Este año no podrá celebrarse la marcha anual conmemorativa de que aquellos tristes días de febrero de 1937 (tampoco se realizará la Marcha del Jarama). En su lugar los organizadores han preparado una serie de actos cuyo programa puede leerse en este enlace.
En su lugar, contamos con un espléndido artículo de Fernando Alcalde, de la Asociación por la Memoria Histórica 14 de Abril, de Motril, y publicado en Maraña. El artículo con sus excelentes fotos puede leerse en este enlace.
Fernando ha impulsado los principales estudios sobre la actuación de la XIII BI en la provincia de Granada, cuya presencia supuso un freno al avance de las fuerzas fascistas por la costa del Sur en dirección al Levante. Fruto de ello han sido la publicación de varios volúmenes sobre La Guerra en las Alpujarras, el libro Las Brigadas Internacionales en La Desbandá. Las fotografías de Robert Capa y Gerda Taro, el documental ¡Hasta pronto, hermanos! y la exposición Taro y Capa en el Frente de Málaga. Agradecemos a Fernando su potente trabajo en la recuperación de la memoria de aquellas luchas y luchadores por la libertad y la República.
La participación de las Brigadas Internacionales en la “Desbandá” de la carretera Málaga – Almería
En la tarde del 10 de febrero de 2017, poco más de una centena de personas se agolpaba en la plaza de Castell de Ferro, un pequeño pueblo costero de la provincia de Granada que hace años dejó atrás su identidad pesquera bajo el empuje de los invernaderos. Un par de altavoces y un pie de micrófono hicieron las veces de frágil escenario por el que fueron pasando las autoridades locales, los organizadores y el invitado, el cónsul honorífico de Canadá en España, cuyas intervenciones estuvieron acompañadas por los aplausos tan acalorados como incondicionales de los asistentes. El viento de poniente y el cansancio de los espectadores hizo recomendable disminuir la ceremonia, pero permitió un bonito espectáculo de banderas tricolores flameando ante la incredulidad y el desconcierto de los transeúntes, que interrumpían sus pasos unos segundos intentando comprender qué perturbaba la paz encalada de aquella tarde de invierno.
Pronto se despejó la incógnita, pues el cortejo se dirigió a una fachada cercana donde se descubrió una humilde placa en recuerdo del médico canadiense Norman Bethune, acto promovido por las asociaciones memorialistas que cada año realizan la marcha pedestre entre Málaga y Almería en recuerdo de las víctimas de la Desbandá, el crimen perpetrado sobre la población indefensa que huía de las tropas de Queipo de Llano y sus desmanes en febrero de 1937.
A punto de terminar el acto, una señora, cuyo castellano contundente y escueto delataba su origen centroeuropeo, se dirigió a los miembros de la organización, a los que solicitó poder leer, en nombre de su marido, un pequeño texto que la emoción y el escaso dominio del idioma le impedían hacer por sí mismo. Y así fue como los asistentes tuvieron conocimiento del paso por estas tierras, ochenta años atrás, de Heinrich Fritz, nacido en Austria en 1908 y, con él, los voluntarios internacionales de los batallones Tchapaiev y Henri Vuillemin que fueron desplazados en febrero de 1937 por la República española para proteger la retirada de los refugiados que huían desde Málaga.
Voluntarios internacionales
Las Brigadas Internacionales se constituyeron en octubre de 1936 como respuesta internacionalista al bloqueo que las principales potencias europeas impusieron a la República española y ante la evidencia del envío de fuerzas militares de Italia y Alemania en apoyo a los militares golpistas. El punto de concentración de los voluntarios se estableció en París, por mediación del partido comunista francés, y desde allí se organizó su traslado hasta Albacete, sede de las Brigadas Internacionales en España. De este modo, llegaron a nuestro país del orden de 40.000 voluntarios de más de 50 naciones, la mayor parte de ellos activistas antifascistas que debieron abandonar sus hogares de forma clandestina y emprender un largo viaje, en la mayor parte de los casos, trágico. Ese fue el caso de Heinrich. Llegó a España después de un largo periplo por Europa tras haber participado en el levantamiento de los trabajadores austriacos en febrero de 1934, huir hacia Suiza y, posteriormente, a la Unión Soviética. Desde allí se ofreció como voluntario en las Brigadas Internacionales llegando a España a mediados de noviembre de 1936, y quedando encuadrado en el Batallón Tchapaiev con el nombre clandestino de Julius Schacht.
