La soledad de la Primera República

 La soledad de la Primera República fue tan sensacional en el momento de su vida como en el presente, cuando no hay corriente política que la reivindique expresamente.
 
Un 11 de febrero de 1873 unas Cortes bicamerales en sesión conjunta se enfrentaban al abismo. Cuatro años antes habían echado a la reina. Habían necesitado casi dos años para encontrar un rey, y éste abandonaba a los dos años de reinar. Así iba a nacer la olvidada Primera República.  
 
La soledá de la Primera República
Faustino Zapico

Un 11 de febrero de 1873 unas Cortes bicamerales en sesión conjunta se enfrentaban al abismo. Cuatro años antes habían echado a la reina. Habían necesitado casi dos años para encontrar un rey, y éste abandonaba a los dos años de reinar. Así iba a nacer la olvidada Primera República.

En setiembre de 2018 se cumplía el 150 aniversario de La Gloriosa, la insurrección cívico-militar que puso fin a la monarquía de Isabel II y marcó el inicio de un ciclo político de seis años donde España fue la democracia más avanzada del continente europeo. Resulta extraño que tanto en el ámbito académico como en el político los aniversarios de este sexenio (el de las primeras elecciones por sufragio universal, el de la Constitución de 1869, el del inicio de la monarquía amadeísta…) estén pasando en la indiferencia más completa.

En el ámbito académico, aunque éste no tenga que estar condicionado en absoluto por los aniversarios “redondos”, tampoco estarían de más los estudios sobre este periodo, aunque no es de extrañar porque el siglo XIX parece completamente olvidado para buena parte de la historiografía española. En el político, resulta aún más llamativo dado que el proceso revolucionario de 1868 fue el de los ensayos democráticos más radicales de la Historia decimonónica no solo española sino también continental.

¿No es reivindicable para nuestra casta política, a izquierda y derecha, que en 1868 se instaurara en España el voto universal masculino cuando no había en ese momento ningún otro estado en Europa (exceptuando Suiza) donde tal cosa existiera? ¿No es reivindicable que la constitución de 1869, nacida de las elecciones de enero de ese año, fuera la más avanzada del continente en ese momento? ¿No es llamativo que en febrero de 1873 se proclamara la república, única en el continente exceptuando la suiza y la sanmarinense, cuando en Francia, derribado ya el régimen bonapartista, tardarían años en hacerlo? Está claro que no, dado el poco interés que se ve. La derecha española sigue pensando, o queriendo hacernos pensar, que la Historia empieza en 1977. La izquierda, por desgracia, que en 1931. Antes de eso, Prehistoria.

Pero el caso es que, Prehistoria o no, pasaron cosas, y cosas notablemente importantes para entender el desarrollo histórico posterior. La constitución de 1869 restauraba la monarquía, y el parlamento optó por darle la corona a Amadeo de Saboya, hijo menor del rey Víctor Manuel de Italia. En su breve reinado (enero de 1871-febrero de 1873) tuvo que enfrentar una guerra colonial heredada en Cuba (desde 1868) y otra civil nueva con los carlistas (desde 1872). Con su principal valedor, Juan Prim, asesinado días antes de empezar a reinar, y con una base de apoyo mínima, agravada por las peleas entre los sus partidarios, Amadeo se cansó pronto, y abdicaba un 11 de febrero de 1873 después de negarse a violentar la Constitución. Abandonaba el poder voluntariamente un rey democráticamente electo al que el gobierno republicano acabaría ofreciendo la nacionalidad y la residencia, como forma de reconocerle un comportamiento tan distinto de los monarcas borbónicos.

Quedamos entonces en que un 11 de febrero de 1873 unas Cortes bicamerales en sesión conjunta se enfrentaban al abismo. Cuatro años antes habían echado a la reina. Habían necesitado casi dos años para encontrar un rey, y éste abandonaba a los dos años de reinar. No podían ponerse a buscar otro, no podían ofrecerle a Isabel II que volviera, y optaron por la única solución posible: la República.

Llegaba entonces el nuevo régimen no como resultado de una insurrección victoriosa o de un movimiento popular imparable, aunque la base social no fuera pequeña, sino por eliminación de opciones, porque no había otra cosa. Y la proclamaba un parlamento de mayoría monárquica, sin ninguna gana de ponerle las cosas fáciles, y con dos guerras en curso, en Cuba y en la península, en un contexto internacional desfavorable, con una Europa dominada por monarquías constitucionales cuando no absolutas.

Foto: Caricatura del Golpe de Estado del general Pavía.

