El fantasma de la división siempre ha perseguido particularmente a la izquierda. Desde que a finales del siglo XIX comenzaran a formarse las primeras organizaciones políticas socialistas, comunistas o anarquistas, entre otras, que han protagonizado sonados desencuentros que resuenan en nuestra memoria; en oposición a una derecha que siempre ha sabido coordinarse para mantener sus privilegios.
Cuando el filósofo Karl Marx escribía que la historia ocurre dos veces, primero como una gran tragedia y luego como una miserable farsa, seguramente no estaba pensando en España, pero si recordamos el enfrentamiento de mayo de 1937 en el seno del bando republicano en Barcelona y las recientes disputas por los restos de lo que fue el Movimiento 15M, no podemos no reconocer que es una descripción más que certera de la realidad española. Por el contrario, en el bando golpista, aunque se diera una sonada trifulca por liderarlo entre algunos generales, tenían muy claro cuál era su enemigo y, sus herederos, lo siguen teniendo igual de claro.
Ahora bien, también ha habido experiencias que han perseguido la unidad de los movimientos de izquierdas, principalmente por dos causas. Primero, por las barreras electorales diseñadas en muchos países contra la representatividad y para impedir que las fuerzas nuevas consigan llegar a las instituciones y que fue una de las razones de ser del nacimiento de Izquierda Unida de la mano de Julio Anguita en Andalucía, en paz descanse. Pero, más importante aún ha sido la coordinación frente a diferentes adversarios comunes.
En el caso de IU, la intención de Felipe González, entonces presidente de España, de entrar en la OTAN fue el detonante perfecto para que la mayoría de fuerzas, como se suele decir, ‘’a la izquierda del PSOE’’, confluyeran juntas a las elecciones y sentara un poderoso precedente. Así, solo cuando ha podido ponerse de acuerdo respecto a quien era el adversario a abatir, la izquierda ha conseguido dejar sus diferencias en un segundo plano y coordinarse en lugar de enfrentarse.
Uno de los ejemplos más famosos en la Historia de España es el Frente Popular, que fue una coalición de los partidos republicanos, socialistas, comunistas y nacionalistas de izquierdas, apoyado incluso por varias personalidades anarquistas, que perseguía principalmente volver a poner en marcha las reformas del bienio progresista desarticuladas por los conservadores y hacer frente al auge del fascismo en Europa, que se había hecho ya con el poder en Italia y en Alemania, siendo imitado por otros países como Francia.
A día de hoy, nos encontramos con un escenario que presenta ciertas semejanzas con el de entonces. Si bien la llegada al poder de algún Hitler o Franco no parece probable por el momento, la ultraderecha se ha reforzado durante la última década en prácticamente todos los países, llegando al poder en lugares como Brasil, Hungría, Polonia o incluso Estados Unidos.
Además, han conseguido instalar una retórica y unas formas de hacer política, mediante la desinformación, el ataque a colectivos vulnerables o las acusaciones infundadas de fraude electoral cuando pierden las elecciones, entre otras, que están poniendo en riesgo la ya mermada consistencia de las democracias liberales.
Ante este panorama se abren algunos interrogantes como, ¿es el fascismo hoy por hoy un peligro?¿Debería la izquierda unirse o, al menos aparcar sus diferencias, para hacerle frente?¿Siguen vivas la alerta antifascista y la “izquierda transformadora”? Por lo pronto, el futuro es poco halagüeño aún mirándolo desde diferentes perspectivas.
Los lastres de la ‘izquierda transformadora’
Por lo que respecta a aparcar las diferencias, parece que todo debate en los movimientos izquierdistas está destinado a enconarse. Ejemplo de ello ha sido la Ley Trans, que de ser un consenso entre todas las formaciones políticas del Congreso en 2019, ha dado lugar, no a un debate sobre los problemas de las personas transexuales o el concepto de género, sino a que un sector del movimiento feminista, de mayor o menor tamaño, haya pasado a defender posiciones no muy lejanas a las de asociaciones ultracatólicas como HazteOir. Al fin y al cabo, más que debate, en la izquierda lo que hay es reproche.
