Vía Laietana 43: La casa de la tortura de la Brigada Político-Social

Vía Laietana 43: La casa de la tortura de la Brigada Político-Social
Xavi Fernández Guerrero

El número 43 de Via Laietana es un espacio vivo en la memoria de la ciudad de Barcelona. Espacio que se mantiene en una constante disputa por su inmensa carga simbólica. En los últimos años se ha convertido en el escenario de innumerables reivindicaciones tanto memoriales como de carácter social. Se ha convertido en un símbolo de la tortura y las vejaciones, de las violaciones de los derechos humanos. Sin embargo, no es solamente eso. Es también un espacio simbólico de la resistencia ordinaria y oposición de una lucha que consiguió desgastar la dictadura.

España, desde la Guerra Civil (1936-1939), se ha llenado de lugares de memoria. No es el único contexto que ha generado memorias colectivas en España. Pero sí es, probablemente, uno de los que lo han hecho con más fuerza, por ser de uno de los más recientes. Lugares traumáticos y lugares generacionales que se superponen, tanto en el paisaje de la memoria del ser humano como en el del territorio (Golda-Pongratz, 2018: 261). Es por lo tanto complicado no encontrar una ciudad, un pueblo o algún lugar en el que no haya un monumento, una plaza, una calle sin un significado. Sin embargo, sigue habiendo espacios que se han silenciado, que se siguen tratando de mantener sus relatos en el olvido para no generar debate y confrontación.

La comisaría de Vía Laietana

El largo periplo represivo que sufrió en sus carnes Tomasa Cuevas (1917-2007) contó con un episodio en la Comisaría de la Brigada de Investigación Social, que una vez acabada la guerra, la administración franquista decidió colocar en el número 43 de Vía Laietana, en la ciudad de Barcelona. En concreto, allí se instaló la VI Brigada Regional de Información Social, la rama de la BIS en Cataluña. Tomasa Cuevas procedía de las Juventudes del Partido Comunista y se acababa de afiliar al PSUC. Las torturas que allí sufrió la dejaron dos meses postrada en la cama. Su torturador, Pedro Polo, encabezó junto a Eduardo Quintela la dirección de esta rama de la BIS hasta 1955. La organización de la Comisaría de Vía Laietana era muy clara. En la primera planta se situaban los despachos, las salas de interrogatorio en los pisos superiores y los calabozos en el sótano (Batista, 1995).

Las torturas, lejos de ser un hecho excepcional de la represión franquista, se convirtieron en un método utilizado sistemáticamente en este edificio. Tanto en la fase de la inmediata posguerra como en el tardofranquismo se registraron estas prácticas y todo tipo de violaciones de los derechos humanos. En la comisaría de Vía Laietana sufrieron torturas y vejaciones tanto destacados dirigentes de partidos y organizaciones contrarios al régimen como militantes de base. Jóvenes intelectuales como Gregorio López Raimundo o Sebastià Piera, Miguel Núñez, dirigente del PSUC; Jordi Dagà, líder estudiantil; Manuel Vázquez Montalbán, escritor, su mujer y militante estudiantil Anna Sallés; o Salvador Puig Antich. Muchos otros nombres conocidos y anónimos pasaron por las salas de interrogatorio de Vía Laietana.

Fotograma del documental de TV3 Barcelona 1962. L’ombra dels Creix. En la imagen se pueden ver estudiantes que pasaron por Via Laietana, entre ellos se encuentran en el centro un joven Manuel Vázquez Montalbán y Anna Sallés.

La tortura fue por lo tanto una práctica estructural durante elfranquismo, utilizada por los funcionarios de orden público, en especial por las Brigadas Regionales. Esta práctica, aplicada a los militantes de la oposición política y sindical, fue habitual y quedó impune. Las BIS contaban con una red de delatores, colaboradores y confidentes en los barrios, lo que provocó continuas detenciones (Babiano, Gutmaro, & Tébar, 2018: 182).

