renunciar al ejercicio de su libertad individual por imposición social -y religiosa- de una forma de gobierno democrática. Un individuo que acaba satisfaciendo las necesidades de unos entes abstractos, sociales o comunitarios, por delante de las suyas propias. ¡Como tantísimas veces ocurre en el escenario idílico de la democracia liberal, donde prácticamente todo, ¡todo!, es la derrota del individuo frente al caricaturizado monstruo comunista!

¿Acaso en las actuales sociedades se encuentran, pongamos tan solo, el 25% de sus individuos en las profesiones o en los niveles de status, confort o riqueza que en el ejercicio de su libertad desearían? ¿O es tal vez esa cosa denominada “mercado” la que determina finalmente el equilibrio? ¿Esa cosa cuyo significado vinculamos, oh, vaya casualidad, a algo invisible, independiente, científico, incluso, podríamos decir, “divino”?

¿Y acaso por razón de ese mismo mercado observamos, por poner otro ejemplo, tantísimos denominados falsos autónomos repartiendo pizzas, hamburguesas y comida basura en patinetes y demás medios de transporte precarios en el pleno ejercicio de su libertad individual? ¡No, no y no, aunque muchos de ellos estén convencidos de lo contrario por vivir en sociedades y en formas de gobierno democrático manipuladas hasta la saciedad!

Manipuladas, en primera instancia, por un número reducidísimo de ideólogos o tiranos que se esconden tras las cortinas de cualquier artificio académico-conceptual como “mercado”. Y esta afirmación ya constituiría por sí sola un argumento más que suficiente para arrancar el apelativo de “democráticas” a las sociedades actuales.

Mas sucede que, en una segunda instancia, y en un ejercicio simultáneo de crueldad e inteligencia máximas, “la sociedad”, otro artificio conceptual que no significa otra cosa que la agregación masiva de individuos, se auto-manipula para producir la legitimidad, en complicidad inconsciente con los verdaderos manipuladores, de una aparente y supuesta forma de democracia liberal, cuya estructura interior está revestida, precisamente, de aquellos mismos atributos vilipendiados del comunismo.

Así de claro. Pero en los 90 minutos que dura Marty se entenderá mejor.


Fuente → elcaptor.com

banner distribuidora