La guerra oculta de Antoni Campañà


El Museo Nacional d’Art de Catalunya expone las imágenes del conflicto captadas por el fotógrafo catalán. Las fotografías permanecieron escondidas durante décadas hasta que la familia del autor las encontró fortuitamente en 2018

La guerra oculta de Antoni Campañà
Guillermo Martínez
 

La memoria se esconde entre el desconocimiento, el olvido y el miedo. Las generaciones venideras de aquellos que vivieron la contienda española más cruenta del siglo XX van sacando, poco a poco y del baúl de lo no recordado, miradas de una época en la que confluyó el horror, la miseria y el autoritarismo que pisotearon años repletos de fulgor y pasión. Así sucede con Toni Monné, nieto del fotógrafo catalán Antoni Campañà. Republicano y católico, el trauma de la guerra supuso para él años de silencio sobre su material gráfico.

Cinco mil negativos aparecieron en una caja olvidada, escondida por el fotógrafo, cansado de que ambos bandos usaran el material para sus propios fines. “Lo que define a mi abuelo es que hacía muchas cosas a la vez, siempre tenía un proyecto nuevo en la cabeza antes de terminar otro”, empieza a relatar Monné. Campañà, una persona con genio y carácter, conseguía que en sus instantáneas documentales de la Guerra Civil también confluyeran sus raíces más artísticas. Leica al hombro, sus disparos fueron los más castigados tras el conflicto bélico. Fotografiaba el instante, el detalle, con encuadres novedosos que acababan ilustrando estampas de La Vanguardia o de la CNT.

“Estábamos revisando los muebles y objetos de la antigua tienda de fotografía de mi abuelo cuando apareció una caja de madera muy grande donde había cientos de fotografías. Debajo de esas fotos, que eran de gente que nunca fue a recogerlas, vi con mi tío que al fondo había unas cajas rojas con más negativos”, relata Monné. Pero todo tiene su historia: “Cuando el franquismo publicó en el BOE que todas aquellas personas que tenían material fotográfico de la contienda estaban obligados a presentar sus archivos, Campañà los depositó en el Archivo Mas”.

Sin título [Comedor para pobres], Casino de Sant Sebastià, Barceloneta, Barcelona, 1936. | Antoni Campañà (Arxiu Campañà)

Y aquí entra una de las peores consecuencias del silencio, la posterior especulación, la imposibilidad de llegar a la certeza: “Imagino que mi abuelo reclamó sus fotos porque en 1943 algunas de ellas se publican sin firmar en un libro llamado El horror rojo en Barcelona. Es posible que eso no le gustara y que el franquismo utilizara las instantáneas para identificar a ciertas personas, así que probablemente esa fue la causa por la que recogió el archivo que guardó en su tienda”.

Imaginación, posibilidad, probabilidad. Todo en el aire. Lo único seguro es que Campañà guardó los 5.000 negativos sin decírselo a nadie, ni siquiera a su familia. “Él no destruyó nada pero tampoco lo dijo, así que lo correcto sería afirmar que no quiso enseñarlas”, agrega el nieto del fotorreportero. Ni siquiera una vez superada la Transición Campañà sacó a la luz su tesoro. Fallecido en 1989, todas las fotografías sobre el bando franquista sí que estaban donde debían estar. Esas no eran peligrosas para la dictadura.

La Guerra Civil, el trauma

La CNT le pagaba mejor que La Vanguardia, pero también trabajaba para medios internacionales. Desde milicianos anarquistas sonrientes los primeros días de la revolución social y la Guerra Civil en Catalunya hasta la destrucción y las consecuencias de los bombardeos. La caja roja, el libro publicado por la editorial comanegra sobre la inmortalidad que Compañà aportó a la Guerra Civil, recoge instantáneas que ayudan a explicar la contienda: “Ese libro nos hace ver cómo nos han explicado muy mal el conflicto, y sigue siendo un trauma mal gestionado. Nos han dicho que fue una cosa de negro o blanco, pero no, no era así en ninguno de los dos bandos”, explica Monné.

Sin título [Regreso de Lluís Companys], 1 de marzo de 1936. | Antoni Campañà (Arxiu Campañà)

“Los matices de las instantáneas, su complejidad, la mirada del fotógrafo que presencia cómo una sociedad cae, el orden establecido se deshace y da comienzo una especie de caos frenético es lo que vivió Campañà. El sufrimiento de la población civil, fijarse en aquello que para otros pasaba desapercibido es lo que hacía mi abuelo”, expresa el nieto del fotógrafo. En La caja roja se aprecian sus palabras. La editorial ha logrado confeccionar un volumen que da una vívida visión de lo que el ojo de Campañà observó a través de la mirilla de su Leica.

