Carles Vallejo Calderón nació en 1950 en el barrio del Poblenou. Su infancia estuvo marcada por la memoria de un padre y de una madre que, al contrario que muchas familias, hablaban de la Guerra Civil, de la cual afirmaban que habían sido derrotados, que no vencidos, porque se mantenían fieles a sus ideales. “Lo recuerdo de una manera muy entrañable. En el ámbito privado se hablaba mucho, desde muy pequeño, y además había espacios de socialización entre amigos que habían combatido juntos, o que habían militado juntos y, de alguna manera, se desahogaban. Yo sabía que había cosas que no las podía decir fuera, pero no por imposición, sino porque era consciente, porque me lo habían transmitido mis padres, de que vivíamos en una sociedad hostil”.
Los antecedentes familiares marcaron mucho a Carles. Su padre, Juan José Vallejo, era vendedor en una zapatería de Madrid cuando fundó las Juventudes Comunistas y las Juventudes Socialistas Unificadas. Durante la Guerra Civil fue comandante del ejército republicano y, una vez acabado el conflicto bélico, llegó a Barcelona, ciudad que ya conocía, donde un compañero de la CNT le presentó a su hermana, Lola Calderón, modista de profesión. Además, el padre de Lola, trabajaba en el Puerto de Barcelona y era de ideología socialista.
Para evitar el adoctrinamiento de la escuela franquista, Carles Vallejo estudió en la escuela italiana, que era la que en casa se podían permitir por economía y por distancia, puesto que no había colegios en el barrio. Precisamente su conocimiento de italiano le proporcionó la entrada en Seat, como traductor técnico, cuando tenía 19 años, y poco tiempo después ya formaba parte de la comisión obrera de la empresa. Anteriormente, se había implicado en el asociacionismo juvenil, el Sindicato Democrático de Estudiantes y, desde la clandestinidad, formó parte de las juventudes comunistas y el PSUC.
LA CLANDESTINIDAD
“Como tenía cierta movilidad como técnico administrativo, cosa que no tenía la gente de los talleres, aprovechamos la ocasión, mientras fue posible, para ejercer de responsable de organización de comisiones obreras dentro de la fábrica. Pero claro, poco a poco, se me vio el plumero. Mis jefes eran franquistas, como la inmensa mayoría de la estructura de mando de Seat, en todos los niveles, excepto honrosas excepciones. La mayoría eran personal de confianza del régimen. Me pusieron bajo control y me hicieron seguimientos, aunque yo no lo sabía, lo supe después porque lo vi en los expedientes policiales. Fue una operación organizada por la Brigada Político-Social para desmantelar todo lo que fuera sindicalismo o antifranquismo en la Seat”.
No hacía ni un año que Carles Vallejo trabajaba en Seat cuando se produjo su primera detención. Salía de su casa hacia la Zona Franca cuando la policía lo paró. Echó a correr, pero pronto acabó en el suelo, él y los agentes. En aquel momento, llevaba unos poemas de Rafael Alberti para repartirlos en la fábrica. Se trataba de “Los seis clavos”, que el poeta escribió en contra de la pena de muerte de la dictadura franquista en el marco del proceso de Burgos, que en aquel momento condenaba a seis de las 16 personas detenidas a la pena de muerte y que generó movilizaciones en toda Europa a finales de 1970. “Si los condenas a muerte, si los matas, ellos serán los seis clavos de tu caja, los seis clavos de tu vida, los últimos, si los matas. Ellos serán los seis clavos, los últimos, de esa España que solo sabe de muerte, triste España que solo existe en el mundo cuando la muerte habla, cuando solo por ti la mano levanta para matar, pues la muerte es la vida de esa España”, decían los versos de Alberti.
“DESPUÉS DE LAS TORTURAS, LA PRISIÓN ERA UNA LIBERACIÓN”
A partir de ahí empezó la pesadilla de las torturas policiales para Carles Vallejo durante veinte días en la Jefatura de la Vía Laietana en medio de un estado de excepción, a raíz del proceso de Burgos, según el cual se suspendían derechos y libertades ciudadanas y el Estado pasaba a manos de las fuerzas armadas. “¿Cuál es la herramienta fundamental del estado de excepción? Tener a las personas detenidas indefinidamente en manos de la policía, y yo tuve esa mala fortuna. La peor tortura es no saber cuando saldrás de aquel infierno. La dimensión temporal es lo peor, hasta el límite paradójico de que ir a la prisión era una liberación. No es una reflexión mía, sino compartida por muchos compañeros”.
