Jornada Internacional de la Mujer 1937
Hoy, 8 de marzo, día en que florece más que nunca la esperanza de millones y millones de mujeres en el mundo. Día de trabajo, de esfuerzo, de renovadas iniciativas para la lucha.
A la mujer española le cabe el alto honor de enarbolar por sobre todas su bandera de emancipación y de combate.
Hombro con hombro, al lado de los soldados del pueblo, el fusil al brazo, dispuesta a jugárselo todo en la contienda de la civilización contra la barbarie. Dispuesta a entregar su vida para conquistar el derecho a vivirla. Dispuesta a morir, si es preciso, para defender, frente a un pasado de ignominiosa esclavitud, un porvenir de felicidad y de justicia.
Millares y millares de mujeres defienden en España la causa de la libertad de los pueblos, pues ellas saben, conscientemente, que es con el progreso social como hallarán su redención y la de sus hermanas de sexo y de clase.
La valiente miliciana que empuña su fusil en las trincheras tiene el mismo temple heroico que la "stajanovista" de un taller que trabaja diez, doce, hasta catorce horas diarias para producir más y mejor con destino a los frentes.
La muchacha que en los hospitales, con su blanca toca de enfermera, restaña las heridas sangrientas o acerca su vaso de agua a unos labios enfebrecidos y sedientos, hace tan magnífica labor como la que en las guarderías infantiles aleja de los ojos inocentes los aguafuertes sombríos de la guerra.
La mujer del hogar que se aleja voluntariamente de su casa porque un decreto de evacuación se lo pide para las conveniencias de la guerra, la mujer que con pena de su corazón se desprende de su centro familiar, y dejando a su compañero se aleja de Madrid en procura de alimento y seguridad para sus hijos, trabaja también en beneficio de su sexo, porque trabaja, con el más abnegado y silencioso de los sacrificios para la victoria de nuestras armas, victoria que nos dará a todos, hombres y mujeres, frutos maduros de libertad, de bienestar y de justicia.
Hoy, Día Internacional de la Mujer, la mujer española hace ondear, en el tope de la fortaleza más gloriosa del mundo, su bandera de emancipación y de combate.
Y levanta, como ejemplo imperecedero y magnífico el nombre de sus ardientes heroínas, caídas en la pugna enconada y sangrienta contra la opresión: Aída Lafuente, Lina Odena, Paca Solano, y, entre tantas otras, la más humilde de todas: Encarnación Jiménez, la vieja lavandera malagueña, fusilada por orden de los generales facciosos y a la que, en día acaso no lejano, mujeres de todos los rincones del mundo iremos a llevar una flor y un recuerdo al pie del monumento que habrá de perpetuarla en mármol o en piedra, en la misma tosca piedra de su tosca vida proletaria.
¡Salud, Encarna Jiménez! En las aguas del Guadalmedina no volverás a lavar las ropas sangrientas de tus milicianos; pero, al rumor de sus aguas, otras mujeres, ya libres, cantarán, al correr de los años, el romance de tu muerte gloriosa y de tu sacrificio.
María Luisa Carnelli
Ahora, 8 de marzo de 1937
Fuente → buscameenelciclodelavida.com
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