‘Campechano, el macho elfo. ¿Quién mató a la monarquía española?’

Fragmentos seleccionados de la “novela que desnuda la monarquía machirula” en palabras de su autor

‘Campechano, el macho elfo. ¿Quién mató a la monarquía española?’

Fragmento 1. Un apunte histórico

Un apunte histórico al paso, para que se note mi sobresaliente en Historia en el instituto: mientras Felipe V traía a España la dinastía morbónica, en Francia se sucedieron tres luises: Luis 14º, el rey Sol; su bisnieto, Luis 15º, el Bien Amado; y Luis 16º, el que se casa con la princesa de Austria, la novelera María Antonieta y, tras una vida frívola de excesos y derroches, saqueos y adulterios, ambos fueron ejecutados en la guillotina durante la Revolución francesa. Y esta, queridos niños y niñas, es la gran diferencia entre la católica Francia y la caótica España: en Francia, el pueblo en armas, simbolizado en la Toma de la Bastilla, acabó con el Antiguo Régimen y fulminó el feudalismo y el absolutismo. La revolución se enfrentó con la Iglesia y los terratenientes, y el 27 de agosto de 1789 la Asamblea publicó la Declaración de los Derechos del Hombre.

Mientras Francia ejecuta a dos monarcas absolutistas y degenerados, en España tres morbones, Carlos III, Carlos IV y Fernando VII –también acreedores de la guillotina, al menos con los criterios de Danton y Robespierre–, se dedican a cazar, follar y robar, a una vida de lujo y disipación, de estancia en estancia y de palacio en palacio. Esta es una gran diferencia histórica, que explica el déficit democrático de España en los dos siglos siguientes; hasta hoy, para ser exactos: los franceses guillotinan el Antiguo Régimen al grito de libertad, igualdad y fraternidad, mientras en España se recrudecen el Absolutismo y la Inquisición.

En el cuadro de Delacroix, La libertad guiando al pueblo, que conmemora la Revolución de Julio de 1830, abandera la lucha una hermosa mujer con los pechos desnudos, precursora de las Femen. En la España de Fernando VII, la misma revolucionaria procaz, Mariana Pineda, fue ejecutada a garrote vil por bordar una bandera liberal. Doscientos treinta años después de la Toma de la Bastilla, en España sigue mandando una dinastía extranjera del Antiguo Régimen, tres veces expulsada por el pueblo, y tres veces impuesta por un golpe de Estado o una dictadura militar. La Revolución francesa se estudia en el bachillerato. El saqueo de España no venía en mis libros de texto, y quizás esta ausencia –esta censura– explica la necesidad que siento de leer y desvelar por mí misma la otra cara de la historia, la historia jamás contada ni en casa ni en la escuela ni en el telediario. He sentido la necesidad de levantar el telón y contemplar en toda su deformidad al rey desnudo. Y lo voy a hacer también por mi padre, un súbdito leal, que murió convencido de que Juan Carlos I era un verdadero patriota. La náusea, Jean-Paul, ¡qué náusea!

Fragmento 2. El cuento de las criadas

Regreso al teclado. Soy mujer. Soy hija y tal vez algún día seré madre. Soy periodista. Periodista de investigación especializada en corrupción. Este máster todavía no existe en ninguna facultad de comunicación de España, pero no tardará. Soy basurera. Ahora que a los basureros de toda la vida les han cambiado el nombre –técnicos recogedores de residuos urbanos–, yo soy experta en cloacas. Ese es mi trabajo, escarbar entre las inmundicias, diseccionar miserias humanas. Más que crónicas, escribo colonoscopias. Esto es la historia de la dinastía morbónica, una inmensa colonoscopia en blanco y negro. Una úlcera sangrante en la historia de España.

Soy mujer, soy periodista, y me pregunto si estoy escribiendo sobre la vida privada de un señor metido a rey o sobre las mentiras de Estado que durante cuarenta años han atascado el tubo digestivo de la democracia. También soy ciudadana de este país y me siento estafada: mi padre murió creyendo en la bondad, la integridad y el ejemplo del rey Juan Carlos I. Lo recuerdo cada víspera de Navidad, toda la familia reunida para celebrar la Nochebuena, a las 21 h en punto se detenía el bullicio, se bajaba el fuego de los fogones, callaban los niños y el perro, y todo el mundo se sentaba en la sala de estar frente al televisor, para escuchar el Mensaje de Navidad de su majestad el rey. Una tradición –a cualquier cosa llamamos tradición– muy democrática, considerando que la inició el dictador Franco la nochevieja de 1937, en plena guerra civil, y la mantuvo hasta 1974, poco antes de morir.

Los discursos de Franco no los recuerdo, yo aún no había nacido; pero sí los del rey, siendo niña. En mi casa se escuchaban con más solemnidad que una misa, con inmenso respeto. Mi padre respetó al rey hasta el último día: pero hoy sé que el rey jamás respetó a mi padre. Mi padre creía a pies juntillas cada palabra de lo que el rey decía, sed buenos, dar ejemplo, quered a vuestra esposa, sed fieles. El rey Juan Carlos es una bendición de dios, decía mi padre, emocionado. Y todos asentíamos, no por respeto a Pinocho, por respeto a Padre, que había visto desaparecer al tío Ignacio en una cuneta y conocía el sabor del hambre. El rey nos ha traído la paz, decía Padre, ¡hijos míos, seguid siempre su ejemplo!; y el rey, que había grabado el discursito días antes en Zarzuela –falso directo, otra mentira más– ya estaba a esas horas celebrando la Nochebuena en el lujoso apartamento de los Alpes, con su amante. Cuando mi padre murió, quitamos del cuarto de estar el retrato de su majestad: en realidad, tiramos la fotografía y guardamos el marco, que dejó sobre la pared una orla fantasmal. Nuestro honrado padre creyó en usted, y usted estafó a mi padre. Nunca te lo perdonaremos, Campechano.