Estas Brigadas estaban amparadas y protegidas por una “autonomía funcional”, lo que producía de facto una plena ausencia de un control judicial. Dentro de la comisaría tenía lugar una realidad paralela de la que los procesos judiciales dictaban. Por lo tanto, existía una completa impunidad a la hora de torturar. Inhibición judicial y vulneración de derechos eran elementos presentes en la fase sumarial de muchos de los procesos que sufrían los opositores políticos. En la práctica esto se traducía en torturas. Los malos tratos podían producirse en cualquier fase del proceso, pero el escenario de tortura por antonomasia fueron las Jefaturas de la Policía, como la de Via Laietana, o los cuarteles de la Guardia Civil. Las palizas y torturas frecuentes contaban con unos métodos heredados de distintos cuerpos policiales: de la GESTAPO a la CIA y el FBI (Babiano, Gutmaro, & Tébar, 2018;190).

A partir de finales de la década de los cincuenta, tiene lugar una relajación de la dureza de la represión del primer franquismo. El número de ejecuciones en Cataluña disminuyó claramente, pasa de 3.385 entre 1939 y 1954 a 12 entre 1963 y 1975. Sin embargo, el sistema judicial del franquismo seguía amparando a los torturadores en todas sus prácticas, por lo que estas vejaciones no cesaron. La tortura se perfeccionó y pasó de tener el sello de la brutalidad al esfuerzo por no dejar huella. A los electrodos, el «corro» o la «cigüeña» se le añadieron castigos como bolsas de plástico, la «bañera» o las posturas dolorosas.

Los Creix al mando en Vía Laietana

Con la jubilación de Polo, el cuerpo pedía rejuvenecerse y ocuparon su lugar los hermanos Creix. Antonio Juan Creix, especializado en comunistas y Vicente Juan Creix, que dominaba los círculos universitarios y catalanistas. Hijos de militar y partidarios del Alzamiento desde primera hora.

Antonio se hizo policia, aunque en realidad trabajó para el espionaje nacional hasta ser arrestado en 1938. Después de ser torturado en la checa de la calle Vallmajor y pasar por un campo de trabajos forzados escapó y se unió al ejercito sublevado. Posteriormente, todavía en edad, se alistaría en la División Azul. En 1941 Antonio sería destinado a Barcelona, a la Comisaria de Via Laietana, donde se reencontraría con su hermano Vicente. Ambos participaron en el desmantelamiento del PSUC. En 1974, Manolo Vázquez Montalbán los definió como unos «profesionales de la humillación» (Theros, 2012). Se acabarían convirtiendo en expertos del miedo y el dolor.

En 1958, Antonio Juan Creix, quien sería jefe de la Brigada Regional y por tanto de la comisaría de Vía Laietana, fue enviado a EE.UU. para aprender las técnicas de tortura de los estadounidenses. A esta formación sobre los «métodos, materiales y técnicas de investigación policial» también asistieron otros miembros de la BIS y de la Dirección General de Seguridad. Visitas que fueron aprobadas aprobadas por Camilo Alonso Vega.


Aprobación de la invitación del Gobierno de los Estados Unidos presidido por el republicano Dwright D. Eisenhower, por el Ministro Camilo Alonso Vega. Fuente: elDiario.es (eldiario.es)

En 1962 se creó el Tribunal de Orden Público (TOP) encargado de reprimir las conductas opositoras. Es el momento en el que la oposición comienza a organizarse sólidamente. De forma paradójica, las detenciones, encarcelamientos y torturas supondrán todo un referente simbólico de lucha y de oposición contra el régimen franquista, produciendo un desgaste institucional sobre él (Tébar, 2012).

Como principales artífices de la represión en la ciudad de Barcelona, los hermanos Creix planificaron numerosas operaciones. Entre ellas destacan el asesinato de Quico Sabater, guerrillero comunista. También la desarticulación de la Captuxinada en 1966, los interrogatorios de los hechos del Palau de la Música en 1960 o la violencia contra la manifestación de sacerdotes delante de la comisaria.

