Comuna, república, democracia, socialismo

 Las notitas que siguen a continuación no pretenden llevar el agua a ningún molino de ninguna opción política presente. Pretenden huir del presentismo así como solicitar a los hechos y a los textos históricos cosas que ni dicen ni significan

Comuna, república, democracia, socialismo
Joan Tafalla

El día 28 de marzo se cumplirán 150 años de la proclamación/constitución de la Comuna de París. Las efemérides con números terminados en cero o en cinco siempre propician una inflación de artículos conmemorativos, a menudo rituales y vacuos. Menudean también textos, artículos y tuits interesados que tratan de recuperar la memoria de determinados eventos emitidos por fuerzas políticas actuales que a menudo han abandonado las raíces de la tradición que invocan.

Las notitas que siguen a continuación no pretenden llevar el agua a ningún molino de ninguna opción política presente. Pretenden huir del presentismo así como solicitar a los hechos y a los textos históricos cosas que ni dicen ni significan. Modestamente, tan sólo pretendo abrir una reflexión sobre las interrelaciones existentes entre común, república, democracia, socialismo.

Común vs. comunismo

Empecemos por recordar que en francés la palabra común significa municipio y por tanto qué significan las palabras comunalismo y communards, que podríamos traducir respectivamente por municipalismo y por partidarios de la independencia del municipio.

Es decir: partidarios de abolir el centralismo y la burocracia del Imperio y de una república donde la soberanía se ejercería desde los municipios. De una república comunal. De un estado que ya no es un estado.

Otra cosa es el comunismo, concepto que si bien tiene orígenes comunes con el municipalismo medieval, con la comuna rural, con las comunidades guaraníes, con la tradición del derecho natural, los niveladores y cavadores de la revolución inglesa, de Morelly, Mably, Restif de la Bretone, Babeuf, Buonarroti y Bronterre O’brien y del cartismo inglés, pasando por Considérant o Cabet). Corrientes de una enorme diversidad y riqueza que durante las tres primeras cuartas partes del siglo XIX convivieron y se desarrollaron en el mismo caldo de cultivo, como nos ha demostrado el gran historiador Jacques Grandjonc. Pero a pesar de estos orígenes comunes la palabra comunismo acabó, sobre todo en el siglo XX, designando un fenómeno político derivado de aquellas raíces pero cualitativamente diverso. Arraigado en la Comuna pero diverso.

Así pues cuando valoramos los hechos de la Comuna de París no se debe confundir la amalgama hecha durante toda la guerra civil de 72 días por parte del gobierno y de la Asamblea Nacional ubicados en Versalles: «…Circula el absurdo rumor que el gobierno prepara un golpe de Estado. Lo que ha querido el gobierno es acabar con un Comité insurrecto qué miembros no representan otra cosa que las doctrinas comunistas y que llevarán a París al saqueo y en Francia a la tumba». Esta misma declaración del gobierno de Thiers, hecha el 18 de marzo de 1871, tras fracasar en el intento de secuestrar los cañones de la Guardia Nacional, era una fake news, un acto de guerra.

Comunistas había entre los communards, claro que sí. Pero las amalgamas no ayudan nunca a comprender la complejidad de los procesos sociales. Como se suele decir: «ni están todos los que están, ni están todos los que son». Entre aquellos seguidores de las «doctrinas comunistas», algunos eran miembros de la AIT y otros no. Y recordemos, no todos los miembros de la AIT se pueden etiquetar como comunistas.

Tampoco sirve para comprender la realidad pensar que todos aquellos communards que fueron partidarios de «doctrinas comunistas» eran lectores del Manifiesto de 1848 o seguidores de Marx. Más bien eran pocos. Muy pocos. Lo que nos ayuda a valorar aún más el estilo de trabajo de Marx, que recibe los nuevos acontecimientos producto de la acción y de la creatividad de los trabajadores parisinos, se pone a la escucha, se informa diariamente a través de contactos directos y que no pretende dictar desde fuera qué deben hacer los trabajadores. Por el contrario, la acción y la creación del pueblo hacen que su teoría política dé un giro decisivo cuando comprende que la Comuna, como obra de la clase obrera era la forma política al fin encontrada para su emancipación social.

Qué era la democracia según los communards

Imposible responder a esta cuestión en unas líneas breves. En los debates e interpretaciones sucesivas se han gastado ríos de tinta y toneladas de papel impreso. Después de Marx, Engels y Lenin, muchos diversos autores han abordado el tema: Haupt, Henri Lefebvre, Jacques Rougerie, William Serman, Etienne Balibar, Michaél Lowy… Más recientemente Sthatis Koulevakis o Kristin Ross. No siempre leídos con atención y menos entendidos. Y hoy, en el mundo del tuit y de la inmediatez y de la amnesia política, absolutamente olvidados.

