El triste final de Manuel Azaña (y II)

El triste final de Manuel Azaña (y II)

En la entrada anterior conocimos que Manuel Azaña había cruzado la frontera francesa a pie el 5 de febrero de 1939. Lo acompañaban su mujer, Dolores de Rivas Cherif, y parte de su familia, incluido su cuñado y colaborador cercano Cipriano de Rivas Cherif, y otros miembros del Gobierno español.

Una vez fuera de España, el ya expresidente y su familia emprendieron un periplo por suelo francés que se alargó durante más de año y medio y estuvo condicionado por el inicio de la II Guerra Mundial y la invasión alemana de Francia en la primavera de 1940.

Tras un breve paso por una pequeña localidad junto a la frontera Suiza, Azaña se trasladó a Pyla-sur-Mer, en la costa atlántica, a unos 60 kilómetros de Burdeos. Pero ante el avance del ejército alemán, las autoridades francesas le recomendaron que se trasladara a la zona no ocupada.

Sin rumbo concreto, Azaña y su mujer abandonan la Pyla-sur-Mer en ambulancia y luego de dos noches en Périgueux, el 25 de junio llegan a Montauban, donde son acogidos por un grupo de refugiados españoles. Hay coincidencia en que en ese momento empieza su decadencia física, que va casi en paralelo al desencadenamiento de la II Guerra Mundial. Además, la policía francesa y española le iban pisando los talones".

Había dos personas muy interesadas en convertirlo en una especie de trofeo de guerra, llevarlo a Madrid y exhibirlo como culpable de todo lo que había ocurrido, José Félix de Lequerica, el embajador español, que ha pasado a la historia por su celo a la hora de perseguir a los republicanos españoles, y Ramón Serrano Súñer, cuñado de Franco y filonazi.

Por otra parte, hubo varios intentos de secuestrar a Azaña que no tuvieron éxito porque Azaña falleció. El aislamiento y el abandono del expresidente de la República es un hecho evidente. La única potencia que se va a interesar por él será México, que había sido uno de los pocos países que apoyaron abiertamente a la República española durante la guerra y nunca llegó a reconocer al general Franco. De hecho, el embajador mexicano decidió alquilar unas habitaciones en el Hôtel du Midi, junto a la catedral de Montauban, donde Manuel Azaña residió desde el 15 de septiembre.

Esa residencia, protegidas por personal de seguridad mexicano frente a posibles intentos de secuestro y sufragadas por la embajada de México, se convirtieron en una extensión de la representación diplomática ante el régimen colaboracionista de Vichy. México tuvo una actitud muy clara y sencilla con el gobierno republicano en 1936 defender a la República porque era un Estado constituido democráticamente.

Azaña pasará en el Hôtel du Midi sus últimos 50 días. Su estado de salud empeoraba. "Ya me ve. Tengo una cosa en el pulmón derecho, otra en el izquierdo, la vista, la boca... Estoy hecho una zambomba", le dijo el propio Azaña al dirigente socialista Rodolfo Llopis el 25 de septiembre del 40. Pese a los repetidos intentos del embajador mexicano, las autoridades francesas se negaron al traslado del enfermo y rechazaron una posible salida del país.

La noche del 3 de noviembre, el expresidente yacía en su lecho de muerte, acompañado de su mujer y de algunos fieles, así como de miembros de la legación mexicana. Al día siguiente, el embajador de México le envió un mensaje al presidente Cárdenas en el que le comunicaba que el exmandatario español hbía fallecido en "dependencia de la legación de México en Montauban bajo el amparo de nuestra bandera".

En torno a las 11 de la mañana del 5 de noviembre de 1940, un cortejo fúnebre con cientos de refugiados republicanos españoles recorrió las calles de la pequeña ciudad francesa. Al frente, los principales miembros de la legación diplomática mexicana ante el régimen de Vichy, instaurado por el mariscal Philippe Pétain simpatizante del nazismo.

Bajo la atenta mirada de las fuerzas de seguridad, el féretro de Manuel Azaña llegó al cementerio en el cual sus restos reposan desde hace 80 años. Lo cubría una bandera de México. Temerosas de que el funeral pudiera convertirse en un acto olítico, las autoridades francesas prohibieron expresamente que la bandera republicana española cubriera su féretro.

Manuel Azaña fue enterrado bajo una sencilla lápida en la que solo destacaban una cruz y un nombre: Manuel Azaña, 1880-1940. En 2008 se añadió una escultura y, algo después, unas placas conmemorativas. En una de ellas se puede leer un recordatorio de las últimas palabras de Azaña "a sus compatriotas en guerra: paz, piedad, perdón".


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