El año 1968 Antonio fue enviado al País Vasco. Llegaba tras del asesinato de Melitón Manzanas, jefe de la Brigada Político-Social en Guipúzcoa, desde la cual también ejerció torturas. Manzanas fue, por otra parte, la primera víctima premeditada de ETA. Desde el que había sido el puesto de Manzanas, Creix dirigiría la investigación del crimen y detuvo a activistas de ETA que serían procesados el 1970 en Burgos. Posteriormente fue enviado a Sevilla, donde organizó la detención de El Lute y la primera redada del underground. Finlamente en 1974, siendo jefe de la Policía de Andalucía, es cesado y le abren un expediente (Theros, 2012).

En Barcelona, con su marcha, su lugar en la comisaria sería ocupado por su hermano Vicente. Este último, sería expedientado en 1974 tras un intento por parte del régimen de lavar su imagen. A pesar de la destitución del último hermano de los Creix, la Comisaría de Via Laietana seguiría siendo un lugar de tortura hasta los últimos días del franquismo.

La Comisaria en democracia

Comisaría de Vía Laietana (elaboración propia)

Con la transición democrática, aunque formalmente las torturas se acabaron, no cambiaron mucho las prácticas policiales que allí tenían lugar. En ningún momento tuvo lugar ningún tipo de depuración de aquellos que conformaban la Brigada Político-Social. Muchos de los miembros fueron recolocados en la lucha antiterrorista, donde continuarían realizando las mismas prácticas. La Prefectura siguió siendo sinónimo de policía franquista.

Posteriormente, el edificio se convertiría en la comisaría central de la ciudad de Barcelona hasta el despliegue de los Mossos d’Esquadra a principios del siglo XXI, de la mano de Jordi Pujol. En la actualidad, el edificio esta siendo ocupado por algunas unidades especializadas de la Policía Nacional Española, con función de Comisaria de Policía Nacional.

Memoria en conflicto

La memoria es un producto social y cultural que pertenece siempre al tiempo presente. Una imagen contemporánea del pasado, que está constantemente sujeta a cambios, es siempre mutable (Vinyes, 2018: 21). Además, no existe una memoria única e inequívoca, sino que encontramos distintas memorias. Incluso de un mismo acontecimiento se pueden tener definiciones, significados y representaciones completamente distintos, y en ocasiones, opuestos.

La memoria funciona como una narrativa que ordena y da significado a los hechos del pasado, pero no está reñida con la veracidad.

“En cada momento histórico existen diversas narrativas e interpretaciones del pasado, a menudo contrastantes y en conflicto. Este conflicto se manifiesta en confrontaciones y luchas sociales, culturales y políticas, por lo cual en cualquier momento y lugar es imposible encontrar una memoria, una visión única del pasado compartida por toda la sociedad” (Jelin, 2019: 271).

Durante el proceso de transición y consolidación de la democracia se ocultaron y silenciaron gran parte de las actitudes de denuncia y crítica hacia los verdugos. El mito fundacional de la democracia lo exigía. Si memoria implica qué se debe de recordar, y esto a su vez genera conflicto, se produjo una especie de consenso en torno al silencio. Se impuso la memoria de la reconciliación. Bien es cierto que muchos de los verdugos no fueron señalados entonces, pero sí que desde muy pronto se crearon asociaciones que pretendían conservar la memoria “popular”.