Han pasado más de cincuenta años y Carles Vallejo asegura que aquello lo traumatizó para siempre. “Primero te cierran, y ya vienes golpeado en el tránsito de ir en coche a la Via Laietana. Después, entras en un agujero negro, que son los calabozos, pierdes la noción del tiempo y te llaman a todas horas para hacer interrogatorios. Las torturas son de todo tipo, puñetazos, o insistir en golpes en la barriga, dejándote lleno de moratones, con unos dolores terribles, esposado así como una gallina, o colgarte. Después, juegan al doble juego de hacer de bueno o de malo, o te amenazan. A mí el comisario Navales (conocido torturador de la llamada Policía Político-Social) me amenazó con dispararme. Además, no tienes ninguna comunicación con el exterior, no tienes abogados, no conectas con la familia y estás aislado del resto. Y así, 20 días, que podían ser dos meses”. De hecho, él todavía no sabía de qué se le acusaba y, posteriormente, le abrieron diferentes procesos por asociación ilícita y propaganda ilegal.
En estas circunstancias, los seis meses que pasó en la prisión Modelo fueron un mal menor. “Estabas privado de libertad, estabas en malas condiciones, porque las condiciones de entonces de las cárceles no son las de ahora, pero al menos la tortura directa ya no se aplicaba, era otro tipo de tortura. Fue terrible. Es una de las cosas que a mí más me han marcado, pero en democracia no tuvimos la oportunidad de tener tratamientos psicológicos para ver el impacto del trauma, cosa que sí se hacía en países como Suecia y Noruega con refugiados chilenos o argentinos. Muchos de mis compañeros no han querido ni hablar de esto. Quedaron muy marcados, muy tocados, con vidas familiares y personales destrozadas”. Después de seis meses en prisión, salió en libertad provisional el junio del 1971.
18 DE OCTUBRE DE 1971
Los motivos que llevaron a la ocupación de la factoría de la Zona Franca fueron varios y fruto de “la evolución natural” de una manera de hacer antifranquismo y sindicalismo en la Seat. Por un lado, operaban desde la clandestinidad, que iba desde reunirse a escondidas hasta tratar de encontrar apoyos de los compañeros en la hora del bocadillo; por otro, aprovechaban las rendijas legales, como el sindicato vertical, que si bien incluía a la patronal fascista, también tenía cierta representación obrera y a veces era posible hacer llegar reivindicaciones como el incremento salarial.
La dinámica habitual era la de “reivindicación, acción, represión” y muchos empleados eran despedidos. Esta era la normalidad desde los años 50 y a menudo después venían las detenciones policiales; por eso, se pensó que, más allá de los paros y las recogidas de firmas, tenían que organizar una “muy sonada” para pedir la reincorporación de los compañeros que habían sido despedidos en los últimos meses, entre ellos, Carles Vallejo.
Se decidió que un grupo de ex trabajadores entraría a primera hora de la mañana del 18 de octubre. Los que estaban más señalados o que tenían peticiones fiscales más altas o más antecedentes policiales, participaron desde el exterior de la fábrica. Diferentes compañeros como Carles Vallejo siguió la ocupación desde lo alto de Montjuic, en un punto donde había bastante visibilidad para controlar los movimientos de entrada y salida y donde habían convocado a prensa internacional, como la emisora italiana RAI. La comunicación con el interior también se hacía con enlaces técnicos y administrativos que tenían posibilidad de hablar por teléfono y a través de los compañeros que estaban en los talleres y explicaban cómo se desarrollaban los hechos.
Así, a primera hora de la mañana, un grupo de ex trabajadores entró al taller número 1 de la Seat de la Zona Franca, donde estaba la sección de mecánica. Desde allí fueron ocupando pacíficamente el resto de talleres, que estaban interconectados, como por ejemplo los de soldadura, pintura y montaje. Los obreros, que ya estaban avisados, se fueron sumando a la movilización, hasta que hacia el mediodía se celebró una gran asamblea ante las oficinas centrales.
Una comisión de trabajadores fue a negociar con la dirección de la empresa, que hizo caso omiso de sus peticiones, y dio paso a la intervención policial, que empezó por una de las puertas del taller 2, cerca de las oficinas centrales. Acudieron la Policía Nacional, la Brigada Político-Social y la Guardia Civil.