El rey de España desde la restauración franquista de 1975, Juan Carlos I de Morbón, ya no era un joven fogoso cuando conoció a Corinna, en febrero de 2004: él tenía 66 años y ella 40, un caramelito.

Él llevaba 42 años casado por duplicado –por el rito ortodoxo y por el rito católico; la realeza es así de extravagante– con su prima tercera, ¡qué manía los morbones, casarse primos con primas!, Sofía de Grecia, nieta de Ernesto Augusto, que murió siendo aspirante al trono de Hannover. Aquí podría abrir un paréntesis del tamaño de la tesis doctoral de Pedro Sánchez para explicarles cómo a comienzos del siglo XX las casas reales y las monarquías europeas se estaban yendo por el desagüe de la historia. Sissi, emperatriz de Austria, Hungría, Bohemia, Croacia, Eslavonia, Dalmacia, Galicia, Lodomeria, e Iliria, fue asesinada por un anarquista a orillas del lago Lemán; los Romanov, últimos zares de Rusia, asesinados en 1910; el Hannover, privado de sus títulos en 1917; y en España, varios atentados anarquistas contra Alfonso XII y Alfonso XIII, incluso el día de su boda con Victoria Eugenia, como ya les conté: una bomba en un ramo de flores. Malos tiempos para la monarquía.

La princesa Sofía de Grecia nació, como Juan Carlos, en 1938, mientras Hitler invadía Austria. Su madre fue Federica de Hannover, miembra de la Liga de Muchachas Alemanas (las Juventudes Hitlerianas)

La princesa Sofía de Grecia nació, como Juan Carlos, en 1938, mientras Hitler invadía Austria. Su madre fue Federica de Hannover, miembra de la Liga de Muchachas Alemanas (las Juventudes Hitlerianas), a la que el mismísimo Hitler intentó casar con el príncipe de Gales para unir las monarquías británica y alemana. Amores de Estado. Pero Federica se enamoró –música de violines– de Pablo, hijo del rey de Grecia, durante los Juegos Olímpicos de Berlín. Les esperaba una vida errante, no exenta de lujos y excesos, y también –dice Pilar Eyre– la familia real griega conoció el hambre, el frío y las ratas. A Pablo I de Grecia le sucedió en 1964 su hijo Constantino II, que apenas fue rey durante diez años: los justos para que el pueblo griego lo enviara al exilio, previa patada en el culo, poniendo fin a la monarquía griega en 1973. Al año siguiente caería la dictadura portuguesa, 1974, la revolución de los claveles; y un año después, en 1975, Franco moría en La Paz. Tras una larga noche de piedra, los PIGS del sur de Europa se reseteaban.

Cuando Sofía conoció a Juan Carlos, en 1961, ella era una princesa en activo, hija de rey coronado; y él un infantón, nieto de rey expulsado al exilio con malos modos, y metido por Franco en el congelador de la historia. Pocos años después dio vuelta la tortilla: Juan Carlos pasó a ser príncipe de Asturias y Sofía, hija y hermana de una monarquía guillotinada simbólicamente.

Sofía, la que posee sabiduría: inteligente, culta, políglota, amante de la música y las artes, discreta… la diosa Atenea le concedió todos sus dones; Afrodita, diosa de la belleza, ninguno; pero Juan Carlos tampoco era George Clooney. Los matrimonios de Estado no necesitan amor ni pasión, sino conveniencia y buenos profesionales. A diferencia de Campechano –un patoso constitucional, un desastre–, la reina Sofía pasará a la historia de los tópicos como una excelente profesional, “una cínica que lo sabía todo y ha aguantado al rey durante 40 años por dinero”, en expresión de Marc Villanueva. Me llama la atención otra expresión de Pilar Eyre en La soledad de la reina: “Don Juan y su madre, la calculadora reina Victoria Eugenia, empezaban a estudiar el panorama de princesas reales disponibles”. Y con una buena dote para acceder al mercado de princesas casaderas. Peñafiel cuenta que el rey Pablo pidió al Parlamento griego una dote de 50 millones de francos para la boda de Sofía con el príncipe Harald de Noruega, pero el Parlamento de Grecia solo concedió 25 millones, y la familia real noruega abortó el compromiso: “¿Solo tres millones de pesetas por Sofía?”.

