Juventud y régimen del 78: amagos de divorcio
 
Juventud y régimen del 78: amagos de divorcio
Víctor de la Fuente

La juventud en el Estado español atesora en su corto recorrido la experiencia vivida de dos crisis casi consecutivas. Muchos afrontan esta nueva crisis abierta por la pandemia sanitaria con la memoria fresca de la crisis financiera de 2008.

No nos hacemos trampas al hablar aquí de la juventud como un sector de la sociedad único y homogéneo. Compiten en su seno posiciones opuestas y contradictorias, intereses y demandas enfrentadas que aparecen más claramente con la actual crisis. Hablamos pues de toda esa juventud que día tras día compagina impotencia por la vida que nunca tendrán y hastío por la realidad que les ha tocado vivir. Por un modelo de vida que intentan alcanzar y que a su vez rechazan. No hablamos solo de cifras, hablamos de las vidas, de quienes por un lado acuden a las fiestas del hipódromo de la Zarzuela y de quienes entre estudios y trabajos precarios inflan las estadísticas que indican el alto consumo de ansiolíticos entre la juventud.

Lejos aún de movimientos históricos con una fuerte presencia de la juventud, como pudo ser el llamado Mayo del 68 en diferentes puntos del globo, algunos de los motivos que lanzaron a la calle a millones de chicas y chicos comienzan hoy a removerse. Como señalaron ese mismo año desde Francia Daniel Bensaid y Henri Weber, la juventud también vive hoy la actual crisis como una doble fractura. Crisis de los valores burgueses, asentados socialmente en la forma de sentido común imperante, y crisis de legitimidad y reconocimiento social de las instituciones que los sostienen y vehiculan (familia, universidad e institutos, mundo del trabajo, monarquía, etc).

Crisis de valores

Vayamos con la primera parte. Hablamos de los valores que en esta fase histórica, desde el giro neoliberal de las décadas de los 70 y 80, han sido proyectados por las clases dominantes como auténticos baluartes de nuestras sociedades. Y que en su labor política de construcción hegemónica han tenido en las clases medias a sus auténticos protagonistas. La proyección de estos valores sobre el conjunto de la sociedad establece los contornos que vienen dando forma a los estados de bienestar europeos, desde hace décadas, acotando el marco de lo posible a un estrecho rango de opciones. No como artilugios mágicos o simples mentiras capaces de hipnotizar a la sociedad, sino como ideas fuerza capaces de dar una explicación y sentido a un sector social, que aun siendo cuantitativamente minoritario, es capaz de irradiar sus vivencias, necesidades, sueños y demandas sobre el resto. Es por tanto imprescindible que cuenten con su correlato en la vida real y material que justificaba su existencia. La meritocracia, la competitividad y la lógica del esfuerzo han constituido dos ejes sobre los que ha girado la vida de millones de personas jóvenes en la sociedad de clases medias desde que tenemos uso de razón. Su efectividad era correspondida por la existencia de cierto ascensor social que aseguraba la mejora de la calidad de vida de una pequeña fracción con respecto a las vidas de sus padres por un lado, mientras por otro ofrecía a las clases dominantes la posibilidad de erigir un auténtico baluarte político que encarnara la nueva era política del acuerdo.

Estas ideas, constituyentes del relato enarbolado a partir de la Transición, han sido otra vía más de integración de la sociedad española en la sociedad moderna del mercado. Romper, aparentemente, con las redes clientelares de la dictadura franquista implicaba generar nuevos mecanismos que aseguraran el convencimiento de millones de jóvenes que ansiaban con fuerza la llegada de la democracia. Asentada en el milagro económico con la entrada a la modernidad y al mercado común de la Unión Europea el sueño se hacía realidad, las universidades se llenaban de hijos de la clase obrera. Con un horizonte de culminación claro, el acceso al consumo privado. El sueño de formación, un piso en propiedad, coche y un par de semanas de vacaciones estaba cerca. Horizonte de libertad individual avalado por un modelo educativo que lleva años grabando a sangre y fuego en la frente de cada joven su posición en el progresivo proceso de especialización de la cadena de producción.

