A noventa años de la Segunda República Española y después del ciclo de escándalos que nos está brindando la monarquía, a las personas que nos consideramos republicanas sólo nos queda hacernos una pregunta. ¿Cómo vamos a construir el camino hacia un horizonte republicano? Sirvan las siguientes líneas no como respuestas tajantes ni rotundas, sino como reflexiones a partir de las cuales aportar, criticar o contraponer.
Empecemos haciendo un viaje a la Antigua Grecia. Platón a través de Sócrates reflexionaba en uno de sus diálogos con Glaucón sobre la república y como ésta, no debía de ser una construcción ideal de una sociedad perfecta “de modo exactamente a como lo tratamos en nuestro discurso; pero, si somos capaces de descubrir el modo de constituir una ciudad que se acerque máximamente a lo que queda dicho, es posible la realización de aquello que pretendías” Quizá sea este un buen puerto de partida en esta travesía. Repensar un movimiento republicano que en el Estado español pueda transformar el statu quo no es cuestión de discursos inmóviles. Muchos de los sectores políticos que se autodenominan republicanos deben de reconocer su debilidad actual y deberán cabalgar las enormes contradicciones que se plantean para superarla.
La realidad parece evidente, existe una crisis de régimen galopante pero no tenemos ni un sujeto, ni una propuesta con capacidad de impugnación a nivel estatal que dé una salida a la misma. Y subrayo las palabras “a nivel estatal” puesto que son fundamentales para entender el problema. Quizá una de las primeras cuestiones que deberíamos de plantearnos es si la idea de república, la pensamos como un referente al que llegar o nos hemos acostumbrado a recordarla desde la nostalgia de un glorioso pasado.
La herencia
Para construir el ente republicano quizá debamos de entender de dónde vienen los actores que lo componen. Hagamos otro pequeño viaje, esta vez un poco más próximo, tanto histórica como geográficamente.
“En torno a la medianoche del 17 al 18 de marzo de 1808, en Aranjuez sonó un solo disparo. En un momento las calles se llenaron de una turba irritada compuesta por trabajadores y miembros del ejército cercanos a Fernando VII. En el espacio de tan sólo dos días Carlos IV abdicaba la corona en su hijo.”
“El 2 de mayo de 1808, a primera hora de la mañana, grupos de madrileños comenzaron a concentrarse ante el Palacio Real. Los soldados franceses pretenden sacar de palacio al infante Francisco de Paula, último miembro de la familia real. Al grito de “¡qué nos lo llevan!”, parte del gentío asalta las puertas de palacio.”
“El 19 de marzo de 1812, las Cortes aprueban la nueva Constitución. El principio de que la soberanía reside en la Nación, compuesta por ciudadanos libres e iguales, vertebra todo el texto.”
Desde entonces el devenir de los pueblos de España se convierte, parafraseando a Jaime Gil de Biedma, en la más triste de todas las historias de la Historia porque acabará mal. Desde aquel momento, cada vez que se ha producido una crisis política o de régimen debida al aumento de las contradicciones en las relaciones de producción, la clase dominante ha vencido y machacado a la clase subordinada. Cada vez que las capas liberales y populares primero o democráticas, republicanas y obreras después han intentado avanzar hacia una sociedad más justa, la reacción con la Casa de Borbón como máximo exponente, ha conseguido aplastarlas. Y es que las raíces del republicanismo en España van íntimamente ligadas al liberalismo surgido a partir de la Revolución francesa y cuyas primeras manifestaciones se encuentran en la Guerra de la Independencia española (1808-1814), aunque no fuese hasta el reinado de Isabel II cuando aparecieron los primeros movimientos claramente antimonárquicos y republicanos.
El republicanismo en el Estado español, por tanto, se construye a lo largo de dos siglos gracias a la fuerza motriz de amplias capas populares, pero también, de sectores de la burguesía liberal. En España no se dio una revolución liberal burguesa porque continuamente fue aplastada y los avances que se consiguieron gracias a enormes esfuerzos, a costa de vidas y sufrimiento, siempre fueron contenidos en transiciones dirigidas por la oligarquía española, la reacción y los Borbones, es decir, los representantes del Antiguo Régimen y sus posteriores herederos.
¿Cuáles son los herederos de las tradiciones políticas ligadas al republicanismo? O, dicho de otra forma, ¿con qué sujetos políticos contamos para poder construir un movimiento republicano aglutinador?