Mientras tanto, podemos observar una izquierda absolutamente cooptada en el mundo institucional del liberalismo representativo, emitir tuits reclamándose de la Comuna mientras, cotidianamente, tanto en sus procedimientos, métodos y estilo políticos practica exactamente lo contrario de lo que permitió a los communards intentar el asalto del cielo. Veamos dos pequeños ejemplos de lo que quiero decir. Cuando hablo de la importancia de los procedimientos, los métodos y del estilo de trabajo político.

Tras derrotar las tropas de Versalles el Comité Central de los veinte distritos de París renuncia al poder fáctico que le daba su victoria y decide convocar elecciones en el ayuntamiento, en la Comuna de París. En el Manifiesto que dirige a los ciudadanos el día 22 de marzo el Comité Central precisa cómo entiende el modelo político que debe regir la república francesa que había sido proclamada el 4 de septiembre, pero que seguía en manos de las élites. El Comité rechaza que esta república fuera la continuidad más o menos enmascarada del régimen centralista y burocrático del Imperio de Luis Napoleón. Al contrario, la Comuna, y con ella la república comunal debía devolver realmente la soberanía al pueblo:

«Todo dando a su ciudad una fuerte organización comunal, pondréis los primeros fundamentos de su derecho, base indestructible de sus instituciones republicanas.

El derecho de la ciudad es tan imprescriptible como el derecho de nación; la ciudad debe tener, como la nación su asamblea que se denomina indistintamente, asamblea municipal o comunal o común. (…) Los miembros de la asamblea municipal, controlados de forma incesante, vigilados, discutidos por la opinión, son revocables, deben rendir cuentas y responder de sus acciones. Vaya a fundar una asamblea de este estilo que formará una ciudad libre dentro de un país libre».

Dos días después el Comité Central en su manifiesto de 24 de marzo llamando a los electores a ir a votar, profundizaba ante la ciudadanía qué concepción tiene de la democracia y de la república comunal. Leemos:

«La comuna es la base de cualquier estado político, al igual que la familia es el embrión de las sociedades. Debe ser autónoma, es decir, gobernarse y administrarse según su espíritu, sus tradiciones y sus necesidades. Debe existir como persona jurídica que conserva dentro del grupo político, nacional y federal, toda su libertad, su carácter propio, su soberanía completa, como el individuo en el centro de la ciudad.

Para garantizar el desarrollo económico, la independencia y la seguridad, nacional y territorial, más amplias, puede y debe asociarse, es decir federarse, con otros comunes o asociación de comunes que forman la nación. Puede elegir, como criterios para formarla, entre las afinidades de raza, idioma, ubicación geográfica, comunidad de recuerdos, relación e intereses. (…)

Es esta la idea comunal que se persigue desde el siglo XII, afirmada por la moral, la ley y la ciencia, que acaba de triunfar el 18 de marzo de 1871.

Implica, como fuerza política, la República, la única compatible con la libertad y soberanía popular. (…) La soberanía del sufragio universal, que se mantiene siempre dueño de sí mismo, y que puede ser convocado y manifestarse incesantemente. El principio de elección aplicado a todos los funcionarios o magistrados. La responsabilidad de los representantes y, en consecuencia, su revocabilidad permanente. El mandato imperativo, es decir, especificando y limitando el poder y la misión del representante».

Ha leído bien: el municipio como célula de la sociedad; lo que sucesivamente llamarán república comunal.

También un sufragio universal que se mantiene siempre dueño de sí mismo es decir que no deja hacer a los representantes lo que quieren; que los liga corto con el mandato imperativo y que los hace responsables y por tanto revocables. En esta concepción que es tan vieja como el republicanismo hunden sus raíces las experiencias consejistas y de control obrero que fueron experimentadas durante el siglo XX. Algunos llaman esto como democracia «directa». Yo creo que es más riguroso llamarlo simplemente democracia. El resto ya lo sabemos… «Lo llaman democracia y no lo es».

La Comuna de París de 1871 sigue hablándonos en un lenguaje nítido y transparente. Un lenguaje que no se puede manipular ni reducir a fórmulas vacías de contenido. Basta que queramos leer su historia y los textos escritos por sus miembros pegados por manos humildes en las paredes de París y defendidos hasta la última gota de sangre, derramada por mujeres y hombres que vislumbraban un próximo tiempo de las cerezas.


Fuente → catalunyaplural.cat

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