Viejas asociaciones que han mantenido el recuerdo de sus experiencias durante la guerra y el franquismo, y lo que tal vez es más importante: elaboraron nuevas formas y fórmulas de rememorar y de conmemorar. Así pues, gran cantidad de estos grupos han llevado a cabo desde los años ochenta una tarea de localización y señalización de vestigios, de “memoriales” esparcidos por la geografía española, de actos conmemorativos y han tenido una notable presencia en las aulas de institutos y centros de enseñanza a través de las charlas de los miembros de estas “viejas” asociaciones.” (Tébar, 2006)

La ideología de la reconciliación asentó un largo periodo de silencio, que tenía como representación legal la Ley de Amnistía de 1977. Esta construyó una realidad que arrasó cualquier elemento antagónico o de discusión, estableciendo una memoria única sin capacidad de debate. Este consenso produjo que la Comisaria de Vía Laietana, actualmente haciendo la función de Comisaría de la Policía Nacional, se mantuviera en el espacio social urbano de la ciudad de Barcelona de manera indiscutida, de la misma manera que muchos símbolos franquistas. A pesar de lo acontecido, para gran parte de los habitantes de la ciudad, este edificio sigue siendo sinónimo de las torturas que allí se perpetraron.

Antoni Batista, periodista barcelonés, consiguió hacer fotocopias de la documentación clasificada del archivo de la Comisaría mientras esta se depositaba en la Casa Vilardell. Esto ha permitido que el propio Batista, conocedor de este archivo, publicara en 1995 La Brigada Político Social. Un estudio que trata de forma exhaustiva el funcionamiento de este cuerpo represivo y su herencia en las técnicas de tortura de otras policías como la GESTAPO y la CIA (Batista, 1995).

Después del largo periodo de silencio que conllevó la consolidación democrática, las reivindicaciones memoriales han vuelto a estar en el centro del debate público. El objetivo de las asociaciones memoriales era el de recuperar la “memoria histórica” – sirva el tropo como metáfora de la reivindicación más allá de la contradicción que este pueda suponer- y acabar con el conocido como “pacto del silencio/olvido”. En 2005, Joan Tardà, diputado de Esquerra Republicana de Catalunya, hizo una propuesta para que el gobierno impulsara la creación de un museo de la represión franquista en la Comisaría. Además, propuso que se cediera una copia de la documentación policial generada entre 1939 y 1975 y de documentación del funcionamiento interno (Tébar, 2006:13).

Pese a la aprobación de la Ley de Memoria Histórica, el presidente Zapatero exponía en 2008:

“Recordemos a las víctimas, permitamos que recuperen sus derechos, que no han tenido, y arrojemos al olvido a aquellos que promovieron esa tragedia en nuestro país. Esa será la mejor lección. Y hagámoslo unidos.” (Vinyes, 2011)

Este fragmento del discurso de Zapatero es la representación última de la ideología de la reconciliación. Con la Ley de Memoria Histórica ya aprobada, lo único que se permite recordar y conmemorar es la víctima. Una víctima desprovista de capacidad de agencia, una víctima pasiva. Recordar los verdugos implica reabrir el conflicto. Implica plantear otra memoria. Una memoria que exige respuestas más allá de la victimización.

En junio de 2017 se aprobó una proposición no de ley par la transformación en museo la Comisaria por iniciativa de ERC, con los únicos votos en contra del Partido Popular. Sin embargo, como Rosa Sans recordó en una entrevista para Sàpiens que hace muchos años que las asociaciones memoriales luchaban por la resignificación del espacio:

“Nos sumamos enseguida porque muchas de las personas vinculadas a CCOO han estado víctimas de la represión; de hecho, la represión forma parte de la historia de COOO.”(Llansana, 2019).

Resignificando Vía Laietana 43

El reavivamiento del conflicto por la memoria sobre el significado de la Comisaria, debe entenderse dentro de una batalla por dominar el discurso y la hegemonía cultural y los espacios públicos, en un momento concreto de la política catalana y española. En el mismo número de la revista Sàpiens, mencionada anteriormente, podemos observar una fotografía de una manifestación reunida frente a la Comisaría el 3 de octubre de 2017, en los días más intensos del Procés. En el pie de página puede leerse: “Símbolo de la represión. La función del edificio durante el franquismo lo ha convertido en un punto frecuente de manifestaciones contra las políticas del Estado español (…)”. El hecho de que el independentismo haya resignificado este edificio, haciéndolo referente de la represión durante el franquismo pero otorgándole simbólicamente una continuidad represiva en el presente, ha hecho que la memoria del espacio esté en disputa.