Roto el amor, Cenicienta guardó en su álbum las fotos con Harald, paseando en bañador por las playas de Corfú, y permaneció disponible. Y calladita, eso se aprende en primer curso de la Sección Femenina. Años después, casada y enamorada, Sofi se presenta por sorpresa en una cacería y pilla a Juanito en la habitación con otra mujer: “Dos personas de pie, una falda escocesa que estaba donde no tenía que estar, dos rostros muy juntos, dos bocas que se abrieron al unísono, un grito, dos gritos…” –cuenta Eyre, pelín cursi, para no decirnos que estaban follando; o tal vez Sarita Montiel se habría quitado la falda solo para cantar a Juanito el último cuplé–. A partir de esta primera infidelidad, Sofi adoptará la técnica de «la máscara», enseñada por su madre: un control total de las emociones hasta convertirse en espectadora de sí misma. Un antifaz de Pierrot para sobrevivir en el carnaval de la Corte: “Aquel día Sofía se puso la máscara de reina profesional. ¡Cuarenta años usándola!”. Una princesa escogida para preñar y saber estar. En el libro-masaje de Pilar Urbano sobre la reina Sofía, hay unas palabras finales que me traspasan los ovarios: “El ejercicio de la realeza no estriba solo en ser: es una cuestión de estar. Estar. Hilar. Parir. Cuidar de la casa. Estar. Estar y vigilar. Ah, cor meum vigilat (la esposa del Cantar). ¿Quién es la reina? La que está”. Una esposa bíblica para el macho elfo, una princesa disponible y fértil –duermen en camas separadas, pero procrea adecuadamente–, una reina que sabe hilar, parir y estar calladita. La criada de El cuento de la criada.

El cuento de las mujeres que solo sirven para procrear varones. No puedo apartar de la mente el prodigioso relato de Margaret Atwood, la vida en la República de Gilead: Comandantes, Esposas, Tías, Criadas, Marthas. Las mujeres como un subproducto de la naturaleza: “Mata a sus hijos y pon en su lugar a los tuyos, como hacen los gatos; obliga a las mujeres a tener hijos que luego les robarás; niños robados. El control de las mujeres y sus descendientes ha sido la piedra de toque de todo régimen represivo de este planeta”, escribe Margaret.

Su novela me impresionó hace diez años y, cuando me puse a investigar la monarquía morbónica, de pronto lo vi claro: Gilead. Todas las mujeres que han pasado por sus manos, manoseadas, han sido Esposas, Criadas, Tías, Marthas. El libro ha viajado conmigo hasta El Hierro y al releerlo no puedo dejar de pensar en Campechano como uno de los Comandantes de Gilead, un propietario de esposas y criadas. En Gilead, el sufijo ‘De’ indica ‘propiedad de’: Defred, criada del comandante Fred; Dewarren, propiedad del comandante Warren; Deglen, propiedad de Glen. De haber vivido en Gilead, Sofía se habría llamado Dejuancar: adquirida para procrear y luego desechada, como corresponde a las Criadas. Un vientre de alquiler contratado por el Estado: su peor desgracia, no ser capaces de parir un heredero, en Gilead o en Aranjuez.

Las ceremonias –así se llaman en Gilead– entre Juan Carlos y la Criada Dejuancar no pararon hasta que en 1968 llegó el varón; y una vez cumplido el trato –un heredero para la corona– ella supo, lo supo siempre, como hija de rey y hermana de rey, cuál era su papel en las cocinas de palacio: a veces Cenicienta, a veces madrastra. Cumplido el trato carnal, Juancar cambió de lecho y de moto –y andando el tiempo cambiaría también de casa– y prosiguió su vida de soltero, como un genuino Morbón, coleccionando romances y quién sabe cuántos hijos e hijas narigudas. Las élites pastosas de la España monárquica llevan cuarenta años llamando dignidad –«Una gran dignidad»– a lo que debe considerarse humillación y sumisión de la gran cornuda del reino, Sofía Dejuancar, propiedad del macho elfo.

Soy periodista, pero antes soy mujer, soy hija y hermana, y quizás algún día seré madre; soy persona. No puedo reconstruir esta secuencia de hechos históricos, porque lo son, y permanecer impasible, sin que se me remuevan las tripas y se me alteren los pulsos. Nolite te Bastardes Carborundorum: no dejes que los bastardos te carbonicen, Patti.

La historia de la monarquía española –supongo que la de cualquier monarquía– es una historia profundamente machista. Una degradación de la mujer que no sería posible sin la coartada de la religión: en Gilead DIOS ES UN RECURSO NACIONAL, escribe Atwood con mayúsculas. No en vano, El cuento de la criada trae causa del relato bíblico en el que la estéril esposa Raquel entrega la sierva Bilha a su esposo Jacob para que procree: “He aquí mi sierva Bilha; llégate a ella, y dará a luz sobre mis rodillas, y yo también tendré hijos de ella” (Génesis, 30). Llégate a ella –dice la Biblia– porque decir fóllatela y préñala escuece a los oídos piadosos. Vientres de alquiler: en la Biblia, en Gilead y en Zarzuela.

Aunque la casa real, los sucesivos gobiernos de orden y la prensa adicta al régimen han mantenido la mentira aquí dentro, fuera de España hace tiempo que la prensa llama a las cosas por su nombre. Los colegas del semanario italiano Oggi publicaron en 2012 un titular que no precisa traducción: Sofia di Spagna, regina triste: il suo Juan Carlos ha avuto 1500 amanti.

