En los momentos pre y post electorales se exacerba el aspecto de expulsión de la teoría política y de su reducción a repetición de consignas y fines prácticos solo preocupados por estrategias que sustituyen el pensar. Se pretende en las líneas a continuación hacer visibles en circunstancias electorales teorías inoportunas en tanto que transformadoras y radicales.
Una de ellas es la que propone el republicanismo radical. Es este republicanismo el heredero de aquel republicanismo histórico que se opuso al surgimiento del Estado como institución absoluta y centro único del ejercicio de lo político. Para el republicanismo, todos los espacios públicos han de ser república, de ahí que históricamente su lugar privilegiado de expresión haya sido la ciudad. El Estado sería lo contrario, y no solo el monopolio del poder sino el monopolio de toda praxis política. Este Estado, hijo de la monarquía y padre de todos los Estados modernos fue el destructor de las repúblicas. Al tiempo que destruyó las repúblicas destruía el autogobierno de las culturas y comunidades que persistían incluso en tiempos imperiales. La alteración posterior de la denominación de ese Estado moderno adoptando el hipócrita nombre jurídico de República no sirve sino para recordar aquella denuncia de C. Desmoulins, “¿Es acaso el nombre que se le da a un gobierno, lo que constituye su naturaleza?”. Las repúblicas genuinas, los autogobiernos, por lo tanto, han quedado fuera, en los márgenes, en las “banlieu”, en los arrabales marginales del Estado actual.
La mayoría de los Estados existentes actuales no se han constituido por consentimiento alguno entre las culturas o comunidades preexistentes en él sino por la voluntad y la fuerza -frecuentemente muy violenta- de una sola de ellas, la más belicosa. En ese sentido los Estados actuales son siempre estados de dominación derivados de situaciones de injusticia de los que no cabe esperar ningún generoso resultado visto los antecedentes históricos que lo generaron.
Este nacionalismo estatal o dominación de un Estado hegemónico ejerciendo señorío sobre el destino de las demás comunidades o repúblicas -patrias republicanas- se yergue como modelo de organización política. En vez de llamársele por su verdadero nombre de imperialismo, se le llama integración solidaria. Contra él, en este paradigma perverso ideológico, se levantarían -parece ser- las fuerzas desintegradoras de nacionalismos “excluyentes”, los marginales de los arrabales. El colmo de la injusticia es añadir agravio al agraviado. A la comunidad republicana autogobernada objeto de la pasión por la libertad entendida como autogobierno propio -emoción y pasión que es el patriotismo republicano- después de destruido, se le castiga llamándole nacionalismo excluyente y responsable de la división. Esta violencia cultural y material la opera una organización, el Estado, que ha asumido la herencia de la dominación imperial, no atendiendo a ningún autogobierno de sus miembros sino al principio de monarquía: todos deben ser Uno y gobernados por la Unidad y el Todo. La comunidad, para alcanzar la única dignidad que garantizase libertad debe constituirse como Estado, como status quo de preeminencia soberana única al igual que el órgano que históricamente le produjo como Estado: el monarca soberano. Sin este Uno, no cabría pueblo alguno sino masa informe sometida a pasiones “nacionales” despreciables. La comunidad política, para serlo y alcanzar la categoría de racional, debe de ser Una, Grande y Libre. Solo en Estado Uno, la masa informe se convierte en persona colectiva. Todo lo demás son “indios” de los que nos sorprende que hasta… posean logos (como denunciaba Sartre a propósito de los damnés de Franz Fanon, de los colonizados que osaban llamarse naciones). Por supuesto que el destino de estos “indios” republicanos de los márgenes no puede ser decidido por ellos mismos sino por el Soberano Uno que para serlo ha de estar integrado en la unidad superior, el Pueblo del Estado Español.
Como es típico de las servidumbres voluntarias, se unen a este clamor contra las periferias pasionales, ciertas izquierdas que también se sienten orgullosas de pertenecer al gremio de la supuesta racionalidad, en cualquiera de las formas múltiples que las pretensiones del llamado ”socialismo científico” adopta frente a los romanticismos sentimentales que serían los propios de la pequeña burguesía. Las reivindicaciones nacionales, provienen del sentimiento de pertenencia, parece ser, inevitablemente, y son movimientos animados de idealismo romántico propio de estadios precapitalistas. Que estas irracionalidades tengan la molesta característica de ser populares se debe a su origen de clase: han de ser forzosamente pequeño-burgueses y cuando son reclamados por el pueblo bajo se debe a la inmadurez de ese menu peuple fácilmente contaminable y manipulable por los intereses de las burguesías. A imagen de la injuria ideológica que opera el pensamiento de derecha con respecto a la culpabilidad de los que pretenden autogobernarse, estas izquierdas también construyen un pliego de cargos desde esa base de que al pueblo le falta conciencia de sí, es un insuficiente “rebelde o primitivo”, es engañado si se le deja a su propio aire sin vanguardias y es presa de la más astuta burguesía de turno. No existirían repúblicas ni voluntades de autogobierno, solo existen clases. La clase es por definición internacional. Sobre esto ya hay ríos de tinta escritos y no merece la pena contribuir con una sola línea más a alimentar el debate en el que tenazmente se han empeñado todos los mecanicismos y marxismos ortodoxos. El Santo Oficio puede negar el movimiento del patriotismo… eppur si mouve! No obstante, también pudiera ser -y esto sospecho que es más cercano a la genuina postura de Marx- que si los “trabajadores no tienen patria” es porque se la han robado, lo cual es diferente de no tenerla de nacimiento. Es sabido que la naturaleza del capitalismo es el latrocinio y la expropiación, sea de las tierras por enclosures, de la plusvalía del trabajo, y de toda dignidad incluyendo la patria republicana. Por eso es tan importante para los dominadores eliminar también la propia cultura y lengua de los dominados porque aquellas son la expresión y el instrumento de lo más humano emancipado: nuestra capacidad simbólica y proposicional, la de entender la realidad y crear nuestro propio mundo humano. Hablar, comunicar con la propia lengua es construir participativamente ese mundo propio, no sometido a necesidad y poderío ajeno sino que formula lo que es necesario y posible, decidido por nosotros. La lengua, es la capacidad simbólica en que en mayor medida se crea una relación intersubjetiva, se construye un espacio d e decisión, es decir, se hace una república. Ella es por lo tanto el primer enemigo a abatir.