El criterio de asignación a las unidades internacionales fue el de la afinidad lingüística. Así, la XIII Brigada Internacional se constituyó con los batallones 8, 10 y 11. El batallón nº 10, Henri Vuillemin, se formó en Villanueva de la Jara el 30 de noviembre y estaba integrado por una mayoría de franceses de la barriada obrera de Ivry, al sureste de París. El batallón nº 11, Louise Michel, de composición franco-belga, se formó en Mahora, y el 8º, Tchapaiev, lo hizo el 18 de noviembre en Tarazona de la Mancha, al que se adscribieron polacos, alemanes, austriacos, húngaros, suecos, suizos, ucranianos y lituanos entre otros, por lo que fue conocido como “el batallón de las 21 naciones”.
Estos batallones intervinieron por primera vez la noche del 26 de diciembre en la batalla de Teruel con unas enormes pérdidas. El Tchapaiev quedó reducido a la mitad de sus efectivos, mientras que los batallones 10 y 11 tuvieron que ser refundidos, lo que obligó a que fuesen trasladados a Utiel y Requena para su reorganización. Allí se encontraban cuando el día 8 de febrero de 1937 recibieron la orden de movilizarse rápidamente hacia Almería, ante la ofensiva desplegada por las fuerzas italianas sobre la ciudad de Málaga y el empuje irrefrenable del ejército sublevado al mando de Queipo de Llano.
La operación sobre Málaga
Tras la situación de estancamiento que se instauró en el frente de Madrid a comienzos de 1937, Franco dio luz verde a Queipo de Llano para que procediese a la operación para la toma de la ciudad de Málaga. La acción pretendía la ocupación de la franja costera comprendida entre Algeciras y Motril con el objetivo militar de aliviar la presión sobre Granada, reducir en más de 150 km la línea de frente, capturar el principal puerto sobre el mediterráneo y, especialmente, distraer efectivos republicanos de la defensa de Madrid sobre la que Franco ya se había estrellado en varias ocasiones. Para ello, el ejército de Queipo de Llano acababa de recibir unos refuerzos extraordinarios: 10.000 voluntarios fascistas italianos de la Missione Militare Italiana in Spagna, posteriormente llamada Corpo Truppe Volontarie, que contaban con el apoyo de la Aviación legionaria y la Agrupación de Carros de Asalto y Autos blindados.
La operación se diseñó de forma envolvente: desde Estepona y Ronda, el coronel Francisco Borbón y de la Torre avanzaría por la carretera costera y sus estribaciones; al norte, las fuerzas italianas distribuidas en tres columnas se abalanzarían por las principales carreteras hacia la capital, y al este, el resto de los tercios y tabores bloquearían la retirada, ocupando Motril. Desde el mar, se contaba con los cruceros Canarias, Baleares y Almirante Cervera, los cañoneros Cánovas y Canalejas, seis guardacostas y varios pesqueros artillados junto a los torpederos, submarinos y cruceros alemanes e italianos. Y desde el aire, la abrumadora superioridad aérea ítalo-germana, que prácticamente triplicaba los efectivos republicanos, garantizaba la ausencia de sorpresas.
El ejército leal fue incapaz de contener el empuje militar sublevado. La defensa de la ciudad, en manos de milicianos mal entrenados y peor equipados, dirigidos por unos mandos inexpertos y desmotivados, apenas pudieron contener unos días el empuje desarrollado por la carretera de Cádiz y por las sierras malagueñas. Málaga no fue otro Madrid. A partir del día 6 de febrero, el cinturón defensivo de la ciudad comenzó a colapsar; el día 7, las autoridades civiles y militares abandonaron Málaga sin organizar la evacuación, y la población, aterrorizada por los rumores sobre la crueldad y el ensañamiento de las tropas sublevadas y las soflamas radiofónicas de Queipo de Llano, inició una huida desesperada por la carretera costera hacia Almería, sufriendo el hostigamiento de la aviación y la flota sublevada. Los testimonios de los supervivientes muestran la desesperación de lo vivido, agravado por el frío y la lluvia incesante, la pérdida de los familiares, el hambre, la metralla y, llegando a Motril, las aguas del río Guadalfeo. Málaga fue ocupada el 7 y 8 de febrero y las fuerzas italianas decidieron avanzar esa misma noche por la carretera costera, alcanzando Salobreña y el río Guadalfeo el día 9.