Mil quinientas amantes con princesitas, jóvenes cantantes, strippers y soubrettes. Olgina, Marta Gayá, Antonia dell’Atte, Paloma San Basilio, Rafaella Carrá, Anne Igartiburu… ¿y cuántas más, corazón, corazón? Circulan decenas de listas, hasta la revista Marie Claire las ha publicado, solo nos falta un monográfico de ¡Hola! Bárbara Rey fue una de las más famosas. Campechano la vio en TVE en el especial Nochevieja de 1975 y se encaprichó de la vedette, a la que estuvo follando casi diez años. De aquella relación quedaron fotos y vídeos muy comprometedores –Bárbara grabó al rey en la cama–: un quebradero de cabeza para el CNI y un seguro de vida para la domadora de leones. No cuentas nada nuevo, Patticristo, porque el chantaje y los pagos millonarios del Estado a Bárbara Rey andan por ahí bien documentados, solo prueban una vez más la conducta descerebrada del rey y la cornamenta continuada de la reina, humillada aquella primera vez, una noche de falsa cacería en Toledo, en enero de 1976. A partir de entonces empezaron a dormir en camas separadas. O el triángulo Juan Carlos-Sofía-María Gabriela de Saboya, que Oggi compara con el de Carlos de Inglaterra-Diana-Camilla. “Solo que, a diferencia de Charles, Juan Carlos no se habría detenido ante las otras mujeres, sino que podría elaborar la Wikipedia de un verdadero amante”. Y así hasta 1.500 o más… en el libro El rey de las cinco mil amantes, el coronel Martínez Inglés hace un cálculo surrealista y divertido, y llega a sumar 4.786 amantes, contando desde su época en la Academia Militar de Zaragoza: “Según las informaciones secretas que en su día fueron cursadas a la superioridad, el cadete Juan Carlos mantuvo relaciones íntimas con un total de 232 mujeres, desarrollando una media más baja que en el período anterior: 2 encuentros sexuales por semana”. El cálculo es un delirio: Martínez parece confundir amantes con coitos, atribuyendo al cadete una señora nueva para cada acto; pero no desmerece la fama del rey poligamoroso. Un verdadero macho elfo.

Fragmento 3. El AVE a la Meca

El romance ferroviario entre Campechano y Abdalá transcurre durante la presidencia de Zapatero –abril de 2004 a diciembre de 2011–, pero el contrato se firma bajo la presidencia de Rajoy, tras ganar las elecciones en noviembre de 2011. Esto explica el nimio detalle de que sea la ministra de Fomento del PP, Ana Pastor, quien preside la firma en Riad, y no el ministro de Fomento del PSOE, José Blanco –Pastor, Blanco, tanto monta, monta tanto–, que en los meses previos había hecho una intensa campaña publicitaria a cuenta del AVE de los jeques árabes. Yo estaba allí entonces, trabajando como periodista, y os lo puedo contar: un mes antes de perder las elecciones, siendo ya ministro en funciones, Pepiño seguía en campaña. Su gabinete en Fomento nos invitó a los y las plumillas y gráficos de Galicia a la inauguración de la línea del AVE Santiago-Ourense, el 10 de diciembre de 2011, trece días antes de su cese. Vengan conmigo.

El romance ferroviario entre Campechano y Abdalá transcurre durante la presidencia de Zapatero, pero el contrato se firma bajo la presidencia de Rajoy

Jornada histórica, decían los feladores habituales del reino: ¡Por fin, la primera línea de alta velocidad en Galicia!... con una década de retraso y 128 años después de la llegada del ferrocarril, en septiembre de 1883.

En la estación de Compostela –construida en el siglo XIX e inaugurada por Franco en 1943, que apenas ha cambiado desde entonces– está todo dispuesto para estrenar el S-730, el flamante tren híbrido desarrollado por Talgo y Bombardier, con motores Diesel, torres de refrigeración, depósitos de 2.000 litros y bogies de dos ejes de ancho variable para cambiar de red. El convoy inaugural lleva dos vagones de 216 plazas en clase turista, destinados a los doscientos periodistas invitados, y 26 plazas en clase preferente, para las autoridades. Al menos, no nos separaron por sexos, como hubiera hecho Abdalá.

La jornada amaneció soleada y tibia: un magnífico día de otoño para disfrutar los paisajes de O Carballiño y las Tierras del Deza a la velocidad punta de 250 km/h. A las 10 h aparecieron las autoridades. Dos azafatas de falda demasiado corta para la ocasión sonreían la bienvenida. El ministro Blanco forzó una mueca desencajada. Mientras autoridades e invitados ocupan sus asientos en los vistosos vagones sin estrenar, la Banda Municipal interpreta el himno gallego. Son con exactitud las 10:15 cuando el primer AVE Santiago-Ourense se pone en marcha, exhalando un largo y emotivo pitido que se oye en las torres de la catedral.

En apenas dos minutos la composición alcanza la velocidad máxima prevista, 250 km/h, si bien la nota-masaje distribuida por el gabinete de prensa de Fomento hace constar que en el período de pruebas el nuevo S-730 llegó a alcanzar los 330 km/h del tren-bala japonés, proeza técnica nunca antes vista en Galicia; y funcionaron a la perfección –añaden los masajistas del ministro– los sistemas de señalización ERTMS, LZB y Asfa digital, acreditando la solvencia técnica de la nueva línea. Llegamos a Ourense en 38 minutos. Chim pum. Quédense con lo del tren-bala, el jodido tren bala y la puta campaña del AVE promovida por Pepe Blanco, de la que Ana Pastor tomó el relevo, pasando sin transición del PSOE monárquico al PP morbónico. Año y medio después de aquella extravagante inauguración, repleta de autoridades fatuas –con un ministro ya cesado y un presidente de la Xunta con cara de Gabino Diego en El rey pasmado–; año y medio después, aquel tren descarriló en la curva de Angrois, a la entrada de Santiago, el 24 de julio de 2013, causando 80 muertos y 144 heridos.

