¿Democracia plena? Naturalmente que democracia plena.
 
¿Democracia plena? Naturalmente que democracia plena.
Cándido Marquesán Millán

Hace unos días en este mismo medio publiqué un artículo La reunión de Florentino Pérez, María Dolores Delgado, Baltasar Garzón y García Ferreras. Que yo sepa nadie desde el gobierno ha dado explicación alguna de esta reunión. Ni tienen intención. No obstante, yo me aventuré a lanzar la idea de que las razones auténticas de esta reunión serían trabajar por el bien común de los españoles. ¿Hablarían de los desahucios? ¿De la problemática social en la Cañada Real de Madrid o en el barrio de las 3000 Viviendas de Sevilla? ¿De la subida del salario mínimo interprofesional? ¿De la pobreza energética? ¿Del paro juvenil? ¿Del ingreso mínimo vital? ¿Del 25% de los españoles en riesgo de exclusión? ¿De los Menas? ¿O del fichaje de Mbappé?

Ahora nos hemos visto sorprendidos por otra reunión de la Fiscal General del Estado con el director de OK.diario, Eduardo Inda, todo un paradigma del periodismo serio. Reunión de la que la Fiscal trató de pasar desapercibida. Ella sabrá los motivos. ¿De qué hablaron? Ni que decir tiene que sería para hablar también del bien común. Para ocultar los motivos reales publicó Ok.Diario una entrevista con la Fiscal General del Estado. Curiosamente coincidió la reunión con la excarcelación de Villarejo con el que tiene gran vinculación el susodicho Inda. ¿Una democracia plena puede tolerar un individuo como Villarejo, cuya imagen corriendo por una calle, con gorra y cubriéndose la cara con una carpeta es un insulto a todos los españoles? Su última aparición tras salir de la cárcel ha sido espectacular. Lo ha hecho con un look inconfundible, llamativo y con mensaje: parche en el ojo, mascarilla con bandera española y chaqueta de marca nacional en la que aparece en tres lugares la bandera española, como buen "servidor a la patria". Por banderas que no quede. En las tiendas de los chinos están abundantes en los últimos tiempos y a un precio muy bajo. Las banderas se han abaratado mucho. No podía faltar la visera que siempre lleva calada sobre la cabeza. El parche ha cumplido con tres funciones: crear una imagen llamativa; cubrirle una parte del rostro que guarda a tan buen recaudo; y mostrar su mal estado de salud. Realmente es una imagen tragicómica. Y este caballero por lo que parece y advierte puede poner patas arriba nuestra democracia. Me produce pavor, hartazgo y náuseas, como a la mayoría de los españoles.

Parecen oportunas unas reflexiones sobre la esencia de la democracia. En las sociedades democráticas existe el derecho fundamental a saber, a estar informado sobre lo que está haciendo el gobierno y por qué lo hace. Todos los viejos y nuevos discursos de la democracia la definen como el gobierno de lo público en público. En contraposición al autocrático, es un poder sin máscaras, o debería serlo. Es bien conocido que la democracia nació bajo la perspectiva de erradicar para siempre de la sociedad humana el poder invisible. La democracia moderna nos remite a la Atenas de Pericles, del Agora o de la Ekklesia, o sea, a la reunión de todos los ciudadanos en un lugar público, a la luz del sol, donde hacen propuestas, debaten y deciden alzando las manos o mediante pedazos de loza. La democracia griega supone un referente para la época de la Revolución Francesa. Entre las obras de tiempos de la revolución, el Cathecismo republicano de Michele Natale nos dice: "¿No hay nada secreto en el gobierno democrático? Todas las actividades de los gobernantes deben ser conocidas por el pueblo soberano, excepto alguna medida de seguridad pública, que se debe dar a conocer en cuanto el peligro haya pasado". Kant en el apéndice de la Paz Perpetua: "Todas las acciones referentes al derecho de otros hombres cuya máxima no puede ser publicada, son injustas".

James Madison, el forjador de la Primera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, que garantiza el derecho a la libre expresión, captó muy bien el tema de la transparencia en un gobierno: “Un pueblo que desea gobernarse a sí mismo necesita armarse con el poder que le proporciona la información. Un gobierno del pueblo sin información para todo el pueblo o sin los medios para obtenerla no es más que el prólogo de una farsa o de una tragedia, o tal vez de ambas cosas”.