La respuesta republicana
Ante las noticias contradictorias que llegaban desde el frente malagueño, y la amenaza sobre Almería, el mando militar de la República decidió movilizar sus efectivos. Desde Villarrobledo se envió a la 6ª Brigada Mixta al mando de Miguel Gallo Martínez, que llegó a Adra, en Almería, el día 10 de febrero. En idéntica fecha llegaría a Aguadulce el Estado Mayor de la XIII Brigada Internacional que ya había ordenado desplazar a sus batallones 8º y 10º desde Requena y Utiel, donde se estaban reorganizando tras las graves pérdidas sufridas en Teruel.
Mientras tanto, la única resistencia que pudo organizarse en el frente fue una improvisada y débil línea de contención en el río Guadalfeo, conformada por voluntarios, milicianos y carabineros, sin ningún apoyo artillero, que apenas aguantó una jornada. A ellos, se sumó la movilización de los escasos efectivos aéreos que restaban, muy mermados tras la destrucción de cinco cazas durante el bombardeo efectuado por el crucero Canarias sobre el aeródromo de Carchuna el día 5 de febrero. Así, en la mañana del 10 de febrero, dos Tupolev SB-2 republicanos bombardearon a las fuerzas italianas en Motril y al crucero Canarias situado en su costa, siendo abatido uno de ellos por cuatro cazas Fiat CR-32. A la mañana siguiente, los dos últimos Pótez 540 de la Escuadrilla España de André Malroux, volvieron a bombardear a las tropas italianas en un intento desesperado por proteger la retirada de los refugiados. Ambos fueron derribados, uno sobre Dalias y el otro sobre Castell de Ferro, cuyos tripulantes fueron socorridos por el médico canadiense Norman Bethune.
Norman Bethune había nacido en Gravenhurst, Ontario, y había llegado a España en septiembre de 1936 integrado en la Comisión Canadiense de Ayuda a la Democracia Española. Gracias a las donaciones recaudadas, compró una furgoneta que adaptó con un frigorífico para poder hacer transfusiones de sangre directamente en el frente y, ante las noticias que llegaban desde Almería, decidió desplazarse hacia allí en compañía de su equipo de voluntarios: el escritor Thomas Worsley y el arquitecto, fotógrafo y responsable de la recaudación de fondos, Hazen Sise. El 10 de febrero de 1937 el equipo llegó a Almería y al contemplar la ola de refugiados que colapsaba la ciudad cambió de planes, desmontaron el equipo de transfusión y destinaron todo el espacio disponible al transporte de mujeres, niños y heridos. Durante tres días ininterrumpidamente, Worsley y Sise trasladaron a los refugiados, mientras Bethune organizaba y socorría a los más débiles en la carretera. Así fue como Norman llegó a Castell de Ferro y auxilió a la tripulación del Pótez y a cientos de refugiados. Y la razón de que aquella tarde de 2017 estuviésemos allí, inaugurando aquella humilde placa en su recuerdo. Norman Bethune murió en China el 12 de noviembre de 1939 debido a la infección de una herida realizada mientras operaba.
El batallón Tchapaiev
El día 11 las primeras unidades de la contraofensiva republicana sobrepasaban Almería hasta alcanzar Albuñol, donde Gallo, al mando los efectivos de la 6ª Brigada Mixta, había establecido la defensa. El día 13, tras tres días ininterrumpidos de viaje en camiones, llegaba el Batallón Tchapaiev que, apenas sin descansar, fue enviado de forma inmediata a la vanguardia. La compañía polaca Mickiewitcz avanzó por la carretera de Albuñol a Órgiva hasta alcanzar el alto de Puerto Camacho, mientras que el resto del batallón progresó por la costa hasta las proximidades de Castell de Ferro, que fue ocupado en la mañana del día 15.