Los actores
¿No es acaso la lucha por la república la culminación de un proceso liberal en el sentido amplio de la palabra? ¿Y no es también una lucha por la liberación de los pueblos y por recuperar su soberanía frente a ese núcleo duro y reaccionario? Si las respuestas anteriores fueran positivas, la fuerza transformadora que condujera el proceso, ¿no debería de ser un frente amplio interclasista constituido por todos los herederos de aquel liberalismo del siglo XIX?
Aquí necesito detenerme para hacer un inciso que quizá sea uno de los más controvertidos del texto. Es imprescindible que entendamos que el movimiento republicano no necesariamente es republicano español. Al principio del texto yo comentaba que no hay una propuesta amplia a nivel estatal, pero sí que la hay en varios territorios del Estado donde las fuerzas republicanas son claramente mayoritarias. Como herederos del republicanismo del siglo XIX necesariamente las diferentes tendencias federalistas, confederales, soberanistas e independentistas deben de convivir y confluir.
Para terminar este inciso, la soberanía de los pueblos es uno de los principios de la Revolución francesa y el derecho de autodeterminación está recogido en los Pactos Internacionales de Derechos Humanos así como en numerosas resoluciones de la Asamblea General de la ONU. Por lo tanto, cualquier proyecto transformador y liberador, deberá ser riguroso con el cumplimiento de éste.
Intentemos dibujar pues, quiénes pudieran ser los sujetos políticos o sociales que encajarían en el esquema de la tradición republicana:
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Primeramente, las fuerzas políticas que tradicionalmente y desde la caída de la Segunda República han reivindicado su legado. Hablamos de las izquierdas transformadoras de diferentes corrientes ideológicas y que generalmente suelen ser de corte federalista.
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En un segundo grupo entrarían las izquierdas soberanistas o independentistas de las diferentes naciones del Estado, sean históricas o no.
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Por desgracia, uno de los grandes problemas del movimiento republicano es que no cuenta con una derecha liberal y democrática a nivel estatal. Por lo que los sectores que representan a la derecha republicana de hoy son la derecha vasca y la derecha catalana, con las que necesariamente el movimiento republicano debe de contar.
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Por último, nos encontramos con un amplio grupo compuesto por las clases trabajadoras a lo largo y ancho del Estado que no se ven representadas en ninguno de los tres sujetos anteriores y que en su gran mayoría o no votan o se encuentran en la órbita electoral del PSOE.
Queda al descubierto, que para construir ese gran frente amplio capaz de disputar la hegemonía al búnker reaccionario debe de aglutinar tanto las diferentes identidades nacionales que existen dentro del Estado, como asumir las contradicciones de cualquier proyecto interclasista.
¿Pueden luchar los representantes de las burguesías periféricas junto a la clase obrera por un mismo proyecto emancipador?
La palabra como cemento
El lenguaje a veces puede ser traicionero, porque nos confunde si no es muy concreto. Pero también puede ser mágico sí consigue englobar aspiraciones diferentes en un solo concepto. El significante “república” tiene una función imprescindible como pegamento del sentir republicano. Debe de significar diferentes cosas para cada uno de los sujetos anteriormente mencionados.
Mientras que, para las burguesías representadas por las derechas republicanas, vasca y catalana y quizá también para las izquierdas independentistas, luchar por la república debe de significar luchar por los derechos civiles y políticos, por las libertades democráticas y por el derecho de autodeterminación. Para las clases trabajadoras y para la izquierda transformadora no independentista debe de suponer luchar por los servicios públicos, la vivienda, los derechos laborales; en definitiva, por una mejora en las condiciones materiales.
Esto no quiere decir que los compartimentos sean estancos, pero es de suponer que, para un obrero de la construcción sevillano, dentro de sus prioridades se encuentre el precio del alquiler o la atención sanitaria de calidad para su hija. Mientras que alguien de la burguesía catalana priorice poder votar en referéndum su estatus como pueblo.