En el caso de los trabajadores catalanes, este robo por parte de la burguesía catalana es muy cierto para los que asoman a los hechos históricos con mayor rigor. Josep Fontana desmonta el mito del nacionalismo propio de clase dirigente haciéndonos ver que el capital y sus clases son antes que nada provecho propio y lo propio de aquella burguesía no es la reivindicación nacional en interés del país sino “que las capas dirigentes catalanas adoptan, en momentos de conflicto, soluciones que priorizan sus intereses de clase frente a los del país, será un hecho que se repetirá y se sigue repitiendo en nuestra historia” (1). La historia real está muy lejos de la prédica de que el independentismo y el interés de un país catalán autogobernado es un producto de la burguesía catalana. El pueblo no es un simple e idiota juguete y sabe qué le ha sido robado -todo, hasta el mismo país- y quienes son los cómplices de clase. Las revueltas catalanas históricas siempre han acabado en saqueo de las casas de los potentados. La gente soberbia, ”…aquesta gent tan ufana i tan superba!”, le es insoportable.
No obstante, muchos son los que se agolpan en la puerta queriendo entrar en la sala de los enemigos del nacionalismo, o de lo que ellos llaman así, con intención no inocente de evitar el emancipador y republicano calificativo de autogobierno y que la carga peyorativa cultural y dominante prevalezca. Cada día, nuevas colaboraciones se acumulan con los mismos argumentos incluso en tradicionales publicaciones que fueron revolucionarias en su época. No pasa día sin que lo que fueron tradicionales medios de hospitalidad de todas las rebeliones, protesten contra esa detestable “rebelión” de clases burguesas en forma de independencia. “¿Independencia?- se preguntan - ¿Qué es eso sino capitalismo, con rostro humano?”. Como si el capitalismo no fuese radicalmente y sustancialmente dependencia. “¿Independencia? -dicen- eso es propio de un grito anacrónico de esclavos colonizados”. Como si el capitalismo no fuese la colonización permanente de toda autodeterminación popular. “¿Independencia? -se asombran- , pero si eso es neoliberalismo postmoderno que olvida los derechos individuales en favor de las pertenencias”. Como si la bestia negra enemiga del capitalismo no hubiese sido siempre la reivindicación de una libertad, no como arbitrio de los derechos subjetivos individuales en forma de prerrogativas y apetencias sino como voluntad de emancipación y construcción de un espacio común normativo sin dominación ni dependencia. La enemiga republicana de la libertad liberal es la afirmación de una res pública, una cosa popular, cosa común, independiente de dominaciones venidas de afuera o de adentro. Una libertad independiente de reyes, dioses, patrones y tribunos que han sido precisamente siempre los pilares del Estado Uno, la Nación Una, Grande y Libre. Su hermana gemela económica, es la multinacional globalmente monstruosa desregulada. Para el capitalismo lo pequeño nunca fue beautiful, y el mejor cómplice de lo Grande Global es el Estado unitario porque todos los tiranos se abrazan como hermanos. El Estado moderno no es una etapa inferior y superada por las instituciones de la globalización sino que los Estados están siendo los garantes de ese imperialismo global. Los Estados están verificando su vocación monárquica de origen y están deviniendo cada vez menos republicanos. Uno de los síntomas de ese devenir es la acentuada necesidad de exterminio final de las culturas y naciones. No basta con que sean marginadas, deben de ser exterminadas.
Muchos han sido los desaciertos históricos de los movimientos independentistas catalanes, pero ha habido una constante muy acertada y que pone en relieve su significación genuina: reivindicarse República. Esto es quizá lo más doloroso y el peor agravio a los intereses de dominación fuera y dentro de ella.
Muchos de los que se agolpan en la cola de los “constitucionalistas” contrarios al autogobierno, en un tiempo tuvieron el circunstancial slogan de “libertad, amnistía, estatuto de autonomía”. Entonces libertad significaba, emancipación, amnistía era reivindicación de la dignidad de los perseguidos y autonomía significaba institución del autogobierno. La pancarta se ha transformado en un prosaico “libertad sin amnistía en el statu quo del Estado de las autonomías 1978” . Ahora libertad quiere decir ley positiva promulgada, amnistía quiere decir venganza judicial contra los perseguidos que han osado discutirla y autonomía un listado de competencias de gestión técnica. Todo lo demás sería golpe de Estado. En esto tienen razón. La República es –como siempre ha sido- una institución que golpea al Estado.
Nota:
(1) Josep Fontana: Una història de Catalunya. Eumo edit. 2014, p.85.
Fuente → sinpermiso.info
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