El brigadista Leví Lant Lameo de la 3ª Compañía lo describió así: “El pueblo está abandonado, el ruido de las olas del mar recuerda el lamento de las miles de personas que pasaron por aquí antes y que continuaron…. Los restos de un hidroavión derribado se ven en la playa. El pueblo esta saqueado. Se han llevado las ventanas y las puertas de las casas; todo ha sido robado”.
El hidroavión que cita el voluntario no era otro que el Pótez 540 derribado en la playa de Castell de Ferro, y que la censura republicana transformó en un aparato enemigo. El día siguiente, la compañía avanzó por la carretera costera. Por el camino, fueron recuperando milicianos españoles en retirada que se les sumaron hasta alcanzar casi dos centenas, con cuya ayuda recuperaron Calahonda en la mañana del día 16 de febrero.
A media tarde, mientras los internacionales se desplegaban por los altos cercanos y buscaban el calor del sol mediterráneo, una visita inesperada rompió la tensa calma. Una atractiva y simpática fotógrafa alemana, acompañada de otro fotoperiodista húngaro, habían alcanzado la primera línea del frente y les pedían que posaran en diferentes escenas de guerra. Los brigadistas fueron fotografiados en el pueblo y en la sierra cercana, y durante unos minutos, Gerda Taro y Robert Capa centraron su interés en una desconocida miliciana que había llegado a lomos de un caballo con el convoy de provisiones. Unos días más tarde, esta foto tomada por Taro llenó las portadas de Regards del 18 de marzo y del nº3 de Spanelsko: una miliciana vestida de blanco sobre una montura blanca. A contrapicado, la imagen no podía ser más potente. Frente a las escenas de mujeres y familias derrotadas, de refugiados desamparados retratados en Almería, la miliciana representaba el espíritu de lucha de la joven Republica española, desafiante, blanca, limpia, decidida, casi inmortal. Este encuentro entre los fotógrafos y el batallón volvería a repetirse en Brunete, donde un tanque republicano acabaría con la vida de aquella querida fotógrafa y, quizás, con la alegría de Robert Capa. Su multitudinario entierro en París fue una exaltación del compromiso de la izquierda europea con la tragedia que padecía la República española. Gerda era ya un símbolo imperecedero de la lucha de los pueblos por la libertad.
Mientras el batallón Tchapaiev estabilizaba el frente en la costa de Granada, el ejército sublevado iniciaba una maniobra un poco más al norte, en la Alpujarra, con el objetivo de cortar su retaguardia y embolsar a los republicanos. Para contrarrestar esta acción, Gallo decidió taponar la brecha con el envío del recién llegado 10º batallón, el Henri Vuillemin, a los altos de la Contraviesa y la Sierra de Lújar, a más de 1800 metros de altitud, donde las copiosas nevadas les dejaron aislados y sin aprovisionamiento durante los cinco días posteriores. Los trenes de mulos que intentaron abastecerlos desde la Venta de las Tontas se despeñaron sin alcanzar las posiciones y más de 1000 hombres quedaron expuestos a los fuertes vientos y bajas temperaturas. El relato de algunos de los protagonistas describe cómo se alimentaron de algunos de los mulos heridos, de un rebaño de cabras perdido, y de los víveres que pudieron recuperar. Durante estos sucesos fueron heridos varios acemileros y uno de ellos, Santiago González, natural de Órgiva, murió despeñado por el viento junto al mulo con el que intentaba alcanzar la cumbre. Igualmente encontraron muertos a un pastor y a varios de sus hijos. En los días posteriores y tras la mejora del tiempo, el batallón se desplegó avanzando sin apenas encontrar resistencia, pero con la muerte de cuatro brigadistas alcanzados por disparos de artillería: Edmón Marnier, Achiel Debruyne, Eugene Meunier y Victor Claude.
