La capacidad de asombro se ha visto mermada en estos últimos años en los que no saldríamos del mismo si la conservásemos, pero el otro día leí que Zarzuela preparaba la vuelta del Rey emérito y fugado, Juan Carlos I. Lo primero que pensé es que Zarzuela sigue un plan errático para preservar la institución monárquica, pero pronto reculé y me di cuenta de que suele errar quien subestima al enemigo.
Lo normal cuando un fuego arde con tanta intensidad como con el debate Monarquía o República es que la parte que domina sobre su rival pretenda que el fuego sean unas apacibles brasas; traer a Juan Carlos I de vuelta y exponerlo a los focos de la prensa, ahora que parece que ésta se despacha a gusto con el emérito tras tantos años de complicidad, se asemeja más a vaciar el bidón de gasolina sobre las llamas del debate de la corrupción borbónica que a mantener un fuego controlado en el que los republicanos nos podamos abrasar autocomplacientemente.
Pero nada de esto, si atendemos a los hechos, es asombroso. El republicanismo español es hoy un triste chiste de lo que fue. Y no lo es porque haya más o menos republicanos, sino porque la forma en la que el debate ha llegado a la población es en forma de morbosidad. Hemos perdido conciencia de que la familia Borbón detenta desde hace siglos la Jefatura de Estado de nuestro país, que en otros países resulta funcional, y la indignación con la familia Borbón no es tal porque la máxima representación de nuestro país esté fuera del control democrático, sino que tiene que ver más con una suerte de indignación personajística. El sentimiento que despierta la criminal actitud de Juan Carlos I, la manifiesta complicidad del conjunto de la familia (incluido Felipe VI), no es muy distinto al que ha despertado Isabel Pantoja en su actitud desdeñosa e interesada hacia su hijo Kiko Rivera en relación con una gestión turbulenta de una herencia. De todo esto es consciente la Casa Real y sus asesores.
Llegados a este punto, contrastable en la práctica en el recorrido y consecuencias nulas que ha tenido el mayor escándalo para la monarquía desde que tomó el relevo del dictador Francisco Franco, cabe plantearse con qué fuerza cuenta el republicanismo en la España de hoy. De esta cuestión nace toda la impunidad de la que es sabedora Zarzuela y en base a la cual actúa.
Por otro lado, mirando a las fuerzas políticas que se reclaman republicanas, con bastante timidez, no parece que ese republicanismo vaya más allá de una guía espiritual que respalda, no sabemos muy bien en base a qué, todas las ocurrencias poco meditadas de sus principales caras visibles. El republicanismo no es una sucesión de ocurrencias, tiene que ver con el análisis profundo de las capas sociales, políticas y económicas de España y con una asunción de acuerdos mínima para tejer una verdadera república en España. Acuerdos que deben asumir todos los actores que se impliquen en la consecución de una futura República y que deben plasmarse en la práctica.
Una cuestión fundamental a tener en cuenta es el papel de la violencia en la llegada de la República. La Monarquía en nuestro país no representa tan sólo la ocupación del trono por parte de una familia parásita, este razonamiento lleva a perecer en la epidermis del problema. La Monarquía en España es la representación más importante de una serie de relaciones institucionales, empresariales, políticas, sociales y culturales. La familia Borbón en España representa la opacidad de muchas otras capas del país, como la militar, el tratamiento cruento y represivo de los años álgidos de lucha social. También el tratamiento cortijero de los medios de comunicación, con el beneplácito de quienes manejan dichos medios, funcionando como una auténtica asociación delictiva con el fin de preservar la corona, no por simpatía hacia Juan Carlos, sino por salvaguardar el statu quo que representa y, sobre todo, el capitalismo. Los pasos efectivos hacia la República, como decía, no se darán sin violencia. No existen mecanismos legales que nos permitan traer la República, ésta difícilmente dependerá de un referéndum, aunque posiblemente sea un buen mecanismo de tensionamiento a nivel político. Pero la lucha por la República traerá inevitablemente una reacción feroz por parte de los monárquicos, arraigados en el estamento militar hasta la náusea. Y el papel del republicanismo militante será hacer frente a la violencia monárquica que pudiera devenir de nuestra justa lucha, a medida que demos pasos certeros. Son retos que el futuro nos pondrá ante las narices de manera irremediable pero que debemos prever.
Que hoy es necesario constituir un movimiento por la República no debería dudarlo nadie, en él se tendrán que resolver todas las cuestiones que deban preocuparnos en una nueva conformación de nuestro país, existen líneas rojas y puntos básicos en las que todos deberemos coincidir, pero el ideal republicano debe echar andar para que Zarzuela se piense dos veces traer al Rey fugado de vuelta al país al que esquilmó. Este atrevimiento es un termómetro lo suficientemente valioso para determinar las fuerzas del republicanismo español.
Fuente → elcomun.es
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