Concentración delante de la Jefatura de Policia Nacional en Via Laietana. Fuente: El Periódico (elperiodico.com)

La diputada del Partido Popular Belén Hoyo, partido que votó en contra de la resolución, considera este conflicto como un artefacto político creado por ERC en su pulso contra el estado español, con el objetivo de no hablar del presente. Hoyo recordaba a Tardà que: «los tiempos han cambiado, todavía algunos no se dan cuenta y viven anclados en el pasado» (EFE, 2017). Lo que plantea Hoyo no es el olvido frente a la memoria, sino otra memoria diferente y antagonista a la de las asociaciones memoriales y partidos políticos que reivindican la comisaría como un espacio de memoria.

Como sabemos, la memoria es selectiva, y está repleta de olvidos y silencios de distinto tipo, en este caso, deliberados, fruto de una voluntad política. De una memoria que no quiere o necesita rendir cuentas con la dictadura. Aparece aquí de la forma más evidente la memoria como espacio de lucha política, en este caso entre ERC y PP. Batalla intensa por el discurso y la hegemonía cultural en uno de sus campos abiertos: la memoria. Como señala Thomas Szasz: “En el reino animal la norma es comer o ser comido. En el reino del hombre, definir o ser definido” (Cruz, 1997: 13).

La propuesta de ERC para la musealización de la comisaría quedaba recogida en la proposición presentada por ERC al Congreso. El museo «tendrá que reproducir el funcionamento de la Prefectura durante aquellos años, en los cuales la tortura y la represión en sus dependencias constituyen su principal actividad» (EFE, 2017). Quizá la experiencia más parecida (teniendo en cuenta que se trata de casos con importantes diferencias) a esta propuesta sea la Terror Háza (o Casa del Terror) de Budapest. Un antiguo centro de detenciones y torturas reconvertido en museo en 2000 por el gobierno de Viktor Orbán. En el se conservan las celdas y las salas de interrogatorio originales, en lo que pretende ser una reconstrucción de la tortura practicada por el gobierno comunista.

Llegados a este punto cabe preguntarse sobre la idoneidad de la propuesta de convertir la Comisaría en un museo de la tortura. La memoria, como producto cambiante y mutable, a diferentes interpretaciones, representaciones y significados. Es necesario realizar preguntas sobre qué clase de debate es capaz de generar un museo donde se represente y reproduzca la tortura, y si existe la posibilidad de que la narrativa que subyace de este tipo de memorial genere algún debate abierto para la sociedad y la ciudad de Barcelona. Laurence van Ypersele nos advierte respecto a los memoriales: “El turismo memorial corre el riesgo de ir hacia lo mórbido más trivial y lo comercial”(Palou, 2018: 482).

Otro de los serios conflictos que plantea un memorial de estas características, es el papel que se le da a la víctima en el discurso. Como Ricard Vinyes ha expresado en varias ocasiones, a menudo se nos presentan, en productos culturales memoriales “(…) cualquier tipo de acto espantoso que suscite desazón o piedad sensacionales; son productos que promueven información y empatía -aunque no siempre conocimiento-, y han contribuido de manera poderosa a convertir la víctima en sujeto institucionalizado (…)” (Vinyes, 2018: 21).

El memorial debe ser un elemento que proponga un debate a la sociedad, y que permita cierta socialización del conocimiento. A su vez, puede tener un papel reparador con las víctimas. Pero ¿qué sentido tiene encerrar a las víctimas en ese estatus de forma permanente cuando el objetivo debería ser reparar a las víctimas para que dejen de serlo? El estatus de sujeto-víctima puede suponer un encierro que produzca un sujeto intemporal y abiográfico (Vinyes, 2018: 21-24).