El antes y el después se conjugan en el ‘A veces, el espejo ofende’, el título del capítulo donde pasado y presente entran en acción. Mismos edificios, lugares, enclaves; distintos mensajes. Del Hotel Colón en la plaza de Catalunya luciendo los retratos de Lenin y Stalin en el 36 a dar la bienvenida a un ministro fascista italiano en el 39; del Estadio Olímpico de Montjuïc con refugiados malagueños en el 37 a albergar una manifestación de adhesión al régimen franquista en el 39; de captar las marchas anarquistas en La Diagonal del 36 a fotografiar, en el mismo lugar, a las tropas franquistas en el desfile de la victoria en el 39.

La misma editorial ha seguido con el trabajo de este fotógrafo al que jamás se recordó por su trabajo durante la Guerra, esta vez con la publicación de L’Endemà de la retirada. Marzo de 1939, los republicanos huyen a Francia por Portbou, y Campañà tras ellos. Barrancos, carreteras y caminos son el nuevo refugio de los perseguidos por el franquismo, y en ellos una huella. Coches quemados, trenes detonados con las últimas municiones que les quedan a los leales a la República, munición abandonada, ferrocarriles incendiados… es lo que se encuentra el fotógrafo a su paso. Ruinas de una guerra, huellas de una civilización exiliada que Campañà también ocultó y que ahora Comanegra recupera.

Sin título [Exhibición de las momias de las monjas, convento de las Salesas], Paseo de Sant Joan, Barcelona, julio de 1936. | Antoni Campañà (Arxiu Campañà)

Una herida sin cicatrizar para Campañà

Todo eso terminó, aunque no para el fotógrafo. El miedo dejó paso al silencio: “En 1989 la comisaria de una exposición en la que se mostraron algunas de sus fotos, pero ninguna de la contienda, le preguntó a mi abuelo por esas instantáneas, y le dijo que no las quería enseñar. Algunas personas sabían que él tenía muchas fotografías de la guerra, pero nadie de la familia. La comisaria llegó a decir que para él se trataba de una herida que no quería volver a abrir, como si aquello le siguiera doliendo”, explica el propio Monné.

“Estas cajas son una metáfora de lo que ha pasado en muchísimas familias de España. Prácticamente todo el mundo ha tenido un abuelo que no hablaba de la Guerra. Quizá esta historia, la de Campañà, llama la atención por eso, no por ser original sino por ser la historia que todo el mundo tiene detrás”, dice el nieto. Reconocido en su tiempo, veterano en el Colegio de Periodistas de Catalunya, ganador de premios por su fotografía artística, Campañà nunca quiso desvelar las fotos que con mayor ahínco guardaba.

Sin título [Dos mujeres después de un bombardeo], Poble-Sec, Barcelona, 14 de marzo de 1937. | Antoni Campañà (Arxiu Campañà)

La guerra continúa

¿Cuántos legados nos quedarán por descubrir en cajas olvidadas? “En la Guerra Civil hubo muchísimos fotoperiodistas prolíficos. De algunos se habla, pero seguro que aún quedan muchas cajas rojas por aparecer. Hay una realidad escondida. Quizá irán apareciendo esos legados que nos contarán historias humanas, como en muchas ocasiones hizo Campañà, que podrían estar pasando ahora. El sufrimiento inmortalizado por mi abuelo de la población civil es lo mismo que se puede ver en una imagen del conflicto en Siria. Les cambias la ropa, el modelo de coche aplastado y la estética de las casas bombardeadas, y las fotografías serían las mismas”, responde Monné.

El Museu Nacional d'Art de Catalunya ha organizado una cuidada muestra sobre el fotógrafo titulada ‘La guerra infinita’. Su nieto es uno de los comisarios: “Me he dado cuenta de que la Guerra Civil se sigue llevando muy mal en España, y eso nos los deberíamos cuestionar. La represión salvaje que se dio por el franquismo tras la contienda fue lo peor que ocurrió. En lugar de un proceso de reconciliación, aquí hubo una imposición dictatorial y militar durante cuatro décadas, y es lo que hace que ahora, de repente, salga un archivo como el de mi abuelo y te encuentres comentarios de la gente en las noticias de los periódicos que hablan sobre lo ocurrido con Campañà y con mensajes entrecruzados de lectores como si la guerra continuara. Realmente, eso me sorprende y me duele, y me hace entender por qué mi abuelo no quiso enseñar nunca las fotografías”, concluye el nieto del fotógrafo.

Sin título [Saqueo de las oficinas de la Italia-Cosulich-Lloyd Triestino, Barcelona, 1936. | Antoni Campañà (Arxiu Campañà)


Fuente → ctxt.es

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