“Vuestro orden está edificado sobre arena. La revolución, mañana ya se elevará de nuevo con estruendo hacia lo alto y proclamará, para terror vuestro, entre sonido de trompetas: ¡Fui, soy y seré!”
Esta mañana (viernes, 19 de febrero) el Estado español se ha levantado con la resaca de los acontecimientos de la noche anterior. Desde los medios de comunicación y sus tertulias han condenado la violencia y han tachado de radicales a los jóvenes que participaban en las protestas. A lo largo y ancho del país en diferentes ciudades ha habido concentraciones, protestas y manifestaciones por el encarcelamiento del artista de rap Pablo Hasél, también se ha pedido su libertad.
En la mayoría de estas ciudades las manifestaciones han sido pacíficas, sin violencia. En otras hubo represión policial y cargas contra las y los manifestantes pacíficos, como ha sido el caso de Granada, València y Tarragona. Y, por último, en algunas capitales los manifestantes han contestado a dichas cargas con autodefensa, edificando barricadas para impedir la carga violenta de las autoridades policiales, como ha sido el caso de Madrid y Barcelona.
Los medios han sido rápidos en condenar a jóvenes que participaban; incluso han intentado racializarlos, mirando con lupa la pigmentación de la mano de un chico que tiraba contenedores. Han tildado estas protestas de “violencia irracional”, intentando justificar las acciones de las fuerzas de la ley, aunque esta postura queda muy lejos de la realidad. A pesar de que la condena y encarcelamiento de Pablo Hasél haya sido el detonante de estas manifestaciones y disturbios civiles, solo ha sido el último hecho en una serie de sucesos que han ido acrecentando el malestar entre la población.
A Pablo Hasél se le ha condenado por dos “delitos” en sus canciones y por sus comentarios en Twitter.
El primero, injurias contra la corona, en base a una ley poco democrática que se remonta a la transición y restauración de la monarquía borbónica. Resulta que esta parte de la condena al final no se sostiene: se supone que por la huida indecorosa del Rey Emérito a Abu Dhabi el verano pasado, tras el expolio a la población, su financiación más que irregular y la corrupción que ha ido saliendo a la luz.
El segundo delito, enaltecimiento del terrorismo, por el cual también se le condena, se presenta como una aberración ya que ETA se disolvió hace 10 años.
Amenaza general
No hay que esconder el hecho de que las ideas políticas de Pablo Hasél son francamente estalinistas, muy lejanas de las que defendemos en Marx21.
Hasél comentó en una entrevista que “Stalin y la URSS fueron buenos y necesarios”, y que bajo el mando de Stalin “nadie fue brutalmente explotado”. Se refirió a Trotsky, dirigente de la revolución rusa de octubre de 1917, como “traidor, una vil rata envidiosa… colaborador de la CIA” (Trotsky fue asesinado por Stalin en 1940; la CIA fue creada en 1947). Estas mentiras se merecen una fuerte crítica política, pero no lo han perseguido por ellas, sino por decir algunas verdades sobre la monarquía. Su condena representa una amenaza general, más allá de la opinión que cada persona tenga de Hasél.
Es que las condenas de este tipo han ido “in crescendo”: Pablo Hasél solo es el último de una serie de artistas y personas a las que se condena, no por sus acciones sino por lo que dicen. El rapero Valtònyc también espera su turno por cargos similares, encontrándose exiliado en Bèlgica. Hay que recordar que los jóvenes de Altsasu también fueron condenados por “enaltecimiento del terrorismo” por una pelea de bar con agentes fuera de servicio. Los titiriteros de Madrid han sido condenados por la misma ley por una pancarta satírica que decía “Gora Alka-ETA”. No hay que olvidar la polémica que el presentador de El Intermedio Dani Mateo, entre otras personalidades, sufrieron por hacer chistes sobre el atentado contra el dirigente franquista, Carrero Blanco. O cómo olvidar la aplicación de la ley “contra la ofensa de los sentimientos religiosos”, intentando proteger el monumento franquista del Valle de los Caídos o el ataque contra la procesión satírica y reinvindicativa del “Coño Insumiso” por parte de la Iglesia Católica. Por no mencionar las condenas del Procés y la aplicación del 155 a la población catalana.
También tenemos que tener en cuenta que llevamos cinco años de la aplicación de la Ley Mordaza que “el Gobierno más progresista de la historia de este país” no ha derogado. Estas leyes, más que garantizar la convivencia ciudadana —que es lo que la clase dominante nos dice desde los medios de comunicación— coartan la libertad de expresión de la ciudadanía.
Linares
No hace más de una semana que en la ciudad jienense de Linares, dos agentes del Cuerpo Nacional de Policía fuera de servicio apalearon a un padre y a su hija menor de edad, bajo la mirada horrorizada y las cámaras de móvil de los transeúntes. Cuando llegaron sus compañeros, en vez de ponerles las esposas a los agresores, los rodearon y permitieron que éstos se mofaran de los vecinos que fueron testigos de tal atrocidad.
Tal hartazgo de la población desembocó en disturbios que obligaron al traslado de los agresores a la ciudad de Jaén. Sólo entonces se cesó a dichos agentes. Hay que sumar a este malestar de la población todas las otras agresiones policiales que se han venido llevando a cabo con cada vez más intensidad sobre la población, nativa y extranjera, desde que comenzó la pandemia de la Covid-19.
Todas estas represiones policiales y sucesos han ido caldeando el ambiente, cuando simultáneamente la ultraderecha campa a sus anchas, protegida por las fuerzas de seguridad, realizando los actos que le da la gana. Hay que preguntarse ¿dónde estaba la carga policial contra el desfile fascista, racista y antisemita en homenaje a la División Azul el pasado 13 de febrero? Aquí vemos como parece ser que la policía tiene dos formas de actuar distintas según la clase de personas que se manifiestan.
¿Qué debe aprender la gente trabajadora de todo esto? Que la coalición reformista que gobierna es incapaz de dar solución a los problemas que nos azotan. Parece ser que sólo cuando toman las calles los y las trabajadoras y ejercen presión sobre el gobierno, éste accede a tomar decisiones a favor de nuestra clase. Lo que vemos ahora es que estas protestas que piden la libertad de Pablo Hasél han tenido como consecuencia que Podemos haya presentado una petición de indulto para él.
Los tertulianos se rasgan las vestiduras por el mobiliario urbano dañado, intentando hacernos creer que estos actos son aislados y que la violencia es irracional o desmesurada. Pero los disturbios no son más que el malestar y hastío de la gente trabajadora, sobre todo de las personas más jóvenes, que cada vez se encuentran en una situación social y económica más precaria. La clase trabajadora ve como las leyes sirven para discriminar y perseguir, más que para garantizar derechos. Los disturbios reflejan esta situación: aunque por si mismos tengan un impacto limitado, muestran la fuerza que tiene la clase trabajadora, aún desorganizada.
Por tanto, es necesario que la clase trabajadora se organice para poder hacer frente a la raíz del sistema económico que impera en este capitalismo y su expresión neoliberal. Es importante participar organizar y construir movimientos de masas sociales en barrios y puestos de trabajo para hacer frente a las situaciones que el capitalismo impone sobre la sociedad. Es importante construir una organización política revolucionaria para luchar por el socialismo desde abajo.
Fotos de Jordi Borras.
Fuente → marx21.net
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