Además, debemos atender a una cuestión de fondo que es crucial en este aspecto. Y es que las personas, hombres y mujeres que pasaron por la comisaría de Vía Laietana, no eran víctimas involuntarias de una represión ciega. Eran conscientes del riesgo que corrían con su actividad política, y aun así, no cesaron en ella.

Como señala Vinyes, estamos ante “un sujeto que es dañado por responsabilidad propia, alguien cuyas decisiones proceden de una insurrección ética que considera necesaria para poder vivir con decencia y conforme a sus proyectos y esperanzas”. Fue por tanto “su actitud ante el contexto histórico, no su protagonismo en ese contexto, lo que les hace relevantes para comprender entre otras cosas, los procesos de democratización en España» (Vinyes, 2011: 256-258).

Es esta posición moral, esta especie de economía moral -empleando el término de E. P. Thompson (Thompson, 2000)- que fue clave en la “resistencia ordinaria” de los militantes antifranquistas, y la que dudosamente encaje con el sujeto-víctima al que la propuesta memorial de ERC parece remitirnos. A esta economía moral hace referencia Carles Vallejo, joven comunista y militante de CCOO de SEAT, que pasó por Vía Laietana:

“Naturalmente en la época que viví el antifranquismo bajo la dictadura los impulsos éticos eran muy potentes, como más revolucionarios, porque de alguna manera era, claro, una militancia casi religiosa, porque aguantar según qué cosas era difícil…”(Tébar, 2012).

Consideraciones finales

El espacio de memoria de Vía Laietana debe de ser una reivindicación de los hombres y mujeres que por allí pasaron. No por su condición de víctima del franquismo, sino por la posición moral de lucha que adoptaron en un momento tan difícil y represivo como supuso una dictadura que perduro cuarenta años.

Numerosos hombres y mujeres anónimos estuvieron ahí. Son esos “actores” dentro de la historia que no suelen aparecer en las memorias oficiales, pero que fueron clave para llegar a esa democracia tan perseguida por numerosos sectores de la sociedad. No como víctimas, ya que el estatuto de víctima tiene como connotación un carácter de pasividad que no se corresponde para nada a las actitudes de resistencia antifranquista que adoptaron. Sino como personas que decidieron articular sus intereses en común y enfrentarse a la dictadura.

Cabe preguntarse si las instituciones deben pues, luchar por una política memorial garantista, que afiance el derecho a la memoria. Deben ser las facilitadoras de la participación de distintos actores sociales en la creación, producción y resignificación. De esta manera la memoria saldrá del espacio privado e inundará el espacio público, de donde jamás debería haber salido.

Todos estos agentes y asociaciones, que viven la cotidianidad que gira entorno a este espacio de memoria deben formar parte también del debate sobre qué se tiene que hacer con el espacio. Plantear su transformación en un museo al estilo de una casa de la tortura en el que se establezca un relato cerrado de lo que significa ese espacio y que además pone el estatus de sujeto-víctima es una de las opciones, pero también presenta contras. Que la sociedad civil pueda participar en la construcción memoria, decidiendo que se debe de recordar y que connotación debe de tomar en el en espacio social urbano y ejerciendo de esta manera su derecho –y no deber- a la memoria es la forma de volver a situarla en la esfera del espacio público.

Bibliografía

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Batista, A. (1995). La Brigada Politico Social. Barcelona: Edicions Empùries.

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EFE. (1 de Junio de 2017). El Congrés aprova que la comissaria de Via Laietana sigui un memorial de la repressió franqusita. EL PAÍS. Recuperado el 31 de Octubre de 2020, de https://cat.elpais.com/cat/2017/06/01/actualidad/1496335592_961002.html

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Thompson, E. P. (2000). Costumbres en común. Estudios en la cultura popular tradicional. Barcelona : Crítica.

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Vinyes, R. (2018). Diccionario de la Memoria Colectiva. Barcelona: Gedisa.


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