Las piedras del camino
Es obligatorio en este articulo hablar de cuáles son los mayores retos y frenos a los que se enfrenta un proyecto republicano de herencia liberal como el que estamos dibujando. Al contrario de lo que se pueda pensar, el núcleo reaccionario no es la primera barrera a la que se tiene que enfrentar un movimiento de estas características. Ese quizá, sea el último escollo que superar y dependerá de la correlación de fuerzas entre cada uno de los bloques, el que salga uno u otro modelo vencedor. Pero los grandes puntos críticos iniciales, ya insinuados anteriormente, son dos:
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A excepción de la derecha vasca y catalana, no existe en el resto del Estado español una derecha con valores realmente democráticos que beban de la herencia republicana y liberal. Todo lo contrario, la derecha española, salvo honrosas excepciones, forman parte de ese bloque reaccionario cuya herencia cultural no es otra que el Antiguo Régimen del Imperio Español. Sin duda alguna, esta circunstancia hace más difícil que el proyecto se convierta en ganador puesto que no cuenta con la transversalidad interclasista amplia que podría suponer la idea republicana. Algo imprescindible para una revolución liberal y nacional-popular como la que estamos imaginando.
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Pero aún hay otro problema mucho más importante, al menos en opinión del autor. Si como hemos dicho varias veces a lo largo del texto, una de las patas de la fuerza republicana son las derechas periféricas del norte, la otra pata debería de estar formada por las clases populares del centro y sur estatal. ¿Cuál es el problema? Que la fuerza política hegemónica y que mejor representa electoralmente a esas clases populares es el PSOE.
Si el lector ha estado atento, a lo largo del texto yo siempre me he referido al búnker o a la reacción, pero nunca utilicé el termino Régimen del 78. Primero, porque el problema en mi opinión viene de mucho más atrás, pero también porque pretendía describir las dos fuerzas claramente antagónicas en esta historia. Pero como suele ocurrir en la vida, las condiciones ideales no existen.
El PSOE, según los estudios de Caínzos y Gayo realizados en las últimas dos décadas del siglo XX, es la fuerza electoral hegemónica dentro de las clases populares. El pecado original del PSOE desde la Transición, su pacto con el diablo fue prometer que garantizaría la existencia de la monarquía y del orden vigente. No fue el único partido que tuvo que renunciar a sus anhelos republicanos, desde el PCE hasta los partidos nacionalistas e independentistas tuvieron que posponerlos. Pero al PSOE se le atribuyó el papel de eje vertebrador y soporte fundamental del statu quo. Ese fue el reajuste que tuvo que realizar el búnker para seguir sirviendo a sus intereses.
¿Cómo la fuerza más potente de transformación social, la clase obrera, va a pelear por un horizonte republicano si su principal referente político es el mayor garante de la monarquía?
El campo de batalla
La tarea que el movimiento republicano tiene por delante no es nada sencilla, pero tiene el viento de cola de una crisis de régimen que no va a dejar de agudizarse. Aunque reconozcámoslo, las condiciones objetivas nunca fueron suficientes para que las transformaciones se materializasen.
Si yo fuera Tom King, el boxeador maduro, cansado y hambriento de la novela “Knock out” de Jack London y tuviera que golpear certeramente y sin gastar energías contra el rival más joven y bien alimentado, elegiría los siguientes flancos:
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La coordinación y conjunción de todos los actores descritos anteriormente. Cuando las fuerzas independentistas están reclamando la soberanía de sus pueblos, la izquierda española transformadora debe de comprender que está luchando por el proyecto republicano y, por lo tanto, debe de posicionarse claramente, sin circunloquios o vaguedades a su lado, defendiendo los derechos de los pueblos. Por otro lado, las fuerzas independentistas deben de ser conscientes de que, si triunfa un proyecto republicano a nivel estatal, ellos estarán más cerca de alcanzar su soberanía como pueblos. Están condenados a entenderse y colaborar para debilitar al frente reaccionario.
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Es imprescindible que las fuerzas de la izquierda transformadora estatal consigan vincular la mejora de las condiciones materiales de la clase trabajadora con el horizonte republicano. Si los sectores más duros de la clase dominante llevan más de doscientos años aplastando cualquier chispa liberal primero y luego republicana, es porque la actual configuración política es la que mejor representa a sus intereses. Por lo que el proyecto antagonista, republicano, será el que mejor represente los intereses de las clases trabajadoras. Este sector político tiene la tarea de hacer entender a las clases populares que los servicios públicos son república; el derecho a la vivienda es república; los derechos laborales son república. Es imprescindible disputar la hegemonía en la clase trabajadora al PSOE y es imprescindible hacerlo vinculando la idea de república con sus aspiraciones materiales.
A noventa años del último sueño, hagámoslo realidad.
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