GUERRA DE GUERRILLAS
“Empezó casi una guerrilla dentro de la fábrica. Yo creo que es un caso único en la historia de España. Fue una guerra de guerrillas de autodefensa, con el riesgo que eso suponía, porque la Policía y el Gobierno fueron unos inconscientes, porque allí había material sensible: pinturas, disolventes, taladrinas… En la fábrica había aceites y muchos materiales peligrosos, podía haberse producido un incendio o explosiones. Hubo gases lacrimógenos e intervención policial a caballo dentro de la fábrica. Después vinieron los disparos, hubo muchos heridos, y los obreros contestaban con objetos metálicos que tenían a mano”.
De los 25.000 trabajadores de la Seat de la Zona Franca, había 6.000 dentro, de los cuales más de 1.000 quedaron enjaulados por la policía, sufriendo las peores consecuencias físicas. Uno de los heridos fue Antonio Ruiz Villalba, que recibió ocho balas y murió días después en el hospital. Vallejo, que no lo conoció personalmente, recuerda que no era un activista, sino un compañero solidario del taller 1 a quien le tocó esta “fatalidad”.
El turno de la tarde ya ni pudo entrar en Seat, y la salida de los trabajadores que estaban en la fábrica, que eran los del turno de la mañana y los de la jornada partida, fue difícil. Había controles policiales en la salida para identificar a todo el mundo, por lo que se intentó proteger a las personas más significativas y se montó toda una logística para que salieran a escondidas: desde saltar vallas hasta aprovechar túneles de la propia Seat. Las personas de mantenimiento conocían estas vías, algunas de las cuales daban al exterior, si bien la mayoría eran comunicaciones internas.
CONFLICTIVIDAD PERMANENTE
Al día siguiente, el turno de mañana quedó suspendido de trabajo y sueldo, pero lejos de poner fin a la protesta laboral, se inició un periodo de conflictividad permanente, y la huelga continuó. Trabajadores de más de 100 empresas de la zona, como por ejemplo La Maquinista, Cipalsa o Hispano Olivetti, se solidarizaron con los compañeros de Seat, en forma de paros o de participación en la manifestación que tuvo lugar el 23 de octubre en la plaza Cataluña, que reunió a unas 10.000 personas.
A principios de noviembre, el funcionamiento normal de la Seat se retomó. Muchos de los trabajadores que habían sido despedidos se reincorporaron, pero, para Vallejo, lo que es relevante es que hubo un antes y uno después de los hechos del 18 de octubre. “De entrada, en las negociaciones posteriores de convenios, teníamos tal poder disuasivo ante la empresa que hacía grandes concesiones, por ejemplo, en incrementos salariales, horarios… Yo creo que lo más importante fue el grado de concienciación que generó esto, fue el detonante para muchos compañeros para, después, implicarse más”.
Vallejo volvió a prisión meses después y, al salir, la Comisión Obrera de Seat decidió que era mejor que reforzara la solidaridad internacional desde el exterior, puesto que acumulaba peticiones de más de 20 años de prisión en diferentes causas y era muy costoso mantenerlo en la clandestinidad. En 1972 trabajó desde la delegación de Comisiones Obreras en París, meses después se desplazó a Roma y, posteriormente, a Milán. Fue en Italia donde conoció a personalidades como Rafael Alberti, y es que estuvo vinculado al mundo sindical y también al cultural, de forma que organizó una Muestra de Arte Contemporáneo con obras de Picasso, Dalí o Miró para recoger ayudas económicas para la causa. “La vanguardia pictórica española de la época fue muy solidaria”, reconoce.
MEMORIAL DEMOCRÁTICO
Con la amnistía laboral de 1977 se produjo la readmisión de todos los trabajadores despedidos por causas sindicales y sociales y pudo volver a Seat, después de hacer el servicio militar obligatorio. Ejerció varios cargos dentro de CC.OO. y, entre otras distinciones, ha recibido el premio Memorial Lluís Companys (2018) y la Medalla de Honor de Barcelona (2019). Preside el Memorial Democrático de los Trabajadores de Seat, que nació el 2004 con el objetivo de que los años de la lucha obrera no caigan en el olvido y que, entre otras cosas, ha conseguido que el Ayuntamiento de Barcelona otorgue el nombre de Antonio Ruiz Villalba, única víctima mortal del 18 de octubre, a un pasaje del barrio de las viviendas de la Seat de la Zona Franca.
Fuente → catalunyaplural.cat
No hay comentarios
Publicar un comentario