A diferencia del viaje inaugural, esta vez no hubo azafatas ni banda de música ni funcionaron los sistemas de señalización ERTMS, LZB y Asfa digital que anunciaba el Ministerio de Fomento a bombo y platillo en la nota de prensa, que conservo, panfleto quiero decir. Aquel Alvia de la muerte entró en la curva a 191 km/h, duplicando la velocidad máxima permitida en ese tramo, 80 km/h; y me tocó también cubrir aquel suceso, el más duro y agrio de mi vida profesional; y cuando a la mañana siguiente pasé la noticia para una emisora de radio, la voz se me quebró, me eché a llorar y no pude acabar la crónica, tal era el espantoso y desgarrador cuadro sobre el que tenía la obligación de informar. Un amasijo de hierros y sangre: había personas atrapadas en los vagones y no cesaba el ir y venir de las ambulancias. Nunca antes y nunca después me ocurrió algo así, pero aquella mañana me derrumbé y aún me tiembla la voz y se me empañan los ojos al recordar la catástrofe de Angrois. Al verme llorar, una policía que ordenaba el tráfico me abrazó, llorando también: “No estamos preparadas para esto”.

Han pasado siete años y no se ha hecho justicia: los sucesivos gobiernos y dirigentes del PP y del PSOE han bloqueado y ninguneado todas las comisiones de investigación; han ocultado información y han torpedeado la instrucción judicial. Ha sido su modo de proteger a los responsables de ADIF y Renfe, y de blindarse ellos mismos, evitando que la onda expansiva de Angrois llegue hasta La Meca y afecte a los sacrosantos intereses de España y de su rey, es decir, a los suculentos contratos del AVE del desierto. ¿Se entiende así mejor?

Una justicia rápida, como se merecían las víctimas, una condena a Renfe y ADIF, a punto de comenzar las obras del desierto, hubiera sido un desprestigio y un quebradero de cabeza para el consorcio patrocinado por Abdalá y Campechano. Hay cláusulas, avales, cauciones, compañías de seguros y reaseguros, despachos internacionales, muchos intereses en juego. La prensa feladora y el dinero abundante del petróleo extendieron una alfombra roja –manchada en sangre– y el 25 de septiembre de 2018, cinco años después de la desgracia de Angrois, su majestad el rey Salman Bin Abdulaziz al Saud –sucesor de Abdalá, fallecido en 2015– inauguró el Haramain High Speed Railway, el tren de alta velocidad entre La Meca y Medina.

Fragmento 4. El oso Mitrofçan

La primera abdicación del rey está cerca, pero él aún no lo sabe.

A los 74 años, el rey se aburre; los asuntos de Estado no le interesan; con una mujer joven, quién sabe si fogosa [a ver Patti, tía, borra eso; es un comentario machirulo. Pues no, tía; es relevante: si Juancar hubiera estado con Sofía, de su misma edad y en apariencia no tan atractiva, hubiera sido distinto; ¡cómo no va a ser relevante que un anciano con poder cambie a su esposa por una más joven y atractiva. Y lo de fogosa, va en el pack. Es un clásico. Táchalo, te digo, por respeto a Corinna: no sabes si es fogosa o no. Para nada, colega, claro que lo sabemos por deducción: si no fuera fogosa, ¿crees que el empotrador Campechano estaría con ella? Ni de coña. Lo dejo]; a sus 74 años, el rey se aburre y su mujer joven y fogosa le procura emociones fuertes:

―¿Qué tal una cacería, Johnny? ―puedo imaginar la conversación tomando el té con el meñique de Campechano disparado, apuntando al tapiz de Goya―. Eyad nos ha invitado a un safari.

Eyad, Mohamed Eyad Kayali, el millonetis sirio –que aparece en los Papeles de Panamá con quince sociedades offshore, radicadas en Panamá e Islas Vírgenes–, gran amigo de Juancar, asesor del rey Fahd de Arabia Saudí. El comisionista del AVE a la Meca.

Kayali: el organizador de safaris reales, compartidos con Alberto Alcocer, Blas Herrero y otros selectos empresarios: sepulcros blanqueados. Kayali: medalla de oro en 2003 por la caza del oso pardo en Rumanía. Campechano fue medalla de oro al año siguiente; sin duda es un tirador de primera: en 2006 cazó al oso Mitrofán, un oso de circo, amaestrado, pacífico, que había sido emborrachado a base de vodka con miel. La hazaña ocurrió en Vólogda, a 600 km de San Petersburgo, y la contó la agencia rusa Interfax. Zarzuela reconoció que Campechano había estado allí de cacería en agosto, pero, tras una investigación del gobernador de Vólogda, las autoridades rusas dijeron que el oso no estaba borracho, que iba de parranda. El asunto estuvo a punto de costarles una multa de 10.000 euros a Josetxu Rodríguez, Luis Javier Ripa y al filósofo Nicolás Lococo, que fueron juzgados ante la Audiencia Nacional por una caricatura y un artículo publicados en Gara y Deia.

Lococo explicó al juez que el titular de la noticia –El rey de España mata a un oso borracho– produce confusión pues no queda claro quién de los dos había bebido: “Escribí mi artículo para explicar que el borracho era el oso, no el rey. Yo me refiero al animal, no a su majestad”. Durante el divertido juicio –les copio un párrafo de la sentencia absolutoria de un juez perplejo, Vázquez Honrubia–: “Lococo se proclamó oso, con vinculación desde generaciones anteriores a esta especie, y antimonárquico tanto por la matanza de niños realizada por el rey Herodes, como al descubrir la falsedad de los Reyes Magos”, explicando su especial furor cuando se enteró de la cacería: “Se refieren a Mitrofán como la «pobre bestia», pero ¿quién es el bestia?”.