Dificultades al nacer

Si el contexto era malo, justo es reconocer que la dirigencia republicana tampoco estuvo a la altura de la situación. Suele decirse con razón que los republicanos cuando tenían el gobierno no tenían programa y que cuando ya tenían programa ya no tenían el gobierno. Por eso el gobierno provisional republicano tuvo cuatro presidentes en once meses. El Partido Demócrata Republicano Federal no tenía la coherencia interna suficiente para gestionar una situación tan complicada, empezando por la propia definición del nuevo régimen, la de federal, proclamada el 1 de junio, después de unas elecciones constituyentes en marzo boicoteadas por los monárquicos de todas las tendencias.

Los republicanos, masivamente mayoritarios en la nueva cámara pero no tanto en una sociedad tan plural, estaban divididos en tres alas: una intransigente que quería una federación de abajo hacia arriba, desde el municipio al estado federal, y que presionaba desde la izquierda bajo concepciones filoanarquistas duramente criticadas en su momento por Friedrich Engels, delegado de la AIT para España. Una centrista, representada por Pi y Margall y que compartía buena parte de los principios de los intransigentes pero que intentaba elaborar primero una constitución y articular un gobierno fuerte para enfrentar el conflicto carlista. Y una benévola, de carácter más conservador y de un federalismo mucho más tímido.

Los árboles no dejaron ver el bosque. Estanislao Figueras, superado por la situación, y después de un conato de golpe militar del Partido Radical, soltó en un consejo de ministros su famosa frase: “Senyors, ja no aguanto més. Vaig a ser-los franc: estic fins als collons de tots nosaltres!”. Dejó disimuladamente su dimisión en el despacho, cogió un tren en la estación de Atocha y no se posó hasta llegar a París.

Entró después Pi y Margall, la cabeza mejor amueblada de la república y posiblemente del siglo, “el único socialista de entre los dirigentes republicanos”, según Engels, que dimitiría al mes de jurar el cargo al encontrarse con la sublevación intransigente en forma de cantones independientes que, en vez de federarse, optaron por enfrentarse entre ellos.

La república giraba a la derecha para sobrevivir. Nicolás Salmerón optaba por la represión de los cantonalistas, sin ser capaz de controlar el frente carlista. Opuesto desde siempre a la pena de muerte, dimitiría por no firmar la de ocho soldados desertores al bando carlista.

Entraba entonces Castelar, el republicano unitario que redactaría un proyecto de constitución federal para la república que nunca llegaría a entrar en vigor. Pidió a las Cortes plenos poderes y se los dieron, pero el 3 de enero de 1873 perdía el apoyo de la cámara. Mientras se procedía a elegir un nuevo presidente, los militares daban un golpe de estado, disolvían el parlamento, prohibían la prensa republicana, dejaban a sus dirigentes bajo arresto domiciliario y ponían de presidente al general Francisco Serrano, exregente, que dirigiría una fantasmal república sin republicanos que no llegaría a los doce meses, hasta que un nuevo pronunciamiento militar trajera de vuelta a los Borbones a la jefatura del estado en la persona de Alfonso de Borbón, primogénito de Isabel II. Se completaba la revolución en el sentido completo del término: un giro de 360º. De los Borbones a los Borbones, después de pasar por todas las opciones.

El fracaso del la república de 1873 fue convenientemente publicitado por los propagandistas del régimen posterior, el de la Restauración borbónica, como antídoto contra intentos posteriores y como forma de justificación de aquella monarquía que tanto se parece a la actual. Hasta consiguieron meter en el DRAE la voz república como sinónimo de caos y desgobierno. Pero si es normal que los sectores conservadores intentaran echar un carro de estiércol sobre la memoria de la I República, lo es menos que la izquierda, fascinada cola Segunda, no sea capaz de ver las virtudes de la que la precedió.

Con todos sus fracasos, culpa en buena parte de los errores republicanos pero también del contexto general en que se dio el proceso, no está de más subrayar algunas cuestiones que la primera experiencia republicana fue capaz de plantear aunque no llegara a darles una solución duradera, como es la abolición de la esclavitud en la isla de Puerto Rico (en Cuba quedaría pospuesta a causa de la guerra en curso); la idea de que el nuevo régimen solo podía ser viable si ganaba el apoyo de las clases populares, dando así contenido real al ideal republicano de libertad, igualdad y fraternidad; y una solución alternativa a la construcción y articulación territorial del estado-nación español, planteando un modelo federal auténtico muy distinto del actual modelo unitario descentralizado que intentan vendernos como federal. No está de más pensar cómo pudo articularse y desarrollarse una España basada en la libre federación de 17 estados simétricos, y los cambios que pudo suponer respecto al marco actual, fuente de agravios y eternamente inacabado. (Tradución El Salto)