En democracia, la verdad es hija de la transparencia. Como señaló, Louis Brandeis, juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos “la luz del sol es el mejor desinfectante”. En democracia la obligación de verdad por parte de las instituciones se convierte en derecho de información por parte de los ciudadanos, reflejado en nuestra Constitución dentro de la Sección 1ª De los derechos fundamentales y las libertades públicas, en el artículo 20. 1 d) se reconoce y protege el derecho: A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión.

En 1983 Bobbio impartió una conferencia en el Congreso de los Diputados de Madrid, por invitación de su presidente, Gregorio Peces Barba, bajo el título de El futuro de la democracia, señalando la divergencia entre la democracia ideal tal como la pensaron sus padres fundadores y la democracia real. Todo un conjunto de promesas que se habían depositado para su perfectibilidad se habían incumplido: seguían vigentes la supremacía de los intereses sobre la representación política y la limitación del espacio político de la democracia; no se había alcanzado el control de las oligarquías, ni desarrollado adecuadamente la educación política de la ciudadanía, ni habían desaparecido los poderes ocultos o invisibles. Norberto Bobbio en repetidas ocasiones manifestó su preocupación por el problema del poder oculto, que va en contra de la transparencia, quejándose amargamente de ser una cuestión infravalorada por la sociología política. Después de 40 años la cuestión expuesta por Bobbio no solo sigue vigente, es que la situación se ha agravado en esta España nuestra.

Por tanto, democracia supone transparencia, información, visibilidad y publicidad, sin las cuales no es posible su funcionamiento, ya que los ciudadanos no pueden controlar a sus gobernantes. E igualmente cuanto más se oculta el poder verdadero, menos participan los ciudadanos en la vida pública. Lo contrario a la transparencia es el flagelo del secreto, que es propio de las dictaduras, aunque impropio de las democracias. El secreto es corrosivo, es la antítesis de los valores democráticos y socava el proceso democrático, ya que se basa en la desconfianza entre los que gobiernan y los gobernados y a la vez agudiza esta desconfianza. El conocimiento es una fuente de poder, de ahí que el secreto proporciona a los gobernantes el control sobre determinadas zonas de conocimiento y así aumenta su poder, lo que hace que incluso la prensa libre tenga dificultades para controlarlo.

Las consecuencias del secreto, o lo que es lo mismo la falta de transparencia, pueden ser muy graves en todo sistema democrático. El senador norteamericano Moyniham afirmó que el secreto impuesto por el estamento militar exacerbó la Guerra Fría y muchas de sus manifestaciones, como la carrera armamentística. Si no hubiera habido secreto, se habría podido conocer lo que hoy es evidente: Rusia no era el enemigo formidable y el gigante industrial que nos pintaron durante medio siglo.

Y en nuestra España actual las secuelas de estos secretismos, de esta falta de trasparencia son una degradación brutal de nuestra democracia. La democracia nace justamente para que los votos y el número cuenten más que el dinero y los recursos de los poderes ocultos. ¿Y quiénes son esos poderes ocultos que todo lo controlan? Son las multinacionales, entidades financieras, grandes medios de comunicación, mercados e instituciones religiosas a las que están subordinadas las instituciones públicas tanto nacionales como internacionales, donde la impunidad de la corrupción, el abuso de poder y el tráfico de influencias son monedas corrientes. Por ello, lo que para algunos observadores contemporáneos aparece como una lucha de intereses contrapuestos, que es zanjada por el voto de las masas, ha sido decidido mucho tiempo antes en un círculo restringido y desconocido.

Nuestra clase política y la mayoría de los medios harían bien en no considerar a la sociedad española como inmadura y carente de criterio, como si fuera una manada de borregos. Gran parte de esta tiene las ideas muy claras, sabe diferenciar perfectamente la mentira del engaño, tal como nos advirtió también Antonio Machado en Juan de Mairena “Se miente más que se engaña; y se gasta más saliva de la necesaria… Si nuestros políticos y medios comprendieran bien la intención de esta sentencia, ahorrarían las dos terceras partes, por lo menos, de su actividad política y mediática”.


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