El esperpento judicial –pero ojo, la acusación, nada menos que del fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Javier Zaragoza, el fundamentalista que dirigió la infamia del procés catalán, no iba en broma– suscitó la creación de una espontánea Asociación de Humoristas Osados que denunciaron “no se puede perseguir a tiros al oso pardo, mientras se adora al oso panda”, recordando que Campechano era entonces presidente de honor de World Wildlife Fund, la ong del osito panda, de la que será expulsado pronto. Demasiado tarde para Mitrofán.

Fragmento 5. Memorias de África

Love, Eyad nos ha invitado a un safari para celebrar el contrato del AVE a la Meca ―imagino que Corinna no se lo diría así; la bicha no se menciona entre personas de educación refinada. Eso es cosa de mortales: Cariño, me han subido siete euros el IPC anual del sueldo, te invito a un churrasco.

Sabemos que el viaje era una celebración familiar, una promesa hecha por Campechano al hijo de Corinna, meses antes en Suiza. El motivo es lo de menos. Ya hemos dicho que el rey se aburre y Corinna le regala emociones fuertes. Parapente, no, love, que te puedes romper la cadera. Botsuana, suena exótico, mágico, ¿qué te parece si vamos a cazar unos elefantes, cariño?

Añade un dato, Patti, un dato que haría enrojecer de ira a Padre: el señor este que va de safari, que mata osos emborrachados, que se pasa media vida de cacería en cotos privados, es presidente de honor de la ong WWF, la del oso panda, desde su fundación en 1968: 44 años tomándonos el pelo. World Wildlife Fund es la mayor organización mundial de conservación de la naturaleza, una de las cinco grandes del movimiento ecologista, con Greenpeace, Ecologistas en Acción, SEO/BirdLife y Amigos de la Tierra. Y por supuesto, está en contra de la caza de elefantes: “Perdemos la especie por la codicia humana. El mamífero más grande del planeta tiene un gran depredador: el ser humano. Estos gigantes son víctimas del tráfico de especies por el marfil de sus colmillos. Su población se ha reducido a la mitad en los últimos treinta años. En la actualidad, se estima que quedan 500.000 ejemplares viviendo en estado salvaje”. Esto proclama y defiende la ong que preside su majestad Juan Carlos I de Morbón, cazador de elefantes, el rey cínico. A Padre se le revolverían las tripas.

Pues allá se fue nuestra familia patchwork: el presidente de honor de WWF, Juancar; Corinna y su hijo de diez años, Alexander; el primer exmarido de ella, Philip Adkins; y el anfitrión, Mohamed Eyad Kayali. Tapiz goyesco: un rey con su valido, la amante del rey, el primer exmarido de la amante y el hijo de la amante con su segundo exmarido. Anarquía relacional. Socios fundadores del club swinger de Zarzuela.

Botsuana, República de. Pregunto a Wikipedia. Un territorio más grande que España, en el sur de África, rodeado por Namibia, Angola, Zambia, Zimbabue y Sudáfrica. Capital: Gaborone. Población: dos millones, incluyendo a los cien mil bosquimanos del Kalahari. El desierto del Kalahari me fascina, yo soy muy de ver los documentales de La2, como Juancar, pero sin escopeta. Colonia del Reino Unido hasta 1966, y como consecuencia de haber sido explotada por la metrópoli, una de las veinticinco naciones más empobrecidas del planeta. El 23,9% de la población está infectada con el virus del SIDA. Wikipedia jodiendo la marrana: no vamos a las misiones, Patti, vamos de cacería. No stop en Gaborone, no stop en ninguna parte. Vuelo directo a Maun y luego avión privado hasta el delta del río Okavango, habitado por la etnia botawana, tribus de pastores hasta la llegada del hombre blanco.

El delta del río Okavango es un espectacular ecosistema natural, que debería ser un bioparque de la UNESCO, intocable, protegido, pero… para el carro, Patti, que no has venido a aprender geografía. Este es el paraíso de los cazadores, uno de los pocos sitios donde pueden cazar los codiciados big five: el león, el leopardo, el elefante, el rinoceronte y el búfalo.

Voy imaginando la escena Memorias de África: veo a Juanito en el papel de Denys, por su parecido con Robert Redford; y ella, la rubia Corinna, nuestra Meryl Streep, es la baronesa Karen Blixen. Que suene la banda sonora de John Barry, por favor. Déjate ir, prenda, estamos en buenas manos. Organiza el safari un cazador legendario, la mejor escopeta de Botsuana, Jeff Rann. Su propia web lo describe como una leyenda: The Man and the Legend, a man that has been mauled by a Leopard and attacked by a Buffalo. Un hombre que fue mutilado por un leopardo y atacado por un búfalo. En su currículum luce cadáveres de leones, elefantes o rinocerontes. Los mata de un tiro seco, con su .577 Express Nitro, un fusil doble de fabricación inglesa, el favorito de Jeff –Juancar también tiene alguno en su bien nutrida armería–; fusil doble por si hiciera falta un segundo disparo, que no hará falta, Jeff es certero, y el primer cartucho de casi dos centímetros de diámetro y siete cm de largo, ya habrá reventado la cabeza del elefante. La bala sale disparada a 625 metros por segundo y a Jeff le gusta disparar muy cerca, a doscientos metros de la presa, y si el viento cambia, los 750 gramos de plomo tardan un cuarto de segundo en reventar los sesos del elefante, la implosión interior de una granada: cinco toneladas de piel y marfil, trompa, orejas, pezuñas y entrañas se desploman en menos de un instante, mientras en Zarzuela los nietos del cazador ven los dibujos animados de Dumbo. Walt Disney tampoco hacía preguntas.

