Está bien documentado que durante el franquismo se produjeron torturas en comisarías y cárceles. Es quizá menos conocido para los más jóvenes que desde la muerte de Franco y hasta los años 80, «incluso con el PSOE en la Moncloa», en España y también en Asturias se siguió propinando terribles palizas y aplicando las mismas violentas técnicas: la rueda, que consistía en rodear entre varios a un preso y golpearle desde todos los ángulos; la bañera, meter la cabeza de la víctima en un recipiente lleno de agua con excrementos hasta casi ahogarle una y otra vez; la barra, por la que se esposaba al detenido las muñecas por delante de los tobillos y se le colgaba de una barra por las articulaciones de las rodillas para golpearle sin posibilidad de protección; o el quirófano, tumbar sobre una mesa al detenido e inmovilizarle de pies y manos mientras se le golpeaba en el pecho impidiéndole la respiración.
Son algunas de las torturas que menciona el investigador de la Universidad de Oviedo Eduardo Abad en su artículo La Transición (in)controlada: una cartografía de la violencia política en la Asturias posfranquista, publicado como parte del libro El antifranquismo asturiano en (la) Transición, una compilación de estudios de varios autores coordinados por el mismo Abad, García Carmen García y Francisco Erice (Ed. Trea, 2021).
Abad explica que «Los equipos encargados de la lucha antiterrorista continuaban aplicando con idéntica crueldad métodos de tortura como la rueda, la bañera, la barra o el quirófano. Unas ‘herramientas policiales’ que buscaban destruir la moral y quebrar la resistencia de las personas interrogadas a cualquier coste. La total indefensión de los detenidos y la saña con que la Brigada de Información empleaba la tortura en estos casos no tenía nada que envidiar a los peores años de la dictadura».
El trabajo del investigador se centró en demostrar que la violencia fue una constante durante los años a menudo «idealizados» de la Transición. «Fue en estos primeros años del reinado de Juan Carlos I (1975-1982) cuando la violencia política adquirió en España unas cifras dramáticas (…) y Asturias no fue una excepción», incluso tras la primera victoria socialista de Felipe González.
Eran, en opinión de Eduardo Abad, los «últimos coletazos» del franquismo. Tras el inicio del reinado de Juan Carlos I, afirma, «el aparato represivo continuó utilizando exactamente las mismas prácticas para garantizar la continuidad del régimen. Ya no se trataba de aniquilar físicamente (…) Ahora, el objetivo principal debía ser controlar las calles, contener las movilizaciones y atacar a los elementos más radicales bajo el amparo de la lucha contra el terrorismo».
Los torturadores, premiados
Abad ha documentado numerosos casos de agresiones e incluso varias muertes en Asturias. Y pone nombres y apellidos: «La terrible Brigada Político-Social, en manos del siniestro Claudio Ramos, continuó en la línea de lo que anteriormente ya había demostrado con las formas más sádicas de violación de los derechos humanos». Otros autores como José Ramón Gómez Fouz (Clandestinos, 1999) ya contaron la historia del tristemente famoso Ramos, que había demostrado su cruel eficacia ya años antes en la lucha contra la guerrilla asturiana. Pero también fue bien conocido de las comisarías su discípulo Pascual Honrado de la Fuente, Pascualón, el «Billy el niño asturiano». En los años 60 fue condecorado dos veces, medallas que conservó pese a las denuncias posteriores de haber sido uno de los peores torturadores de la época; denuncias que nunca prosperaron en los tribunales. Y hubo muchos más.
Oviedo era el centro más importante de represión, pero no el único. «Especialmente brutales fueron las palizas ejercidas en la Comisaría de Policía de Avilés contra varias mujeres vinculadas al Movimientu Comunista d’Asturies (MCA), a una de las cuales existe constancia de que llegaron a violarla con un vergajo», explica en su artículo Eduardo Abad. Citando al abogado Antonio Masip, que años más tarde sería alcalde de Oviedo, «el año de la muerte del dictador se contabilizaron hasta 27 casos de torturas en toda Asturias».
Las cárceles olvidadas
Especialmente penosa fue la condición de los presos en Asturias, puesto que lo que ocurría en las cárceles era aún menos difundido. «El sistema penitenciario de la Transición ejerció una violencia constante y en muchos casos arbitraria sobre el conjunto de los reclusos», dice el investigador asturiano. Tanto es así que «hubo varias huelgas y motines, la más grave acabó con un muerto en la cárcel Modelo de Oviedo. Me asombré al estudiar esto, porque muchos de estos sucesos eran desconocidos; salieron en prensa en su momento, pero en el imaginario popular de la Transición nadie recuerda este tipo de cosas. Incluso al entrevistar a gente de la época, te dicen: «No, no recuerdo que pasara nada en la cárcel…, bueno, a Masip le quemaron el coche, pero fue un hecho aislado», cuenta Abad.
El motín más grave de toda la Transición en Asturias ocurrió a finales de 1980. Aquel año, 109 reclusos habían enviado un escrito al gobernador civil denunciando las penurias que sufrían de la penitenciaría ovetense: sin higiene adecuada, con una comida deficiente y unas instalaciones deterioradas… «Tras no obtener soluciones, el 11 de diciembre de 1980 se rebelaron e iniciaron un motín donde murió el preso preventivo José Ramón Vázquez Abuli, de 19 años, supuestamente asfixiado por el humo en su celda». En El Coto de Gijón las condiciones no eran mejores.
Los «espontáneos»
Durante casi una década, entre la muerte del dictador y la llegada al poder del PSOE, «la extrema derecha asturiana desarrolló una estrategia de presión y desgaste contra lo que percibía como amenaza directa: la reorganización de las fuerzas antifascistas en un contexto de agotamiento del modelo tradicional del régimen y su transformación en una monarquía parlamentaria».
Para Eduardo Abad, «el terrorismo perpetrado por estos grupos se encuentra ligado a los proyectos políticos ultraderechistas de finales del franquismo» y su repertorio de acciones violentas «abarcaba desde palizas y pintadas amenazantes hasta la colocación de artefactos explosivos en farmacias o librerías, pasando por los secuestros e intentos de asesinato de militantes antifranquistas». Casi siempre, si no siempre, salieron impunes. Las denuncias eran archivadas o, simplemente, ignoradas.
«A partir de primeros de junio de 1975 aparecieron en la vida pública asturiana los llamados Guerrilleros de Cristo Rey. Escondidos bajo ese u otros nombres, varios grupos de neofascistas amenazaron y atentaron contra distintos sectores del antifranquismo asturiano», como los que volaron con explosivos el coche de Masip.
Tras el golpe de Estado del 23-F en 1981 y la disolución de la Fuerza Nueva de Blas Piñar en 1982, «la extrema derecha asturiana entró en una dinámica residual que culminó con varias detenciones por el tráfico de armas en torno a un campo de tiro de Lugones». No actuaba, pero seguía existiendo.
Fuente → lavozdeasturias.es
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