Si la expansión económica con la entrada al Mercado Único de la UE, el papel de la industria, el desarrollo del sector inmobiliaria, y la potencia del sector turístico sostuvieron el desarrollo económico y social de las pasadas décadas, la imposibilidad más que clara de un nuevo ciclo expansivo avoca a millones de jóvenes hoy a una vida a todas luces más que previsiblemente precarizada. Es posible abrir el foco de la imagen, cada etapa histórica del capitalismo desarrolla sus propias fuerzas productivas y con ellas nuevas relaciones sociales de producción. Las nuestras hoy, con más del 40% de la juventud en paro y casi cuatro millones de parados, el horizonte sobre el que se sostiene el ideal social europeo cada día queda claro que no es más que un espejismo en el desierto. Sobre estas arenas movedizas la doctrina meritocrática se tambalea para millones de jóvenes a quienes la vida les depara principalmente incertidumbre pero con la escasa certeza de que su futuro será peor que el de quienes les precedieron. El progresivo proceso de proletarización, formalmente caracterizado como terciarización, impone condiciones de vida a la juventud que se consideraban superadas, pero lo cierto es que actualmente solo 2 de cada 10 jóvenes puede independizarse y de quienes tienen trabajo más de la mitad cobran menos de 1000€ al mes.

Crisis institucional

Con estos datos sobre la mesa el conflicto está servido. Proceso en creciente tensión que no hace sino socavar las bases de legitimidad sobre las que se sostienen las sociedades occidentales proyectadas por la burguesía y con ella las instituciones que enarbola. Basta con echar un vistazo a cómo el corte generacional constituye un eje claro de ruptura en los procesos políticos y electorales que se vienen produciendo en los últimos años en diferentes partes del globo. Es el caso del papel de la juventud en Chile que derivó en meses de lucha contra un régimen heredero directo de la dictadura pinochetista, no menos importante es el protagonismo tomado por las nuevas generaciones en las movilizaciones que recorrieron EE UU los pasados meses de mano del movimiento antirracista y el movimiento feminista o su papel protagonista en las revoluciones y levantamientos que se suceden desde la llamada “Primavera árabe” hasta nuestros días. El régimen del 78 tampoco es una excepción y no es casual el más que claro rechazo de la juventud a la monarquía española, sector de la sociedad con un mayor rechazo hacia los borbones pues solo el 21,4% de quienes tienen entre 18 y 24 años la apoyan según la última encuesta del instituto demoscópico 40dB. Sin olvidar la implicación ascendente de la juventud en movimientos masivos como las huelgas feministas y el nuevo movimiento ecologista.

No podemos predecir cuál será la respuesta de la juventud a esta nueva crisis, que como la anterior, ha venido para quedarse. La brutal campaña de criminalización impulsada desde políticos y medios de comunicación hacia la juventud ante la expansión de los contagios, la ola represiva de las fuerzas policiales y judiciales del Estado, sumadas al hastío pandémico y la decepción que genera el Gobierno de coalición entre cada vez más sectores de la izquierda, no es descartable estallidos violentos como los que se vienen sucediendo en diferentes partes del Estado. Sería un error por nuestra parte dar por hecho la orientación política de estos movimientos, pero para poder intervenir en la partida con alguna posibilidad se nos imponen ya algunas tareas. Señalar la pandemia como un fruto maduro del desarrollo capitalista, apuntar hacia las élites políticas y económicas como responsables no solo de su origen, sino de las consecuencias. Abrir espacios de autoorganización juvenil que combinen una crítica anticapitalista fuerte y un nuevo horizonte ecosocial y feminista como alternativa colectiva, potenciar la implantación social ante la paulatina retirada del Estado y la ofensiva durante décadas hacia los tradicionales centros de organización juvenil, como las universidades y centros de estudio, así como reconocer el fuerte potencial transformador de las motivaciones soberanistas y territoriales ante un Estado hecho a medidas de las clases privilegiadas. Combinar en estos procesos la radicalidad política con mecanismos asamblearios y democráticos, no es solo una cuestión de forma, sino parte sustancial de generaciones que rechazan las normas tradicionales de una izquierda de orden que cada día se acerca más al problema que a la solución.


Fuente → vientosur.info

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