Juancar necesita siete disparos para abatir su elefante: un tipo que mató a su hermano por accidente en 1956 y desde entonces lleva 56 años disparando por deporte, por placer

Jeff, un valiente. Juancar, otro valiente, necesita siete disparos para abatir su elefante: un tipo que mató a su hermano por accidente en 1956 y desde entonces lleva 56 años disparando por deporte, por placer. Por el placer de matar, al oso Mitrofán o al elefante Dumbo. Pasa pronto esta página, tía, estás a punto de vomitar. Aguanta, necesito contar el contexto, saber de qué clase de gente estamos hablando, qué avería tiene en la cabecita alguien capaz de disparar a sangre fría con un rifle de alta precisión a un majestuoso elefante. El elefante y el león son majestuosos; usted es un mierda, Jeff Rann, un puto asesino, un mercenario sin escrúpulos.

Apura, que llega el grupo español. En realidad solo hay un español, Campechano, y un niño de sangre azul, Alexander Sayn-Wittgenstein, el hijo de Casimiro, y una madre negligente –una psicópata social según la doctora Márquez– que trae a un menor de cacería. Business is business. El paisaje impresionante, el bungalow de lujo, el entorno paradisíaco, la mejor compañía. El rey que se aburre ya no está aburrido. Muy temprano en la mañana, salen en el todoterreno descapotable de Jeff, todos visten rigurosa etiqueta Coronel Tapioca, salvo la atractiva Corinna, que luce la pamela de Karen Blixen y un fular de seda color champán al viento. Imagino que al final de la cacería, cuando Jeff regale el trofeo a Campechano, Corinna anudará con su pañoleta un hermoso lazo sobre el colmillo de marfil, aún caliente y ensangrentado. Vamos a hacernos unas fotos, dirá Jeff. Ahora un selfi todos juntos, acércate Philip; tú también, Masisi, dice al porteador negro, un privilegiado.

La jornada en la selva africana es maravillosa. La expedición avanza hasta un lugar convenido, donde una docena de negritos hilvanan un catering de campaña, con su sombra y sus refrescos. Juancar y Mohamed Eyad se acomodan en sillas de tijera desde las que contemplan con prismáticos la sabana. Alexander juega con la tablet. Corinna posa. Y Philip se pregunta qué pinto aquí. Philip Adkins, el primer marido, cuando Corinna era Deadkins, luego fue Decasimir y más tarde Dejuancar. Enésima Dejuancar, más que un segundo o tercer plato, el postre. ¿Qué pintaba Philip en la cacería de Botsuana, con su ex, la pareja de su ex y un crío de otro padre? Podrían, al menos, haberse traído a la hija común, Anastasia. La viuda negra depreda a sus machos y los regurgita para volver a devorarlos. Me resulta todo tan repulsivo. Aguanta, Patti, recuerda que estás haciendo la biopsia de este tumor maligno.

Philip y Campechano se hicieron buenos amigos durante la cacería, y cuando estalló el escándalo, Philip salió en defensa de Corinna: “No es una escaladora social –declaró a Vanity Fair–, eso es ridículo. Es una mujer guapísima, siempre va bien vestida, tiene los mejores modales, la mejor educación. Tiene una vida súper interesante y es muy divertida. Es el tipo de mujer que cualquier hombre, incluyendo Ernest Hemingway, perseguiría”. Esto decía Philip en abril de 2012. Seis años después declaró a Eva Lamarca, la misma periodista de Vanity, algo sorprendente sobre su exdivina: “¿De verdad piensa alguien en España que está tratando con una persona honesta y estable? Vamos, hay muchas pruebas en su forma de expresarse en privado que indican que Corinna es una sociópata narcisista”.

¿Qué pasó entre Philip y Corinna, entre 2012 y 2018, para pasar de ser una mujer adorable, híper interesante y divertida a sociópata narcisista? Como ya sabemos la versión del exmarido, he pedido a Corinna la suya, y me ha contestado personalmente, muy amable, a través de su despacho de abogados, Salamander: “El señor Adkins debería explicar sus decisiones sociales y financieras en relación con el rey demérito a partir de 2014, cuando cortó inesperadamente nuestra amistad profunda y se unió a la campaña de abuso contra mí”. Vaya, un traidor.

Estábamos con una tipa que, según su ex, se la pondría dura a Hemingway, que es mucho suponer porque Ernest bebía demasiado. París era una fiesta y Botsuana también.

―¿Dónde estaba usted ―preguntan los periodistas de Vanity a Philip― mientras la prensa publicaba que su exmujer acompañaba al rey durante la cacería en Botsuana en la que se fracturó la cadera el pasado 13 de abril?

―¡Yo estaba también allí, con ella y con su segundo hijo! ―exclama Philip J. Adkins―. Yo estaba allí porque conozco muy bien África y porque Corinna había querido llevar a su hijo pequeño, fruto de su matrimonio con el príncipe Casimir zu Sayn-Wittgenstein. Tengo una excelente relación con el niño, era la primera vez que él iba a un safari y ella se sentía más segura si yo estaba allí.