En el ámbito político institucional español, se sigue por el mismo camino. A pesar de los intentos por llevar a cabo experiencias unitarias como el ya mencionado caso de IU o la conocida coalición de Unidas Podemos, nos encontramos ante un periodo de escisión y combate en el seno de la izquierda.
A parte de la ruptura entre Iñigo Errejón (Más Madrid) y Pabo Iglesias (Unidas Podemos), se suman otras escisiones como la de Adelante Andalucía o los movimientos independentistas de izquierdas que pretenden llevar a cabo un proyecto político por su cuenta como la CUP.
Sin embargo, aunque haya una amalgama de formaciones políticas transformadoras más preocupadas por chocar que por cooperar entre ellas, lo más problemático del panorama actual es la desconexión de parte de ellas con los movimientos sociales externos a las instituciones.
Con ello, existe un gran número de personas con valores progresistas y concienciadas que no encuentran su hueco en la política partidista y prefieren militar en otros espacios donde la “alerta antifascista” se vive de verdad, o incluso no hacerlo por resignación.
Sin intercambio de opiniones que permita construir hegemonía y consensos, sin alianzas que aúnen esfuerzos para confrontar con las multinacionales, los fondos buitre o las hidroeléctricas y con la creciente desconexión de la sociedad civil de la política institucional y hasta de la propia política, no hay razones para tener esperanza.
La ilusión frente al dataísmo
Pero, lo que parece una obviedad, esto es, que la izquierda fragmentada es más débil que unida, de una forma u de otra lo acabamos dando por falso, o al menos por no siempre cierto, en algunas ocasiones. Muchos analistas sostienen que, ante las próximas elecciones madrileñas, la izquierda debería concurrir por separado, para poder llegar a más votantes con diferentes sensibilidades.
Nada más lejos de la realidad. Es cierto que hay personas que votarían a Más Madrid pero nunca a Unidas Podemos y viceversa. Además, con la ‘’jugada’’ de Iglesias, UP se ha colocado muy por encima de la barrera electoral del 5% y en la Comunidad de Madrid el sistema electoral de circunscripción única evita los desajustes entre número de diputados y porcentaje de voto que se dan en otras instancias territoriales.
A pesar de ello, quedarse únicamente en estos argumentos, que se refugian casi exclusivamente en las encuestas y las estadísticas, las que les interesan, nos deja con una visión limitada de la realidad política. Es lo que se conoce como dataísmo, un concepto utilizado por algunos filósofos para describir una mentalidad, cuasi religiosa, de adoración por los datos. Así, las explicaciones que vienen acompañadas de algún dato que consideremos fiable se consideran verdades supremas.
Aun siguiendo la lógica estadística, en un espacio electoral por ahora reducido como es el de la izquierda del PSOE o “izquierda transformadora”, no es extraño que, si se presentan dos formaciones políticas, una pueda quedarse sin representación por no rebasar la barrera, como casi le pasa a UP en las pasadas elecciones donde obtuvo un 5’56%.
Ahora, parece que UP está lejos de ese escenario, pero la intención de voto a Más Madrid está en caída libre y aunque por ahora rebasa la barrera electoral con creces, si continúa la tendencia, ¿quién puede asegurar que no se quede por debajo del 5%?
Asimismo, es normal que los votantes de Más Madrid o UP valoren mejor a sus respectivos líderes que a los demás, pero también es obvio que antes que votar a la derecha la gran mayoría lo haría al otro partido del espectro de izquierdas.
En realidad, aunque las hay, el número de personas que nunca votaría al otro es muy pequeño y a pesar de que los medios magnifiquen sus diferencias, en casi todos los debates están de acuerdo: regulación de los alquileres, progresividad fiscal, proteger lo público frente a las privatizaciones, etc.
Más allá de los cálculos electorales, lo que se suele olvidar es que la política es un terreno emocional. Los votantes no hacen cálculos racionales a la hora de acudir a las urnas, sino que tienden a obedecer sus sensaciones: lo que sienten que les gusta o lo que sienten que les disgusta.