Contenida la situación, Gallo decidió pasar a la contraofensiva. El Batallón Tchapaiev fue relevado en la costa por efectivos de la 55 Brigada Mixta y desplazado a la Alpujarra, hacia Juviles. Desde aquí y tras diez horas de marcha nocturna a pie, atacaron la población de Trevélez a las 6:00 del día 21 de febrero enfrentándose a tres compañías de Regulares. El avance continuó ocupando Pitres y Pórtugos, y posteriormente, Busquístar, Ferreirola y Mecina, recuperando gran cantidad de material militar y liberando a un grupo de milicianos. Los internacionales llamaron a esta operación “Nuestra victoria más bonita”. El conocido brigadista suizo Eolo Morenzoni , recuerda especialmente este asalto en sus memorias, donde su amigo Romeo Nesa perdió un brazo al estallarle una granada de mano.
En los días siguientes, los internacionales ascendieron hasta alcanzar la cumbre del Mulhacén bajo unas condiciones extremas de frío en el invierno de Sierra Nevada. Heinrich Fritz lo relata así: “En las inaccesibles montañas de Sierra Nevada, nuestro batallón había tomado la posición. En este terreno tan abrupto, la línea del frente no era continua debido a que era demasiado grande para ser ocupada por un batallón. Por lo tanto, tuvimos que limitarnos a ocupar las alturas y los puntos estratégicos…. Se habían construido en dos recodos naturales de la montaña unos refugios bastante bien protegidos, calentados día y noche por unas estufas singulares alimentados por huesos de aceituna… La madera era muy escasa y raramente se podía encender un fuego de chimenea. Por la noche, los centinelas tenían también estas pequeñas estufas, ya que la temperatura caía a -15º. Estas estufas no hacían humo, no ahumaban las cuevas y no eran visibles para el enemigo”.
En las Alpujarras, los batallones de la XIII Brigada Internacional combatieron entre el 21 de febrero y el 27 de marzo. El saldo de su estancia fue de 9 muertos y 20 heridos. Las bajas por el frío fueron considerablemente más altas, ya que solo en los primeros días hubo que evacuar a más de 50 brigadistas de la línea del frente con congelaciones. Entre los fallecidos se encontraban el jefe de la 3ª Compañía, el húngaro Jenö Winkler, y los austriacos Karl Fokker y Georg Lutz.
El día 27 de marzo de 1937 la XIII BI abandonó el frente Motril-Mulhacén al recibir la orden de traslado a un nuevo frente: el sector de Pozoblanco.
La XIII BI fue diezmada en varias ocasiones, siempre utilizada como unidad de choque. Tras su desmovilización, en octubre de 1938, algunos de sus miembros quedaron en España luchando integrados en otras unidades hasta su paso definitivo a Francia por el puerto de Le Pertús, el día 7 de febrero de 1939. Heinrich Frizt también lo hizo junto a miles de combatientes. En Francia fue retenido en el campo de Saint-Cyprien, de donde escapó en 1940 para incorporarse a la Resistencia. De nuevo fue apresado y encarcelado en Chalon-sur-Saône. En noviembre de 1942 fue trasladado al campo de Dachau donde permaneció hasta el 29 de abril de 1945. Posteriormente volvió a Austria donde siguió su actividad política. Tras su muerte en mayo de 1997 en Viena, su hijo Ernst, encontró entre sus pertenecías la bandera de la compañía con la que estuvo en Sierra Nevada. Y aquella tarde de febrero de 2018 se acercó a Castell de Ferro para dar testimonio de este enorme ejemplo de solidaridad que fueron las Brigadas Internacionales.
Bibliografía
Alcalde, F., Ayala J., Cañadas, M y Salguero, A. (2016): La Guerra en la Sierra de Lújar. Itinerarios por los restos del frente sur granadino. Vol II.
Alcalde, F., Ayala J., Cañadas, M, Ramos, A. y Salguero, A. (2019): La Guerra en las Alpujarras. Vol III.
Alcalde, F (2019). Las Brigadas Internacionales en la Desbandá. Las fotografías de Robert Capa y Gerda Taro.
Fuente → brigadasinternacionales.org
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