A continuación Philip cuenta a Vanity algo estremecedor. Recuerda, Patti, que el tipo al que acompañaban era el rey de España, la primera institución de una democracia europea, el hombre a quien nuestro padre reverenciaba, recuerda con qué devoción patriótica, casi religiosa, escuchaba sus discursos de Navidad, el rey a quien Padre respetó toda su vida: te fuiste sin saber todo esto que escribo ahora en reparación de tu nombre y memoria. Alta traición. El abuelo que lleva a cazar elefantes a un niño de diez años. Anoto en las hojas finales de la Moleskine: preguntar al abogado Gonzalo Boye si esto podría ser un delito perseguible en Luxemburgo; desde luego, en España habría sido un delito: la edad legal mínima para usar armas son catorce años cumplidos y con permiso especial de la guardia civil. Pero, si papá Campechano es el generalísimo de los ejércitos y manda en la guardia civil, ya no hace falta pedir permiso. El delito lo confesó a Vanity Fair, sin necesidad de jueces, el propio Philip Adkins, cooperador necesario:

―Corinna quería que yo introdujera a su hijo de diez años en la experiencia africana. Le dijimos: ‘Nos vamos a meter en un pantano, es muy profundo y puede haber cocodrilos...’. Pero el niño no rechistó. Ni lloró. Seguimos a un animal durante dos horas y lo abatió de un solo disparo a 180 metros de distancia. ¡Bravo! Su madre estaba muy orgullosa.

¡Bravo, cojones!, porque esto va de machos con dos cojones, el niño ya sabe usar el doble rifle .577 Express Nitro, el preferido de Juancar, ¿o deberíamos llamarle Daddy? Vater Casimir, tío Philip, papi Juanito, ¡pobre criatura!

Imagino otra escena de Memorias de África: la partida de cazadores regresando al resort en el jeep descapotable; los maduretes en el asiento de atrás, la señora de la pamela en pie, disfrutando del paisaje de la sabana, y a su lado el niño, felicitado por todos. Ha matado un búfalo o un cocodrilo, tal vez un impala. De un solo tiro. Lo dejó seco. Ni lloró. Ya es un hombrecito. El infante cazador, se mantiene y renueva la tradición de la Casa de Morbón: desde Carlos IV a Froilán. Otro capricho de Goya: Infante adoptivo cazando en Botsuana. ¿Qué hará Alexander esta noche, cuando Juancar y su madre se retiren a descansar? ¿Quedará con Philip y Mohamed en la sala de trofeos, con los pies sobre la mesa, fumando un Cohiba y bebiendo Chivas? Solícitos y educadísimos negros y negritas de formas suaves atendiendo por doquier. Sirvientes ciegos, mudos, sordos, invisibles. No son personas, carecen de nombre: son Marthas salidas de El cuento de la criada.

Todo esto ocurría un 14 de abril, aniversario de la Segunda República, fecha por segunda vez inolvidable en la historia de España: la primera, en 1931, el pueblo expulsó a un rey parásito al exilio; la segunda obligaría a su nieto a abdicar, pero él aún no lo sabe, ni siquiera sospecha las consecuencias de este último whisky.

Tras una gran cena, de las que llenan sepulturas, bien regada, Campechano se retira apoyado un brazo en Corinna y el otro en una sonriente negrita de piel sedosa y tetas turgentes, que porta el vaso de whisky con hielo hasta la suite compartida. En algún momento de la noche, el anciano necesita ir al baño y llega la desgracia; pero mejor si lo cuenta el propio Philip a Vanity: “Estaba muy oscuro y era un entorno con el que uno no está familiarizado. Esas cosas pueden pasar. El rey se desorientó. Cuando estás en un ambiente así no sabes dónde está la habitación o la altura de la cama… Son cosas humanas”.

A ver, Patti, madura: esta parte del relato es comprensible, humana, demasiado humana. Un señor de avanzada edad, bastante torpe, con problemas de movilidad y próstata, que necesita ir al baño, en una suite que no controla, escalón a doble altura, sin luces de emergencia, qué se yo, tropieza con una zapatilla o con unas bragas, ningún bastón a mano, y cataplum, se mete un hostiazo que despierta a todo el bungalow. Corinna da un salto en la cama y sabe de inmediato que la han cagado. En pocos minutos llega el médico del rey, que duerme en la habitación contigua y se hace cargo de la situación [en la poco creíble versión cortesana –haciéndonos ver que no dormía acompañado, para blanquear la alcoba–, Campechano dice que estuvo varias horas solo, tendido en el suelo, hasta el alba]. Pinta mal – observa el médico intensivista que acompaña al rey–, rotura de cadera o algo peor.

Al punto asoma Philip en pijama, Mohamed en chilaba, regresa al cuarto Corinna, ya impecable, maquillada para el rodaje de la última escena de Memorias de África. Traslado urgente, dice el médico, mientras inyecta un calmante en el hombro real, traslado urgente. Y un teléfono suena a doce mil km, en la silenciosa alcoba del general Félix Sanz Roldán, director del Centro Nacional de Inteligencia, el jefazo de los espías españoles. Uno de los pocos que sabían dónde estaba de vacaciones el rey y en qué tipo de viaje privado.

―Mi general ―dijo el asistente del rey con voz temerosa―, su majestad ha tenido un accidente.


Fuente → ctxt.es

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