De esta forma, la capacidad de ilusionar a un electorado cansado de las batallas y los ataques entre los partidos de izquierdas, puede jugar un papel fundamental, no solo en las elecciones madrileñas, sino en el futuro de toda la izquierda. Como sostiene el filósofo Srecko Horvat, discípulo de Zizek, ‘’la izquierda tiene mucho trabajo que hacer para entender la importancia de las emociones’’.
¿Es la extrema derecha un peligro?
Las desventajas que acarrea la división las conocen perfectamente los políticos de izquierdas, pero solo cuando se presenta una amenaza de envergadura consiguen tomárselas en serio y dejar en un segundo plano sus intereses personales.
Esta amenaza en muchas ocasiones fue el fascismo, aunque para muchos actualmente este no es un peligro. A decir verdad, de aquellos años, incluso en democracia, en que fascistas (y la ultraderecha en general) asesinaban con cierta impunidad a jóvenes antifascistas como Guillem Agulló o Yolanda González, ahora sus esfuerzos se concentran en salir de noche a pintar esvásticas en murales feministas.
Aun así, la violencia ultraderechista no ha cesado ni mucho menos. Solo quien sale a las calles a manifestarse y no opina únicamente desde los platós de televisión sabe que las ‘’cacerías de rojos’’ siguen a la orden del día. Pero, la violencia no es el único brazo ejecutor de la ultraderecha, ni el más peligroso.
Por lo que debería suscitar mayor preocupación ahora es por la normalización de una organización que alaba a líderes como Donald Trump o Jair Bolsonaro, que ataca directamente al feminismo o a las personas migrantes y que reivindica la violencia callejera, entre muchas otras.
Cuando doce diputados de ultraderecha entraron en el parlamento de Andalucía algunos políticos llamaron a la alerta antifascista, pero pronto se olvidaron de la misma y se centraron en disputarse el espacio político. Bien por la herencia franquista o bien por la necesidad del PP de un socio al menos para gobernar, el tratamiento de la extrema derecha en nuestro país dista mucho del de algunos de nuestros vecinos europeos.
Mientras que en Europa se le hacen “cordones sanitarios” a la ultraderecha o en Grecia ilegalizan al partido de extrema derecha Amanecer Dorado por organización criminal, en España normalizamos que la ultraderecha dirija la consejería nada más y nada menos que de educación en Murcia o que la presidenta de la Comunidad de Madrid afirme que si te llaman fascista ‘’estás en el lado bueno de la historia’’.
En realidad, el antifascismo sí que responde, como lo ha demostrado en numerosas ocasiones movilizándose contra la ultraderecha para pedir barrios libres de odio, pero muchas veces nuestros políticos no están a la altura.
Dicho todo esto, ¿cómo va a haber una alerta antifascista si la izquierda en lugar de hacerle frente al fascismo se dedica a reprocharle a uno que es un oportunista o a otro que ve demasiadas series de Netflix?¿Cómo va a ser la izquierda transformadora si sus líderes están más preocupados por liquidar a los demás partidos de izquierdas, para quedarse con todo el pastel, que por volver a conectar con una sociedad civil cada vez más cansada y desmovilizada?
La política debería perseguir cambiar la vida de la gente, no ser un pastel que repartirse. Mientras haya personas con tanto dinero que ni en cien vidas podrían gastárselo y otras a las que se les acaba el sueldo a mitad de mes, no podemos darnos ni mucho menos por satisfechos o decir que vivimos en una gran democracia, pero hay muchas personas que dependen totalmente de que se regulen los precios de los alquileres o de que se les reconozca en el dni quienes son, simplemente para poder vivir.
Lo que necesitamos son políticos y políticas que se tomen en serio el riesgo que supone para todos que la ultraderecha gobierne y que se centren en lo que les une, no en lo que les diferencia, para traer cambios materiales y algo de esperanza. Solo así podrán seguir vivas, o más bien revivir, eso que alguna vez se llamaron la alerta antifascista y la izquierda transformadora.
Fuente → aldescubierto.org
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